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Sainte Victorie: la montaña que hechizó a Cézanne (y a Picasso)
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Sainte Victorie: la montaña que hechizó a Cézanne (y a Picasso)

Vicente Valero escribe un hermoso y lírico breviario en el que se le revela la luz de la Provenza y sus montañas totémicas

Foto: 'Montagne Sainte-Victorie vue de Bellevue', de Paul Cézanne.
'Montagne Sainte-Victorie vue de Bellevue', de Paul Cézanne.

Le ha sucedido a Vicente Valero lo mismo que le ocurrió a Cézanne, o a Picasso, o Peter Handke. Le ha hechizado la montaña mágica de Sainte Victoire, cuya molicie y aristas no desmienten la sensación de haberse precipitado sobre la tierra, como un meteorito gigante que reclama o tiraniza para sí una devoción totémica. Valero incluye a la montaña santa entre los sobresaltos de un cuaderno de viaje que ha escrito para la editorial Periférica. Se titula 'Breviario provenzal', aunque las propias limitaciones del texto no contradicen la intensidad del itinerario ni las connotaciones iniciáticas.

De otro modo, no hubiera incluido en el mapa la escala a la cima del Mont Ventoux, cuya reputación selectiva entre los ciclistas que compiten en el Tour aporta cierto prosaísmo al entusiasmo lírico que iluminó a Petrarca. Allí permaneció ensimismado el maestro toscano. Allí encontró la inspiración de su 'Canzoniere', como si las zarzas ardientes predispusieran “la exaltación de la naturaleza y del individuo solitario”, escribe Valero en su libro de la revelación.

Porque se le ha revelado la Provenza en su luz y en su misterio, puede que sugestionado por la sensibilidad de René Char y expuesto al influjo de Cézanne, pero también consciente de la coreografía armoniosa entre el arte, la historia y el paisaje.

placeholder 'Breviario provenzal'. (Periférica)
'Breviario provenzal'. (Periférica)

La dialéctica triangular reanima un breviario escrito con naturalidad y belleza. Valero cultiva la poesía en prosa en los cánticos que jalonan las “impresiones” del misterio de la luz provenzal, aunque la mayor corpulencia del cuaderno proviene de la montaña de Sainte-Victoire, el fetiche obsesivo de la creación en la intemperie de Cézanne. “Observadla. Qué impulso, qué sed imperiosa, qué melancolía”, escribe el pintor en estado de trance. “Estos bloques eran de fuego y aún siguen teniendo fuego. La sombra, el día, parecen tener miedo de ellos y retrocede estremeciéndose: allí arriba se encuentra la caverna de Platón: observad cuando pasan las grandes nubes, la sombra que cae estremecida sobre las rocas, como quemada, igual que si fuera una gran bola de fuego”.

Se entiende que Cézanne dedicara 80 obras específicas a la montaña de Sainte-Victoire. Se entiende también que la alusión platoniana fuera una manera de proclamarse como demiurgo del arte que estaba por venir.

placeholder Vicente Valero. (Periférica)
Vicente Valero. (Periférica)

Una vieja historia, tan antigua como la del espíritu creador al otro lado de la montaña, donde estallan deslumbrantes los amaneceres que difícilmente pueden contemplar quienes afincan su morada en la placidez del valle o a la sombra de la ladera. Cézanne venía del otro lado de la montaña. Nadie se preocupaba de comprenderlo ni entendía su resistencia a la militancia impresionista, menos aún entre los chiquillos que se reían de su aspecto y entre los adultos que recelaban de su misantropía.

A Cézanne le gustaba encaramarse entre las rampas del paseo de La Marguerite para destripar el vientre de la montaña de Sainte-Victoire, cuyas sombras geométricas y recovecos alojaban el misterio del cubismo.

