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'La habitación blanca': una carta de amor a quien nos enseñó a leer y escribir
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'La habitación blanca': una carta de amor a quien nos enseñó a leer y escribir

Josep Maria Miró reivindica la figura del maestro en esta obra dirigida por el argentino Lautaro Perotti, que se puede ver en el Teatro Español de Madrid hasta el 9 de abril

Foto: El elenco que protagoniza 'La habitación blanca', en el Teatro Español.
El elenco que protagoniza 'La habitación blanca', en el Teatro Español.

A Carlos le hubiera gustado ser astronauta o el inventor de una vacuna, pero trabaja como guardia de seguridad en un supermercado. Se mueve nervioso en ese cubículo sin ventanas donde meten a los sospechosos de haber robado jamón de York y le dice a la mujer que tiene frente a él que vacíe su bolso. Manuel tiene dos hijas, Luna y Zoe, es arquitecto y diseña urbanizaciones con buenos acabados, piscina comunitaria, vistas a la carretera y muchos setos de adelfas. La mujer que se ha encontrado una noche, esperándole dentro del portal de su casa, le dice que la adelfa es una flor preciosa, pero tóxica. A Laia, la cabeza le va a mil y habla muy deprisa, escribe discursos para personas importantes, ha decidido ser madre soltera y dice que es fuerte, muy fuerte, mientras rompe con sus manos cigarros que no fuma. Se lo cuenta a la mujer a la que lleva días viendo desde su ventana, sentada en un banco, siempre a la misma hora. Es la misma mujer que mostrará su bolso vacío a Carlos, la misma que pedirá a Manuel que la deje subir a su casa para ver cómo vive, cómo es su familia. Es la señorita Mercedes y hace treinta años fue su maestra, cuando eran unos críos de seis o siete años. A los tres les preguntará lo mismo: ¿Eres feliz? Y una segunda: ¿Lo hice bien con vosotros?

Esa maestra es Lola Casamayor y esos tres niños a los que enseñó a leer y escribir y que ahora son adultos, Jon Arias, Santi Marín y Paula Blanco, dirigidos por Lautaro Perotti en esta obra llamada La habitación blanca, de Josep Maria Miró, reciente Premio Nacional de Literatura Dramática. Miró, como Sartre, sostiene que “la infancia decide” y propone con esta historia un diálogo con ese “campo de batalla hermoso y terrible” que es la infancia, esos primeros años de educación y formación que nos definen y construyen, en los que aprendemos y jugamos, pero en los que también hacemos y recibimos daño. La obra, que ahora llega al Teatro Español de Madrid, nació del impulso a la dramaturgia contemporánea de la Sala FlyHard de Barcelona, donde se estrenó en junio de 2021 dentro de la programación del Festival Grec, y es la primera vez que se vuelve a representar después de aquellas funciones pospandémicas, con restricciones de aforo y mascarillas en el patio de butacas, con un nuevo reparto, a excepción de Paula Blanco, que repite su papel en escena.

El misterio es sexy

El argentino Lautaro Perotti, actor y director formado en Timbre 4, sitúa la acción en un escenario desnudo con suelo de vinilo blanco, mesa blanca y varias sillas de metacrilato. Un espacio simbólico y vacío como ese lienzo en blanco que somos de niños, cuando todo está por hacer, donde se sucederán esos tres encuentros de la señorita Mercedes con sus tres antiguos alumnos, y donde se irán intercalando los distintos planos de esta historia con estructura de rompecabezas y aire de thriller porque nunca sabremos del todo si esa maestra está viva o es una especie de fantasma de las navidades pasadas que ha venido a comprobar si lo hizo bien, si sus alumnos son buenas personas, si lo que les enseñó sirvió para algo.

placeholder Lola Casamayor, en el papel de esta maestra.
Lola Casamayor, en el papel de esta maestra.

“Yo siempre digo, cuando escribo, que el misterio es sexy y, por tanto, eso siempre está presente en mi obra como un engranaje de teatralidad”, explica a este diario Josep Maria Miró, que explora el tema de la educación como ya hizo en El principio de Arquímedes, que profundiza en una infancia que ya apuntó en Restos del fulgor nocturno y que juega a vincular sus piezas, como si todas formaran parte de una constelación de historias unidas por un hilo invisible, compartiendo personajes o escenarios, y aquí la urbanización que diseña Manuel es la misma en la que vivían los protagonistas de su obra Nerium Park, de 2012.

La infancia como campo de batalla

En La habitación blanca, Josep Maria Miró, de 45 años, ajusta el espejo retrovisor, quizá por esa necesidad de colocar y ordenar el pasado cuando uno ya ha cumplido una edad, pero evita la nostalgia, el almíbar y una visión idealizada de ese tiempo de aprendizaje en clases y recreos. “Una escuela es un sistema de construcción de individuos y también de destrucción, es un sistema de conflicto, y en esta obra no hay inocentes ni culpables, pero habla de esos lugares desde los que podemos arrastrar una herida”, explica Miró, y de ahí que en esta historia, los adultos de hoy no fueron angelitos ayer, tampoco demonios, y aunque la obra no gira en torno al acoso escolar, hay un quinto personaje que les vincula a todos y que no veremos, un niño al que llamaban Pumuki, de tan pálido y pelirrojo, un niño diferente y carismático, pero al que insultarán, al que no cuidarán ni protegerán, un niño que se suicidará cuando cumpla 15 años. Hoy hay nombres, protocolos, se identifican cosas que pueden pasar en los patios de colegio, se sabe cómo actuar y se sabe también que no es responsable el niño, sino que hay adultos que tienen que estar atentos. Esto no existía tiempo atrás y eso obligaba a que cada uno se fuera formando y haciendo lo que podía con su vida. Y eso es central en la obra, ver cómo estos cuatro personajes pueden sobrevivir a las dolencias o los problemas de la primera edad", explica el director del montaje.

