Es noticia
Aby Warburg, el erudito de las serpientes que mostró que el pilar de Occidente es el paganismo salvaje
  1. Cultura
arte y pensamiento

Aby Warburg, el erudito de las serpientes que mostró que el pilar de Occidente es el paganismo salvaje

La enfermedad mental llevó a este poco conocido y fascinante historiador alemán al sanatorio donde escribió una de sus obras de culto, reeditada ahora por Sexto Piso

Foto: Aby Warburg, junto a un nativo americano. (Warburg Institute London)
Aby Warburg, junto a un nativo americano. (Warburg Institute London)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Al final del siglo XIX, la idea de que la cultura de los pueblos evolucionaba en una sola dirección —la occidental— y de una sola forma —la occidental, también— empezaba a desecharse. Una nueva generación de antropólogos y etnólogos acercó sus investigaciones a los pueblos indígenas y a sus ritos. No para encontrar en ellos un estadio primitivo de la civilización, en el que empezar a trazar una historia de la evolución, sino para desenterrar con ellos los primeros símbolos de la humanidad. Primeros, y únicos. En las praderas del lejano Oeste norteamericano, tierra virgen para los del Viejo Continente, no habitaban comunidades salvajes de rituales paganos, sacrificios sangrientos y temores irracionales. Habitaban, llanamente, seres humanos creadores de símbolos que reaparecen una y otra vez, en cualquier parte del mundo. Al menos, esa era la obsesión de Aby Warburg (1866-1929) antes de ingresar en un sanatorio de Suiza, donde permaneció dos años tras una crisis nerviosa.

Poco se sabe sobre la enfermedad que llevó a este historiador alemán al sanatorio mental donde escribió una de sus conferencias de culto, 'El ritual de la serpiente', reeditada ahora por Sexto Piso. En la primavera de 1923, quiso probar ante su psiquiatra y el resto de pacientes de la clínica que estaba preparado para retomar sus investigaciones científicas. Por eso rescató las imágenes y dibujos que hizo 27 años atrás, en el viaje que emprendió para conocer a los indígenas 'pueblo', unos asentamientos en algún punto entre Nuevo México y Arizona. "En medio de un país que había hecho de la cultura técnica una admirable arma de precisión al servicio del intelectual" se conservaba "el enclave de una clase humana, primitiva y pagana, que continúa ejerciendo con inconmovible firmeza sus prácticas mágicas con fines agrícolas y en la caza", decía Warburg. Tras pronunciar la conferencia en el sanatorio, no se atrevió a publicarla. La llamó "criatura monstruosa", "horrible convulsión de rana decapitada". Hoy, Warburg se considera uno de los fundadores de los estudios culturales e iconográficos modernos. Y 'El ritual de la serpiente', uno de sus textos más brillantes.

Nació en Hamburgo, en 1866, en una familia adinerada de judíos banqueros alemanes. Por ser el primogénito, le correspondía administrar la fortuna familiar, pero rechazó el deber en favor de su hermano menor. Así, se dedicó a estudiar filosofía, historia del arte y religión en varias universidades europeas. Y dedicó la parte del patrimonio de los Warburg que se le asignó a sus viajes e investigaciones, además de reunir una biblioteca de más de 60.000 volúmenes que se encuentra actualmente en la Universidad de Londres.

placeholder Cubierta de 'El ritual de la serpiente'. (Sexto Piso)
Cubierta de 'El ritual de la serpiente'. (Sexto Piso)

La revolución de Aby Warburg en la investigación germinó en su sentimiento de "verdadero asco" hacia “la historia del arte de orientación estetizante”, como señala el historiador Mariano de Santa Ana. Dicho de otro modo: a Warburg le repugnaba la comprensión de la historia del arte como una simple sucesión de estilos, modas y formas. Lo que este erudito alemán aspiraba a desentrañar, como uno de los mayores expertos de su tiempo en el Renacimiento italiano, era la línea que une (por ejemplo) la Venus de Botticelli con una Ménade en pleno trance orgiástico de Dioniso, una Salomé en el Antiguo Testamento o una Victoria romana. Y a todas estas imágenes, traducciones y reapariciones del mismo motivo, con las profundidades de la Antigüedad pagana.

