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Soldados rusos de 19 años en ataúdes de zinc: el fantasma de Afganistán vuelve en Ucrania
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Soldados rusos de 19 años en ataúdes de zinc: el fantasma de Afganistán vuelve en Ucrania

Más bajas rusas que las de EEUU en Afganistán e Irak en dos décadas, las madres rusas engañadas, la censura y los muertos regresan de la pesadilla soviética de Afganistán

Foto: Ataúdes de zinc recreados en la serie 'Chernobyl', idénticos a los de Afganistán.
Ataúdes de zinc recreados en la serie 'Chernobyl', idénticos a los de Afganistán.
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"Nadie había visto todavía los ataúdes de zinc. Fue más tarde cuando nos enteramos de que los ataúdes llegaban a la ciudad y que los enterraban en secreto, de noche, y en las lápidas ponían 'falleció' en vez de 'cayó en combate'. Nadie se preguntaba: ¿por qué de pronto los chavales de diecinueve años se mueren haciendo el servicio militar? ¿Es por el vodka? ¿Por la gripe? ¿O tal vez se habrán empachado de naranjas?".

La pesadilla del infierno de Afganistán ha vuelto de pronto, como ya lo hiciera brevemente en 2014 en la Guerra de Crimea: soldados y sus madres que no sabían a lo que iban, impactantes imágenes de casi adolescentes capturados por los ucranianos llamando a sus familias, ruedas de prensa en las que ellos mismos piden perdón. Y el apagón informativo, las mentiras, la censura y el terrible castigo de hasta 15 años en prisión por no obedecer a la madre patria según Putin.

Puede que el presidente ruso no quiera recuperar exactamente lo que significó la URSS, pero su estilo y escuela son calcados a los del totalitarismo soviético. Lo que narraba Svetlana Alexievich, en 'Los muchachos de zinc: voces soviéticas de la guerra de Afganistán' (Penguin), publicado en 1992 apenas un año después de la desmembración de la URSS y recopilado de algunos artículos de la era ‘Glasnost’ de Gorbachov dos años antes, es un adelanto de lo que ya está pasando ahora mismo en Rusia.

"Déjenme abrir el ataúd... Déjenme ver a mi hijo... —Pretendía abrir el ataúd con un destornillador"

Esa generación que volvía a casa en los ataúdes revestidos de zinc porque era barato, fácilmente disponible y no se oxidaba. Si el soldado no estaba demasiado desfigurado, se dejaba un corte cerca de la cabeza para verlo, pero si el cuerpo estaba demasiado destrozado, el ataúd se sellaba, que era lo más habitual:

"En el cementerio todos estaban callados, había mucha gente, pero todos guardaban silencio. Yo tenía un destornillador en las manos, no conseguían quitármelo.

—Déjenme abrir el ataúd... Déjenme ver a mi hijo... —Pretendía abrir el ataúd de zinc con un destornillador".

Totalitarismo ruso

También es la historia de cómo se censuró una guerra y las consecuencias de una huella imborrable en más de una generación. Hace unos días, una presentadora de televisión trataba de burlar la censura con un cartel en plena emisión de la cadena rusa. Detenida de inmediato, recuerda a los más oscuros tiempos del totalitarismo soviético. Lo mismo está ocurriendo con todos aquellos que en señal de protesta están mostrando un folio en blanco...

placeholder Soldados rusos en Afganistán. (Getty/Gamma-Rapho/Eric Bouvet)
Soldados rusos en Afganistán. (Getty/Gamma-Rapho/Eric Bouvet)

Lo que prácticamente no se recuerda es que la propia Svetlana Alexeviech fue perseguida poco después de publicar sus artículos y su libro, cuando algunas de las voces rotas de la guerra que le habían prestado su testimonio se rebelaron, instigadas por la maquinaria del poder con amenazas, coacciones y manipulaciones. Lo mismo ocurrió con Artyom Borovik, quizás el primer periodista ruso en contar lo que ocurría realmente en Afganistán:

"Me acusaron de todo tipo de pecados mortales: que en realidad nunca había estado en Afganistán y, por lo tanto, todas mis descripciones eran puras fabricaciones, que yo era un traidor y un impotente literario, esto por la observación de que, al final, la guerra recordaba cada vez más el acto sexual de los impotentes" (A. Borovik, 'The Hidden War A Russian Journalist Account of the Soviet War in Afghanistan').

"La gente aquí actuaba, vivía, como si nosotros no estuviéramos allí. ¡Ah! ¿Que hay una guerra?"

Es otro de los escenarios que sufrirá Rusia, sea cual sea el resultado de su invasión, al quedar cada vez más aislado, casi totalmente al margen de cualquier control. La verdad no es más víctima que las propias víctimas, pero su desaparición pesa como una losa que es luego muy difícil de levantar y que condena a sus sociedades. La otra guerra de Putin es también la del relato y para ello necesita triturar voces como las de Afganistán en el final de la URSS y la creación de la Federación Rusa.

Guerra fantasma

Trece años antes, en 1979, cuando comenzó el conflicto de Afganistán, los medios soviéticos prácticamente ignoraron la guerra: "Actuaron fundamentalmente como agentes de política exterior y militar, más que como agentes de información interna. No fue hasta mucho más tarde cuando las fuerzas soviéticas fueron retratadas realizando tareas humanitarias que no son de combate a petición de los revolucionarios afganos" (Ali T. Sheikh, 'Soviet and western media coverage of the afghan conflict').

