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Los amigos rituales no son tus amigos pero quizá sean los más importantes en tu vida
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'TRINCHERA CULTURAL'

Los amigos rituales no son tus amigos pero quizá sean los más importantes en tu vida

Solo los ves una vez al año, compartes cada vez menos cosas con ellos y te parecen desconocidos, pero no puedes dejar de verlos porque te recuerdan quién fuiste y quién eres

Foto: Habrá que quedar. (Reuters/Susana Vera)
Habrá que quedar. (Reuters/Susana Vera)

A estas alturas ya habrás recibido el mensaje una, dos, tres o cien veces: "Bueno, habrá que organizar cenita de Navidad, ¿no?" Si uno revisa cuál fue el anterior mensaje en el grupo de WhatsApp, probablemente encontrará algo así: "Qué bien lo pasamos anoche, a ver si no pasa otra vez un año antes de vernos". Nunca ocurre. En ese grupo de WhatsApp, como en cientos de millones de grupos de WhatsApp de toda España, la gente solo queda una vez al año. Podríamos denominar a estas relaciones "amistades rituales".

Las amistades rituales mantienen un vínculo continuo, pero carecen de las características esenciales de la amistad. Los amigos rituales no tienen confianza, ni intimidad, ni cariño. Tampoco aguantan decepciones ni exigencias. Muchos no los llamarían ni amistad. Las amistades rituales repiten religiosamente los mismos ciclos, los mismos actos, pero no evolucionan. Es posible que los amigos rituales descubran, meses después, que se ha muerto la madre de otro amigo ritual sin que nadie le haya dado el pésame. Pero cómo no nos has dicho nada.

La amistad ritual llena los restaurantes de amigos que solo se ven cada doce meses

La Navidad es el momento propicio para el retorno de los amigos rituales, que asoman la cabeza por los grupos de WhatsApp y se corporeizan ante nosotros en ese restaurante abarrotado de quedadas de amigos rituales con un jersey de cuello vuelto, el amigo invisible mal envuelto bajo el brazo y ganas de farra. La de la amistad ritual es toda una industria: qué sería de la restauración sin esas comilonas navideñas donde se invierte como peaje anual cincuenta euros para deshacerse de la sensación de culpa por no haber llamado a tus amigos rituales durante el resto del año.

Vale también para cumpleaños, bodas y funerales. "Je, je, hasta el año que viene, je, je". Y la misma broma al siguiente año: "Je, je, hasta el año que viene, je, je". Cumplir etapas vitales es ver cómo evolucionan esos actos en los que uno ve a sus amigos rituales: primero, cumpleaños, luego, cenas de Navidad, más tarde bodas, luego nacimientos y finalmente entierros. Hacerse viejo es ver a tus amigos rituales solo en entierros. O, peor aún, enterrarlos. Se dice: "A ver si nos vemos en otro contexto más alegre", pero nunca ocurre. Porque la clave de la amistad ritual es que no hay otro contexto posible.

La amistad surge de contextos muy determinados, de Vietnams sentimentales: un jefe cabrón, un profesor detestado, un amigo común inaguantable. El colegueo nace del odio porque este estimula la solidaridad, esencial para forjar alianzas. Pero la amistad verdadera es la que trasciende esos contextos y se mantiene aunque las circunstancias que la propiciaron hayan desaparecido. Te hiciste amigo en el instituto, sigues siéndolo en la universidad. Lo conociste en un viaje en Cancún, quieres quedar con él en Parla. Lo viste por primera vez en la biblioteca, no te importaría comerte un bocadillo de chorizo con él. El contexto da igual, importa la persona.

Las amistades rituales se constituyen en torno a la idea de que, desaparecidos esos contextos, hay que buscar otros nuevos que pongan a todos en común y que, por lo general, son las cenitas. Nos graduamos hace años, pero siempre podemos organizar una cenita de antiguos alumnos. En algún momento, entre el primer vino y los entrantes, esos que han sido tan difíciles de elegir porque siempre hay alguien que ejerce su derecho a veto y se terminan pidiendo croquetas que, total, gustan a todo el mundo (de eso van las amistades rituales, del mínimo común denominador, de croquetas un año tras otro), ocurre: nos damos cuenta de que cada año tenemos menos que ver con los demás. Que nuestros amigos son desconocidos.

