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"El humor es estupendo, pero no vale usar esa red: 'es que es humor, no hace daño"
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entrevista a javier cansado

"El humor es estupendo, pero no vale usar esa red: 'es que es humor, no hace daño"

Hablamos con Javier Cansado sobre las glorias y los peligros de la comedia, y sobre cómo sobrevivir treinta años haciendo humor absurdo

Foto: Una imagen promocional de Javier Cansado. (Movistar)
Una imagen promocional de Javier Cansado. (Movistar)

La singularidad de Javier Cansado (Madrid, 1957) reside en que es casi imposible definir su estilo. En tiempos de Twitter y de la réplica cortante, sarcástica, él cultiva la respuesta barroca, bienhumorada y, ante todo, siempre tan insólita como el encuentro de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección. Uno nunca sabe dónde desembocarán sus largas disertaciones; estas, a la manera de los chistes sin remate ni lógica interna de Chiquito de la Calzada, se convierten en un viaje humorístico hacia todas y hacia ninguna parte, un monólogo interno con tantos meandros y recursos cómicos que, a su término, el espectador siente que acaba de jugar al pinball con sus neuronas.

Más de tres décadas en los escenarios junto a Carlos Faemino —su hermano, como a Javier le gusta considerarlo— han hecho de ambos el dúo cómico más singular y reconocible de nuestro país. Pero hace años que Cansado también se prodiga en solitario con ritmo infernal, compaginando sus actuaciones con el programa 'Ilustres Ignorantes' y los podcast de cine y cultura 'Todopoderosos' y 'Aquí hay dragones', por los que pasea una erudición vacilona y en camisa hawaiana, espantando las moscas solemnes que rodean a las vacas sagradas del cine y la literatura. Dice poner una única condición para trabajar, y es "que haya buen rollo, necesito que haya esta clase de sinergia y de empatía", que es la que ha logrado junto a colaboradores tan dispares como Pepe Colubi, Javier Coronas, Rodrigo Cortés, Arturo González-Campos o Juan Gómez Jurado.

PREGUNTA.- Has comentado en alguna ocasión que te gusta hacer un humor atemporal y no condicionado por las circunstancias. Programas como 'Ilustres', 'Aquí hay dragones' o 'Todopoderosos' siempre parecen evitar la actualidad y la política.

RESPUESTA.- Digamos que hay una faceta que jamás he tocado, porque no me interesa nada y me parece lamentable, que es la política. Al margen de mi ideología, no quiero que interfiera en mi trabajo, porque eso coarta. El punto de vista político en España, un país pequeñito en el que hay tanta inquina y tanto odio, es una cosa que me agobia y me distrae de lo que yo quiero hacer: el humor absurdo, que considero algo casi atemporal. Aunque me fascina comprobar que el humor es muy generacional. Siempre había pensado de una forma casi inconsciente que la música, el cine y todo lo que constituye tu educación sentimental era lo que te marcaba, y que el humor era algo un poco más ajeno, pero qué va. Yo actúo una o dos veces al mes en la Sala Galileo de Madrid, y mis hijos, que son gente de veintipocos años, se traen a amigos suyos. Les encanta lo que hacemos, pero les preguntas si volverían a vernos y te dicen que no creen. Les falta ese intangible consistente en haber crecido contigo, y también está el paso insalvable de la edad. Hay una cosa muy curiosa, y es que yo, por ejemplo, en mis números hablo de mis hijos, y los humoristas que están petándolo hablan de sus padres.

P.- Es verdad que eso ocurre, pero dentro del panorama del humor sois de los que mejor aguantan el paso de las generaciones, igual que ocurre con la Monty Python o los Hermanos Marx, gente poco sujeta a las modas. Aunque me hizo gracia escucharte decir en un 'Todopoderosos' que, por ejemplo, algunos gags de Chaplin ya no te llegan.

