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Nazis en Mongolia: los hijos de Gengis Khan que admiran a Franco
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Nazis en Mongolia: los hijos de Gengis Khan que admiran a Franco

Adelantamos aquí por su interés uno de los capítulos de 'Adiós a Mongolia', el fascinante libro de viajes del periodista español Zigor Aldama

Foto: Nazis en Mongolia. (Reuters)
Nazis en Mongolia. (Reuters)

La culpa de todo es de Carlos Barria. Este fotógrafo de Reuters, al que luego conocí en China, fue el primero que retrató a los neonazis mongoles de Tsagaan Khas, literalmente "esvástica blanca". Su reportaje fotográfico, publicado en 2013 por numerosos medios de comunicación, no proporcionaba mucha información sobre los miembros de la organización, a los que definía como activistas medioambientales contrarios a las relaciones interétnicas, y despertó nuestra curiosidad. Además, gráficamente el tema era fascinante. Sus fotografías mostraban a un grupo de hombres y mujeres vestidos con uniformes propios del Tercer Reich y con brazaletes adornados con la esvástica blanca sobre fondo rojo de Hitler. Aparecían en minas, junto a los gers de nómadas, e incluso en tiendas de lencería. El retrato de uno de sus miembros sentado frente a una cruz gamada y con un osito de peluche azul en la mesa me convenció de que teníamos que entrevistarlos. Y a Miguel Candela la idea no le pudo parecer mejor.

Pero dar con un grupo neonazi no es sencillo. No tienen página web, y tuvimos que bucear a fondo en las redes sociales para encontrar a uno de sus fundadores, Ariunbold Altankhuum. En su foto de perfil aparece con una gorra militar negra y una cruz de hierro nazi. No hay duda: es él. Pero no habla inglés, así que le pido a mi amiga Enkhmaa, a la que ya hemos involucrado en mil historias surrealistas, que le envíe un mensaje y trate de concertar una entrevista aprovechando que nos encontramos en Ulán Bator. Para mi sorpresa, me responde rápidamente diciendo que le ha enviado su número de teléfono.

placeholder 'Adiós a Mongolia' (Península)
'Adiós a Mongolia' (Península)

—¿Qué le digo? —me pregunta con una mezcla de extrañeza y diversión. Enkhmaa se ha acostumbrado ya a buscar elementos excéntricos de la sociedad mongola para nosotros, pero desconocía la existencia de esta organización y le choca bastante.

—Coméntale que queremos hacerle una entrevista en profundidad para conocer su ideología y que nos gustaría hacer un seguimiento durante sus actividades.

Enkhmaa me escribe por Viber poco después para decirme que aceptan, pero con condiciones. Al parecer no están contentos con el resultado del reportaje de Barria y ahora desconfían de la prensa internacional. Quedamos en vernos a nuestro regreso de la estepa, a la que vamos en busca de los "ninjas" del oro.

Algo sucede allí que nos sorprende todavía más.

Esvásticas en la estepa

Conducimos por un manto verde cuando, a lo lejos, vemos un coche parado y lo que parece una familia tratando de arreglarlo, de modo que nos acercamos para echar una mano. Nuestro conductor ayuda con el cambio de la rueda que ha pinchado y entonces me fijo en un detalle de la camiseta de uno de los ocupantes: es roja, tiene un círculo blanco en el pecho y dentro hay una esvástica negra. Es el diseño de Hitler y no uno budista; no hay posibilidad de confusión.

Aprovechamos nuestro inesperado encuentro para hacerle unas fotos al hombre que viste la camiseta, que no tiene inconveniente en posar para nosotros en medio del camino de tierra. Pero cuando le preguntamos por qué luce la cruz gamada se encoge de hombros y prefiere no responder. Tampoco nos deja claro si pertenece a Tsagaan Khas o no. De hecho, termina rehuyendo nuestras preguntas y metiéndose en el coche. Nos despedimos con la sensación de que algo se nos escapa y con más ganas aún de saber qué hay detrás de esta inesperada querencia por la simbología nazi.

