Andrés Calamaro, cuando el artista es más grande que su último disco
Publica 'Cargar la suerte', un disco clásico grabado con músicos de lujo
No necesita presentación. Hace al menos veinte años que demostró ser el más grande del rock en castellano. Andrés Calamaro (Buenos Aires, 1961) lleva facturando clásicos sin parar desde los años noventa, cuando contribuyó con Los Rodríguez a elevar el listón rítmico y poético de las radiofórmulas, mezclando elementos de lo más diverso, desde las guitarras eléctricas hasta la milonga, pasando por los acercamientos a la rumba, el reggae o las baladas románticas. Rebosante de recursos, hoy le basta con ser él mismo para enamorar a millones de seguidores en cualquier país de habla hispana. También demuestra sentido del humor para hablar de sus letras. “No soy religioso, ni hago análisis teocráticos de la Biblia, los míos son más análisis Netflix”, dijo hace poco sobre 'Adán rechaza', una de sus nuevas canciones.
Después del éxito del culebrón sobre Luis Miguel, pocas personas merecen más que Calamaro tener su propia serie en la cadena de ‘House Of Cards’. Su nuevo álbum, ‘Cargar la suerte’, se publica el 2 de noviembre.
Convertirse en adjetivo
Calamaro es una leyenda del rock en una posición delicada. Por poner un ejemplo evidente, imaginemos a los Rolling Stones de los noventa, cuando ya no tenían nada que demostrar y acumulaban tanto oficio que cualquier cosa que grabaran sonaba elegante, fluida y seductora. Calamaro lleva tiempo creando escuela y todos sabemos que ninguno de sus alumnos va a superarle a medio plazo. Las nuevas canciones, en gran parte medios tiempos, pasarán por encima de cualquier competencia rockera. Contó además en el estudio con la crema musical de Los Ángeles, por ejemplo los míticos Tower of Power. Gracias a ellos, el disco remite inmediatamente al elegante y consistente 'Alta Suciedad' (1997), uno de sus grandes clásicos.
Calamaro es un galáctico, pero le faltan suplentes que le obliguen a ganarse el puesto
Como diría un merengue, hace años que Calamaro es un galáctico, pero le faltan suplentes que le obliguen a ganarse el puesto. Solo se mide consigo mismo, especialmente en las letras, donde es dueño de un voltaje poético muy superior al de la inmensa mayoría de sus compañeros de profesión. Como Dylan o Tarantino, hace años que se convirtió en adjetivo -"esto es muy Calamaro"-, un estatus honorable con sus ventajas e inconvenientes. La más evidente es que el artista siempre será ya más grande que cualquier novedad que presente.
Las nuevas canciones
'Cargar la suerte' es un disco notable y disfrutable. Para situarnos: mucho mejor que 'Bohemio' (2013), pero por debajo de 'La lengua popular' (2007), seguramente su último trabajo imprescindible. 'Verdades afiladas', el primer single, derrocha clase y retrata la incertidumbre emocional tan típica de las relaciones en tiempos cínicos. Algo parecido podemos decir de 'Tránsito lento', una pieza mucho más misteriosa, donde brilla la sección de metal. También ha dado que hablar 'Las Rimas', con un fraseo hip-hop que convence, incluso remitiendo a ratos a Residente, el mejor rapero actual de América Latina. Algunos periodistas destacan el gancho de 'Falso LV', otros la emoción desafiante de 'Mi ranchera', con versos como "quizás sea por la forma en que te fuiste, sin un beso ni un abrazo/ mejor hubiera sido despedirte de mí con un balazo". Por supuesto, como es su costumbre, hay un tema -'My Mafia'- contra la corrección política que cada día gana terreno el mundo de la cultura. El Calamaro de 2018 convence sin necesidad de inventar la pólvora ni dejar de dormir siete meses seguidos.
