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'Indiana Jones y el dial del destino': Harrison Ford contra los nazis... y contra el tiempo
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76 EDICIÓN DEL FESTIVAL DE CANNES

'Indiana Jones y el dial del destino': Harrison Ford contra los nazis... y contra el tiempo

James Mangold, director de 'Inocencia interrumpida' y 'Logan', toma el relevo de Steven Spielberg en la quinta entrega de la saga 'Indiana Jones'

Foto: Phoebe Waller-Bridge y Harrison Ford en una imagen del último 'Indiana Jones'. (Festival de Cannes)
Phoebe Waller-Bridge y Harrison Ford en una imagen del último 'Indiana Jones'. (Festival de Cannes)

A lo largo del Festival de Cannes siempre hay dos o tres momentos de caos, colas y peticiones llorosas de entradas marcan la edición. Podrán llevarse la Palma de Oro, pero ni Kore-eda ni Kaurismaki son de los que provocan disturbios entre la turbamulta zombi que intenta acceder al Palais. El fenómeno tiene que ver con el hype, con el evento, con la exclusividad, con que haya miles de personas pegándose de tortas por aposentar sus nalgas en el patio de butacas en el que todo el mundo quiere estar pero al que sólo los mejores llegan. En esta 76 edición del festival de cine más influyente del mundo, uno de esos momentos será el pase de Killers of the Flower Moon de Martin Scorsese; casi nadie ha conseguido entrada para tal magno acontecimiento.

Habrá que conformarse con intuir en la lejanía de la alfombra roja la encogida figura del director flanqueada por dos de sus actores fetiche: Leonardo Di Caprio y Robert De Niro. Trío de italoamericanos. El otro ha sido la premiére de Indiana Jones y el dial del destino, la quinta entrega de la saga parida por Spielberg en 1981 y que más de cuarenta años después ha servido como excusa para entregarle la Palma de Oro de Honor a Harrison Ford. Tan solicitados estaban los asientos que ni Calista Flockhart ha conseguido una plaza al lado de su marido homenajeado.

Vuelve Indiana Jones, que se estrenará en salas españolas el próximo 30 de junio, y vuelve un Harrison Ford melancólico y gruñón, más si cabe aún que el personaje de la primera trilogía. Ya saben que con el tiempo uno se vuelve viejo y malhumorado, sobre todo cuando todavía le persiguen los nazis. Después de cuatro entregas, Steven Spielberg ha cedido por primera vez la dirección a James Mangold, que subvirtió a su manera el género de superhéroes con Logan, la película mucho más árida, más adulta y más melancólica del Universo Marvel.

Por eso, la quinta entrega de Indiana Jones hereda del cine de superhéroes el exceso de CGI, pero también aporta a la película la carga de nostalgia crepuscular que también explotó con Lobezno. Quizás porque Indiana Jones es una de las primeras sagas del cine de aventuras, quizás porque hemos visto envejecer el Fedora de su protagonista, quizás porque podemos volver cuando queramos a la imagen de un Ford cuarentañero sin los achaques de cadera y sin la mirada cansada de quien cree que ya lo ha visto todo, quizás por todo ello, el paso del tiempo adquiere en este caso la densidad de las arenas movedizas, el peso del Pozo de las Almas.

El paso del tiempo

El paso del tiempo es sobre lo que pivota el argumento de Indiana Jones y el dial del destino. El tiempo que fue y el que no pudo ser. La batalla entre anhelar el pasado, el deseo de enmendar los errores y el recelo del futuro. El guión de Jez Butterworth, John-Henry Butterworth y David Koepp sitúa la acción a finales de los sesenta, cuando todo el mundo imagina un porvenir de coches voladores y robots tras la llegada del hombre a la Luna. La arqueología, los objetos antiguos, ya no interesan a nadie, cuando todos los niños quieren ser astronautas, como contaba tan entrañablemente Richard Linklater en Apolo 10 y 1/2. Indiana Jones es ahora sexagenario al borde de la jubilación -en realidad Ford ya ha soplado las ochenta velas-, desubicado en una modernidad multicultural y hippie, el inicio del potaje capitalista y bullanguero estadounidense, donde los valores como la tradición, la lealtad y el patriotismo han dado paso... al dinero.

placeholder Harrison Ford, durante la rueda de prensa de presentación en Cannes de la nueva película de Indiana Jones. EFE
Harrison Ford, durante la rueda de prensa de presentación en Cannes de la nueva película de Indiana Jones. EFE