"Algo se nos escapa, cada vez tenemos más ganas de saber qué hay detrás de esta inesperada querencia por la simbología nazi"

De nuevo en Ulán Bator, Enkhmaa concierta la entrevista para una tarde. Contratamos a una traductora joven, Bulgamaa, que está libre y necesita el trabajo. Eso sí, cuando le explicamos qué es lo que vamos a hacer se queda tan blanca como la esvástica. "Pensaba que era una entrevista normal —dice azorada—. Espero que no sea peligroso". Es demasiado tarde para echarse atrás, y no creo que haya ningún peligro.

Pero es evidente que a los miembros de Esvástica Blanca les gusta infundir misterio. "Enviaremos un coche a recogeros en el UB Mall para que os lleve a un lugar seguro", explica por teléfono Ariunbold, que cuelga como en las películas, sin decir adiós. También les gusta hacerse de rogar. Esperamos sentados en la marquesina de una parada de autobús frente al centro comercial, que está cerrado por ser festivo, y miramos detenidamente cada coche que pasa por delante. Los minutos pasan y ninguno parece interesarse por nosotros.

—¿Y si nos están gastando una broma? —pregunta Miguel, siempre optimista.

La idea parece aliviar a la traductora. Sin duda, ella preferiría que lo fuese.

placeholder Nazis en Mongolia. (Reuters)
Nazis en Mongolia. (Reuters)

Al final, casi con media hora de retraso, un Nissan negro se acerca despacio al punto de reunión, como si Ariunbold quisiera acentuar la sensación de que formamos parte de una trama de espías. Pero no hay duda de que es él: viste un uniforme militar negro tipo SS tocado con una gorra en la que un águila plateada abre las alas sobre una esvástica. Por si hubiese dudas, la tapicería del coche es roja y cada asiento tiene su cruz gamada sobre fondo circular blanco. Miguel y yo subimos a la parte de atrás, esperando que Bulgamaa se siente en el lugar del copiloto. Pero nos dice con la mirada que nos apretujemos, que ella no quiere ir delante. Ariunbold saluda con un gruñido y exige ver una acreditación de prensa.

—Tenemos que ser muy cuidadosos, porque los servicios de inteligencia nos espían —justifica.

Satisfecho, arranca en dirección desconocida. Tengo que reconocer que, aunque todo me parece una puesta en escena impostada, resulta algo tenebroso.

Nada de fotos —advierte Ariunbold para frustración de Miguel.

Sorprende que un neonazi se pueda mover por la ciudad de esta guisa sin que los policías que nos ven pasar le den el alto. También hay ciudadanos que se giran y miran con curiosidad el coche, pero a nadie parece sorprenderle, y menos aún inquietarle. Cada vez tengo más interés por conocer qué hacen.

"Francisco Franco fue un buen tipo" —rompe el hielo Ariunbold mirando por el retrovisor y levantando un pulgar en gesto de aprobación

—Francisco Franco fue un buen tipo —rompe el hielo Ariunbold mirando por el retrovisor y levantando un pulgar en gesto de aprobación—. Nosotros comenzamos a trabajar por la protección de la soberanía y la cultura de Mongolia en 1986, cuando estallaron los primeros enfrentamientos con los comerciantes chinos por su falta de respeto hacia el país y sus habitantes. Nos insultaban, se acostaban con nuestras mujeres y abusaban de ellas. Lo corrompen todo y ahora están destruyendo el país con sus proyectos industriales y mineros.

Bulgamaa traduce balbuceante.

Odio a China

El odio de Mongolia hacia China data de hace casi un milenio. Se remonta a las conquistas de Gengis Kan, el hombre que consiguió unificar a las tribus nómadas en el siglo xiii para construir el mayor imperio asiático. Tal fuerza tenían sus hordas que los emperadores chinos tuvieron que levantar la Gran Muralla para tratar de contenerlas, sin mucho éxito. En el siglo XVII cambiaron las tornas y fue la dinastía Qing la que conquistó el territorio del Kan. Ahora China está construyendo un imperio al que no detendrá ninguna muralla. El suyo es un poderío económico que se siente con fuerza en Mongolia, cuya épica bravura se viene abajo rápidamente ante el retrato de Mao Zedong impreso en los billetes de los yuanes. No en vano el 66% de las exportaciones mongolas en 2018 acabaron en China, un país con el que mantuvo un comercio bilateral valorado en 8.400 millones de dólares.

placeholder Nazis en Mongolia. Foto: Carlos Barria (Reuters)
Nazis en Mongolia. Foto: Carlos Barria (Reuters)

—Con el beneplácito de nuestros gobernantes corruptos, que se llenan los bolsillos con los sobornos, las potencias extranjeras, con China a la cabeza, están esquilmando nuestro país y erosionando nuestra cultura —dispara Ariunbold mientras conduce por un barrio obrero de la capital.

