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'Apolo 10 y 1/2': un peliculón mágico sobre la llegada a la Luna que no te puedes perder
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'Apolo 10 y 1/2': un peliculón mágico sobre la llegada a la Luna que no te puedes perder

Richard Linklater se basa en su propia infancia para bordar esta historia de crecimiento protagonizada por un niño en los suburbios de Texas en 1969

Foto: Milo Coy pone la voz a Stan, el protagonista de 'Apolo 10 y 1/2'. (Netflix)
Milo Coy pone la voz a Stan, el protagonista de 'Apolo 10 y 1/2'. (Netflix)

Mi padre siempre cuenta aquella vez en la que en un viaje de trabajo a Canarias coincidió con un astrónomo que trabajaba en el observatorio del Roque de los Muchachos. Él, médico de profesión, siempre quiso ser astronauta, pero acabó conformándose con las colecciones infinitas de fascículos de 'Cosmos' y la lectura nocturna de novelas de ciencia ficción "de la dura". Resulta que el astrónomo siempre había querido ser médico, y decidieron ambos cambiarse las vidas y las profesiones de ahí en adelante. Pero no. Mi padre nació en 1959. Y pienso que todos los niños que nacieron a finales de los 50 y principios de los 60 se propusieron ser astronautas en un sueño colectivo. Yo hubiese soñado con ser astronauta si en vez de la perspectiva de la precariedad, la pandemia y el presente de la guerra, el horizonte fuese la luna, como toda aquella generación que vivió entre el pánico nuclear y las ciudades futuristas de los 'Supersónicos', con casas-burbuja, familias felices, coches voladores y comida en tubo.

Netflix ha estrenado directamente en casa 'Apolo 10 y 1/2', la última película de Richard Linklater, una celebración de aquella adolescencia sesentera fascinada por la carrera espacial, generación a la que perteneció el propio director, nacido en 1960. Sin apenas promoción, sibilinamente, la plataforma ha estrenado esta joya de animación, delicada pero no sensiblera, que transporta directamente a la fantasía de un chaval de suburbio americano, reclutado por la NASA para emprender una misión secreta: tripular una misión de prueba a la Luna antes del Apolo 11. Esta es la excusa de Linklater para retratar aquella clase media de familias numerosas, urbanizaciones de extrarradio, autocines, rancheras de siete plazas y de los primeros teléfonos de botones.

placeholder La familia protagonista de 'Apolo 10 y 1/2'. (Netflix)
La familia protagonista de 'Apolo 10 y 1/2'. (Netflix)

Esta vez el cheque en blanco de la plataforma ha dado como resultado una de las mejores películas en lo que llevamos de año. La estrategia de Netflix de atraer los grandes nombres autorales y dejarles absoluta libertad creativa hasta el momento se ha demostrado irregular, con joyas que hubiesen sido difíciles de financiar de otra manera como 'Uncut Gems', de los hermanos Safdie, o 'Estoy pensando en dejarlo', de Charlie Kaufman, y caprichos rápida y necesariamente olvidables como 'La burbuja', 'comedia' estrenada prácticamente al mismo tiempo, en la que Judd Apatow despilfarra su presupuesto en un reparto de estrellones y un guion perezoso e inmediatamente añejo. También Netflix parece haber provocado una ola de películas implícitamente autobiográficas, en una oportunidad única e irrepetible para que los directores desempolven sus relatos confesionales sin temor a la venta de entradas, como en el caso de Sorrentino y su 'mano de Dios'.

Linklater ha trasladado su estilo intimista de jovialidad calmada a una película de animación rotoscópica —rodada primero en acción real y luego convertida en dibujo— y ha confeccionado un 'patchwork' de recuerdos, una especie de 'Yo fui a la EGB' yanqui, lleno de tierna nostalgia y amables ocurrencias, un paisaje suburbano a través de los ojos de Stan (Milo Coy). El texano creció en un barrio de Houston que en los años 60 estaba compuesto mayoritariamente por familias de trabajadores de la NASA —"Houston, tenemos un problema" y otras frases célebres—, y entreteje los sueños y fantasías de su 'alter ego' de 10 años con una reconstrucción de la época; sin una trama convencional durante los primeros 40 minutos, en los que se dedica a reescribir sus recuerdos: las bromas telefónicas, las primeras televisiones en color, las series más populares —'Embrujada', 'La tribu de los Brady'—, las reticencias hacia los jipis...

