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Cómo triunfar contando tus problemas o la renovación generacional en redes
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'TRINCHERA CULTURAL'

Cómo triunfar contando tus problemas o la renovación generacional en redes

La perfección ha muerto de éxito y ya no se lleva. Los jóvenes ahora construyen su éxito con narrativas mucho más identificables y cercanas para el público

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Los has visto. Son unos rostros agradables que, desde ángulos e iluminaciones similares, nos devuelven una y otra y otra vez la mirada desde la pantalla. A veces en la playa o en un club, otras en un restaurante, en su casa, en un hermoso paisaje o en el gimnasio. Los gestos se repiten, copiándose a sí mismo y a otros; la ropa transiciona por tendencias que ya no recuerdas la primera vez que viste. Comparten citas que ya conoces y desayunan lo mismo que el resto de internet, una amalgama de 'colorinchis' proteicos, comida de verdad que parece de mentira. Posan con sus hijos en un jardín, día tras día y semana tras semana, para que lo único que cambie sea la talla de las criaturas.

Para ser la industria definitiva del yo, los 'influencers' han abusado demasiado de lugares comunes. Originalmente, estas personas, lejos de ser los profesionales de las redes que son ahora, eran unos humildes aficionados a alguna actividad o disciplina sobre la que compartían su opinión y saber hacer. Este altruismo espontáneo se mezclaba con la ingenuidad propia de las primeras redes sociales y la construcción de alter ego en los foros, muchos basados en caracteres de ficción a los que uno desearía parecerse. Al mismo tiempo y de manera paulatina, las disciplinas que favorecen la aparición del rostro de los interlocutores en pantalla despegaron pronto como temas fuertes en un internet cada vez más visual, cada vez más personal.

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Todos estos factores conformaron la primera hornada de lo que ahora se llamaría "creadores de contenido". Ni ellos mismos ni sus comunidades sabían que estaban originando un nuevo oficio; un trabajo que, como el de director en los albores del cine, ha pasado en muy poco tiempo de una excentricidad a un privilegio. La trayectoria profesional de aquellos que aún se mantienen en activo desde entonces es historia viva de internet y del capitalismo reciente. Cuando esta gente comenzó sus andanzas públicas nadie envidiaba sus ocupaciones, sus posesiones, sus vidas. Todo aquello vino después, junto con el dinero que aún no sabían que podían hacer manteniendo la atención ocupada de una audiencia anónima.

Como ocurrió con los sucesivos concursantes de Gran Hermano tras la primera edición en el 2000, los que siguieron a esta explosión inicial de influencia venían con la lección bien aprendida. Sin llegar al imposible éxito sintético, a la fórmula magistral de la Coca-Cola, poco a poco se fueron añadiendo ingredientes que favorecen la visibilidad de estos nuevos buscavidas profesionales: frecuencia y horario de actualización, técnicas de 'engagement' para fomentar el compromiso del público, rostros y cuerpos producidos, alimentación y rutinas escenificadas, estéticas llamativas. Un ascendente y casi eterno etcétera de trabajos de estudiada espontaneidad. La era de las aspiraciones y la estandarización había llegado.

Una nueva corriente revuelve las tranquilas aguas de estos disfrutones 'copypaste'

Todo esto tuvo un sentido mayoritario durante un tiempo y, de hecho, aún lo tiene para muchos. Esta puesta en escena, no siempre con un fin último premeditado y consciente, ponía en relieve la idea de persona de éxito hecha a sí misma, una figura en auge tras la debacle económica de 2008 (recordemos que Instagram se lanzó en 2010, el mismo año de creación del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera). Redefiniendo el éxito según convenga —aunque en redes todo sea parametrizable y medible— se han apropiado de la filosofía de este tropo de la red desde millonarios de casta hasta muertos de hambre con Smartphone. Sean cuales sean las circunstancias, estas figuras dan un poquito más de sí, meditan para calmar su mente, muestran su mejor cara, se organizan, se preparan, se forman, cuidan de sí mismos y sobre todo, disfrutan. Estas personas, como dice la chavalada digital, en un calco exacto del inglés, "viven su mejor vida" pase lo que pase.