No obstante, es evidente que el rápido crecimiento de Mongolia también está beneficiando al grueso de la población, cuyo poder adquisitivo se ha multiplicado por cuatro en los últimos quince años.

—Las apariencias engañan. También han aumentado notablemente las desigualdades sociales —replica el neonazi, que siempre tiene un ojo en el retrovisor para escudriñar nuestros gestos.

Después de veinte minutos de viaje bregando con el intenso tráfico de la capital, el Nissan se detiene frente a un bloque de viviendas de corte comunista y el conductor hace una llamada.

—Nuestros líderes hablarán con vosotros, pero por seguridad no quieren que toméis fotografías —dice.

El reportaje de Barria les ha creado problemas con las autoridades mongolas y ellos prefieren mantenerse en la sombra.

Ariunbold camina hasta un bar. Parece uno de esos saloons del Oeste, en los que, si hubiese clientes, todos se girarían para mirar fijamente al forastero mientras suena música de Ennio Morricone de fondo. Pero está vacío. Nuestro anfitrión señala unas escaleras que llevan a un sótano, así que bajamos. No hay cobertura en el móvil y el aire está viciado. El humo del tabaco lo hace pesado.

Ante nosotros se abre una sala con el techo muy bajo, el suelo y los muebles de madera y unas paredes rojas algo psicodélicas, decoradas con trazos blancos aparentemente hechos al azar.

Cruces de hierro

Alrededor de una mesa rectangular están sentados Uranjargal, una joven cuya ideología cuelga de su collar en forma de cruz de hierro, y Erdenezaya, un antiguo campeón de lucha libre mongola que se presenta como responsable de Tsagaan Khas y cuyas proporciones superlativas hacen honor a los logros deportivos de los que se enorgullece. No lucen cabezas rapadas, pero sí cortes de pelo militares. Con el semblante tan serio que dan ganas de reírse, nos preguntan por nuestra ideología. Como tampoco queremos antagonizar con ellos, no sabemos si tirar por la vertiente franquista, incidiendo en el hecho de que Miguel es originario de Alicante, uno de los principales abrevaderos del fascismo español, o si jugar la baza de la admiración que Hitler supuestamente sentía por los vascos. Al final nos declaramos neutrales en virtud de nuestra profesión.

"Aunque consideramos que fue un gran líder, tampoco nos guiamos por la doctrina de Adolf Hitler, cuya barbarie condenamos"

—Antes de nada, quiero dejar claro que ya no abogamos por la violencia para imponer nuestra ideología y que, aunque consideramos que fue un gran líder, tampoco nos guiamos por la doctrina de Adolf Hitler, cuya barbarie condenamos —arranca Erdenezaya.

Al preguntarle por la naturaleza de los símbolos de los que hacen gala sus miembros, y que no parecen apuntar precisamente a una condena del nazismo, responde con la celeridad de quien sabe que llegará esa pregunta.

No somos nosotros quienes tomamos prestada la simbología nazi, sino al revés. Fue Hitler quien se apropió de elementos que han sido siempre un reflejo de la fuerza de Mongolia, desde el primer Imperio del Fuego, que estuvo regido por el chamanismo, hasta Gengis Kan, a quien Hitler admiraba, pasando por los hunos de Atila. La cruz de hierro, la esvástica o el águila del Reich han sido utilizadas en Mongolia desde tiempos inmemoriales y fueron adoptadas luego por imperios como el romano o el bizantino. Ahora se asocian a la violencia, pero en el fondo son reflejo de una cultura. No somos imitadores, que también los hay, sino gente culta que estudia la historia y que, como puede ver, utiliza también otros símbolos, como el escudo nacional.

No miente. Sus uniformes militares tienen el cuello adornado con el escudo mongol bordado en hilo dorado. En cualquier caso, según avanza la conversación y va perdiendo su actitud almidonada, insisto en la simbología y Erdenezaya termina reconociendo que hay similitudes entre la sociedad que ellos promulgan y la que trató de imponer el caudillo alemán.