Es lo que Aby Warburg llamó "pervivencia" de las imágenes de la Antigüedad, sepultada primero y emergida después en el Renacimiento, como uno de los ejes de la modernidad. Por eso, a la salida de su internamiento en el sanatorio suizo, el investigador se entregó a la escritura de su obra más conocida: el 'Atlas Mnemosyne'. A través de cientos de fotografías y breves textos, Warburg escribió una historia de la cultura occidental a través de imágenes, relacionándolas directamente con los impulsos violentos, sexuales, apolíneos y dionisíacos del inconsciente primitivo, que se mantienen desde Mesopotamia hasta el siglo XX. "Lo bello en sí y la Antigüedad, que en la época del Renacimiento se erigió entre los italianos en guía de la creación superior, parece haber encontrado en el fatalismo astrológico a su más rudo adversario. Pero esto es solo cierto en la superficie", decía en una de sus conferencias.

Foto: Pietro Aretino, retratado por Tiziano. (Dominio público)

El texto publicado por Sexto Piso se refiere al viaje que el historiador alemán realizó en el lejano oeste, atraído por esos pueblos que todavía conservaban ese "fatalismo astrológico", que unían su destino al movimiento irremediable de las estrellas, las supersticiones y ritos mágicos. Y en especial, a un símbolo que resultaba fundamental en esta comunidad indígena, pero también en varios ritos paganos del mundo, la mitología griega y la tradición cristiana por resultar el más aterrador de los animales: la serpiente.

El reptil terrorífico

Entre los niños de este poblado a finales del siglo XIX, Aby Warburg pidió que dibujaran la escena de un cuento alemán, desconocido para ellos, en el que acaecía una tormenta. Doce alumnos de la escuela, ya influenciada por la educación anglosajona, resultaron realistas. Pero dos de ellos "mostraban el invulnerable símbolo de la serpiente centelleante". Y es que en la tradición de los 'pueblo', la serpiente era una especie de deidad encarnada, que simbolizaba el rayo de una tormenta y convocaba la lluvia para el poblado, donde el agua era un bien muy escaso y preciado. Para obtener el agua que permitía a este pueblo practicar la agricultura, y sin comprender por qué el rayo va aparejado a la tormenta, los 'pueblo' realizaban una danza-ritual. Algo que Warburg describía como una escisión, la "esquizofrenia" de una comunidad que habitaba entre el mundo de la lógica y el de la magia, y "cuyo instrumento de orientación es el símbolo".

Tras un baile de máscaras acompañado de cascabeles, Warburg observó que los 'pueblo' tomaban varias serpientes de cascabel con la boca, bailaban y después las soltaban para que se perdieran en la llanura y llevaran consigo sus deseos de lluvia. "Para el hombre profano es natural considerar estas manifestaciones de la religiosidad como una peculiaridad de la barbarie primitiva, totalmente ajena a la cultura europea. Sin embargo, resulta que en Grecia, justo en el país donde se originó la civilización europea, hace dos mil años se practicaban rituales tan extravagantes como los que hoy podemos observar entre los indios", argumentaba Warburg.

placeholder Foto: Aby Warburg Institut, London.
Foto: Aby Warburg Institut, London.

"Por ejemplo, en el culto orgiástico a Dioniso, las Ménades también bailaban con serpientes vivas, llevándolas en una mano y sobre la cabeza a modo de diadema, mientras que con la otra sostenían al animal que debía ser desgarrado durante la ascética danza sacrificial en honor del dios", explicaba. Para el historiador, la omisión del sacrificio sangriento del animal marca un paso de la "evolución cultural de Oriente a Occidente". A través de la aparición de este reptil en la iconografía pagana y religiosa, Warburg traza una línea desde los ritos salvajes y la tradición cristiana.

