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'Sin tiempo para morir': ¿han convertido a James Bond en el 'hombre blandengue'?
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'Sin tiempo para morir': ¿han convertido a James Bond en el 'hombre blandengue'?

La última entrega de la saga Bond fue el primer gran estreno en posponerse por culpa de la pandemia. Más de un año y medio después, Daniel Craig vuelve a enfundarse el esmoquin

Foto: Daniel Craig y Ana de Armas, en un momento de 'Sin tiempo para morir'. (Universal)
Daniel Craig y Ana de Armas, en un momento de 'Sin tiempo para morir'. (Universal)

Suenan las trompetas del Apocalipsis para el macho testosterónico. Primero ha sido Clint Eastwood quien en ‘Cry Macho’ ha puesto un clavo en la tumba del llanero solitario, quien, en vez de caminar acompañado solo de su sombra hacia el atardecer, se queda bailando un bolero a dos. Ahora es otro icono de la masculinidad exaltada, James Bond, quien incrusta otra punta en el féretro del "mezclado, no agitado" y una amante en cada puerto. Hemos pasado del 007 de Connery, que ‘regalaba’ a sus chicas Bond guantazos a mano abierta como muestra de cariño, al 007 de Daniel Craig, que empieza, primero, a plantearse la idea de formar una familia y, después, a dejar paso a una modernidad en la que el hombre blanco anglosajón representa el último bastión a batir.

La dicotomía entre el Bond salvador del mundo y el Bond familiar se extiende durante las dos horas y cuarenta minutos de duración de la vigésimo quinta entrega de la saga, ‘Sin tiempo para morir’. En la primera secuencia, nos encontramos con un Bond meloso que se ha ido de escapada romántica con su enamorada Madeleine (Léa Seydoux) a Matera, la ciudad italiana esculpida en piedra. Para seguir adelante hay que olvidar el pasado y desvelar los secretos más ocultos, incide el guion de Robert Wade, Neal Purvis y Cary Joji Fukunaga —el responsable de ‘True Detective’ dirige, además—, hasta que los atardeceres dorados enredados entre las sábanas se ven interrumpidos por la irrupción pirómana de Spectre, la organización terrorista presidida por Ernst Stavro Blofeld (Christoph Waltz), a quien Bond encerró en una prisión de alta seguridad en ‘Spectre’, la anterior entrega.

placeholder Daniel Craig y Jeffrey Wright, en Jamaica en 'Sin tiempo para morir'. (Universal)
Daniel Craig y Jeffrey Wright, en Jamaica en 'Sin tiempo para morir'. (Universal)

No faltan los coches de alta gama ni las carreras a toda velocidad por las calles de Italia, Jamaica y los bosques de Noruega. Las escenas de acción que rueda Fukunaga mantienen todo el espíritu Bond y consiguen que, salvo en un par de planos, el espectador consiga obviar el CGI. Y aunque Bond consigue esquivar el plan que uno de los lacayos de Blofeld (Dali Benssalah) ha preparado para matarle, Spectre consigue inocularle la idea de que el único amor real de su vida, Madeleine, es en realidad miembro de la organización terrorista. El individualismo contra la familia. El miedo a la vulnerabilidad que supone que alguien, aparte de uno mismo, importe. La duda lleva a Bond a retirarse en solitario a una choza del Caribe hasta que, años después, Spectre ataca un laboratorio de armas biológicas con el propósito de amenazar a los poderes mundiales con una pandemia de una cepa derivada de la viruela que acabaría con la vida de millones de personas. Se entiende entonces que Universal haya retrasado el estreno del que espera que sea el gran taquillazo del año.