R.- La putada es que el humor envejece a toda hostia. Hay gente pionera, que ha abierto caminos, a la que de pronto ves ahora y, aunque conoces su importancia histórica y los admiras, dices "joder, vaya cosa". Ya que citabas a Chaplin, Buster Keaton, que es coetáneo, sí que se mantiene, porque no habla de la vida cotidiana, sino de cosas muy locas, absurdas y visuales, que se pueden extrapolar a nuestra época. Porque la crítica que hace Chaplin en 'Tiempos modernos' ahora la ves y puedes pensar "no sé de qué me estás hablando". Pero si tomas a Buster Keaton, por ejemplo aquella escena en la que uno que está calafateando su barco coge un pez espada y lucha con él y tal… eso jamás pasará de moda. La ventaja que tenemos quienes practicamos el absurdo es que si gusta vas a trascender; y no lo digo en sentido ampuloso, me refiero a que pasará de generación en generación. Carlos y yo llevamos ya cuarenta años desde que empezamos a hacer performances por la calle, y aún seguimos por aquí.

placeholder Faemino y Cansado en 2014. (EFE)
Faemino y Cansado en 2014. (EFE)

P.- Háblame de esos inicios y de lo que ha cambiado desde entonces.

R.- Cuando empezamos actuando en la calle no teníamos nombre. Nosotros jamás —y sé que suena jactancioso— quisimos hacer carrera. Éramos estudiantes y nos divertíamos mucho, así estuvimos dos años haciendo situacionismo y performance sin llegar a grabar nada. Luego ya empezamos a poner la gorra y sacábamos mil pesetas, dos mil pesetas, que está bien para invitar a comer, pero no era algo que hiciéramos como trampolín para llegar a otra cosa, sino porque nos molaba. Y nos dimos cuenta de que íbamos creciendo cada vez más, de que había gente que venía al Retiro para vernos, que no era simplemente gente que pasara por allí. Se creó una corriente muy interesante. Pero parecía que actuar en la calle era una especie de desdoro, algo que te rebajaba el nivel. Y nosotros siempre hemos dicho que la dignidad de un espectáculo está en el espectáculo en sí, sea en un teatro muy ampuloso o en la puta calle.

En aquella época hacíamos cosas que eran muy locas, pero que no eran graciosas. Creo que, sin saberlo, hacíamos metahumor: llegábamos al Museo del Prado y pintábamos en el suelo y vendíamos aquello. O algo que hoy sería vanguardia: actuábamos en la calle Bravo Murillo, en el escaparate de una tienda de muebles, pero sin que se nos oyera. No era mimo, y si te pegabas oías algo, pero con el fragor de los coches no se entendía nada. Y a partir de esa performance loquísima que hacíamos, cuando ya nos pasamos al humor nos quedamos con esa actitud de romper.

"Nosotros jamás quisimos hacer carrera; éramos estudiantes y nos divertíamos mucho, así estuvimos dos años actuando sin grabar nada"

P.- A menudo se afirma que hace tiempo era más fácil hacer humor de cualquier cosa, y que había más libertad para ello.

R.- Yo hacía cosas muy locas, pero, claro, tenía veinte años. Y cuando me dicen mis hijos "pero si tú eres rico", yo les contesto "pues sí, tengo pasta y tal, pero te cambio toda la que tengo por tus veinte años". Esa euforia de la edad es algo maravilloso. Y digamos que en la década de los 80 éramos libertarios, de eso no te puedes hacer una idea, y en la calle el ambiente era absolutamente libérrimo. Para bien y para mal, porque aquello era un maremágnum. Aunque, en cuanto al humor, en aquel momento había bares que no nos querían. Ahora es al revés, pero en la época de los 80 lo que más funcionaba era la música, no el humor. No sabes lo que es estar hora y media en un sitio en el que no se ríe nadie en todo el tiempo. Porque, claro, nuestra propuesta era muy loca para lo que se hacía habitualmente. Funcionaba en un ámbito más universitario y en sitios concretos de Madrid o Barcelona, pero salías de ahí y era un fracaso de cojones. Ahora hay un circuito y la gente está acostumbrada a ver cosas raras, pero entonces era algo impensable.

P.- Hasta donde sé, casi nunca habéis ofendido a nadie con vuestros espectáculos. Sin embargo, creo que hubo un 'sketch' en los años 80 en el que hablabais del rey y la gente no lo encajó bien.

R.- Nosotros no hemos tenido problemas nunca. Como mucho, problemitas con una editorial o un periódico. Lo que pasaba es que hacíamos un 'sketch' muy tonto con personajes que imitaban hechos reales, desde las muertes de personajes famosos como Julio César hasta impersonar monumentos. Y entonces imitamos un viaje del rey y hacíamos una cosa muy tonta, muy naíf. Fíjate, para que veas lo naíf que era: Carlos hacía de rey, y yo le decía "majestad, estamos sobrevolando Salamanca", y él replicaba "ay, mira, Valladolid". Pues con eso se creaba un silencio ominoso en los locales de los 80, en Malasaña, porque habíamos bromeado con el rey. Y ahora es una cosa totalmente ridícula, pero el público… se nota que veníamos de donde veníamos. La manera actual de admitir la provocación me parece fabulosa. Esa evolución del humor ha sido posible sobre todo porque el público lo ha permitido al cambiar junto al humorista.