En realidad, solo a mediados de 1984 se empezó a admitir que los soldados soviéticos morían en Afganistán, y se debió en gran parte al maldito accidente nuclear de Chernóbil y la creciente presión internacional. Así, antes del otoño de 1986, los informes sobre las actividades de combate se centraban casi exclusivamente en elogiar el coraje y el valor de los soldados "internacionalistas" desinteresados que estaban llevando a cabo heroicamente sus tareas militares. Es posible que en esta invasión de Ucrania tenga que acelerarse el proceso, tampoco estamos del todo seguros, ante la dificultad de acceder a sus informaciones tras la censura occidental, a su vez, de RT y Sputnik, por ejemplo.

placeholder Svetlana Alexievich, en Kabul.
Svetlana Alexievich, en Kabul.

Lo que está claro es que la desinformación soviética en esos primeros años era tan brutal como la que se ha podido comprobar al comienzo de la invasión de Ucrania. Uno de los testimonios que recoge Alexievich, al igual que el que abre el artículo, ilustra bien la delirante situación:

"¡Sí, yo lo creía! En 1983 vine a Moscú. La gente aquí actuaba, vivía, como si nosotros no estuviéramos allí. Como si no hubiera ninguna guerra. En el metro, igual que siempre, se reían, se besaban. Leían. Yo caminaba por la calle Arbat e iba parando a la gente: »—¿Cuántos años hace que dura la guerra de Afganistán? »—Ni idea... »—¿Cuántos años hace que dura esta guerra?... »—Dos, tal vez... »—¡Ah! ¿Es que hay una guerra, en serio?".

S. Alexievich: "Ha puesto un precio muy bajo a su rostro quemado y al ojo que perdió"

Uno de los terribles aspectos de aquella locura desinformativa fue sin duda también que iba como de costumbre adornada de una propaganda patriótica enfermiza e irreal que evidentemente tenía sus raíces muy profundas en el estalinismo y la Gran Guerra Patriótica —la Segunda Guerra Mundial—. La razón por la cual muchos de los reportajes y libros, tanto de Borovik como de Alexievich, podían ser refutados para escarnio de la sociedad.

En los reportajes que comenzaron a emerger en los años 1983 y 1984, los soldados soviéticos eran glorificados y retratados como héroes y salvadores del pueblo afgano, un poco al estilo de la supuesta guerra contra los 'nazis' ucranianos y sus matanzas de prorusos en el Donbás, que pretende ahora la maquinaria de prensa rusa.

Su horrible verdad

Así, Alexievich fue demandada en varias ocasiones por algunos de los personajes que le habían confiado sus fantasmas sencillamente porque se sentían posteriormente acosados por su supuesta indignidad y falta de valores en una sociedad carcomida por las mentiras soviéticas. En uno de los juicios, el exsoldado Oleg Liashenko se enfrentaba a la premio Nobel bielorrusa ante la jueza Gorodnicheva:

T. Gorodnicheva: "¿Cuáles son las exigencias del demandante?".

O. Liashenko: "Que la escritora pida disculpas públicamente y que me recompense por el perjuicio moral...".

T. G.: "¿Solo insiste en que los datos publicados se rectifiquen?".

O. L.: "Además, por la profanación de mi honor de soldado, exijo que S. Alexievich me compense con un pago de 50.000 rublos".

Foto: Soldados soviéticos en Afganistán

S. Alexievich: "Oleg, no creo que estas sean palabras suyas. Habla por boca de otra persona... Le recuerdo distinto... Ha puesto un precio muy bajo a su rostro quemado y al ojo que perdió... No me cite en los juzgados. Me ha confundido con el Ministerio de Defensa, con el Buró Político del Partido Comunista de la Unión Soviética...".

T. G.: "¡Protesto! Otra vez presión psicológica...".

S. A.: "Cuando usted y yo nos encontramos, Oleg, usted era franco y yo sentía miedo por usted. Me preocupaba que pudiera tener problemas con el KGB, puesto que a todos les habían obligado a firmar un compromiso de confidencialidad. Le cambié el apellido. Lo cambié para protegerle, pero ahora ese cambio me protege a mí de usted. Dado que el testimonio no está firmado con su nombre y apellidos, se trata de una imagen colectiva... Su reclamación es infundada".

O. L.: "Que no, esas son mis palabras. Yo lo dije... Se explica exactamente cómo me hirieron... Y... Todo eso es mío...".

O aún peor, cuando una de las madres de aquellos soldados rusos, Ekaterina Platítsina, arremetía en otro de los juicios contra Alexievich en un arrebato de sencilla frustración cuando afirmaba inicialmente que la imagen de su hijo salía vilipendiada en el libro y que no se ajustaba a la verdad ante las terribles afirmaciones que se vertían en el libro, para acabar afirmando entre lágrimas: "Me dice usted que debo odiar al Estado, al partido... Pero ¡me enorgullezco de mi hijo! Murió como un oficial de guerra. Sus compañeros le querían. Yo amo el país donde vivíamos, la Unión Soviética, porque mi hijo dio la vida por él. ¡A quien odio es a usted! No necesito su horrible verdad. ¡Nadie la necesita! ¡¿Me oye?!". Esa horrible verdad que emergerá igualmente ahora quiera o no Vladímir Putin.

"Nadie había visto todavía los ataúdes de zinc. Fue más tarde cuando nos enteramos de que los ataúdes llegaban a la ciudad y que los enterraban en secreto, de noche, y en las lápidas ponían 'falleció' en vez de 'cayó en combate'. Nadie se preguntaba: ¿por qué de pronto los chavales de diecinueve años se mueren haciendo el servicio militar? ¿Es por el vodka? ¿Por la gripe? ¿O tal vez se habrán empachado de naranjas?".

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