La película comienza con un flashback hasta 1945, con Hitler ya escondido en el búnker y los alemanes huyendo en espantada hacia Berlín, cargando en un tren todas las antigüedades valiosas que arrasaron a su paso. Es en ese tren donde Indiana Jones encuentra el artefacto que da nombre a la entrega, un dispositivo que habría construido Arquímedes y que, a través de las matemáticas y la astrología, sería capaz de detectar grietas en el espacio-tiempo. Como en todas las películas de la saga, Mangold entra directamente en harina: el héroe rodeado de nazis y saliendo de una situación cada vez más complicada, y la presentación del antagonista ario de turno: el doctor Jürgen Voller (siempre genial y naturalmente villanesco Mads Mikkelsen).

Pero si con Spielberg uno de los alicientes era ver a Ford sufrir montando a caballo, huyendo de piedras de poliespán, colgado de un puente, arrebatando pistolas a latigazos, con el esfuerzo de un tipo humano sólo un poco más habilidoso, más inconsciente de los riesgos y con menos apego a su integridad física que usted y que yo, Mangold apuesta por la espectacularidad del cine de superhéroes, con mucho trabajo de CGI y de chroma, con iglesias góticas estallando en pedazos digitales y bombas de píxeles reventando al enemigo. No es excusa que Ford no pueda trotar y rodar cuesta abajo como cuarenta años atrás -es comprensible que haya que recurrir al deepfake facial en las escenas a caballo-, sino que el propósito es emular al cine de acción actual, donde más y más grande es mejor, aunque se comprometa la verosimilitud de los espacios y las situaciones.

placeholder Phoebe Waller-Bridge en el Festival de Cine de Cannes. EFE
Phoebe Waller-Bridge en el Festival de Cine de Cannes. EFE

De nuevo en los años sesenta, Indiana Jones se ve mezclado en una trama para robar el artefacto construido por Arquímedes. Por un lado le perseguirá una mezcla de agentes de la CIA y mercenarios al servicio de Voller, reconvertido en el profesor Schmidt, al que los mismos americanos que lo derrotaron ahora lo contratan como el principal ingeniero responsable del éxito de la misión espacial a la luna. Mangold habla de cómo el dinero hace que los enemigos se entiendan, cómo todo es susceptible de ser comprado, vendido... o robado. Por otro lado, Indiana Jones perseguirá a su nueva amienemiga, Helena Shaw (Phoebe Waller-Bridge), la hija de un antiguo colaborador del arqueólogo que acabó enloqueciendo a causa del dial de Arquímedes. La química entre Ford y Waller-Bridge es brutal, y la inglesa representa además ese mundo cambiante al que ya no pertenece el protagonista. Ahora es el tiempo de las mujeres, de las minorías, de los billetes verdes.

Indiana Jones y el dial del destino será la oportunidad de Indiana Jones de mirar a la historia directamente a los ojos. También la oportunidad de que el espectador, que probablemente era niño -o no había nacido- cuando se estrenó Indiana Jones: en busca del arca perdida en 1981, sienta sobre sus hombros y sus arrugas el reloj existencial. Además de los gloriosos momentos de acción, de las persecuciones, de la relación de amor-odio pseudofilial entre Ford y Shaw, de los artefactos psicofantásticos, de los chistes cósmico-históricos, esta última entrega es una carta de amor a su personaje protagonista, icono sentimental de muchos de nosotros. Es la oportunidad de enmendar los dolores y de dar una segunda oportunidad a las cosas y las personas que hacen que la vida -y el cine- sean un poco más bonitas. Y más mágicas.

A lo largo del Festival de Cannes siempre hay dos o tres momentos de caos, colas y peticiones llorosas de entradas marcan la edición. Podrán llevarse la Palma de Oro, pero ni Kore-eda ni Kaurismaki son de los que provocan disturbios entre la turbamulta zombi que intenta acceder al Palais. El fenómeno tiene que ver con el hype, con el evento, con la exclusividad, con que haya miles de personas pegándose de tortas por aposentar sus nalgas en el patio de butacas en el que todo el mundo quiere estar pero al que sólo los mejores llegan. En esta 76 edición del festival de cine más influyente del mundo, uno de esos momentos será el pase de Killers of the Flower Moon de Martin Scorsese; casi nadie ha conseguido entrada para tal magno acontecimiento.

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