Homenaje al maestro

La habitación blanca propone, de alguna forma, el reverso de aquella obra de Roberto Athayde titulada La señorita doña Margarita, en la que Petra Martínez daba vida a una profesora que durante décadas había formado a sus alumnos en valores caducos y autoritarios. La señorita Mercedes de Josep Maria Miró es una mujer preocupada por la bondad, por la cultura, por la importancia del lenguaje, un personaje mucho más cercano a aquel profesor de La lengua de las mariposas, al que dio vida Fernán Gómez, con el que Miró también rinde homenaje a la figura del profesor y a esa marea verde que tanto se ha manifestado en contra de los recortes en la educación pública: “Hay tres pilares en nuestra sociedad —la sanidad, la educación y la cultura— y la figura del maestro es clave, es capital, aunque a veces nos parezca menor”, señala el dramaturgo.

"Hay tres pilares en nuestra sociedad —la sanidad, la educación y la cultura— y la figura del maestro es clave, es capital"

“Yo soy de un tiempo que quizá ha dejado de existir”, dice esa maestra del siglo XX que no solo llega a la vida de sus alumnos para comprobar si son felices, sino también para revisitarse a sí misma, para reflexionar sobre su propia función, aunque a esos adultos se les haya olvidado la importancia de ese vínculo con quien les enseñó a leer. Y ella le dice a Manuel, el arquitecto: “Cada vez que identificas el número de una casa, quizá una que has hecho tú. Cada vez que marcas el teléfono de uno de tus clientes o de alguien de tu trabajo. Cada vez que haces una línea en un plano y colocas un número. Cada vez que miras una placa, juntas unas letras y lees el nombre de una calle. Cada vez que redactas o lees. Cada vez soy yo. Soy esa. Esa relación tienes conmigo”.

placeholder El reparto de 'La habitación blanca'. (Juanjo Marín)
El reparto de 'La habitación blanca'. (Juanjo Marín)

No todo es tan transparente en esta obra y de ahí ese aire de misterio o de thriller que atraviesa por momentos la historia. El autor juega en La habitación blanca con la idea de secreto, con eso que ocultamos de forma consciente o inconsciente y que también nos configura, aunque no nos demos cuenta. “Nuestro trabajo tuvo que ver, sobre todo, con ir descubriendo qué cosas movilizan a estos cuatro personajes sin la necesidad de representarlo o exhibirlo, sino como un motor interno que les obliga a hacer u ocultar las cosas por las que transitan en la obra", explica Lautaro Perotti. A los episodios de daños en la infancia sufridos o infligidos, Miró añade otro, vinculado a una decisión radical por parte de esa maestra, que será despedida de la escuela después de tener un hijo y abandonarlo. Una visión de la maternidad que se confronta con la del personaje de Paula, mujer sola e independiente que quiere ser madre, pero que se pierde dentro de la trama porque el autor apenas explica o profundiza en las razones de esa mujer que decide no ser madre de un hijo biológico porque ya tiene muchos hijos en el aula.

Nos hubiera gustado saber más sobre ese capítulo que plantea una conversación interesante e importante, y quizá ese sea el único pero de esta historia que Josep Maria Miró construye de manera sutil, con un dominio brutal de la tensión narrativa. La habitación blanca es una obra de cámara, una pieza minimalista en apariencia y muy compleja en su arquitectura que Lautaro Perotti convierte en una especie de película plagada de primerísimos primeros planos, dirigida con precisión de cirujano. Los cuatro actores, siempre en escena, entran y salen de ese plano, alternando el papel de protagonista con el de testigo, apoyados únicamente en la palabra y en el gesto, jugando a favor de un texto de diálogos rápidos y fragmentados, y habitando la escena tan compenetrados como un buen equipo.

La habitación blanca. Autor: Josep Maria Miró. Dirección: Lautaro Perotti. Intérpretes: Lola Casamayor, Jon Arias, Paula Blanco y Santi Marín. Hasta el 9 de abril, en la Sala Margarita Xirgu del Teatro Español.

A Carlos le hubiera gustado ser astronauta o el inventor de una vacuna, pero trabaja como guardia de seguridad en un supermercado. Se mueve nervioso en ese cubículo sin ventanas donde meten a los sospechosos de haber robado jamón de York y le dice a la mujer que tiene frente a él que vacíe su bolso. Manuel tiene dos hijas, Luna y Zoe, es arquitecto y diseña urbanizaciones con buenos acabados, piscina comunitaria, vistas a la carretera y muchos setos de adelfas. La mujer que se ha encontrado una noche, esperándole dentro del portal de su casa, le dice que la adelfa es una flor preciosa, pero tóxica. A Laia, la cabeza le va a mil y habla muy deprisa, escribe discursos para personas importantes, ha decidido ser madre soltera y dice que es fuerte, muy fuerte, mientras rompe con sus manos cigarros que no fuma. Se lo cuenta a la mujer a la que lleva días viendo desde su ventana, sentada en un banco, siempre a la misma hora. Es la misma mujer que mostrará su bolso vacío a Carlos, la misma que pedirá a Manuel que la deje subir a su casa para ver cómo vive, cómo es su familia. Es la señorita Mercedes y hace treinta años fue su maestra, cuando eran unos críos de seis o siete años. A los tres les preguntará lo mismo: ¿Eres feliz? Y una segunda: ¿Lo hice bien con vosotros?

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