Radio Salmón Intercontinental
De manera espontánea, se ha convertido en una aguja rockera que cose culturalmente las dos orillas del Atlántico. En los doce últimos meses, participó en un tributo a Antonio Vega y otro a José Alfredo Jiménez. Cantó en DF con El Trí, equivalente mexicano a Joaquín Sabina, por su cincuenta aniversario sobre las tablas. También dijo unas palabras en la entrega de un Grammy Latino a la Excelencia que recibió el cantautor popular Víctor Heredia. Lo mismo comparte una conversación con su amigo Guille Galván de Vetusta Morla que agradece la estrella a Los Abuelos de La Nada en una avenida de Buenos Aires. En tiempos de naufragio del periodismo musical, Calamaro es el boletín viviente de lo que pasa en el rock en castellano. El día que se aburra de esta misión, lo vamos a echar en falta. Ya verán.
Conservar el pasado
En estos últimos meses, Kanye West se puso a medio planeta pop en contra por un volantazo a la derecha que le llevó a exhibir colegueo con Donald Trump en el Despacho Oval. Sin prisa pero sin pausa, Andrés Calamaro vive también su giro conservador, que narra atrincherado en las páginas de ABC, el diario con el que más se identifica. Sus crónicas añoran un mundo antiguo donde los toros, el boxeo y los grandes músicos daban más color a la vida que las pantallas de un móvil. Dice que su ambición actual sobre un escenario es que el público pase dos horas seguidas sin mirar sus terminales. Piensa que Madrid es un lugar más hostil sin bares de barrio como El Palentino, víctima de la Malasaña hípster. Desafía la corrección política explicando que añora las noches bohemias con su amigo fallecido, el trompetista Jerry González, "caminando por la ciudad desierta hasta encontrar sitios de tragos y fulanas". El columnista Luis Ventoso afirma -con gran tino- que "Calamaro busca en los toros una última certidumbre, un ancla en la eternidad". Algo parecido le ocurre con la música y el boxeo. También con la política, donde prefiere el peronismo clásico de Kirchner a las novedades que pueda traer Podemos.
Te obliga a hacerte preguntas
Walter Lezcano es un periodista argentino. Acaba de publicar un libro sobre la trilogía gloriosa de Calamaro: 'Alta suciedad' (1997), 'Honestidad brutal' (2000) y 'El Salmón' (2001). Lezcano absorbió esos discos de manera obsesiva, en un tiempo en el que él y su novia apenas tenían para comer y aquellas canciones les llenaban el día de imágenes y conflictos interesantes en los que pensar.
“Son canciones de una entrada muy fácil que parece que ya las escuchaste antes, por más que sea la primera vez. Siempre te agarran con las guardias bajas. Dentro de esas líricas, tiene una vuelta de rosca: hace un juego entre lo visible y lo latente. Las notas que utiliza para sus canciones son muy accesibles a todos, pero hay un elemento que funciona como la traición inesperada. Hace el entre con toda la dulzura y amabilidad y después mete por el otro lado: 'se ve que para algo usé la cuchara / porque no encuentro sopa, postre ni ensalada'. Esa canción la estrena en horario central para toda la Argentina... ¿qué pensaba la gente de eso? Ese tipo de jugadas de Andrés hizo escuela. Además, tiene algo increíblemente humano: lo ves cercano. Eso es inspirador para cualquiera. Te impulsa a preguntarte ¿qué estoy haciendo de mi vida frente a este océano de canciones?". El libro se llama ‘Días distintos’ y sostiene la tesis de que los discos más extremos de Calamaro reflejaron de algún modo los años más crudos de la historia reciente de Argentina.
No necesita presentación. Hace al menos veinte años que demostró ser el más grande del rock en castellano. Andrés Calamaro (Buenos Aires, 1961) lleva facturando clásicos sin parar desde los años noventa, cuando contribuyó con Los Rodríguez a elevar el listón rítmico y poético de las radiofórmulas, mezclando elementos de lo más diverso, desde las guitarras eléctricas hasta la milonga, pasando por los acercamientos a la rumba, el reggae o las baladas románticas. Rebosante de recursos, hoy le basta con ser él mismo para enamorar a millones de seguidores en cualquier país de habla hispana. También demuestra sentido del humor para hablar de sus letras. “No soy religioso, ni hago análisis teocráticos de la Biblia, los míos son más análisis Netflix”, dijo hace poco sobre 'Adán rechaza', una de sus nuevas canciones.