Se creaba un silencio ominoso en los locales de los 80, en Malasaña, porque habíamos bromeado con el rey

P.- Hace unos meses te preguntaron acerca de los límites del humor, y recuerdo que afirmabas que no debe haber ninguno más que los que uno se imponga, pero también decías que, si tienes que ofender, adelante, pero más vale que lo hagas con un chiste de calidad.

R.- Hombre, es que si vas a hacer daño, esto es así. Yo casi nunca utilizo nombres propios; me parece que es barato, aunque hay gente que lo hace bien. Es más sofisticado utilizar una referencia cultural o histórica que hablar de Terelu. Y lo he hecho a veces, eh, tengo mi cuota de culpa, pero no me gusta mucho eso. Los límites del humor, como hemos dicho muchas veces, están en el Código Penal. Si el CP es así y no nos gusta, pues vamos a cambiarlo. Y la parte mollar —porque el CP al final no es tan importante—, es a dónde quieres ir y qué precio quieres pagar por hacerlo. Porque si haces humor de la izquierda, ya sabes que hay gente a la que vas a molestar; si lo haces contra colectivos, ya sean de mujeres, extranjeros, razas, etnias… lo mismo.

Hay algo que yo he discutido mucho, y es que muchas veces se intenta salvar la cara al humor diciendo que son solo chistes. Y yo digo "sí, sí, es humor", pero hay que tener cuidado, porque esto no se dice nunca, pero el humor es letal. Y te voy a poner un ejemplo: si tú y yo discutimos agriamente, nos insultamos, e incluso si nos pegamos, yo creo que nos podríamos reconciliar. Pero si te humillo riéndome de ti es muy difícil que lleguemos a hacerlo. Hay que tener mucho cuidado con humillar, porque por más que digas "pero es que me estoy riendo", se ve que quieres hacer daño, y es un tema muy peliagudo. Por suerte, mi vena creativa no va por ahí, pero lo que quiero dejar claro es que el humor es doloroso. Y es estupendo, pero dañino. Que la gente lo use como quiera, pero que no valga usar la red de "es que es humor, no hace daño". Yo creo, como persona mayor, provecta, que ya ha visto mucho, que si haces un chiste de eso tiene que ser buenísimo, porque las consecuencias…

Los límites del humor, como hemos dicho muchas veces, están en el Código Penal

P.- Háblame de tu forma de trabajar. ¿Hasta qué punto improvisas y en qué medida preparas tus intervenciones, tomas notas o similares?

R.- Bueno, son dos cosas diferentes. En 'Todopoderosos', para que te hagas una idea, el próximo programa trata sobre Sergio Leone. Y yo, obviamente, he visto todas las películas de Leone, pero mi papel es el que es (Cansado suele fingir no haber visto las películas de las que va a hablar), y consiste en pensar qué relación tengo yo con Leone. Obviamente, no tengo ninguna, pero en el programa voy a decir que sí. Una vez tengo una idea como, por ejemplo, que lo he conocido en un camping de Almería, la trabajo e improviso sobre ella, pero nunca estoy en blanco, a ver qué pasa. Y Faemino y yo tenemos un guion muy férreo sobre el que improvisamos. Es como en el jazz: hay un ritmo, una armonía, un tempo, y sobre eso vas fabricando cositas. Y yo siempre voy así, aunque en ocasiones te flipas y te vas, pero en general me gusta tener una idea a la que aferrarme, algo que intuyo que funciona, y una vez que sé que es así, pues la desarrollo.

P.-Siendo aficionado como eres a la literatura, la música y el cine, ¿extraes más inspiración de ello, o te basas más en la observación y en la vida cotidiana?

