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Cataluña y el escarmiento de la tierra prometida
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Cataluña y el escarmiento de la tierra prometida

La ensoñación de una Cataluña soberana e independiente debería limitarse a la euforia de la travesía

Foto: Manifestantes independentistas en la plaza de Sant Jaume. (EFE)
Manifestantes independentistas en la plaza de Sant Jaume. (EFE)

“Un mapa de la tierra en el que no esté señalada la utopía no merece la pena de ser mirado; le falta aquel país al que la humanidad siempre llega y, una vez ha llegado, mira en torno suyo, descubre otro país mejor, y navega de nuevo hacia él”. Tiene sentido mencionar este pasaje de Oscar Wilde como argumento disuasorio de quienes emprenden el viaje a la tierra prometida. Toda conquista sobrelleva el castigo de la frustración.

Por eso la ensoñación de una Cataluña soberana e independiente debería limitarse a la euforia de la travesía. Es mejor la emoción de viaje que la decepción de la meta. Lo demuestra un relato de Leonardo Sciascia que merece evocarse en el centenario de su nacimiento y que podría servir de escarmiento a los pasajeros que abarrotan la nave de Junqueras.

Se titula 'El largo viaje' y traslada la aventura de unos sicilianos que viajan en una embarcación precaria creyéndose que les aguarda América. El patrón les ha prometido una vida nueva al otro lado del Atlántico. Ha saqueado sus últimos recursos, como sucede ahora en las rutas de la inmigración y como ocurre con el esfuerzo emocional que cultiva el soberanismo.

placeholder Leonardo Sciascia.
Leonardo Sciascia.

Y creen los sicilianos que América les espera realmente. Al cabo, han transcurrido 11 noches de travesía. El mar los acuna como el líquido amniótico de un renacimiento. Y se aferran a la orilla cuando el barco finalmente se detiene. Y, solo entonces, a los pobres sicilianos les sacude el hallazgo estremecedor: han salido de Sicilia para volver a Sicilia. Los ha engañado el señor Melfa —así se llama el despiadado pirata— y se han engañado ellos mismos en la elucubración del paraíso al que aspiraban.

La frustración es bastante similar a la desdicha del capitán Black a bordo del cohete espacial que transportó a sus hombres al planeta Marte en abril de 2000. Tiene recogido Ray Bradbury el episodio en sus ' Crónicas marcianas'. Y describe la decepción de haber aterrizado en el mismo lugar desde el que habían salido. Estar, estaban en Marte, pero la emoción, la sugestión, del viaje interplanetario se resintió del desgarro que produjo al capitán Black la similitud del territorio conquistado con su pueblo natal de Ohio.

El hallazgo de un enemigo exterior precipita la ilusión y la urgencia de un mundo alternativo

El relato adquiere un valor alegórico en el contexto de las grandes utopías. Ninguna tan atractiva como el paraíso, cuya elaboración conceptual y hasta toponímica proviene del antagonismo al desierto donde brotaron las religiones monoteístas. El paraíso debía ser frondoso y tupido, exuberante, fértil. Un lugar acaso donde el agua rebosa y la comida pende de los árboles. Una contrafigura perfecta de la tierra baldía donde Dios se hizo necesario en la abstracción metafísica. “Lo imposible pero creíble es preferible a lo increíble pero posible”, escribe con autoridad Galvano Della Volpe.

La ensoñación de la patria

Se ha arraigado en Cataluña la ensoñación de la patria nueva como respuesta a los colmillos del Estado opresor. Y se han amontonado las circunstancias que mejor conspiran a una ruptura. No ya la crisis económica, la propaganda, el ajetreo de los mitos fundacionales y el paradigma excluyente de la identidad, sino el hallazgo fabuloso de un enemigo exterior cuya abstracción precipita la ilusión y la urgencia de un mundo alternativo.

Es cuanto experimentaron los vecinos del barrio londinense de Pimlico en la maravillosa película de Henry Cornelius. Está rodada en la posguerra y expone la conmoción que despierta el descubrimiento accidental de un documento de acuerdo con el cual Pimlico formaría parte del reino de Borgoña. Creen así los neoborgoñeses que eludirán la depresión económica, las cartillas de racionamiento, los deberes con la corona, hasta el extremo de que el jefe de la policía del barrio reflexiona sobre su nueva identidad: “Entonces... ¡soy extranjero!”.

Foto: Leonardo Sciascia

Las exclamaciones acotan el entusiasmo que conlleva toda novedad existencial propicia. Tiene escrito Emil Cioran que “hasta respirar sería un suplicio sin el recuerdo o el presentimiento del paraíso, objeto supremo —y sin embargo, inconsciente— de nuestros deseos, esencia informulada de nuestra memoria y de nuestra espera”. Se entiende así la naturalidad con que puede emprenderse una causa “paradisiaca” —la tierra prometida, la patria prohibida— que en principio nos resultaba remota, pero que latía o yacía hasta que legó el momento de identificarse con ella, más todavía de grandes procesos de movilización y de euforia, destinados no solo a la promiscuidad de las emociones, sino al abandono de la responsabilidad individual.

El hombre ha sido nómada por obligación y por la búsqueda del misterio que se aloja al otro lado de la montaña. Ha perseguido El Dorado, la Arcadia, Shangri-La como respuesta a la hostilidad y depresión de hábitat cotidiano. O como remedio a las persecuciones imaginarias o reales. Moisés tuvo que liderar el éxodo del pueblo judío para sacudirse el asedio de los egipcios. Necesitó cuatro décadas hasta alcanzar la Tierra Prometida, pero fue privado por Yahveh de ingresar en ella, como represalia a su impureza.

La dialéctica del crimen y castigo exuda entre las páginas de 'Auge y caída de Mahagonny', una fundación costera donde los pioneros prometen rectificar todas las prohibiciones y restricciones de las urbes occidentales. Se instala una república de hedonismo y placer, pero la corrupción malogra el sueño porque la corrupción no es heterómana, anida en el hombre y amenaza o represalia la idea ingenua de escapar de nosotros mismos. Por eso la obra de Brecht incluye un himno universal, 'Alabama song', con música de Kurt Weill que alude a la embriaguez de los hombres mirando a la Luna, pues es la Luna la alegoría de la muerte y de la resurrección, o la metáfora del misterio que representa el lado oculto de la tierra prometida. Mejor imaginarla que alcanzarla.

“Un mapa de la tierra en el que no esté señalada la utopía no merece la pena de ser mirado; le falta aquel país al que la humanidad siempre llega y, una vez ha llegado, mira en torno suyo, descubre otro país mejor, y navega de nuevo hacia él”. Tiene sentido mencionar este pasaje de Oscar Wilde como argumento disuasorio de quienes emprenden el viaje a la tierra prometida. Toda conquista sobrelleva el castigo de la frustración.

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