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Tenaza en Kiev: la mayor batalla de la Historia, el mayor error de la II Guerra Mundial
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BATLLA DE KIEV

Tenaza en Kiev: la mayor batalla de la Historia, el mayor error de la II Guerra Mundial

Las casi mil jornadas de fuego que causaron a Stalin la pérdida de 665.000 soviéticos prisioneros por el Tercer Reich

Foto: Recreación de las ruinasa de Kiev tras la gran batalla de la II Guerra Mundial
Recreación de las ruinasa de Kiev tras la gran batalla de la II Guerra Mundial

Stalin sólo habló por radio a todos los ciudadanos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas el 3 de julio de 1941, once días después del inicio de Barbarroja: “Camaradas, ciudadanos, hermanos y hermanas, combatientes de nuestro ejército y nuestra marina. Me dirijo a vosotros, mis amigos.”

Nunca antes el hombre del Kremlin había disertado así a los suyos. El parlamento causó conmoción de Brest-Litovsk a Vladivostok, como plasmó Konstantin Simonov en su novela 'De los vivos y los muertos' (1959), donde enfermeras y heridos de un hospital de campaña escuchan en profundo silencio las palabras del padrecito. Quizá el efecto tuvo más hondura por la absoluta sinceridad de las palabras vertidas en las ondas, aceptándose la pérdida de Lituania, gran parte de Letonia, el sector occidental de Bielorrusia, Minsk incluida, y considerables porciones de Ucrania Occidental. Los aviones alemanes, siempre según el dictador, habían bombardeado Múrmansk, Orcha, Moguilov, Smolensk, Kiev, Odessa y Sebastopol, señal indudable de cómo una gran amenaza planeaba sobre el país.

La versión más sintética sobre los primeros compases de Barbarroja tiende una pasarela color sangre a la Wehrmacht, desatada, con sus tres ejércitos embebidos en pos de acabar con su antiguo aliado. El 22 de junio fue pródigo para allanar la reformulación de la Blitzkrieg mediante la acción combinada de las tropas terrestres, bien secundadas por las inestimables divisiones de blindados, y la Luftwaffe, voraz al destruir antes de mediodía más de mil doscientos aeroplanos soviéticos, ochocientos de ellos estacionados en sus bases.

placeholder Prisioneros de Kiev en 1941
Prisioneros de Kiev en 1941

Esta marcha triunfal se desarrolló desde un triple frente. El norte, raudo en sus acometidas, tenía como supremo objetivo rodear Leningrado tras conquistar las repúblicas bálticas. Cuando estas hubieran sucumbido en manos nazis, se activaría el siguiente presupuesto del plan con la entrada en juego de los finlandeses, sedientos de venganza tras su derrota en la guerra invernal de 1939/40, ganada pírricamente, dado lo desequilibrado de las fuerzas en liza, por el Ejército rojo.

En el centro, las operaciones, comandadas por Fedor von Bock, se desarrollaron con inusitada velocidad, tomándose Smolensk, puerta de acceso a Moscú, el 16 de julio. A partir de ese instante la resistencia contra el invasor cobró mayor prestancia, alargándose los combates por el contrataque urdido por el mariscal Timoshenko, bien consciente de la significación del mismo para la moral de la Nación, así como la de sus soldados, heroicos en grado sumo, herederos de todos aquellos conmilitones liquidados durante las grandes purgas previas a la Segunda Guerra Mundial.

Los alemanes no tenían en previsión una ofensiva directa contra Kiev

El sur conllevó mayores dificultades, tanto por el desgaste de muchas unidades mecanizadas, apenas sin descanso tras la reciente campaña balcánica, como por la celeridad comunista en su retirada hacia el límite fronterizo previo al pacto germano-soviético del 23 de agosto de 1939. Los alemanes, fieles a las órdenes hitlerianas, no tenían en previsión una ofensiva directa contra Kiev, cambiándola por la persecución del rival, en fallida fuga desde el río Dniéster por la brillante maniobra de cerco del primer grupo Panzer de Ewald von Kleist, victorioso al concluir el 8 de agosto la captura de veinte divisiones y tres ejércitos rivales en Uman, ubicada a doscientos treinta kilómetros al sur de la capital ucraniana, próximo gran escenario entre las ambiciones de la Cancillería y el relativo desbarajuste del Kremlin en sus apreciaciones.