R.- Hay una parte bastante observacional. Me pasan constantemente cosas y tengo la suerte de que no se me conoce mucho, así que voy por la vida sin problemas y nadie se pone en guardia. Hoy me pasó una cosa extraordinaria a la que voy a sacar partido seguro: una señora llega tarde a coger el autobús; el conductor la espera, y en ese momento se pone el semáforo en rojo; la puerta está abierta, pero cuando va a pagar se le cae la moneda fuera del bus, y entonces la señora se baja. Mientras tanto, se había puesto el semáforo en verde, y la gente está un poco tensa porque había hecho el favor de esperarla, pero el autobús sigue parado… es una escena maravillosa. Yo la veo y pienso "ya veré lo que hago con esto". Este tipo de cosas me sugieren otras ideas, siempre estoy ojo avizor.

Luego tomo cosas que me han contado, y exagero, y miento, y mucha gente me pregunta que cómo me pasan esas cosas, y yo respondo "¡pero si es mentira!". Igual que al filósofo se le ocurren sistemas de pensamiento, el humorista desarrolla un punto de vista sobre las cosas, y yo tengo ese punto de vista que podríamos llamar superficial, gracias al cual se me ocurren bromas sobre todo. Todo lo que vea me puede sugerir una broma, porque soy capaz de darle la vuelta.

placeholder Una imagen promocional de Faemino y Cansado.
Una imagen promocional de Faemino y Cansado.

P.- Recuerdo ver hace años una entrevista a Rowan Atkinson, el cómico que interpreta a Mr. Bean, en la que reaccionó fatal cuando lo trataron como si fuera su personaje y no el actor que le da vida. ¿Has tenido alguna experiencia similar?

R.- Fuera del escenario yo no ejerzo de cómico. Cuando a mis hijos o a mi mujer les dicen "vivir con tu padre/marido será divertidísimo, ¿no?", responden "no, hombre, mi padre es un cabrón, es exigente y controla y tal". Obviamente, los cómicos tenemos sentido del humor y una visión de las cosas que como mínimo es amena, pero no me gusta cuando voy a entrevistas en la radio y me piden que les diga algo gracioso, o que les cuente un chiste. Les respondo "¿pero alguna vez me habéis oído contar un chiste a mí?", porque es algo que ni sé hacer ni me gusta. Es verdad que según cómo seas en la vida te explayarás de una manera o de otra, y los que trabajamos exponiendo no solamente nuestra creatividad, como un pintor o un escritor, sino también el cuerpo y la cara, tenemos un componente psicológico que es difícil de evitar. Freud diría que necesitas el aprecio, la admiración, etc. Vas a una reunión y, claro, se ponen como "¿pero tú no eras humorista?", y yo, "sí, claro, pero aquí estoy en otra onda". Hay una confusión absoluta, y no te esperas que, yo qué sé, Pablo Milanés o Silvio Rodríguez eructen o algo así, porque los asocias con la poesía.

P.- Háblame de tus bromas recurrentes más famosas, como la de Kierkegaard, los sumerios, etc.

R.- Mira, me gusta mucho contar esto. Cuando nosotros empezamos en la tele, el cómico siempre debía decir una cosa, algo que pudiera trasladarse a la calle, y así se medía su éxito. Y a nosotros siempre nos pedían que buscáramos una frase, así que Faemino empezó a decir "por supueh-to", y cuando vimos que eso empezaba a fijarse, lo quitamos. Cuando hicimos 'El orgullo del Tercer Mundo', nos dijeron que buscáramos algo, así que pensamos "vamos a hacer una cosa que sea una pedantería, algo indecible, que no haya contexto", y al principio la frase era aún más pedante: "qué va, qué va, qué va, yo leo a Baudrillard", pero nos pareció demasiado exagerado y Carlos se acordó de que, en Bananas, Woody Allen había mencionado a Kierkegaard, así que entonces pensamos "ya está". En cuanto a los sumerios, yo empecé a estudiar historia hace diez años, cuando estaba empezando 'Ilustres Ignorantes', y dentro de la historia de los pueblos antiguos, los sumerios me fascinaban. Había adquirido ya esa recurrencia, pero lo dejé cuando empezaba a ser un 'running gag' y se volvía algo exagerado. Es divertido, pero aunque siga funcionando, no es algo que quiera quedarme para mí, como un anclaje. En fin, lo que no me apetece es estar en una fiesta, o en el autobús o el metro, y que alguien me pida "oye, dime algo de los sumerios".

Mi escape es que pinto figuras de plomo del Warhammer y hago mucho coleccionismo, tengo ejércitos

P.- Me da la impresión de que eres muy bueno sacando partido a cosas que a priori podrían ser defectos, como cuando durante una disertación pierdas el hilo. Tú aprovechas eso para llevarlo por otros sitios.