Paciencia, fe y constancia

Cualquier espectador, cualquiera, puede darse cuenta de la evidencia... pero Cézanne fue el primero en advertirla. Cuestión de paciencia, de fe y de constancia. Cuestión de perseverancia y de obstinación, porque Cézanne mantuvo en pie su caballete mientras el viento y la lluvia de octubre de 1906 lo manteaban y lo zarandeaban como a un pelele barbudo que había perdido la razón. Murió el día 21 por culpa de una pleuresía, aunque las evidencias asépticas del parte médico palidecen frente al epitafio que escribió su convecino y amigo Emile Zola: “Mi amigo Paul Cézanne ha muerto pintando. Como quería. Como siempre había hecho”.

Foto: 'Los amantes'. René Magritte. 1928. MoMA.

El responso también se ajusta a la biografía de Picasso. Como encaja la devoción del maestro malagueño hacia el patriarca Cézanne. Tanto, que las paredes del castillo provenzal de Vauvenargues, hoy desnudas, desvestidas, enfermas, alojaron hace medio siglo las pinturas que Picasso adquirió del colega francés. Algunas de ellas se colgaron en el Museo Granet. Otras han terminado en galerías e instituciones del Golfo, aunque el inventario picassiano del castillo reviste importancia porque denota sus gustos y porque revela a las deidades de su panteón: Matisse y Cézanne en primer lugar. Renoir y Modigliani. Monet y Georges Braque.

Picasso dormía en un camastro espartano y tenía en su cabecero la bandera de Cataluña

“¿Qué es, en el fondo, un pintor?”, se preguntaba Picasso en conversaciones con el marchante Kahnweiler. “Un pintor”, se respondía, “es aquel que colecciona las obras de los otros para encontrarse a sí mismo reflejado en ellas”. Picasso dormía en un camastro espartano y tenía en su cabecero la bandera de Cataluña por razones republicanas. Las paredes están desnudas, incluso desconchadas. Hay un teléfono gris, un mayúsculo cencerro en el suelo y un escritorio de madera que se asoma a la montaña de Sainte Victoire.

Foto: Una visitante, en la exposición dedicada a Kandinsky en el Museo Guggenheim de Bilbao. (Reuters)

Picasso la contemplaba a los pies de su castillo. No se atrevió a pintarla, pero sí tuvo la osadía de adquirir unas cuantas hectáreas, más de 1.000, tal como el artista malagueño cuantificó al propio Kahnweiler en una carta de connotaciones revanchistas. No es que viviera demasiado tiempo Picasso en Vauvenarges. Lo que sí decidió es enterrarse al abrigo de la montaña de Sainte Victoire. La tumba del maestro es tan evidente que parece invisible. Se arraiga en un montículo circular de hierba, desprovista de inscripciones, y de símbolos y de fechas. La custodia la escultura primitiva de mujer oferente. Picasso, en realidad, la concibió en 1937, igual que el Guernica, y fue su última esposa, Jacqueline, quien dispuso enterrar al maestro bajo el regazo de la matrona de bronce, rodeado de antiguos cedros.

Arte, historia, paisaje. He aquí las coordenadas del breviario de Valero, una brújula abstracta que reconoce en la Provenza la antigua huella de Petrarca, la inmanencia de Sainte Victoire y el aliento de una simple espiga. “Verdes matinales, fríos aún. Incesantemente debemos recordar la certidumbre de la espiga. En ella crecen asombradas las estrellas fugaces. En ella puede escucharse la antigua salmodia de un río que no existe pero continúa dando de beber a los animales ciegos. Toda la claridad fluye en su noche, intacta y abundante, vierte sobre la tierra negra la simiente de la transformación, el porvenir de la palabra, su nueva luz”.

Le ha sucedido a Vicente Valero lo mismo que le ocurrió a Cézanne, o a Picasso, o Peter Handke. Le ha hechizado la montaña mágica de Sainte Victoire, cuya molicie y aristas no desmienten la sensación de haberse precipitado sobre la tierra, como un meteorito gigante que reclama o tiraniza para sí una devoción totémica. Valero incluye a la montaña santa entre los sobresaltos de un cuaderno de viaje que ha escrito para la editorial Periférica. Se titula 'Breviario provenzal', aunque las propias limitaciones del texto no contradicen la intensidad del itinerario ni las connotaciones iniciáticas.

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