Las anécdotas exageradas son los mitos fundaciones que articulan esa amistad

Lo único que nos une a ellos es el pasado, es decir, las anécdotas que cada año reciben un nuevo barniz épico. Aquellas historietas canallas son como un romance medieval, que cada vez que se relatan incorporan nuevas peripecias cada vez más inverosímiles, pero que todos los amigos rituales dan por buenas porque son los mitos fundacionales que articulan su relación. Después de la cenita, la borrachera sirve como via crucis para expiar esa culpa a través del garrafón, que hace desaparecer la sensación alienante de descubrir que tus amigos ya no lo son. A la mañana siguiente, uno tiene resaca física y emocional. Hemos mentido cuando decíamos "es una pena que no tengamos más relación, a ver si lo remediamos". Un mensaje en el grupo ("qué bien lo pasamos anoche, hay que repetir") y a esperar doce meses.

Por muchos años

Así visto, qué mala pinta las amistades rituales. Son superficiales, banales, cansinas, meras convenciones sociales. En ellas no hay espacio para el sufrimiento, las alegrías, las frustraciones y las miserias y glorias diarias, el verdadero pegamento de la amistad. Y, sin embargo, todos las mantenemos. ¿Quién puede decir que no a su grupo de amigos de la infancia, es decir, a su yo niño? Quizá haya algo en las amistades rituales que las haga, en algunos sentidos, más importantes que las amistades reales. No por la amistad, sino por el ritual, que cada vez tenemos menos.

placeholder ¿Amigos de toda la vida o amigos rituales? (Reuters/Jon Nazca)
¿Amigos de toda la vida o amigos rituales? (Reuters/Jon Nazca)

Al final, nos sometemos a otra sesión de decepción y cogorza para recordar quiénes somos, es decir, quiénes fuimos. No quedamos con nuestros amigos rituales por ellos, sino por nosotros. Son el tributo anual a pagar por mantener vivos nuestros otros yoes desaparecidos, un pequeño sacrificio para que esos otros pasados no mueran. Las quedadas de Navidad son portales a otras realidades que no queremos cerrar. Porque si hay algo que nos defina en el siglo XXI, es que lo deseamos todo, que no estamos dispuestos a renunciar a nada. Una cenita es un peaje barato por no morir.

Las amistades rituales expanden nuestros horizontes, o al menos, los mantienen abiertos. Es aburrido ver solo a los amigos de siempre, los de verdad, los buenos, buenos. Ya nos los conocemos. Necesitamos esos amigos de la zona gris para recordar quiénes somos, de dónde venimos, aunque no nos ayuden a saber dónde vamos. Evocan recuerdos lejanos, risas de hace décadas, flechazos que reviven durante un par de horas antes de que el orden natural de las cosas vuelva a imponerse. Está bien vivir en un mundo en el que puedes quedar con gente que no tiene nada que ver contigo.

Su pretensión es alcanzar el mínimo de "verse las caras" para seguir siendo amigos

Las amistades rituales presentan la paradoja de que son estables, porque se repiten rigurosamente año tras año, pero no tienen vocación de estabilidad. Su única pretensión es alcanzar el porcentaje mínimo de "verse las caras" para que dos personas puedan seguirse llamando amigos, alivian el miedo a la muerte que supone despedirse para siempre de alguien, nos evitan enfrentarnos a esa decisión inasumible que es dar una amistad por finiquitada. Son una receta frente a la muerte, que es aceptar que nunca volveremos a hacer algo que nos gustaba hacer.

Tiene toda la lógica del mundo que las amistades rituales se reúnan coincidiendo con los viejos rituales. Bodas, bautizos y comuniones. Funerales, cenas de Navidad y cumpleaños. Como todo acto ritual, siempre producen el fastidio propio de aquello que se nos impone, pero son necesarios para anclarnos a quienes somos, a nuestro pasado. Cuando esta semana te sientes al lado de aquel tipo que un día fue tu compañero de pupitre y ahora es un startupero que se ha arruinado con los bitcoins, recuerda que no es tu amigo. Es, simplemente, parte de un ritual que te permite recordar quién eres, y quién has dejado de ser. Hasta el año que viene.

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A estas alturas ya habrás recibido el mensaje una, dos, tres o cien veces: "Bueno, habrá que organizar cenita de Navidad, ¿no?" Si uno revisa cuál fue el anterior mensaje en el grupo de WhatsApp, probablemente encontrará algo así: "Qué bien lo pasamos anoche, a ver si no pasa otra vez un año antes de vernos". Nunca ocurre. En ese grupo de WhatsApp, como en cientos de millones de grupos de WhatsApp de toda España, la gente solo queda una vez al año. Podríamos denominar a estas relaciones "amistades rituales".

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