Respetamos a Hitler porque hizo de Alemania una gran potencia. En los noventa, cuando éramos jóvenes, compartíamos más aspectos de su ideología, pero luego, con la llegada de la democracia, hemos evolucionado. Condenamos que Hitler invadiese otros países y ordenase la matanza de minorías étnicas y religiosas, pero creemos en la necesidad de mantener la pureza de la raza mongola para evitar su desaparición, y por eso estamos en contra de los matrimonios interraciales que abundan ahora. De hecho, la única política del Gobierno con la que estamos de acuerdo es la que trata de elevar la natalidad de nuestra población. Somos muy pocos y necesitamos un mayor peso demográfico para defendernos.

Erdenezaya comulga con el ejemplo y ya es padre de cuatro criaturas.

—No queremos convertirnos en un país como Francia, donde los franceses son negros y árabes —explica, mientras los otros miembros del grupo asienten con la cabeza, y a continuación sentencia—: Somos los nacionalistas más puros de Mongolia.

Etnias en lucha

Aunque su indumentaria causa estupefacción y cierto malestar entre sus compatriotas, lo cierto es que la postura de Tsagaan Khas es compartida por una gran parte de la población. "Necesitamos una política restrictiva para evitar que todas las concesiones mineras acaben en manos de los chinos", aseguró un antiguo viceministro de Exteriores apellidado Tsolmon en una entrevista con el diario estadounidense Christian Science Monitor. "De lo contrario, un día puede que nos despertemos y descubramos que todo nuestro territorio está controlado por China. Y eso no sería nada bueno", apostilló.

Erdenezaya señala que ya existe un precedente para saber qué sucedería: la región autónoma de Mongolia Interior.

—Desde el Gobierno central de Pekín se ha promovido una emigración masiva que ha convertido a la etnia han en la mayoritaria dentro de Mongolia Interior, y se ha llevado a cabo una asimilación cultural de los habitantes de etnia mongola, cuyas costumbres y cultura han sido arrasadas por los chinos. El Tíbet y Xinjiang son también una clara muestra de que China es un país invasor por naturaleza. Necesita materias primas para sustentar su enorme población, fruto también de sus políticas expansivas —interviene Uranjargal, mientras los otros dos miembros de Tsagaan Khas fuman un cigarrillo tras otro y beben refrescos de frutas enriquecidos con vitaminas.

"Al principio creíamos que la violencia era el único camino para evitar la asimilación cultural. Ahora, sin embargo, buscamos vías pacíficas"

—Al principio creíamos que la violencia era el único camino para evitar la asimilación cultural. Ahora, sin embargo, buscamos vías pacíficas para sumar gente a nuestra causa. Utilizamos las ideas y la razón para convencer a los jóvenes que muestran interés por nuestra lucha —añade Erdenezaya, que informa de que la organización cuenta con casi trescientos miembros en Ulán Bator y varios cientos más por todo el país.

Me pregunto si el que nos encontramos en la estepa es uno de estos últimos.

—No reclutamos a la gente de forma activa. Dejamos que sean quienes están interesados los que se acerquen a nosotros. Cada uno tiene su propio trabajo, pertenecemos a sectores muy diferentes, desde la medicina hasta la televisión, y todos actuamos sin ningún ánimo de lucro. De hecho, donamos parte de nuestros
sueldos y llevamos a cabo acciones caritativas de todo tipo. De momento concentramos nuestras acciones en la inspección de empresas extranjeras que contaminan o degradan el medio ambiente —explica el líder.

Su discurso me recuerda un poco al del Hogar Social de Madrid, que oculta su ideología ultra detrás de programas sociales que ofrecen ayuda únicamente a españoles.

—Se están destruyendo los bosques y se degrada la tierra de forma que no sirve ni para su cultivo ni para el pastoreo. No obstante, la mayoría de los beneficios económicos no se quedan en Mongolia. De ahí que una de nuestras demandas sea la nacionalización de la minería y la expulsión de las multinacionales extranjeras que explotan el sector, porque no nos podemos quedar de brazos cruzados —vuelve a intervenir Uranjargal.

Sin duda, no solo determinan quiénes son los culpables, sino que con sus acciones también se encargan de amedrentarlos.

Erdenezaya continúa criticando el capitalismo y la democracia actuales.