El Führer y las paranoias del zar

En agosto se impuso una pausa, no por cuestiones de planificación, sino por lo quimérico de reponer vehículos o transportar munición y carburante a la vanguardia. Estas dificultades eran otro impedimento más para asipirar a internarse allende las líneas fijadas tras el fulgurante debut de Barbarroja. Además, la ofensiva se desenvolvió por carreteras, con los raíles ilesos, muchos de ellos controlados por el Ejército Rojo; este contaba con la doble ventaja de conocer lo pisado y tener un caudal humano casi inagotable, elemento clave con el transcurso de los meses, cuando las apabullantes distancias y el cómputo de muertes dificultaron más la tarea a la Wehrmacht.

Para algunos generales la única rendija para sortear lo titánico de su misión era recabar el apoyo de la población civil tras el arranque de las hostilidades. Al no encontrarlo, Napoleón planeó con más soltura sobre las cabezas pensantes del OKW, preocupadas en septiembre hasta el extremo ante la imposibilidad de reemplazar a doscientos mil soldados y carecer prácticamente de reservas. La Historia sirve para aprehender los errores de nuestros antepasados, aquí omitidos en grado sumo, como si la demografía y la infinitud territorial no fueran en absoluto problemáticas para zanjar tan demente locura.

placeholder Soldados de la Guderian Panzergruppe
Soldados de la Guderian Panzergruppe

1812 desde luego no era 1941. Si la Gran Armada gala había tomado Moscú, la nazi también tenía en mente esa meta para liquidar muchos pájaros de un solo tiro desde el aprovechamiento de las componendas estratégicas de ese verano, ideales para asestar un golpe histórico, apoderarse de la producción industrial de la urbe, diezmar a la URSS por el impacto mundial de la conquista y desballestar su potencia militar, concentrada en los aledaños de la tercera Roma para custodiarla de la barbarie nacionalsocialista.

El panorama en los mapas era magnífico. Hitler tenía otras intenciones, exhibiéndolas el 18 de agosto ante sus generales, tildándolos de estúpidos en materia económica, como si no tuvieran suficientes neuronas para leer la realidad de ese presente. Su tono histérico los desquició. Juzgó tomar Moscú antes de invierno como una soberana imbecilidad. Era mucho más trascendente poner toda la carne en el asador hacia el sur para acaparar materias primas de la próspera Ucrania, calificada durante siglos como el granero de Europa. La guinda sería apoderarse de Crimea, hasta entonces una amenaza para los pozos petrolíferos rumanos. En el norte, su empecinamiento con Leningrado se hilvanaba con su obsesión para con Stalingrado, vasos comunicantes en sus cavilaciones wagnerianas. Enterrar a las dos ciudades sacrosantas del Bolchevismo hundiría la moral eslava y pondría más aún contra las cuerdas su salud económica, del lago Ladoga al Cáucaso.

En agosto de 1941 el viento soplaba favorable a tan hiperbólicos designios

A finales de agosto de 1941 el viento soplaba favorable a tan hiperbólicos designios, como demostraría el paso de las estaciones. Stalin podía relegar a sus militares, no sin antes escucharlos. Eso hizo con Gueorgui Zhúkov, a la postre uno de los grandes héroes de la gran guerra patriótica, quien le aconsejó reforzar el frente central con tres ejércitos adicionales, confiriéndoles artillería extra, y tirar la toalla por Kiev.

Esto suscitó la ira del dios indiscutido del Kremlin, quien había prometido a Churchill no entregar ni por asomo Moscú, Leningrado o la perla ucraniana, la tercera ciudad del país en número de habitantes y enclave donde se había establecido el cuantioso Frente Suroccidental, congelado en su propia tranquilidad sin sospechar siquiera cómo esa defensa estática podía ser el peor veneno para sus intereses. Su máximo responsable era Semión Budionni, definido con ironía por Gerd von Rundstedt, reverso de la moneda al comandar el Grupo de Ejércitos Sur, como muchos bigotes y escaso cerebro.

placeholder Stalin en la prensa, julio de 1941
Stalin en la prensa, julio de 1941

Zhúkov, cabal y muy inteligente en su lectura de los despliegues, recibió el respaldo en sus sugerencias de Nikita Kruschev, a la sazón comisario político en funciones de correa comunicativa entre la comandancia militar y la politica, afincada en Moscú. Ambos advirtieron de cómo esas unidades, con más de seiscientos mil componentes, corrían el peligro de ser rodeadas por los nazis.

Stalin siguió en sus trece, según algunas fuentes desde una visión preclara del destino de los acontecimientos, cual profeta del no hay mal que por bien no venga. La debacle de Kiev aseguraría Moscú, garantía para vapulear a los alemanes al tener controlados el reloj y la brújula, tiempo y espacio como aliados indispensables, no sin sacrificar piezas según los preceptos leninistas de dar dos pasos atrás para luego avanzar con uno hacia delante.