R.- Tengo mal memoria y además se me van los nombres. Entonces, mi tendencia es a desarrollar las ideas, de hecho creo que mi estilo reside un poco en eso. Yo no soy como mi amigo Pepe Colubi, es difícil que yo consiga una frase así de corta. En realidad, mi planteamiento vital es el de generar muchas cosas, y si alguna vez se me va el hilo de lo que estoy contando, lo utilizo siempre, y si me equivoco, sigo y no pasa nada. El cómico tiene esa especie de ambivalencia o contradicción: no es creíble pero, a la vez, como no tiene credibilidad, sus errores nunca son lamentables. Está ahí y piensas "bueno, es un cómico, así que se ha equivocado porque ha querido". Pero, a la vez, no puedes ser prescriptor como en otros países: en EEUU, sobre todo, son casi rockeros o incluso estrellas de cine.

P.- ¿Qué opinas del humor que se hace en otros países, y cómo ves el que se practica en España en relación con ellos?

R.- El nivel que hay en España es incontestable, tío, es algo acojonante. Tenemos la suerte de estar viviendo un momento dorado para el humor, porque hay muchísimos cómicos, desde Miguel Noguera a Ignatius —que son fascinantes los dos—. O ves el magma de 'La Vida Moderna', que además por separado también ves que hay nivelazo. El Reino Unido y EEUU o Canadá, por ser vecinos, nos llevan mucha ventaja en la línea del 'stand-up comedy'. Pero esta es una cuestión muy personal, y a mí… esto, en fin, suena muy soberbio, pero antes que todos los cómicos americanos, todos, e incluyo a Louis CK, a Larry David, a Seinfield, a todos, a mí hay cómicos españoles que me gustan mucho más. Porque hay una cosa —igual que antes te hablaba del humor generacional—, una cuestión cultural, que es un intangible, y es que cuando un cómico imita un acento de Texas o un acento de Utah, yo no lo tengo interiorizado, no sé que está pasando, y hay algo ahí que no me llega. En cuanto al punto de vista, tengo una teoría con los cómicos americanos y británicos, y es que en España no se comerían una mierda. Porque tú ves a cualquier cómico americano —que son maravillosos y tienen una puesta en escena realmente magnífica— y, en general, el público les espera, puede estar tres minutos charlando mientras ellos preparan la historia sin contar chistes, y no pasa nada. Tú en España estás tres minutos en un teatro o en un local sin hacer un chiste y… buf, es una cosa diferente.

Yo quiero retirarme, de verdad que estoy estresado. Trabajo, como mínimo, veinticinco días al mes

P.- Hace tiempo dijiste que la radio te estresaba y que querías bajar el ritmo, pero ahora estás metido en más proyectos que nunca.

R.- Yo quiero retirarme, de verdad que estoy estresado. Trabajo, como mínimo, veinticinco días al mes, y si le metes los viajes, pues todos los días. Con Faemino hago ocho bolos al mes, con 'Ilustres' uno o dos, más las grabaciones, 'Todopoderosos' y los 'Dragones', luego la radio... y de pronto me digo que no tengo tiempo. Y de vez en cuando, como tengo facilidad de palabra, pues me cogen como maestro de ceremonias para alguna entrega de premios, y digo, "hostias, ya soy el más rico del cementerio". Digamos que mi escape es que pinto figuras de plomo del Warhammer y hago mucho coleccionismo, tengo ejércitos. Y cuando llega la primavera cojo la bici y me piro, pero si estoy todo el día trabajando no puedo. Y a mí lo que me llena y me nutre es hacer cosas ajenas a mi profesión. Si estoy todo el tiempo pensando en chistes llega un punto en que me agosto y ya no se me ocurre nada. Pero todavía no ha pasado, eh, todavía no ha pasado.

La singularidad de Javier Cansado (Madrid, 1957) reside en que es casi imposible definir su estilo. En tiempos de Twitter y de la réplica cortante, sarcástica, él cultiva la respuesta barroca, bienhumorada y, ante todo, siempre tan insólita como el encuentro de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección. Uno nunca sabe dónde desembocarán sus largas disertaciones; estas, a la manera de los chistes sin remate ni lógica interna de Chiquito de la Calzada, se convierten en un viaje humorístico hacia todas y hacia ninguna parte, un monólogo interno con tantos meandros y recursos cómicos que, a su término, el espectador siente que acaba de jugar al pinball con sus neuronas.

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