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'Neorrancios' o el arte de llamar falangista a Ana Iris Simón
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'Trinchera cultural'

'Neorrancios' o el arte de llamar falangista a Ana Iris Simón

Quien no condene el pasado más reciente (los años noventa) como un medievo caracterizado por apedrear a los gais y apalizar a las mujeres entre risas del público cavernícola es un candidato en firme a neorrancio

Foto: Imagen: EC.
Imagen: EC.

Estos días prolifera la coletilla 'neorrancio' en artículos ('El País', 'Ctxt', etc.) que tachan la nostalgia de reaccionaria y componen listas negras de sospechosos rojipardos. Ahí va —pienso yo— otro de los regalos que la izquierda pura ofrece a sus adversarios conservadores. De la generosa corriente que brindó a la derecha obsequios como “la unidad de España es facha”, “leer eso es facha”, “la libertad de expresión es facha”, “esa música es facha”, “ir en coche es facha”, “la heterosexualidad es facha”, “la maternidad es facha” o “comer carne es facha”, llega “la nostalgia es facha”.

Quien no condene el pasado más reciente (los años noventa) como un medievo caracterizado por apedrear a los gais y apalizar a las mujeres entre risas del público cavernícola es un candidato en firme a neorrancio. Sin embargo, verbigracia de los autores, liberarse de la etiqueta es fácil. Solo has de enfocar tus narices al resplandeciente futuro sin capitalismo, ofensas, familia, ni heteronormatividad que ellos promocionan. Si no las pasaste putas en los años noventa o tuviste una infancia relativamente normal de clase media, puede costarte trabajo. Asume la culpa y revisa tus privilegios.

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Todo esto huele a movimiento desesperado de algunos activistas para salvar los muebles tras la quiebra de la hegemonía cultural que representó Podemos en la izquierda y arrinconar en la herejía, con la apropiada etiqueta infamante, a los autores que abandonaron la ortodoxia directa o indirectamente. Caben ahí Guillermo del Valle, Pedro Insúa, Paula Fraga, Víctor Lenore, Lucía Etxebarría, Esteban Hernández, Hásel Paris, Paco Arnau, Félix Ovejero, Manuel Monereo, Roberto Vaquero, Daniel Bernabé, un servidor de ustedes y cualquiera del que se encaprichen los de las listas. Pero por encima de todos está el símbolo de todo lo caduco y reaccionario: Ana Iris Simón, quien condensa todos los ataques del libro coordinado por la periodista de 'S Moda' Begoña Gómez Urzaiz: ' Neorrancios: sobre los peligros de la nostalgia' (Península).

Foto: Ana Iris Simón

Lo he leído intentando averiguar por qué es tan nocivo lo 'neorrancio', pero me ha sido tan imposible entenderlo como a los autores justificarlo. Son menos de doscientas páginas, pero el desorden de las ideas es inenarrable. En la etiqueta parece mezclarse lo estético, lo político y lo personal, la homofobia latente y el desinterés ecológico, según le vaya dando el aire a cada uno de los autores. Con excepciones, toman parte en el libro autores habituados a escribir sobre la virtud ideológica, la opresión y los matices infinitos de la frustración generacional en 'S Moda', Twitter, 'La Marea', 'El Salto', PlayGround, 'Público', Radio Primavera, 'Ctxt' y otras plataformas de lo que podríamos llamar, tirando de Faemino y Cansado, la jauría contra el odio.

Si tomamos el libro como el intento serio de construcción de un concepto, es decir, desde el plano de los argumentos, el desastre es absoluto. El neorrancio sería de izquierdas pero nacional-sindicalista, tránsfobo, homófobo, patriarcal, etcétera, aunque no sea necesario probarlo ni reunir todos los puntos: la acusación es baratísima. En puridad, se ha reunido a un grupo de sabios para ver si entre todos lograban convencer al lector de que Ana Iris Simón es falangista, pero cada cual ha argumentado como ha querido y se contradicen. Esto ha tratado de subsanarse con una portada que muestra el yugo y las flechas para orientar con sutileza, pero dado que cada cual ha ido por donde le ha llevado la providencia el conjunto es un collage surrealista.

Algunos ejemplos: tan pronto uno ataca a Ana Iris Simón porque en 'Feria' extrapola de sus vivencias personales la situación de los años noventa, otro usa su infancia infeliz en los noventa para decir que las cosas iban muy mal; si tal autor condena la inclinación materialista de la supuesta 'izquierda rojiparda', otro presentará un análisis materialista de las condiciones que han convertido al mercado inmobiliario en un monstruo; si uno abomina de los fermentos nostálgicos donde se crean mitos nacionalistas, el siguiente tachará de reaccionaria la oposición al libre destino de las naciones vasca y catalana. Es así todo el rato.

Foto: Ilustración: El Confidencial Diseño.

El libro es como escuchar la lista de reproducción que confecciona el algoritmo de Spotify: todo suena igual, pero no hay continuidad. Tantas vueltas dan sus autores a sus respectivos ombligos (activista LGTB escribiendo sobre LGTB, hija de inmigrante escribiendo sobre inmigración, etc.) que no caen en la cuenta de la incongruencia más sonada: incurren en lo mismo que critican. Son nostálgicos, aunque no lo sepan. Se alimentan del anhelo cegador por una sociedad futura, tan perfecta como el supuesto pasado imperial. Es decir, hay una melancolía originada por la ausencia: una suerte de nostalgia de ese futuro que no termina de llegar.