¿La mayor batalla de la Historia?

En las discusiones de Hitler con sus generales llamó muchísimo la atención cómo Heinz Guderian se plegó a las teorías del Führer tras ser con anterioridad uno de sus mayores detractores. Esto, como narran Murray y Williamson en 'La guerra que había que ganar' (Crítica, 2004), no fue el espaldarazo para otorgarle la responsabilidad de configurar la pinza más voraz de la tenaza contra Kiev. Su cuerpo de tanques podía descender hacia el sur desde Gomel, importándole poco o nada exponer su flanco izquierdo. Los soviéticos imaginaron una ofensiva contra Moscú, y así fue como este segundo grupo de panzers progresó sin hallar excesivas trabas. El grupo de acorazados de Ewald von Kleist completó la armonía al girar hacia el norte desde su posición en el centro de Ucrania.

placeholder Mapa del frente bélico en 1941
Mapa del frente bélico en 1941

Sus puntas de lanza convergieron hacia mediados de septiembre en Lokhvytsia, a unos ciento sesenta quilómetros al este de Kiev. El duelo tuvo tintes ridículos por lo opuesto de ambos contendientes. Guderian y Von Kleist eran estiletes de la blitzkrieg, superlativa por las respectivas coberturas de artillería y aviación, aún más eficaces por el caos táctico de Budionni, con su caballería clásica enfrascada contra la tecnología germánica, los tanques entre divisiones de infantería y la única esperanza de ralentizar el vendaval con la voladura de los puentes sobre el Dniéper, gesto estéril cuando la suerte estaba echada desde hacía semanas.

El 13 de septiembre Stalin ordenó el relevo de esa calamidad. La cuenta atrás hacia la destrucción de cuatro de sus ejércitos era inminente. El cerco se cerró el 26 de septiembre. El Tercer Reich notificó la obtención de más de seiscientos sesenta y cinco mil prisioneros, cifra rebajada por los soviéticos a menos de doscientos cincuenta mil. Ochenta años después aún se discute sobre el número exacto, con toda probabilidad a medio camino entre la exageración de los vencedores y lo escuchimizado de los vencidos.

Para el jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht, el esfuerzo por Kiev fue un error

Para Franz Halder, jefe del Estado Mayor del Alto Mando de la Wehrmacht, el esfuerzo por Kiev fue un error colosal, criterio compartido por Guderian, quien tras los servicios prestados al grupo de Ejércitos Sur podía regresar a su origen para desencadenar la batalla por Moscú, no sin ciertos inconvenientes, tales como tener un 25% de blindados en el taller de reparación, por no mencionar lo irrecuperable de un tercio de tan preciado material.

Las tropas debían vivir al día desde la irrealidad propagandística y los delirios de su líder, obcecado en sus comunicados en transmitir por activa y por pasiva una fe inquebrantable en el exterminio total del Comunismo. Leningrado debía desaparecer de la faz de la tierra, sin ninguna medida para remediar la masiva muerte de sus habitantes. La Historia iba a escribir con horror esa agonía de casi mil jornadas, bestial epopeya musicalizada para la posteridad en la inolvidable séptima sinfonía de Dimitri Shostakóvich.

Moscú era otro cantar y suponía volver al cauce interrumpido por la pinza de Kiev, según Hitler la mayor batalla de la Historia. El optimismo campaba a sus anchas desde una espeluznante ausencia de cálculo y una sobredosis de verborrea, pues de poco servía haber doblado el espacio vital del Reich si no se equipaba a sus guerreros con la indumentaria y el armamento adecuado para conservarlo o ampliarlo en un frente tan oscilante en lo meteorológico, sobre todo cuando en los mandamientos emanados desde las alturas mirar atrás o retroceder no figuraban en ningún diccionario, eso sin contar con la irrupción de bajísimas temperaturas. Las lluvias otoñales estaban al caer, el terreno se embarraría y el sueño de finiquitar la guerra antes de navidades tenía muchos visos de devenir pesadilla por no templar ánimos ni cultivar la paciencia de mirar el horizonte sin distorsiones. Más allá del mismo no había ningún vacío, sólo una inmensidad preparada para frustrar tanta prepotencia, retorciéndola hasta devolverle la afrenta con más estrépito. Aún no podía vaticinarse, pero el tan anunciado tifón mutaría en boomerang.

Stalin sólo habló por radio a todos los ciudadanos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas el 3 de julio de 1941, once días después del inicio de Barbarroja: “Camaradas, ciudadanos, hermanos y hermanas, combatientes de nuestro ejército y nuestra marina. Me dirijo a vosotros, mis amigos.”

Unión Soviética (URSS)