Un día, un libro: 'Entre este y oeste. Un viaje por las fronteras de Europa', de Anne Applebaum
Comenzamos esta serie de recomendaciones con esta mezcla de libro de viajes y ensayo de historia, que acaba de aparecer por primera vez en español
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En 1991, la periodista polaca-estadounidense Anne Applebaum hizo un viaje desde Kaliningrado, el enclave ruso situado en el mar Báltico, y Odesa, la histórica ciudad ucraniana a orillas del mar Negro. El comunismo había desaparecido y la Unión Soviética estaba desmoronándose. Y todos los lugares que recorrió —ciudades y aldeas de Polonia y Lituania, de Rusia, Bielorrusia y Ucrania— mantenían un aire de ineficiencia y fatalismo debido a las heridas de la historia, en especial los múltiples cambios de fronteras de la Segunda Guerra Mundial y las décadas de sometimiento a Moscú.
Pero Applebaum también advirtió la sensación de oportunidad que había en el ambiente: ¿podían esos países dejar atrás de una vez por todas el dramatismo de su pasado y sumarse a la Europa democrática?
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Como reconoce la periodista, poco después de ese viaje su crónica ya parecía inútil. En unos pocos años, habían estallado tantos nacionalismos, habían aparecido tantos políticos oportunistas y se habían producido tantos choques culturales y económicos que lo que había visto la autora parecía una reliquia.
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Pero leída ahora, esta mezcla de libro de viajes y ensayo de historia, que acaba de aparecer por primera vez en español (Debate), parece muchísimo más actual. Y ayuda a entender no solo la guerra de Ucrania y el irredentismo ruso, sino los muchos conflictos larvados en una región a la que solo parecemos prestar atención cuando tiene lugar una catástrofe.
En 1991, la periodista polaca-estadounidense Anne Applebaum hizo un viaje desde Kaliningrado, el enclave ruso situado en el mar Báltico, y Odesa, la histórica ciudad ucraniana a orillas del mar Negro. El comunismo había desaparecido y la Unión Soviética estaba desmoronándose. Y todos los lugares que recorrió —ciudades y aldeas de Polonia y Lituania, de Rusia, Bielorrusia y Ucrania— mantenían un aire de ineficiencia y fatalismo debido a las heridas de la historia, en especial los múltiples cambios de fronteras de la Segunda Guerra Mundial y las décadas de sometimiento a Moscú.