Su primera parada son las Ménades dionisíacas, pero pasa también por la serpiente como símbolo trágico en el 'Laocoonte' de Rodas. Aquí, el reptil es "la venganza mortal de los dioses ejecutada por el demonio vengativo, sin justicia ni esperanza de redención". Pero en este mismo periodo, como señala Warburg, se puede asistir a la serpiente como símbolo de la belleza clásica en el dios Asclepio, que se representa con este reptil enrollado en su bastón. Aquí, la serpiente es símbolo de transmutación: desde las profundidades donde residen las almas difuntas, el animal emerge para renovar su piel en este dios mitológico de la curación.

placeholder 'Laocoonte y sus hijos'. (Alvesgaspar)
'Laocoonte y sus hijos'. (Alvesgaspar)

Y no falta, claro está, la serpiente en la iconografía cristiana. En el Antiguo Testamento, Moisés mandaba erigir una serpiente de bronce para adorarla y escapar de su veneno. Un culto que desaparece en el Nuevo Testamento, en el combate de los profetas contra el paganismo. Pero también aparece como origen del mal y el pecado en el Génesis, cuando desciende del árbol del Paraíso para tentar a la humanidad.

En definitiva, Aby Warburg traza a través de las imágenes de la serpiente el simbolismo que pervive en la historia de Occidente: desde los ritos paganos, salvajes o incluso sanguinarios, hasta la tradición cristiana y los albores de la modernidad. Bajo la influencia de Nietzsche y su concepción del arte, Warburg habla de este surgir y resurgir de imágenes no como un proceso lineal, sino como la lucha de dos fuerzas polarizadas, el combate entre dos tensiones. "Las imágenes y las palabras están concebidas como una ayuda para los que me sigan en el intento de ganar para sí cierta claridad, y poder con ello resistir a la tensión trágica entre la magia instintiva y la lógica discursiva. Son las confesiones de un esquizoide (incurable), depositadas en los archivos de los médicos del alma".

placeholder Estatua de Asclepio.
Estatua de Asclepio.

Como colofón a su historia de los símbolos, y quizás en la estela de la fobia que Heidegger sentía por el desarraigo de la tecnología, Warburg menciona el pararrayos como última dominación del hombre ante la serpiente-rayo. "El rayo apresado dentro del cable y la electricidad prisionera han creado una cultura que aniquila el paganismo. (...) De esta manera, la cultura de la máquina destruye aquello que el conocimiento de la naturaleza, derivado del mito, había conquistado con grandes esfuerzos".

La expedición de Warburg al poblado indígena es el viaje de un nigromante, que interroga a las imágenes y a los símbolos como si de muertos se tratara. "Como intervalos entre la vida y la muerte, entre la conciencia y la inconsciencia", señala la filósofa María del Rosario Acosta López. Y en su viaje a través de los símbolos, Warburg no se detuvo en lo que se considera la fuente de la iconografía occidental, sino que buceó más profundo, hacia las profundidades del paganismo salvaje.

Al final del siglo XIX, la idea de que la cultura de los pueblos evolucionaba en una sola dirección —la occidental— y de una sola forma —la occidental, también— empezaba a desecharse. Una nueva generación de antropólogos y etnólogos acercó sus investigaciones a los pueblos indígenas y a sus ritos. No para encontrar en ellos un estadio primitivo de la civilización, en el que empezar a trazar una historia de la evolución, sino para desenterrar con ellos los primeros símbolos de la humanidad. Primeros, y únicos. En las praderas del lejano Oeste norteamericano, tierra virgen para los del Viejo Continente, no habitaban comunidades salvajes de rituales paganos, sacrificios sangrientos y temores irracionales. Habitaban, llanamente, seres humanos creadores de símbolos que reaparecen una y otra vez, en cualquier parte del mundo. Al menos, esa era la obsesión de Aby Warburg (1866-1929) antes de ingresar en un sanatorio de Suiza, donde permaneció dos años tras una crisis nerviosa.

Grecia Roma
El redactor recomienda