—Estamos desencantados con el sistema, porque nos aseguraron que los mongoles serían quienes tendrían el poder, pero el Parlamento no representa a la gente, sino a una minoría que se ha enriquecido gracias a la corrupción. ¿Cómo es posible que siendo solo tres millones de personas y teniendo tantísimos recursos naturales los pobres sean mayoría? Exigimos una democracia real.

Gloria a Gengis Khan

Choca escuchar estas palabras de quien lleva prendida en el corazón una chapa de las SS —ese sí que no es un símbolo mongol—, saluda a sus compañeros con un choque de tacones y el brazo en alto y glorifica el sangriento imperio de Gengis Kan. Así se lo señalo. Temo que resultar inquisitivo pueda dar al traste con la entrevista, pero ahora que ya han dejado clara cuál es su ideología, creo que no está de más enfrentarlos con sus propias contradicciones.

—Puede parecer una contradicción teniendo en cuenta que criticamos el expansionismo de China. Pero lo que el Gran Kan consiguió fue unir diferentes culturas, mientras que el Gobierno de Pekín lo que quiere es dividirnos y enfrentarnos. Por eso continuaremos promulgando la independencia de Mongolia con la fuerza de las ideas, y no seremos vencidos ni siquiera por la todopoderosa China.

No están solos en la consecución de ese objetivo. De hecho, los grupos neonazis proliferan en el país y se han convertido en una preocupación para el Gobierno mongol.

—Creen que somos el enemigo y nos acosan permanentemente —afirma Erdenezaya antes de mostrar su recién adquirida confianza con un gesto imprevisto—. Podéis hacernos un par de fotos.

"Quizá no sea acertado utilizar la simbología nazi, pero estoy muy de acuerdo con lo que han dicho", nos confiesa el guía

Los retratos, hieráticos, frente a un fondo que no concuerda con el contenido de la entrevista e iluminados por la tenue luz verdosa de un par de fluorescentes, no resultan satisfactorios. Pero los miembros de Tsagaan Khas dejan claro que no están dispuestos a salir a la calle para que los fotografiemos y vuelven a mencionar a Barria y las consecuencias negativas que les ha acarreado su reportaje. El fotógrafo se ha convertido en lo que conocemos como "periodista Atila": por donde pasa es imposible volver a hacer una historia.

No hay alternativa, así que nos despedimos y salimos del sótano. Bulgamaa ya se ha relajado e incluso ha intervenido en la última parte de la conversación. "Quizá no sea acertado utilizar la simbología nazi, pero estoy muy de acuerdo con lo que han dicho", nos confiesa. Antes de marchar, le pide a Ariunbold el contacto de Facebook, y yo me marcho preocupado porque igual hemos creado una nueva neonazi.

Sorpresa final

Cada vez que Ariunbold publica una fotografía en Facebook mostrando tatuajes nazis o acciones de Tsagaan Khas, Miguel me envía un mensaje. Está frustrado porque no pudimos completar una historia interesante con imágenes a la altura. Repite una y otra vez que tenemos que volver a intentarlo. Y es lo que hacemos al año siguiente, durante el primer invierno que pasamos en Mongolia.

Ariunbold está más receptivo, nuestros reportajes no le han causado problemas, y nos informa de que la organización va a dar una charla en el centro de Ulán Bator. "Pasaos al final", dice.

Llegamos cuando el público se está levantando. Para nuestra sorpresa, el neonazi viste de calle y ha reducido su ideología hasta dejarla en un pin plateado con la esvástica. Saluda con la sequedad habitual y nos pide que lo sigamos.

placeholder Nazis en Mongolia. Foto: Carlos Barria (Reuters)
Nazis en Mongolia. Foto: Carlos Barria (Reuters)

Comenzamos a caminar. Ariunbold trota. Una vez más, no tenemos ni idea de adónde nos conduce, pero lo seguimos lo más cerca que podemos, porque es imposible moverse a su ritmo, y menos con 10 kilos a la espalda. Al cabo de media hora, los 30 grados bajo cero nos parecen pocos y comenzamos a abrirnos el anorak. Dejamos atrás el centro y nos internamos en los suburbios. Pero ni siquiera aquí se detiene. Miguel y yo nos miramos, pero no tenemos aliento para decir nada. Yo solo pienso que podríamos haber cogido un taxi. O un Prius. Cualquier cosa con ruedas.

