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El color contra la línea: Kandinsky, Mondrian y el duelo por el trono de la pintura abstracta
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El color contra la línea: Kandinsky, Mondrian y el duelo por el trono de la pintura abstracta

Dos grandes exposiciones en España dedicadas a los dos grandes genios de la abstracción vuelven a poner sobre la mesa la gran rivalidad pictórica del siglo XX

Foto: Una visitante, en la exposición dedicada a Kandinsky en el Museo Guggenheim de Bilbao. (Reuters)
Una visitante, en la exposición dedicada a Kandinsky en el Museo Guggenheim de Bilbao. (Reuters)

Durante muchos siglos, los pintores basaron su arte en reproducir aquello visto desde la ventana, como si cada lienzo fuera una variante de una mirada a la búsqueda de una perspectiva impecable. Sin embargo, la invención de la fotografía durante el primer tercio del siglo XIX, la aceleración del mundo como consecuencia de las sucesivas revoluciones tecnológicas y el nacimiento de una mirada científica, reflejada por ejemplo en el positivismo del francés Comte, movieron los pinceles hacia otras perspectivas. Arrancaba una progresiva toma de conciencia del yo a caballo entre el 'fin de siècle' decimonónico y una modernidad desatada que rompía con todo ya en las primera décadas del XX.

Los futuristas podían lanzar con sus pinceles loas a la velocidad, pero quien mejor resumió el cambio de paradigma fue Henri Matisse. Inquirido por su célebre raya verde plasmada en un retrato de su mujer de 1905, no dudó en espetar un rotundo "¿y por qué no?". Con aquella respuesta, quebraba la aspiración del arte como método para representar la realidad mientras animaba a otros colegas a sumergirse en otras coordenadas mentales, imperativas para comprender las primeras vanguardias.

Más o menos por aquellas fechas, dos creadores luchaban en su interior por dominar el oficio e ir más allá de lo establecido. Antes de la Primera Guerra Mundial, el fenómeno de las periferias como lugar de la revolución cobró sentido. Los centros económicos e industriales, de Barcelona a Trieste, de los Países Bajos a Baviera, estaban en plena ebullición a la búsqueda de un lenguaje distinto. En Múnich, Vasili Kandinsky (Moscú, 1866 - Neully Sur Seine, 1944) quería liberarse de lo figurativo para adentrarse hacia otra senda, mientras en Ámsterdam el joven Piet Mondrian (Amersfoot, 1872 - Nueva York, 1944) dibujaba paisajes cada vez más específicos desde una serie de elecciones cromáticas. Para muchos, esas obras iniciales del holandés podían tener incluso un aire, inevitable pensarlo, a Vincent Van Gogh, aunque su evolución le llevó por otros derroteros.

placeholder Piet Mondrian.
Piet Mondrian.

En esta época calamitosa, la confluencia simultánea de ambos en dos grandes exposiciones es digna de celebración. 'Mondrian y el movimiento De Stijl' puede admirarse hasta marzo de 2021 en el Reina Sofía; Kandinsky, en el Guggenheim bilbaíno. Para Megan Fontanella, comisaria de la muestra visitable hasta mayo del próximo año, el valor de Kandinsky estriba en su acierto por intentar liberar la pintura de vínculos anteriores con el mundo natural hasta descubrir nuevas temáticas centradas en sus esencias interiores.

El valor de Kandinsky estriba en su acierto por intentar liberar la pintura de vínculos anteriores con el mundo natural

A partir de este punto, el escritor y físico Agustín Fernández Mallo, cuyo último libro es 'Wittgenstein, arquitecto' (Galaxia Gutenberg), considera interesante al ruso de trayectoria cosmopolita por derribar barreras en el terreno de los derechos sociales. Según el premio Biblioteca Breve de 2019, Kandinsky tiene el problema de ser mal interpretado por ciertos subconjuntos del ecologismo, pues “no se trata de preservar lo natural —lo natural ya se preserva por sí solo, tiene sus propias leyes, lo natural no nos necesita—, sino que hay que preservar lo únicamente humano, lo artificial, aunque esa parte artificial tome a veces una apariencia de 'no natural' —de 'cuadro abstracto social'—. Dicho de otro modo: todo lo que genera el ser humano es artificial, no actúa bajo la norma de las rígidas leyes naturales, y por eso mismo debe ser respetado y preservado. En todos los movimientos por los derechos civiles del siglo XX y XXI, en todas sus conquistas, subyace esta idea, este salto de gigante, que operó el movimiento abstracto, y en particular Kandinsky”.

