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Arte feliz de un genio triste
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Arte feliz de un genio triste

La Tate Modern de Londres inaugura el jueves la exposición 'Henry Matisse: The cut-outs', una mirada a las obras del autor hechas con recortes

Foto: Exposición 'Henri Matisse: The cut-outs' en la Tate Modern de Londres (Reuters)
Exposición 'Henri Matisse: The cut-outs' en la Tate Modern de Londres (Reuters)

Unas tijeras enormes recortan formas sinuosas a gran velocidad. Poco a poco se va abriendo el plano y se descubre a un hombre mayor, con el pelo cano, gafas redondas y rostro serio ensimismado en la tarea. La proyección, fechada en 1950, apenas dura un minuto pero es suficiente para entender que la explosión de vitalidad que transmiten los coloridos cut-outs de Henry Matisse (obras de papel recortado de colores) tiene su origen en el disfrute sincero de un artista entregado a su trabajo con la devoción de un principiante y la sabiduría de un veterano.

“Ya no es el pincel el que resbala y se desliza sobre el lienzo, son las tijeras que cortan el papel y forman el color. Las condiciones del viaje son diferentes al 100%. El contorno de la figura surge a partir del descubrimiento de las tijeras, que le confieren el movimiento de la vida”. Con estas palabras el gran artista francés explicaba la técnica que comenzó a utilizar a principios de los años cuarenta y que desarrolló con intensidad hasta su muerte en 1954 y a la que el museo Tate Modern de Londres le dedica una extraordinaria exposición titulada Henry Matisse: the Cut-Outs, abierta desde el próximo jueves hasta el 7 de septiembre y que después viajará al Moma de Nueva York. La proyección que se menciona en el arranque de este texto abre esta muestra en la que se han reunido 130 trabajos, entre ellos cuatro versiones de su célebre Desnudo Azul (1952), que se exhiben juntas por primera vez.

Tras superar un cáncer de estómago que le dejó postrado en una silla de ruedas, Matisse, cuyo talento como pintor sólo rivalizó en vida con el de Picasso, fue abandonando poco a poco los pinceles porque su movilidad no le permitía trabajar como antes y comenzó a ‘pintar’ sobre las paredes de su estudio con tijeras y papel de colores casi sin proponérselo.

Lo que en un principio parecía simplemente un experimento creativo nacido de algo que comenzó a hacer como mera herramienta preparatoria (en las dos primeras salas se muestran varios cut-outs utilizados por Matisse como boceto para cuadros al óleo) se fue transformando poco a poco en su única forma de expresión artística y no sólo por los impedimentos físicos que le impuso su enfermedad sino como una elección estética que se prolongaría hasta el final de su carrera.

“Matisse había recortado una golondrina de un folio de papel escrito y como si le diera rabia tirar a la basura una forma tan bella me pidió que la pegara en la pared y que de paso cubriera una mancha que le molestaba. A lo largo de las siguientes semanas fue recortando otras formas y colocándolas sobre la misma pared”. Con estas palabras recordaba su asistente y secretaria Lydia Delectorskaya el nacimiento de su obra Oceania, El cielo (1946/47).

Peces, corales, pájaros y formas marinas llenaron sus paredes, algo que él atribuyó a sus recuerdos de un viaje a Tahití. “Dieciséis años después mis recuerdos han regresado a mí. Allí, nadando cada día en la laguna, disfruté intensamente contemplando el mundo submarino” le dijo a Brassai, quien le visitó entonces. En la exposición hay fotografías de aquella habitación y también esa misma obra transformada después en cuadro con la ayuda del artista y decorador textil Zika Ascher, quien le hizo varios encargos textiles en los que Matisse trabajó utilizando exclusivamente el cut-out.

El recorrido a través de las obras tardías de Matisse es un viaje exuberante donde lo meramente decorativo se funde con la brillantez artística de un artista que en 1943 editó el libro Jazz, su primer compendio de cut-outs y probablemente uno de sus trabajos más influyentes. Concebido precisamente como una improvisación jazzistica, aunque sin ninguna relación directa con el género musical, los cut outs iban a acompañar una serie de poemas ilustrados pero el texto improvisado que fue escribiendo a medida que los hacía acabó acompañando a las veinte ‘maquettes’ que forman el libro, que sólo tuvo una tirada de 100 ejemplares.

A él pertenece la obra Icarus, el mito griego que cayó al mar por volar demasiado cerca del sol con alas de cera y al que Matisse representó sobre un cielo azul o quizás un mar, rodeado de estrellas y un corazón sangrante en una imagen que hoy es parte de la historia del arte.

A medida que el artista envejecía sus cut-outs fueron aumentando de tamaño, quizás en respuesta a su huida del sufrimiento. La posguerra en Francia no fue fácil, por no hablar de la vida de su hija, marcada por ser torturada por la Gestapo hacia el final de la guerra, o de su propia vida, cada vez más difícil debido a los efectos secundarios de su enfermedad y a su propia vejez.

Pero su respuesta, lejos de ser áspera y oscura, fue exactamente lo contrario, una danza sinuosa de colores y formas con la que fue llenando su estudio, prescindiendo de los límites del lienzo y saltando con ellas sobre paredes, techos y suelos, haciendo del espacio un cuadro inmenso.

Demasiado débil para salir a la calle, con sus cut-outs sustituyó al mundo exterior y lo acercó hacia sí. El periquito y la sirena, (1952) es precisamente una de esas obras que florecieron en las paredes de su estudio con la ayuda de sus asistentes, a quienes dirigía para que cambiaran de posición lo que iba recortando hasta encontrar el equilibrio perfecto. Tanto el periquito como la sirena están mimetizados entre hojas redondeadas y alargadas en verdes, naranjas, amarillos y fucsias sobre un plano de más de siete metros de largo y tres de alto del que resulta difícil despegar los ojos por su mezcla de alegría, sosiego y perfección de colores. Esta obra, junto a la La gran decoración de máscaras (1953) son dos de las más espectaculares de esta exposición cuyos efectos colaterales incluyen poner al público de buen humor con su sobredosis de arte feliz.

Unas tijeras enormes recortan formas sinuosas a gran velocidad. Poco a poco se va abriendo el plano y se descubre a un hombre mayor, con el pelo cano, gafas redondas y rostro serio ensimismado en la tarea. La proyección, fechada en 1950, apenas dura un minuto pero es suficiente para entender que la explosión de vitalidad que transmiten los coloridos cut-outs de Henry Matisse (obras de papel recortado de colores) tiene su origen en el disfrute sincero de un artista entregado a su trabajo con la devoción de un principiante y la sabiduría de un veterano.

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