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Ni bellas, ni bestias. Algunos prejuicios falsos de la mujer y el hombre hetero
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ROMPIENDO LOS MOLDES

Ni bellas, ni bestias. Algunos prejuicios falsos de la mujer y el hombre hetero

El héroe o el antihéroe. La princesa. La mujer fuerte y el nuevo "hombre blandengue". Repasamos cómo han evolucionado los mitos de la seducción y las relaciones románticas entre hombres y mujeres

Foto: Foto: iStock.
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En La Bella y la Bestia, la popular ficción de Disney que una gran parte de la población infantil mundial consumió a partir de 1991 (año en el que se estrenó), se nos presentaba a una mujer que se enamora de un ser gigante lleno de pelo, cuernos, colmillos, que gruñía y se enfadaba a la mínima de cambio. Al pobre chaval no le faltaba nada para considerarle un monstruo, porque de hecho lo era. Eso sí, un monstruo muy masculino: con orgullosos pectorales y aptitudes físicas. No era un Gollum o un E.T. Tampoco es que deslumbrase por su inteligencia precisamente; tanto tiempo en un castillo solo es lo que tiene.

No podemos olvidar, por otro lado, que él la hace prisionera, con todo lo que eso conlleva. Al menos, otros monstruos tan atractivos como el que interpreta Gary Oldman en Drácula, de Bram Stoker (1993) no raptan por la fuerza al protagonista central (un jovencísimo Keanu Reeves). Este sería otro ejemplo cinematográfico a tener en cuenta sobre cómo se ha erotizado la imagen masculina en una industria cultural de masas. ¿Qué mejor antihéroe que un seductor dandy que recorre océanos de tiempo hasta llegar a la puerta de la casa de una ingenua jovencita que desgraciadamente se parece a su novia de hace siglos y que por eso mismo decide irrumpir en su hogar para... ? Ejem. Todas las bestias tienen, en el fondo, su corazoncito. Y la responsable de que lo saque no podía ser otra que una mujer de lo más refinada, con un cutis tan fino como la porcelana. ¿Cómo lo logrará? Enamorándose de él o accediendo a satisfacer sus necesidades sexuales.

"Hay un montón de mujeres que ya están muy empoderadas, que son muy independientes y que no necesitan esa figura masculina a su lado"

Dicho así, parece demasiado perverso. Afortunadamente, no todas las relaciones románticas heterosexuales siguen este mismo patrón. Pero lo cierto es que sí que pueden haber influido una gran parte en la concepción que tenemos de algunas de ellas y en cómo nos vemos atraídos hacia el sexo contrario. Al final, el lied argumental de cualquier cuento tradicional sigue el mismo esquema: el hombre adapta el papel del héroe y la mujer de una princesa en apuros que necesita ser salvada. De ahí que ficciones como Shrek (2001) ironicen con esta clase de historias.

placeholder El poder del amor: de viejo grimoso a dandy decimonómico. (Gary Oldman en 'Drácula, de Bram Stoker')
El poder del amor: de viejo grimoso a dandy decimonómico. (Gary Oldman en 'Drácula, de Bram Stoker')

Pero en el caso de las dos a las que nos hemos referido previamente se produce una vuelta de tuerca más. El hombre no adopta un papel de héroe, sino de antihéroe debido a que en un inicio aparece como un ser malvado o con forma de monstruo, y es la mujer la que le salva para que sea bueno y se redima de sus pecados. Y, entonces, él recompone su imagen. La Bestia, al final, se convierte en un hombre bello y bondadoso. Y el conde Drácula deja atrás su imagen de vampiro creepy con más años que Matusalén para ser un dandy seductor que tan solo busca su supervivencia (y la de su amada) en un mundo muy diferente en el que había crecido.