placeholder Otro momento de 'Apolo 10 y 1/2'. (Netflix)
Otro momento de 'Apolo 10 y 1/2'. (Netflix)

Stan pertenece a esa clase ascendente para la que el futuro está lleno de posibilidades. Son seis hermanos en casa y su madre tiene que ingeniárselas para alimentarlos a todos de la manera más eficiente y creativa. Su padre tiene un cargo no demasiado relevante en la mensajería de la NASA, lo que provoca entre chanza y destellos de admiración en el niño. Narrada con la voz de Jack Black, como un Stan ya adulto, Linklater cuenta cómo al protagonista, estudiante modelo, lo reclutan en el colegio unos agentes de la NASA para que participe en la misión Apolo 10 y 1/2. El director salta sin dificultad entre el retrato costumbrista y la fantasía realista —valga el oxímoron— de un niño que fantasea con pasar todas las pruebas y entrenamientos para ese alunizaje secreto con el que quieren asegurar el buen puerto del Apolo 11.

Linklater monta en paralelo la peripecia de Stan con la llegada real de Armstrong, Aldrin y Collins. El planeta entero en un ejercicio colectivo de hipnotismo catódico frente a un hito que suponía el arranque del futuro, en un momento de Guerra Fría, de guerra de Vietnam, de protestas por los derechos civiles, una efervescencia que para Stan parece de otro mundo mientras monta en bicicleta y juega con sus hermanas y sus vecinos. Cuenta como la vida, según su recuerdo, era más sencilla, como los primeros avances tecnológicos empezaban a adueñarse de las casas y como la integridad física de los niños no era una preocupación primordial: "Íbamos todos hacinados en la parte de atrás abierta de una furgoneta, sin cinturones, y parecía que no pasaba nada", bromea. Y, mientras, la música de Canned Heat, Creedence, The Byrds, The Monkees...

placeholder La familia que ve la tele unida permanece unida. (Netflix)
La familia que ve la tele unida permanece unida. (Netflix)

La película rezuma verdad por los cuatro costados. Los detalles, que no pueden ser construidos, sino reconstruidos. La complicidad entre hermanos de diferentes edades en una edad de transición a la madurez, en un 1969 que ha marcado la cultura estadounidense, el fin del 'American Dream' y la disrupción de la contracultura. La encantadora ingenuidad de la voz protagonista, que a su vez abre ventanas a la situación política del momento, como en la escena en la que un vecino afroamericano se queja de la inversión —derroche, según él— en la carrera espacial —no hay que olvidar que, en su momento, hubo mucha oposición a los presupuestos de la NASA—.

La belleza de una animación capaz de captar y transmitir hasta el gesto más nimio. Menos ambiciosa en propuesta que otros trabajos anteriores como la trilogía 'Antes de...' o 'Boyhood', 'Apolo 10 y 1/2' es un ejercicio nostálgico y, aun así, fresco. No es una reivindicación del "cualquier tiempo pasado fue mejor", sino una crónica honesta de cómo era ser un niño texano en aquella época, o más bien cómo fue ser el pequeño Linklater hace 50 años. Incluso puede emparentarse, en cierta forma, con el 'Licorice Pizza' de Paul Thomas Anderson tanto en su desestructura narrativa como en su retrospectiva reconfortante y en ese costumbrismo, si no fantástico, soñador. Linklater no defrauda en una película tímida, que nadie pedía ni esperaba, y que precisamente por ello rebosa de magia y sinceridad.

Mi padre siempre cuenta aquella vez en la que en un viaje de trabajo a Canarias coincidió con un astrónomo que trabajaba en el observatorio del Roque de los Muchachos. Él, médico de profesión, siempre quiso ser astronauta, pero acabó conformándose con las colecciones infinitas de fascículos de 'Cosmos' y la lectura nocturna de novelas de ciencia ficción "de la dura". Resulta que el astrónomo siempre había querido ser médico, y decidieron ambos cambiarse las vidas y las profesiones de ahí en adelante. Pero no. Mi padre nació en 1959. Y pienso que todos los niños que nacieron a finales de los 50 y principios de los 60 se propusieron ser astronautas en un sueño colectivo. Yo hubiese soñado con ser astronauta si en vez de la perspectiva de la precariedad, la pandemia y el presente de la guerra, el horizonte fuese la luna, como toda aquella generación que vivió entre el pánico nuclear y las ciudades futuristas de los 'Supersónicos', con casas-burbuja, familias felices, coches voladores y comida en tubo.

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