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El corazón herido de Hércules Poirot: otra vuelta de tuerca al mito
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El corazón herido de Hércules Poirot: otra vuelta de tuerca al mito

Kenneth Branagh convierte su “Muerte en el Nilo” en un gran espectáculo escénico que des-idealiza al detective de Agatha Christie y lo convierte en melancólico y dubitativo

Foto: Kenneth Branagh en 'Muerte en el Nilo'.
Kenneth Branagh en 'Muerte en el Nilo'.

La 'Muerte en el Nilo' de Kenneth Branagh no lo hace en las orillas de El Cairo, sino que empieza en una trinchera de la Primera Guerra Mundial. Y lo hace en blanco y negro, como si nos hubiéramos extraviado en una extemporánea escena de “Senderos de gloria”. Es el contexto extremo en el que el cineasta británico especula con la biografía de Hércules Poirot, hasta el extremo de atribuirle la lucidez de una operación relámpago que implica la conquista de un puente y que salva a la compañía de una feroz matanza. No sale indemne el soldado Poirot.

La metralla le desfigura el rostro, así es que su novia le aconseja disimular las heridas recurriendo al famoso bigote de húsar prusiano con que lo caracterizan las novelas de Agatha Christie. Le gustaba más al público que a la escritora el personaje de Poirot. Y le parecía a Branagh que procedía reconstruir la biografía del detective y “descubrir” el trauma de un amor frustrado. Muere su prometida después de visitarlo en el hospital. Y se origina entonces una suerte de amargura y de frustración que contradicen el retrato idealizado del detective belga. El Poirot de Branagh es más resignado que jactancioso. Un hombre herido, no ya en la guerra sino en el desgarro sentimental. Un señor mayor, achacoso, cuya audacia para investigar los crímenes proviene del fatalismo amoroso, especialmente cuando se trata de desenmascarar al asesino que viaja a bordo del Karnak en aguas del Nilo.

Foto: Agatha Christie y Patricia Highsmith. (Diseño: Irene de Pablo)
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Kenneth Branagh no desaprovecha el imponente escenario que le proporcionan el exotismo de Egipto, el espectáculo visual de las pirámides, la escala fabulosa entre los colosos de Abu-Simbel. La puesta en escena tanto remite al esplendor hollywoodense como aprovecha todos los recursos de la tecnología. 'Muerte en el Nilo' es un acontecimiento visual y estético que se traslada a los detalles del vestuario. Y que persiste en la suntuosa importancia de la escena del crimen. No la concreta, sino la general, como ya había sucedido en la adaptación de 'Asesinato en el Orient Express'.

Igual que entonces, Branagh recluta una imponente plantilla de actores. No tan extraordinaria como la alineación que reunió John Guillermin en la versión de 'Muerte en el Nilo' de 1978 -Peter Ustinov, Bette Davis, Mia Farrow, David Niven y hasta Angela Lansbury-, pero descriptiva de unos perfiles físicos y psicológicos -Branagh, Gal Gadot, Tom Batema, Annette Bening, Armie Hammer- que sugestionan la inquietud del espectador, incluso cuando sabemos de antemano el desenlace chocante de la trama.

Ya se ocupa Kenneth Branagh de subrayar todas las pistas que debemos valorar en nuestro Cluedo mental, pero el énfasis pedagógico del cineasta, tantas veces excesivo, no contradice el interés que reviste la complejidad y hasta la negligencia que describen los quehaceres de Poirot. Se le amontonan los cadáveres a medida que avanza la investigación y no puede evitar tampoco que sobrevenga la inmolación de la pareja de homicidas.

Foto: Kenneth Branagh, en una imagen de archivo. (Getty/Andreas Rentz)

Morir por amor, matar por amor. No caben argumentos más extremos para desquiciar el criterio de un detective metódico y cartesiano. La trayectoria de Poirot en las 33 novelas que le escribió Agatha Christie redunda en las cualidades del razonamiento y de la lucidez deductiva -también de la arrogancia, del egoncentrismo-, pero la clave pasional que identifica el laberinto de 'Muerte en el Nilo' distorsiona los radares de Hércules Poirot.

No lo muestra hercúleo, sino débil, titubeante y melancólico la película de Branagh. El detective belga reconstruye el crimen con la habitual teatralidad, pero se percata demasiado tarde de las frustraciones sentimentales que alentaron el crimen de la bellísima millonaria Linnet Ridgeway, hasta el extremo de que todos los pasajeros del Karnak -y no solo los asesinos- tenían sinrazones amorosas para haberla disparado un tiro en la sien.

No es que Branagh se limite a representar el papel de Poirot. Lo despoja de los clichés de la tradición cinematográfica -David Suchet, Peter Ustinov y hasta John Malkovich-, se inocula la tinta de Agatha Christie y se ensimisma en el corazón herido del detective. Un hombre inteligente y lúcido. Pero un hombre, al fin y al cabo, expuesto a la irracionalidad de las enfermedades “coronarias”, maltratado por la añoranza del amor perdido. Y desprovisto de armadura. Como Antonio a los pies de Cleopatra.

La 'Muerte en el Nilo' de Kenneth Branagh no lo hace en las orillas de El Cairo, sino que empieza en una trinchera de la Primera Guerra Mundial. Y lo hace en blanco y negro, como si nos hubiéramos extraviado en una extemporánea escena de “Senderos de gloria”. Es el contexto extremo en el que el cineasta británico especula con la biografía de Hércules Poirot, hasta el extremo de atribuirle la lucidez de una operación relámpago que implica la conquista de un puente y que salva a la compañía de una feroz matanza. No sale indemne el soldado Poirot.

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