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Resulta curioso que en ninguna de estas narraciones el antihéroe tenga rasgos femeninos. No es una mujer fea, monstruosa y llena de granos la que vive en un castillo encantado y secuestra a un hombre con un cutis perfecto que acaba descubriendo la bondad de su corazón. "La moraleja de este cuento es simple: 'Mira, tu nuevo marido da mucho asco y no te gusta. No te va a tratar mal, pero tú le tienes que querer porque en el fondo es bueno, le tienes que aprender a amar'", opina Ana Lombardía, sexóloga española, con quien hemos explorado estos mitos del amor romántico heterosexual. "Pero en el fondo lo que le pasa a la protagonista es que tiene un síndrome de Estocolmo terrible, ya que no olvidemos que le conoce después de que la secuestre y la encierre en una torre. Se nos dice con estos cuentos que las mujeres tenemos que fijarnos en aspectos masculinos que van más allá de la atracción física, hay que ir más allá porque en el fondo el hombre es bueno y hay que perdonarle. En este relato, el pobre tiene un trauma, y si no es un trauma es un hechizo mágico de una bruja malvada que nosotras vamos a reparar con nuestro amor".

"Muchos hombres no saben muy bien cuál es el papel que deben cumplir, ya que partimos de unos roles tradicionales que tenemos asignados"

Lombardía incide en que está mucho más aceptado socialmente que la mujer tenga que adaptarse al hombre con todas sus carencias que al revés. "Si tú eres buena y cariñosa, estás guapa todo el día y sonríes a pesar de todo, conseguirás que él saque su bondad y descubrirás que en el fondo es bueno para ti", prosigue. "Si no, es tu culpa". Afortunadamente y como decíamos, no todas las relaciones son así. En gran parte, gracias a las reivindicaciones feministas de los últimos años, que cada vez son más visibles y están más aceptadas. Sin embargo, en el mundo hetero todavía existen un montón de prejuicios que tienen que ver con la figura del héroe, la princesa o el antihéroe. Y, del mismo modo, sus opuestos: el pringado bueno y la heroína.

El héroe y la princesa

Ya lo lloraba Enrique Iglesias al inicio de los 2000. El mito más conocido del hombre heterosexual siempre es aquel que versa sobre el héroe que tiene que encontrar y luego salvar a su princesa. Es él quien tiene el poder, quien se opone a las adversidades y lleva los pantalones en la relación. Un prejuicio machista que, afortunadamente, cada vez está más invertido. "Hay un montón de mujeres que ya están muy empoderadas, que son muy independientes y que no necesitan esa figura a su lado", admite Lombardía. "Ellas ya no necesitan que el hombre adquiera el rol de protector, sino más de compañero. Muchos hombres no saben muy bien cuál es el papel que deben cumplir cuando eso sucede, ya que partimos de unos roles tradicionales que tenemos asignados, lo que les genera inseguridad".

placeholder Fotograma de 'El Cuento de la Criada'.
Fotograma de 'El Cuento de la Criada'.

Al igual que hemos repasado ficciones de hace décadas que recurrían a estos moldes, también ahora existen más representaciones espectaculares de ese cambio de roles. Lombardía cita, por ejemplo, la serie El Cuento de la Criada, la adaptación de la distopía de Margaret Atwood, para definir a esa mujer "independiente que debe enfrentarse ella sola a un mundo muy hostil mientras él se queda en casa". Hay momentos en el argumento "en los que él no sabe muy bien qué papel adoptar". Esto también tiene una traducción social en las parejas que aceptan este cambio de roles. "Conozco a muchas mujeres que son ellas las que trabajan y tienen una buena posición, mientras que sus parejas masculinas son las que se quedan en casa cuidando de los hijos, aunque efectivamente todavía no se ve mucho a nivel general".

El canallita

Más allá de los roles dentro de parejas consolidadas, cabe reparar en las leyes de la atracción heterosexuales. Uno de los prejuicios elementales que recaen sobre el género femenino es que ellas tienden a pillarse más del chico que va de malote y es muy atractivo, y no tanto del chico bueno que tampoco es un Adonis. De nuevo, el mito del antihéroe. ¿Ha cambiado este precepto de la atracción con el paso del tiempo? "Muchas más mujeres prefieren a chicos que se muestren vulnerables con sus emociones y expresen lo que desean", afirma la psicóloga.

