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El periodista que contó la transformación de Nueva York y no volvió a escribir nada más
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EL ERIZO Y EL ZORRO

El periodista que contó la transformación de Nueva York y no volvió a escribir nada más

Joseph Mitchell retrató en 'El fondo del puerto' la vida neoyorquina en el frente marítimo antes de convertirse en una de las grandes ciudades del mundo

Foto: Nueva York en torno a 1930. (Getty/Hulton Archive)
Nueva York en torno a 1930. (Getty/Hulton Archive)

En el año 2000, la editorial Anagrama publicó en español El secreto de Joe Gould. Era un libro breve y extraño que constaba de dos reportajes que Joseph Mitchell había escrito sobre un personaje disparatado: un hijo de la aristocracia atlántica de Estados Unidos que en 1916, tras estudiar en Harvard, había ido a Nueva York y se había convertido en mendigo. Se pasaba el día vagando y pidiendo dinero, y la noche durmiendo en las calles o en hoteles sucios; muchas veces se le veía borracho o imitando el vuelo de las gaviotas por la calle. Pero ese personaje bien conocido en los barrios bohemios de la ciudad, había descubierto Mitchell, cuyos reportajes se publicaron originalmente en la revista The New Yorker, estaba escribiendo una gran obra literaria: la Historia oral de nuestro tiempo, un libro que recogía conversaciones, perfiles y retratos biográficos de los personajes con los que se cruzaba en Manhattan. El resultado debía ser un retrato de la vida en la incipiente capital del mundo durante los años cuarenta y cincuenta. Pero, como contó Mitchell, ese libro nunca se escribió, o no de la manera esperada.

Los lectores españoles no lo sabíamos, pero el periodista Joseph Mitchell era una leyenda de la literatura estadounidense. Procedente de Carolina del Norte, donde su padre era un rico granjero y tratante de algodón y tabaco, llegó a Nueva York poco después del crac de 1929 y trabajó en periódicos investigando crímenes, haciendo entrevistas y escribiendo reportajes sobre los bajos fondos. Su padre le dijo: “Hijo, ¿es que meter las narices en los asuntos de los demás es lo mejor que puedes hacer?”.

placeholder 'El fondo del puerto', de Joseph Mitchell.
'El fondo del puerto', de Joseph Mitchell.

Al parecer, sí. En 1938 le fichó el New Yorker y trabajó allí durante 58 años. Durante las dos primeras décadas publicó algunos de los artículos más memorables de la revista, que hablaban de una Nueva York en proceso de desaparición. Mitchell escribía sobre una ciudad en la que aún había inmensas bolsas de pobreza, llena de bohemios que podían vivir en Greenwich Village, describía la vida de los camareros y los raterillos, y los viejos edificios de la ciudad que amenazaban con la ruina; le apasionaban la arquitectura, la vida de los gitanos y, sobre todo, la gente. Era legendaria su capacidad para hacer hablar a sus interlocutores neoyorquinos, con una copa o junto al río; le acababan contando su vida y luego Mitchell los convertía en los protagonistas de sus largos reportajes —“Perfiles”, se llamaban— sobre la ciudad, en los que trabajaba meses y, en ocasiones, hasta años. Era un modelo del periodismo de posguerra y, en cierta medida, uno de los inspiradores de lo que luego se llamó nuevo periodismo.

Son reportajes maravillosos, con una escritura aparentemente fácil, largos monólogos de personajes memorables

Y a esa época pertenecen los maravillosos reportajes que ahora ha publicado en castellano Anagrama en un nuevo volumen. Se titula El fondo del puerto y consta de seis piezas memorables, todas ellas centradas en la vida neoyorquina en el frente marítimo. En ellos aparecen el propietario italiano de un restaurante de pescado, especializado en huevas fritas, que da de comer a los pescadores y pescaderos que faenan en el viejo mercado de Fulton y que cuenta a Mitchell sus peripecias tras llegar a Nueva York e ir encadenando trabajos en restaurantes hasta hacerse con el suyo en el edificio de un viejo hotel vacío. O un octogenario de Staten Island —la parte de Nueva York menos frecuentada y más rural— que le cuenta cómo era la vida de los negros en la época en la que las ostras eran extremadamente abundantes en las aguas de la ciudad y cuya recolección dio trabajo a muchos, entre ellos un grupo de afroamericanos llegados a la ciudad tras la Guerra de Secesión y la liberación de los esclavos. O pescadores, capitanes y guardias marítimos que se conocen perfectamente los ríos y la bahía de Nueva York y le cuentan a Mitchell cómo ha ido acumulando contaminación, dónde aparecen los cadáveres de los asesinados o ahogados y dónde están las partes menos hondas en las que uno podría hacer pie y saludar como andando sobre las aguas a los grandes cargueros que entran en la bahía.

Son reportajes maravillosos, con una escritura aparentemente fácil, largos monólogos de personajes memorables captados —y seguramente un poco manipulados— por Mitchell, descripciones prodigiosas y, también, la constante presencia del propio periodista, que deja entrever aquí y allá su estado de ánimo, la melancolía que le produce ese mundo en progresiva desaparición, el asombro que la ciudad sigue provocándole incluso cuando ya la conoce perfectamente.

Foto: Periodista de televisión, en Reino Unido. (Reuters)

Pero la carrera de Joseph Mitchell terminó de manera extraña. Después de convertirse en un referente para los periodistas y los escritores, y en una de las estrellas de su revista, pero no en un escritor famoso, Mitchell dejó de escribir. De hecho, la historia de Joe Gould fue la última que publicó, y después pasó 30 años acudiendo a su oficina en el New Yorker, pero ya fue incapaz de escribir nada más. Se convirtió en una leyenda, pero de una naturaleza distinta: el escritor que no escribe (y al que, milagrosamente, por respeto a sus logros pasados, su revista no despide). Hasta que en los años noventa empezaron a aparecer recopilaciones de sus artículos de 40 años atrás, que le dieron a conocer a los lectores más jóvenes que no habían sabido de su existencia y le convirtieron de nuevo en una pequeña estrella neoyorquina. Fruto de esa nueva relevancia, se empezaron a traducir sus libros al extranjero; hace 20 años, al español, El secreto de Joe Gould.

Ahora, El fondo del puerto, que es incluso mejor y más representativo de la obra de Mitchell que el primero. Corran a leerlo: es una obra maestra del detalle, la empatía por los personajes anónimos y el retrato de la vida urbana y sus transformaciones.

En el año 2000, la editorial Anagrama publicó en español El secreto de Joe Gould. Era un libro breve y extraño que constaba de dos reportajes que Joseph Mitchell había escrito sobre un personaje disparatado: un hijo de la aristocracia atlántica de Estados Unidos que en 1916, tras estudiar en Harvard, había ido a Nueva York y se había convertido en mendigo. Se pasaba el día vagando y pidiendo dinero, y la noche durmiendo en las calles o en hoteles sucios; muchas veces se le veía borracho o imitando el vuelo de las gaviotas por la calle. Pero ese personaje bien conocido en los barrios bohemios de la ciudad, había descubierto Mitchell, cuyos reportajes se publicaron originalmente en la revista The New Yorker, estaba escribiendo una gran obra literaria: la Historia oral de nuestro tiempo, un libro que recogía conversaciones, perfiles y retratos biográficos de los personajes con los que se cruzaba en Manhattan. El resultado debía ser un retrato de la vida en la incipiente capital del mundo durante los años cuarenta y cincuenta. Pero, como contó Mitchell, ese libro nunca se escribió, o no de la manera esperada.

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