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¿Quieres ser famoso? Mata unos gatos y cuelga el vídeo en la red
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¿Quieres ser famoso? Mata unos gatos y cuelga el vídeo en la red

Un estremecedor documental de Netflix retrata la peripecia del criminal Luka Magnotta y describe otras patologías de la sociedad en el infierno de internet

Foto: 'A los gatos, ni tocarlos' (Netflix)
'A los gatos, ni tocarlos' (Netflix)

Hacerse famoso no es tan difícil. Puedes matar unos gatitos. Colgar el vídeo en internet. Convertirte en un fenómeno viral. Provocar, estimular la cacería de los internautas. Y superarte a ti mismo despedazando a un congénere con un picahielos. Y colgar el vídeo en internet.

Es un camino hacia la fama excéntrico, voraz, satánico, pero también la prueba de una sociedad enfermiza. Por los criminales-exhibicionistas que habitan en las cañerías de la aldea global. Por los mirones y justicieros que la abarrotan. Y porque nada estimula más la conciencia social que el "asesinato" de unas mascotas con aspecto tierno de peluche.

Es el enfoque bizarro que introduce un asombroso documental estrenado Netflix. Su título en inglés, 'Don't f...k with cats', resulta más provocador que su título en castellano, 'A los gatos, ni tocarlos', pero tanto vale una solución como la otra para describir el camino hacia la gloria y el cadalso de Luka Rocco Magnotta.

Fue condenado este sujeto en 2012 a cadena perpetua por un crimen atroz, aunque la peculiaridad de su peripecia consistió en el ahínco y amateurismo con que lo persiguieron los internautas. Una comunidad de cazadores que encontró en la persecución de Magnotta una razón para vivir y un pretexto del dogmatismo animalista.

Así lo demuestran los protagonistas del documental que ha escrito y realizado Mark Lewis. Personajes solitarios que se resarcen en internet de sus existencias intrascendentes. Por eso escogen un alias glorificador, una vida paralela. Y por la misma razón organizan una comunidad para-judicial y para-policial que aspira a limpiar el planeta de los sujetos abyectos.

Luka Magnotta es el más repugnante de todos porque ejerce la crueldad con unos gatitos. Tanto los ahoga en una bañera como los sacrifica entre las fauces de una pitón. Y se jacta de sus proezas con unos vídeos siniestros —y virales— que ponen precio a su captura.

El amateurismo y el espíritu vengativo de la comunidad de activistas también conllevan daños colaterales

La comunidad de personajes abstractos y de activistas concretos se moviliza y se organiza. Intercambian información. Y dedican al objetivo más tiempo del que no tendría Scotland Yard en un siglo, pero el amateurismo y el espíritu vengativo también conllevan daños colaterales. Por ejemplo cuando los cazadores deciden que el "asesino" de gatos reside en Namibia.

Y se ponen a presionarlo. Y lo amenazan de muerte. Y el hombre en cuestión se termina suicidando, naturalmente porque arrastra problemas psiquiátricos propios, pero también porque su vulnerabilidad lo expone a una presión insoportable.

No rinde cuentas la comunidad de semejante crimen. El anonimato y la aldea sin fronteras ni legislaciones predisponen un espacio de impunidad que el propio Luka Magnotta aprovecha para zafarse de la justicia convencional y establecer con la audiencia una relación perversa.

Tiene 30 años. Quiso ser actor, modelo, pero sobrevive de chapero en Toronto, de actor porno gay. Lo acosaron de niño. Y su madre lo retrata como un cinéfilo empedernido y como un fetichista, aunque ya de zagal le gustaban las películas cruentas. Ninguna tan elocuente como 'Instinto Básico'.

Es la razón por la que Luka recurre al picahielos para oficial el crimen supremo. Necesita un humano. Un chico oriental al que seduce, ata y desuella. Después cuelga el vídeo en internet. Impacta menos que el de los gatitos, pero se relamen de la orgía de sangre centenares de miles de personas.

El circo perfecto

La fama Magnotta dista mucho de poder relacionarse con un profesional del crimen. No hace otra cosa que cometer errores. Deja huellas, pruebas del crimen, imágenes comprometedoras. Hasta saca dinero en un cajero cuando es consciente de que lo persiguen. La policía canadiense lo identifica, lo ubica en Francia y termina localizándolo accidentalmente en un café internet de Berlín. Se lo trae con un despliegue de medios en respuesta a la expectativa mediática. El circo perfecto necesita un monstruo y un público entusiasta.

Tres capítulos de un documental acojonante que Netflix propone o sirve como contrapeso al azúcar de la Navidad

Y Luka Magnotta disfruta de sus tres minutos de gloria. Tres minutos y tres capítulos de un documental acojonante que Netflix propone o sirve como contrapeso al azúcar de la Navidad. No ya por el retrato de la sociedad contemporánea en la soledad y la degradación, sino por una audacia y un ritmo narrativos cuya originalidad se añade al acceso privilegiado de fuentes, protagonistas, archivos policiales y personajes implicados.

Tiene mucho de implícito y casi nada de explícito este trabajo de Mark Lewis. Ni se recrea en la sangre ni se compadece de unos y otros monstruos. La comunidad de internautas que pretende hacer justicia es víctima incluso de una frustración. Tantos meses de trabajo, tantas horas de chateo y de tuiteo no han valido para nada. A la policía no le interesa en absoluto el "asesino" de gatos. Y desenmascara casi de inmediato al asesino de hombres, aunque la verdadera conmoción la han proporcionado los gatitos. Lo dice la protagonista femenina del documental. Una mujer de Las Vegas que reacciona a la soledad y el vacío refugiándose en un avatar. Y convirtiendo a Luka Magnotta en el antagonista perfecto. Ella misma confiesa entre lágrimas que el segundo vídeo de los gatos muertos le recordó al segundo avión que se estrelló en las Torres Gemelas.

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Hacerse famoso no es tan difícil. Puedes matar unos gatitos. Colgar el vídeo en internet. Convertirte en un fenómeno viral. Provocar, estimular la cacería de los internautas. Y superarte a ti mismo despedazando a un congénere con un picahielos. Y colgar el vídeo en internet.

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