Las construcciones de hormigón dejan paso a los gers que inundan las colinas de los alrededores de la capital. La tierra helada sustituye al asfalto, y los patinazos constantes complican aún más seguir el ritmo de Ariunbold, que parece como si tuviese crampones en las botas. Llegamos a una explanada en la que hay varias casas de madera de una sola planta, nos metemos por un camino estrecho y Ariunbold se para frente a una puerta. Nos pide que esperemos fuera un momento. Cuando vuelve a abrir, nos invita a pasar.

Dentro hay cuatro hombres fornidos, con cruces gamadas tatuadas por todas partes. Pero lo que creíamos que iba a ser la sede de Tsagaan Khas es en realidad un pequeño taller en el que estas personas producen pequeñas figuritas de madera. Y no son precisamente recuerdos del Tercer Reich, sino caballitos y camellos que se venden como suvenires a los turistas. Debe de ser el lugar donde fluye la vertiente artística que Ariunbold atribuyó a sus miembros durante la entrevista del año anterior. Es interesante ver cómo se financian los neonazis, pero resulta chocante, y más aún cuando nos advierten de que podemos hacer fotografías de las figuras pero no de quienes las fabrican. La cara de Miguel, que en este tema va de decepción en decepción, es un poema.

—¿Venimos hasta aquí para esto? —pregunta con un tono irritado que no requiere traducción. Ariunbold nos lleva a una esquina y desvela el quid de la cuestión.

—Si queréis más material, podríais hacer una donación. O sea que era eso.

—Por curiosidad, ¿de cuánto estamos hablando?

—No sé, unos 500 euros sería suficiente —dice Ariunbold.

Miguel y yo volvemos a mirarnos incrédulos. Se acabó. En los meses siguientes, diferentes noticias relacionadas con la simbología nazi sorprenden por toda Asia. En enero de 2019, en Tailandia, el grupo pop BNK48 tuvo que disculparse públicamente después de que trascendiese la imagen de una de sus integrantes vistiendo una camiseta con una esvástica durante un concierto.

Pero lo cierto es que en ese país se puede adquirir todo tipo de simbología fascista sin problema. Tanto que en 2011 una escuela se vio envuelta en un escándalo internacional cuando se supo que algunos de sus estudiantes habían preparado un desfile nazi. Y algo muy similar sucedió cinco años después en otro centro educativo de Taiwán.

En julio de 2019, el diario South China Morning Post también publicó un reportaje sobre un grupo neonazi de rock de Malasia que actúa en garitos underground y a cuyos conciertos solo se puede acceder por invitación.

Y en Japón quizá fuesen demasiado lejos en la dirección contraria, porque de cara a la organización de los Juegos Olímpicos de Tokio de 2020, y preocupados por la mala prensa que las esvásticas provocan en todo el continente, las autoridades incluso debatieron la posibilidad de limitar el número de cruces gamadas budistas que se muestran en templos y, sobre todo, retirar ese símbolo de los mapas en los que se utiliza para señalar la ubicación de los lugares de culto budistas. La cruz que se utiliza en el budismo nipón es levógira —el brazo superior gira hacia la izquierda— y no está rotada, pero el Gobierno teme que los visitantes la confundan y crean que el Tercer Reich tiene sucursales por toda la capital de Japón.

La culpa de todo es de Carlos Barria. Este fotógrafo de Reuters, al que luego conocí en China, fue el primero que retrató a los neonazis mongoles de Tsagaan Khas, literalmente "esvástica blanca". Su reportaje fotográfico, publicado en 2013 por numerosos medios de comunicación, no proporcionaba mucha información sobre los miembros de la organización, a los que definía como activistas medioambientales contrarios a las relaciones interétnicas, y despertó nuestra curiosidad. Además, gráficamente el tema era fascinante. Sus fotografías mostraban a un grupo de hombres y mujeres vestidos con uniformes propios del Tercer Reich y con brazaletes adornados con la esvástica blanca sobre fondo rojo de Hitler. Aparecían en minas, junto a los gers de nómadas, e incluso en tiendas de lencería. El retrato de uno de sus miembros sentado frente a una cruz gamada y con un osito de peluche azul en la mesa me convenció de que teníamos que entrevistarlos. Y a Miguel Candela la idea no le pudo parecer mejor.

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