Música y teosofía

Las dos grandes figuras de la pintura contemporánea quedaron hermanadas en la abstracción, y lo más curioso es percibir las coincidencias para conseguirla. Tanto Mondrian como Kandinsky sintieron la peculiar llamada espiritual de la teosofía,un conjunto de enseñanzas y dogmas divulgados por la ucraniana Madame Blavatsky, con muchos acólitos significativos desde la fundación de su credo en el Londres de 1875. El objetivo de sus devotos era superar un conocimiento basado en los métodos empíricos para alcanzar el absoluto, y desde la pintura podía presentarse desde términos sencillos y relevantes, a expandir en estructuras complejas, siempre con la desaparición de la forma como causa suprema para trascender lo visible.

placeholder Vasili Kandinski.
Vasili Kandinski.

En el caso de Kandinsky, intervino antes otro factor: la sinestesia musical. En su ensayo de 1911, 'De lo espiritual en el arte', desarrolla toda una teoría sobre los colores como notas, y por ello no es de extrañar hallar en su legado muchos cuadros titulados al estilo de las sinfonías. Esta elección numérica para bautizar a sus hijos tuvo otras implicaciones. Ese mismo 1911, preparaba su cuarta composición y, agotado, salió a dar un paseo. Al volver a su estudio, comprobó cómo su compañera, la expresionista Gabriele Münter, había volteado sin querer el lienzo. Cuando regresó al estudio cayó de rodillas y, emocionado, lloró por la epifanía de ese bendito trastoque: nunca había visto un cuadro tan bonito, mágico por liberarle de su apego al objeto.

Con Mondrian, sus caídas del caballo fueron por otros derroteros. La leyenda lo ha caracterizado como un ermitaño calvinista, sin sentido del humor y excesiva firmeza en sus postulados, cuando era un hombre divertido a su manera y obsesionado por dar con la tecla justa para expresar su cosmovisión, donde la idea de localizar la estructura intrínseca del universo se manifiesta en su célebre retícula cósmica, trazada con planos geométricos, con frecuencia horizontales, completados con un cromatismo primario de rojos, amarillos y azules acompañados por el negro como ausencia de color y el blanco como acumulación de todos ellos. El verde, prohibido hasta en su hogar, no tenía cabida en ese elenco elemental para indagar sobre lo absoluto, estableciéndose una metafísica ajena a lo palpable y fenoménico.

Mondrian fue un hombre obsesionado por localizar la estructura intrínseca del universo

Kandinsky apuntaló su armazón conceptual en 1926 con 'Punto y línea sobre el plano'. El color podía ser pura musicalidad, pero para colmar una pintura se requieren elementos geométricos. El punto sería una pequeña partícula cromática esparcida por el artista en el lienzo, mientras la línea remataría la totalidad a partir de la fuerza ejercida con lápiz o pincel hasta transportarla a varias direcciones con rectas, ángulos, curvas y círculos, oscilaciones hilvanadas desde la subjetividad del pintor, mutado en músico silente desde toda esta panoplia poética y muy criticable si no se atiende a su génesis.

Como acaece con Mondrian, a quien la banalización comercial ha perjudicado sobremanera hasta licuar una espiritualidad heterodoxa donde la música jazz jugó un papel demasiado poco ponderado, quizá más visible en su última etapa norteamericana, donde la integridad del método se desvanece al adquirir sus piezas mayor soltura, despegándose de ciertos esquemas fijos hasta lograr, al fin, trascender su propia labor y obtener la pureza. Como reproche a esta capa oculta, como tantas otras, de su arte es fácil argumentar la dificultad de reproducir un solo de trompeta en sus composiciones, olvidándose estos detractores de la obsesión por una harmonía sin intromisiones individualistas, despojándose el ego de lastres para transmitir una lección con visos de valor ecuménico.

Maestros de la revolución abstracta

Tanto Mondrian como Kandinsky deben enmarcarse en ese instante vivo y apasionante del primer tercio del siglo XX, cuando muchos quisieron rebasar las barreras establecidas. Es tentador mencionar a Sigmund Freud como inspirador inconsciente de algunas de estas revoluciones, y en Viena, con la secesión, se generó un grupo con suficientes hechuras como para interpretar un arte insertado en la sociedad y desprendido de su mera calidad de contemplación estética. El homónimo edificio de Joseph Maria Olbricht, con el incomparable friso de Beethoven de Gustav Klimt, inauguraba una ruta con la funcionalidad por bandera en el diseño, erigiéndose Koloman Moser como precursor de una vía nada decorativa y más bien abstracta, consolidada con el avance de la centuria en Weimar y Dessau mediante la Bauhaus, y en Leiden con De Stijl, bajo el liderato de Theo Van Doesburg.