"El hombre blandengue debe trascender a esta categoría y comprender que su vulnerabilidad o falta de poder en la relación no es algo negativo"

El hecho de que tengamos más aceptado y asociado de que sea el hombre quien se encarga de las tareas domésticas tiene sus efectos en la libido de las mujeres. "Hay estudios que confirman que ellas están más satisfechas en parejas donde se ven más liberadas de los cuidados del hogar o de los hijos", corrobora Lombardía. "No por nada en realidad, sino por la sencilla razón de que disponen de más tiempo libre, entonces están mucho más liberadas y menos cansadas que la mujer tradicional que debía ocuparse de todo lo concerniente a la casa y encima satisfacer al hombre después de que llegara de trabajar".

El hombre blandengue y la mujer fuerte

Más allá de las cuestiones relativas al tiempo, subyace el erotismo que pueden despertar hombres que ya no ofrecen una apariencia de fuertes y rebeldes. De hombres blandengues, como se les viene a denominar después de la campaña del Ministerio de Igualdad. En lo relativo a las mujeres, ¿qué sucede cuando ellas ya no necesitan ni quieren ser salvadas y se empoderan? A este respecto, hablamos de hombres blandengues, también deberíamos hablar de mujeres fuertes. ¿Cómo pueden encontrarse estos dos sujetos ahora que se han despegado de sus categorías tradicionalmente sexistas?

"Se trata de ser capaces de establecer relaciones de igualdad después de que el hombre se reafirme en otro tipo de masculinidad que adquiere roles típicamente femeninos"

"No se trata de equiparar roles ni de asumir que uno es mejor que el otro", explica Lombardía. "El hombre blandengue debe trascender a esta categoría y comprender que su vulnerabilidad o falta de poder no es algo negativo. Y la mujer fuerte lo mismo. Se trata de que sean capaces de establecer relaciones de igualdad en el momento en el que el hombre se reafirma en otro tipo de masculinidad que adquiere roles típicamente asociados a los femeninos". Ambos tienen que dejar atrás los moldes típicamente machistas, tanto como ella debe asumir su fortaleza, él debe aceptar su vulnerabilidad. Pero, en todo caso, "la iniciativa debe partir del hombre", pues él es quien ostenta el privilegio en un primer lugar.

El buen pringao

Pero hay hombres que son blandengues de verdad, y estos a veces resultan ser los más peligrosos. Son aquellos que al no tener una posición dominante como la del canallita o chico malo, pues carecen de poder de seducción o no son muy atractivos físicamente, se refugian en una supuesta bondad encubierta bajo el prejuicio machista ya citado, aquel que dice que "las mujeres siempre se pillan por los gilipollas". Podríamos llamar como el buen pringao aquel tipo de hombre que siente atracción por una mujer que no quiere satisfacer su deseo sexual, y por eso mismo, adopta una posición de inseguridad que puede llevarle a la misoginia, lo que en casos más extremos deriva en el personaje incel.

Foto: Friedrich Nietzsche sentado en un banco en la pérgola de la casa de su madre en Naumburg, 1894 (Fuente: iStock)

El concepto de friendzone, el cual ya tiene una connotación negativa y machista, es el que define ese tipo de relaciones entre un hombre que espera más de una mujer solo por escucharla y estar ahí. Solo por ser su amigo. Lombardía agrega que "es una categoría aborrecible". En cualquier caso, "si siente que no puede ser solo su amigo, lo mejor que podría hacer sería terminar con la amistad, tan solo porque no quiere ni puede serlo".

En La Bella y la Bestia, la popular ficción de Disney que una gran parte de la población infantil mundial consumió a partir de 1991 (año en el que se estrenó), se nos presentaba a una mujer que se enamora de un ser gigante lleno de pelo, cuernos, colmillos, que gruñía y se enfadaba a la mínima de cambio. Al pobre chaval no le faltaba nada para considerarle un monstruo, porque de hecho lo era. Eso sí, un monstruo muy masculino: con orgullosos pectorales y aptitudes físicas. No era un Gollum o un E.T. Tampoco es que deslumbrase por su inteligencia precisamente; tanto tiempo en un castillo solo es lo que tiene.

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