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Por qué sufrir traumas en la infancia incrementa el riesgo de adicción
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Por qué sufrir traumas en la infancia incrementa el riesgo de adicción

Son varios los estudios científicos que asocian una mayor predisposición a engancharse a las sustancias en caso de que exista un antecedente traumático afincado en la infancia de la persona

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Se trata de una sospecha que ya lleva años intentando ser confirmada. Haber vivido experiencias traumáticas en la infancia hace al individuo mucho más propenso a desarrollar comportamientos adictivos en la edad adulta. Así lo recogía ya en 2002 un estudio publicado en la revista 'Addictive Behaviors' en el que se demostró que existía una relación entre haber vivido experiencias negativas antes de los 18 años (como abuso físico y emocional, pérdida de un padre, presenciar malos tratos o convivir con un miembro familiar con enfermedad mental) con el consumo de alcohol y otras drogas en la edad adulta.

"Los adultos que han pasado por cuatro o más Experiencias Adversas en la Infancia (ACE, por sus siglas en inglés), tienen tres veces más probabilidades de desarrollar problemas con el alcohol en la vida adulta", corrobora la psicóloga Amanda L. Giordano, de la Universidad de Georgia, quien se ha hecho eco de diversos estudios publicados que respaldan esta teoría en un artículo de 'Psychology Today'. "Aquellos que han experimentado tres o más ACEs tienen por su parte más posibilidades de tener comportamientos adictivos con el juego".

"La desregulación del sistema del estrés como fruto del trauma puede provocar efectos negativos en las habilidades para regular las emociones o en el desarrollo cognitivo"

Evidentemente, sufrir experiencias tan negativas en la infancia como las descritas anteriormente, teniendo en cuenta que se trata de un período en el que el individuo sale al mundo y está empezando a formarse, no viene bien a nadie. Afortunados los que no tuvieron que tragar con escenas violentas y crueles cuando eran pequeños. Como reitera Giordano, "dependiendo del género y condiciones genéticas del niño, el tipo de trauma sufrido, la duración del mismo o la presencia o ausencia de un 'cuidador' para sobrellevarlo, los efectos para la salud mental a largo plazo varían", lo que sí que está claro es que se produce una "desregulación del sistema de estrés".

"Nuestro sistema de estrés se rige por el eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA) que nos prepara para responder eficazmente al peligro", explica la experta. "Cuando se identifica un factor de estrés, este eje nos prepara para luchar o para huir, al provocar la secreción de hormonas como la adrenalina o los glucocorticoides. Cuando se activa nuestra respuesta al estrés, experimentamos hiperactivación, aumento de la presión arterial, frecuencia cardíaca rápida, respiración acelerada y una sensación de alarma".

El estrés, el trauma, las emociones

Como es obvio, desde un punto de vista evolutivo el estrés es muy beneficioso, pues nos ayuda a actuar de inmediato ante la sensación de peligro o amenaza, ya sea para enfrentar la situación o salir corriendo. Sin embargo, este se vuelve en nuestra contra cuando se activa de manera descontrolada o sin razón aparente. Y, sobre todo, cuando hemos pasado por una situación desagradable y la sensación de amenaza que hubo en su día persiste de manera crónica. Es lo que también podría ser diagnosticado como un síndrome de estrés postraumático, de ahí que los niños que han tenido que convivir con situaciones de alarma recurrentes durante la infancia acaben mostrando síntomas que tienen que ver con trastornos de ansiedad, excitación continua, hipervigilancia o alerta.

"El alcohol, las benzodiacepinas, los opioides y el cannabis tienen efectos calmantes que sirven para ralentizar el sistema nervioso central"

"Esta desregulación del sistema de estrés, especialmente durante los años del desarrollo infantil, puede provocar efectos negativos en el sistema inmunológico, las habilidades para regular las emociones, en el desarrollo cognitivo, el funcionamiento ejecutivo y a su vez puede aumentar el riesgo de sufrir enfermedades neurodegenerativas", prosigue Giordano. Y, por supuesto, tiene influencia en el sistema hormonal: altera la secreción de oxitocina (relacionada con el apego y la intimidad emocional) y la serotonina (neurotransmisor que regula el estado de ánimo), lo que a su vez acaba redundando en "problemas de apego y sentimientos de depresión".

"El juego ejerce de distractor, sumiendo al jugador en una especie de trance en el que se olvida de todo lo que no sea la máquina"

Entonces, ¿por qué al disponer de estas características vitales el niño está más predispuesto a engancharse a alguna sustancia o comportamiento compulsivo cuando se hace mayor? Básicamente, por una razón de causa-efecto: si hay un estrés postraumático como fruto de una sensación de amenaza que no quedó superada o cuyas sensaciones todavía persisten en el individuo, drogas como el alcohol pueden concederle una sensación relativa y momentánea de placer. Al final, la persona será más fácil que se enganche a estas sustancias debido a que les ofrecen alivio contra la ansiedad o la hiperactividad crónica.

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"El alcohol, las benzodiacepinas, los opioides y los productos del cannabis tienen efectos calmantes que sirven para ralentizar el sistema nervioso central", explica la experta. Por otro lado, "el juego ejerce de distractor, sumiendo al jugador en una especie de trance en el que se olvida de todo lo que no sea la máquina". Del mismo modo, "la cocaína, las anfetamínas, las drogas sintéticas y la nicotina tienen efectos estimulantes de intoxicación que producen energía y estado de alerta".

Todas estas ideas están muy bien expresadas en libros como 'The Deepest Well: Healing the Long-Term Effects of Childhood Trauma and Adversity' de Nardine Burke Harris, fundadora del Centro para el Bienestar de la Juventud de San Francisco. Por todo ello, la superación de una adicción no solo pasa por la resistencia física o mental que el individuo debe generar para controlar el acceso a la sustancia o al comportamiento, sino también por el abordaje de ciertos episodios de su vida tan remotos que posiblemente ni recuerde. Así lo expresa Giordano en la conclusión de su artículo: "el tratamiento para eliminar una adicción requiere de una perspectiva informada sobre el trauma para abordar simultáneamente tanto la experiencia del trauma como las conductas adictivas".

Se trata de una sospecha que ya lleva años intentando ser confirmada. Haber vivido experiencias traumáticas en la infancia hace al individuo mucho más propenso a desarrollar comportamientos adictivos en la edad adulta. Así lo recogía ya en 2002 un estudio publicado en la revista 'Addictive Behaviors' en el que se demostró que existía una relación entre haber vivido experiencias negativas antes de los 18 años (como abuso físico y emocional, pérdida de un padre, presenciar malos tratos o convivir con un miembro familiar con enfermedad mental) con el consumo de alcohol y otras drogas en la edad adulta.

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