Sin embargo, una nueva corriente revuelve desde hace un tiempo las tranquilas aguas de estos disfrutones 'copypaste'. Toda esta positividad y crecimiento personal sumados a diez años de inestabilidad económica y exposición mediática dio un resultado no por lógico menos sorprendente: una situación de 'burnout' generacional. La gente está, simple y llanamente, quemada. Recuperando cierto tono emo de posadolescente en los primeros 2000, muchas figuras públicas comenzaron a dar signos de cansancio, especialmente aquellos pioneros que seguían al pie del cañón. Más de diez años laborables en internet es el equivalente a una vida entera de trabajo convencional, en términos de cambio y maleabilidad. La mezcla de trabajo creativo, pero rutinario, gestionado sin descanso durante toda la veintena, tiene unas consecuencias. Después de un ciclo de renuncias, llamadas de atención, pataletas públicas y retiradas parciales el problema se redireccionó hacia el activismo, usándolo como herramienta de concienciación en torno a la salud mental.

Esta tendencia no se limita al debate de la salud mental, sino que se amplía a toda una serie de tabúes como las relaciones familiares

Aunque no son los únicos, quienes han asimilado con mayor naturalidad esta corriente son los jóvenes, la llamada generación Z. Sin transmitir ningún tipo de quemazón (supongo que aún no les ha dado tiempo), hablan de sus problemas personales como parte de su mensaje, sin voluntad de queja pero sí de cambio y naturalizando muchos temas. Es esperable que, por las características de la profesión y la exposición masiva, algunas figuras públicas especializadas en fitness, nutrición o estilo de vida tuvieran una relación complicada con su cuerpo. Sin embargo, hasta hace muy poco era impensable que alguien con este trabajo hablase de trastornos de la alimentación como hace, por ejemplo, Linda Sun. Esta tendencia no se limita al debate de la salud mental, sino que se amplía a toda una serie de tabúes como las relaciones familiares o la condición socioeconómica. Todo esto sin descuidar la estética, la actividad ni la interacción con total profesionalidad. Quizá se pueda discutir sobre la dignidad que hay en ganar dinero compartiendo los problemas, como se debió haber hecho más en torno a las mentiras de la perfección, pero sin duda son procedentes que permiten que haya una conversación algo más honesta en redes.

Hace unas semanas, Ter, youtuber millennial de cultura popular, publicó un video bastante cuestionable llamado "influencers"; así, con minúsculas y comillas. En él, la divulgadora de 'mamarrachismo' ilustrado, como se define, ponía la responsabilidad última de las consecuencias de la publicidad en redes en el receptor y no en el emisor del mensaje. Sin embargo, y más allá del uso que se haga de este argumento, Ter exponía en su canal que los 'influencers' no influyen sobre las opiniones de nadie, sino que representan ideas de su audiencia. Sin saber qué clase de persona se ha podido sentir identificada alguna vez con, por ejemplo, gente como Chiara Ferragni, es evidente que esta percepción sobre la relación entre comunicadores y público tiene vigencia en la última generación de creadores de contenido.

Los has visto. Son unos rostros agradables que, desde ángulos e iluminaciones similares, nos devuelven una y otra y otra vez la mirada desde la pantalla. A veces en la playa o en un club, otras en un restaurante, en su casa, en un hermoso paisaje o en el gimnasio. Los gestos se repiten, copiándose a sí mismo y a otros; la ropa transiciona por tendencias que ya no recuerdas la primera vez que viste. Comparten citas que ya conoces y desayunan lo mismo que el resto de internet, una amalgama de 'colorinchis' proteicos, comida de verdad que parece de mentira. Posan con sus hijos en un jardín, día tras día y semana tras semana, para que lo único que cambie sea la talla de las criaturas.

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