A partir de aquí, la trama se vuelve algo imbricada con la aparición y desaparición de villanos que se alían y se enfrentan algo desordenadamente. Tampoco es que haya mucha épica a la hora de ‘despedir’ a personajes a los que se les presupone un gran peso en la trayectoria del 007. Pero en ‘Sin tiempo para morir’, Fukunaga ha preferido centrarse en el legado de Bond y la necesidad de un cambio en los roles de acuerdo a los nuevos tiempos que corren. “El legado”, subrayan. El personaje de Nomi (Lashana Lynch), una agente afroamericana joven que puja por convertirse en el mejor activo del MI6, representa las nuevas identidades que, a base de méritos, reclaman el lugar que hasta hoy les ha sido vedado.

placeholder Lashana Lynch es Nomi, la nueva agente pujante del MI6. (Universal)
Lashana Lynch es Nomi, la nueva agente pujante del MI6. (Universal)

Ya no son los hombres los que salvan a las mujeres, sino que entran en competición con ellas e, incluso, necesitan de su ayuda. Pero una vez superadas las reticencias iniciales, una vez pasado el tiempo de ajuste a los nuevos códigos, solo queda la colaboración. La nueva chica Bond, Paloma (Ana de Armas), no es una simple mujer objeto. No se ha desprendido de los rasgos sexualizados de la tradición de este personaje —Fukunaga mantiene el escote imposible, el liguero y el tacón de aguja perfecto para correr y para patear cabezas—, por no desnaturalizar el código genético de la saga de Ian Fleming, pero sí se ha rebajado la líbido del protagonista y se ha subrayado otras características de la mujer colaboradora del espía de su Majestad: en este caso la destreza, el humor y la capacidad de aprendizaje. Paloma puede parecer tonta, pero no lo es. Y precisamente utiliza el prejuicio como un arma a su favor.

En ‘Sin tiempo para morir’, Fukunaga aboga por darle a Bond un trasfondo más psicológico de lo habitual e intercala las secuencias de acción con pausas en las que busca en los miedos y las angustias del personaje. Si antaño Bond era una máquina de matar anónima sin más pasado ni futuro que la misión que se le encomendaba, las últimas entregas han ido humanizando al estereotipo y le han otorgado razones para vivir, que son las mismas que sus vulnerabilidades. Sin adentrarnos mucho en la trama —que ya digo, es algo enrevesada—, por allí también aparece el personaje Lyutsifer Safin (Rami Malek), un villano que se mueve por la venganza de un pasado de orfandad, unido tanto a Blofeld como a Bond por su relación con una misma persona: Madeleine.

placeholder Rami Malek es Lyutsifer Safin, un villano trastornado por su pasado. (Universal)
Rami Malek es Lyutsifer Safin, un villano trastornado por su pasado. (Universal)

Poco más se debe desvelar, más allá de que ‘Sin tiempo para morir’ mantiene la esencia de cine de explosiones y palomitas con una vocación de certificar el cambio cultural que la industria del entretenimiento quiere certificar. El hombre viril ya no es puro músculo ni el que tiene la pistola con el cañón más largo. El hombre del futuro, el superhombre, está en contacto con sus sentimientos, conoce el instinto de protección, pero también la ternura, y está dispuesto a sacrificar su posición dominante para garantizar la felicidad y la justicia para los demás. Y es que James Bond, si le da la gana, también llora. Escucha, Chuck Norris: ya solo quedas tú.

Suenan las trompetas del Apocalipsis para el macho testosterónico. Primero ha sido Clint Eastwood quien en ‘Cry Macho’ ha puesto un clavo en la tumba del llanero solitario, quien, en vez de caminar acompañado solo de su sombra hacia el atardecer, se queda bailando un bolero a dos. Ahora es otro icono de la masculinidad exaltada, James Bond, quien incrusta otra punta en el féretro del "mezclado, no agitado" y una amante en cada puerto. Hemos pasado del 007 de Connery, que ‘regalaba’ a sus chicas Bond guantazos a mano abierta como muestra de cariño, al 007 de Daniel Craig, que empieza, primero, a plantearse la idea de formar una familia y, después, a dejar paso a una modernidad en la que el hombre blanco anglosajón representa el último bastión a batir.

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