Pero no es el único motivo por el que esta condena a la nostalgia sale rana. No saben lo que es, no lo han estudiado suficiente. Ni se toma en cuenta la nostalgia de Ulises de camino a Ítaca, ni la de Stefan Zweig rememorando el mundo de ayer, ni la de los exiliados del franquismo, autores de algunas de las páginas más conmovedoras sobre esa nostalgia que describió Hannah Arendt: la de la lengua. Tampoco caen en la cuenta del enfoque, más cercano a lo que pretenden criticar en Ana Iris Simón, que dio al sentimiento José Luis Sampedro: nostalgia del viejo, que es un extranjero en el presente.

No, nada de esto. No busque el lector profundidad, ni complejidad. Han decidido los autores que la nostalgia es mala quizás porque algún tuit que decía eso tuvo éxito, o porque está de moda abominar de ella en sus monocultivos sociales, o porque la ultraderecha la utiliza para vender un pasado grandioso e imperial que justifique el 'Make España Great Again', o porque la 'izquierda rojiparda' cae en un ensimismamiento obrerista, como de mural de Diego Rivera, que no encaja con las reivindicaciones de las minorías. Si esto es todo lo que tienen contra la nostalgia sale más a cuenta ponerse un disco de Edith Piaf. Viejorrancia, supongo.

'Bullying' virtuoso

Criticar aspectos ideológicos presentes en ' Feria' es razonable, pero la acusación de neofascista para Ana Iris Simón es burda, y la insistencia de varios autores abusiva: podrían haberle puesto al libro 'Neorrancia' y sacar en la portada una foto de Simón con el brazo levantado a lo fascista, aunque en realidad esté pidiendo un taxi. Atacan el elogio que esta autora hace de lo que en los noventa era objetivamente mejor (mayor estabilidad laboral, lazos sociales menos volátiles, mayor capacidad de ahorro, más posibilidades de acceso a la vivienda, aunque el mercado ya estuviera envenenado) como si esto supusiera defender lo que en épocas pasadas era mucho peor: un machismo, una homofobia y una xenofobia más típicas de los tiempos de Franco. Es como si alguien ensalzara la hospitalidad de los musulmanes y le acusasen por ello de estar a favor de la mutilación genital. Brocha gorda.

Crean un silogismo perverso y falaz, como si añorar los contratos indefinidos, la fuerza sindical o las indemnizaciones por despido implicara que también echas de menos un mundo donde los gais vivían en los armarios y las mujeres en las cocinas. Regido por el 'todo o nada' y el maximalismo, el libro lanza una enmienda a la totalidad del pasado, del que hacen retrato interesado y falso. Algunos intentos de demostrar que las cosas no eran como las cuenta "Feria" rozan lo estrafalario. Un ejemplo: “No guardo nostalgia de aquellas familias de los noventa cuyo método pedagógico consistía en perseguir a los niños por el pasillo hasta alcanzarnos y propinarnos azotes edificantes, ni en los abusos antes de cumplir los diez años”. Pues vale.

Foto: La escritora Ana Iris Simón en la presentación de la iniciativa 'Pueblos con futuro', ante Pedro Sánchez el pasado sábado en Madrid. (EFE)

La sensación tras leer 'Neorrancios' es que hay dos 'Ferias': el libro que uno leyó pasando un rato delicioso y el oscuro tratado falangistoide que destripan aquí. Por ejemplo, abroncan a Ana Iris Simón por no referir la experiencia de los gais en los pueblos pequeños, olvidando que en 'Feria' hay páginas enteras dedicadas al hermano de la autora, que es gay; la acusan de promover una vuelta de la mujer a sus labores, cuando la autora habla de su madre trabajadora y de su propio trabajo durante largos fragmentos; o la tildan de privilegiada cuando proviene de una familia de feriantes, y de eso va 'Feria'. Es todo así: unilateral y exagerado.

Los textos más interesantes del libro, y también las partes más valiosas de los textos menos interesantes, son los que abandonan el tono de bronca y la obsesión por situar a un montón de gente en el protofascismo. Algunos abren ventanas a experiencias minoritarias y poco conocidas, pero ciertas, como las de los inmigrantes guineanos o “las maricas de pueblo” en textos muy desiguales en estilo, pero rescatables por su contenido. Encontramos también la descripción de una increíble familia comunal compuesta por un montón de madres y un montón de hijos que te deja con ganas de saber más, una propuesta de cooperativa de viviendas fuera del sistema de alquiler, o un liviano estudio de la maternidad en Sylvia Plath que se lee con gusto.

Algunos de esos fragmentos también contienen críticas razonables a la cosmovisión de 'Feria', pero el tono general desabrido y la intención demonizadora, muy presente desde el prólogo de Gómez Urzaiz y en los capítulos más envarados, engullen y malogran esas otras voces y relatos. El proyecto hiede a envidia y resentimiento que tira para atrás, y no lo entiendo, porque 'Neorrancios' no se publica en una pequeña editorial independiente como la que lanzó al estrellato a Ana Iris Simón sin que nadie lo viera venir, sino en un sello del grupo Planeta. Esto es, tal vez, lo más divertido de todo.

Estos días prolifera la coletilla 'neorrancio' en artículos ('El País', 'Ctxt', etc.) que tachan la nostalgia de reaccionaria y componen listas negras de sospechosos rojipardos. Ahí va —pienso yo— otro de los regalos que la izquierda pura ofrece a sus adversarios conservadores. De la generosa corriente que brindó a la derecha obsequios como “la unidad de España es facha”, “leer eso es facha”, “la libertad de expresión es facha”, “esa música es facha”, “ir en coche es facha”, “la heterosexualidad es facha”, “la maternidad es facha” o “comer carne es facha”, llega “la nostalgia es facha”.

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