Sobrevolaba el aire de Richard Wagner y su aspiración a una obra de arte total

En todas estas asociaciones, por llamarlas de algún modo, sobrevolaba el aire de Richard Wagner y su aspiración a una obra de arte total. El mito de Bayreuth lo propagó desde sus montajes escénicos, válidos para su cometido. Sus sucesores de otras disciplinas aspiraban a seguir su ejemplo para no ser carne de museo y repercutir en la cotidianidad. En el caso neerlandés, había una voluntad generalizada de aprehender aquellas leyes gobernadoras de lo visible y escondidas en las apariencias externas. Para Mondrian, este impulso tenía unas coordenadas fijas y poco le preocupaba si con ello hacia desaparecer el Arte como tal. Pese a la hermandad de ese estilo, traducción literal del nombre de ese movimiento, se separó en 1924, discrepante de Van Doesburg, quien declaró la diagonal un principio compositivo más dinámico que las construcciones horizontales y verticales.

placeholder La exposición 'Mondrian y De Stilj', en el Reina Sofía de Madrid.
La exposición 'Mondrian y De Stilj', en el Reina Sofía de Madrid.

Kandinsky quiso modelar la revolución desde mecanismos similares con otras variantes. En 1918, espoleado por el triunfo de la Revolución de Octubre, regresó a la madre patria y participó hasta 1921 en las políticas culturales de la futura Unión Soviética, enfrentándose a la postre a Vladímir Tatlin y Alexander Rodchenko, más radicales en sus postulados desde el Instituto de Cultura Artística, tildando a su colega de burgués e individualista. Ante esta situación, la oferta de Walter Gropius para impartir cursos en la Bauhaus fue un regalo caído del cielo, prologándose el idilio con la escuela multidisciplinar hasta 1933, cuando el nazismo la cerró para disolver ese espacio único y festivo, inimitable tanto en espíritu como en riqueza de pensamiento, madre indiscutible del diseño gráfico e industrial, entre muchos otros dones.

placeholder Exposición de Vasily Kandinsky en el Guggenheim de Bilbao. (Reuters)
Exposición de Vasily Kandinsky en el Guggenheim de Bilbao. (Reuters)

Kandinsky transcurrió su otoño en Francia. París había sido el origen de todo, no en vano, tanto él como Mondrian no habrían alcanzado un curso propio sin el fauvismo y el cubismo, y cerraría el círculo bajo un manto ya prestigioso, con Solomon Guggenheim convirtiéndose en su mecenas, marchamo extra al brindarle un puesto en el panteón de los inmortales cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, la capitalidad de la cultura se desplazó al otro lado del océano Atlántico. Su falso rival abandonó Holanda en 1918 y residió en la ciudad de la luz hasta 1938, cuando el contexto político lo expulsó a Londres hasta 1940, para a continuación recalar en Estados Unidos, instalándose en Nueva York hasta su muerte en enero de 1944, nueve meses antes que la del otro gran padre de la abstracción.

Para la escritora Patricia Almarcegui: “Tanto Kandinsky como Mondrian se reconocen en el valor dado a la experiencia a principios del siglo XX. Las obras de arte son objetos percibidos que generan experiencia. Kandinsky lo hará principalmente con el color y Mondrian mediante la línea. Me interesa la relación de ambos con la música y también con el orientalismo. De la primera, destaca su gran poder expresivo alejado de lo figurativo y representativo. Para Kandinsky, Oriente es el próximo, de allí viene la luz, que irradian las pinceladas de los colores planos y el ritmo que impregnan. Para Mondrian, Oriente es el lejano. Por su experiencia en la Bauhaus, conocía bien el trabajo de Bruno Taut sobre el palacio de Katsura de Kioto, tan del gusto de Gropius, quien no dudó en escribir a Le Corbusier y proclamarle que todo aquello por lo que habían luchado tenía su paralelo en la antigua cultura japonesa. Los pabellones del palacio representan la abstracción a partir de líneas verticales y horizontales que encuadran espacios monocromos y, como escribe Taut, son la arquitectura reducida a la pura esencia, lo mismo buscado por Mondrian con las formas geométricas de sus obras”.

Durante muchos siglos, los pintores basaron su arte en reproducir aquello visto desde la ventana, como si cada lienzo fuera una variante de una mirada a la búsqueda de una perspectiva impecable. Sin embargo, la invención de la fotografía durante el primer tercio del siglo XIX, la aceleración del mundo como consecuencia de las sucesivas revoluciones tecnológicas y el nacimiento de una mirada científica, reflejada por ejemplo en el positivismo del francés Comte, movieron los pinceles hacia otras perspectivas. Arrancaba una progresiva toma de conciencia del yo a caballo entre el 'fin de siècle' decimonónico y una modernidad desatada que rompía con todo ya en las primera décadas del XX.

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