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Laura Pausini da un enorme concierto en Madrid: la venganza de las baladas
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Laura Pausini da un enorme concierto en Madrid: la venganza de las baladas

La artista italiana demuestra su grandeza en un gran concierto en el WiZink Center

Foto: Laura Pausini en concierto. (EFE)
Laura Pausini en concierto. (EFE)

Enorme, fue un concierto enorme. Todo encajó en las dos horas y media de concierto en que Laura Pausini estuvo sobre el escenario del Palacio de los Deportes (WiZink Center). Despliega un repertorio deslumbrante, derrocha carisma y conserva en plena forma su voz de cinco estrellas. Con esos ingredientes, poco podía fallar. Lo único que no acaba de estar a la altura es la escenografía, con efectos y visuales de primer nivel, pero lastrados por una estética demasiado cercana a las galas televisivas de los años noventa. Dicho esto, ¿quién necesita pantallas LED cuando se tienen algunas de las mejores canciones de nuestro tiempo?

Quizá el momento más emocionante de la noche fue el clásico 'Entre tú y mil mares', que despacha solo con voz y piano. Podría hacer perfectamente una gira en este formato y alcanzar la misma intensidad, ya que ella tiene lo que tanto falta en la radiofórmula contemporánea, que son grandes himnos bien cantados. Por eso es una rareza y un lujo.

Baladas demoledoras

El tiempo ha sentado bien al repertorio de Pausini. 'Se fue', aquella balada de desconsuelo que saturó España en 1994, suena como el clásico que siempre ha sido. 'Amores extraños', de la misma cosecha, es otra partitura insuperable con una letra más sabia de lo que parece. No hay apenas bajones en el show y piezas recientes como 'Verdades a medias' muestran un nivel muy alto también. Aunque suene cansando repertirlo, el prestigio de Pausini no llega al inmenso nivel de su talento porque se la colocó demasiado rápido en el cajón de música para fans.

Cualquier periodista musical italiano podría escribir con su carrera un equivalente a 'Música de mierda', el ensayo en el que el que Carl Wilson analiza el rechazo que causa Céline Dion entre los oyentes más presuntamente sofisticados. En cierto sentido, el concierto de anoche fue una masacre: Pausini parecía una Uma Thurman perpetrando la venganza de las baladas románticas. Si hubiera llevado una katana en vez de micrófono, no hubiera quedado vivo un solo listillo hípster, de esos que consideran sus recitales solo aptos para niñas de colegio católico.

Chica de pueblo

Hubo un momento especialmente revelador. Ocurrió justo antes de hacer una interpretación soberbia de 'Víveme'. Pausini explicó cómo el maestro Biaggio Antonacci llegó a la localidad italiana donde ella creció y pronunció la frase "no necesito más de nada" al sentarse en el piano de su estudio. La cantante le paró y dijo que en esas palabras se encerraba un mundo. Resulta revelador escuchar a la artista hablar de sus orígenes campesinos en el norte de Italia. La profunda sencillez de sus canciones, su apego a los viejos vínculos familiares y sentimentales, solo puede concebirse en alguien con una mentalidad rural y casi precapitalista. Da igual que ganase San Remo con solo dieciocho años, da igual que haya vendido más de setenta millones de discos, sigue pensando y sintiendo como una chica de pueblo, en el mejor sentido de la palabra.

Los partidarios del repertorio de Pausini somos en gran parte quienes pensamos que la lógica amorosa antigua era bastante mejor que la de ahora


Eso es lo que a tantos nos engancha, más allá de su probada calidad musical. Los partidarios del repertorio de Pausini somos en gran parte quienes pensamos que la lógica amorosa antigua era bastante mejor que la de ahora, más fría y calculadora. Basta escucharla hablar de su padre, de dolor de sus rupturas -que ahora mira con alivio- y de sus primeros pasos en la música. “En el fondo, sabéis que todo lo que canto es de verdad y que sigo siendo una campesina”, dijo dando en el clavo. Normal que los señoritos se rían de ella, siempre ha sido así.

Sentimientos de siempre

La única etiqueta a la altura de Pausini es la de “clásico de la canción europea”. A ratos puede sonar indistinguible de Alejandro Sanz, en otros tan sutil como Everything But de Girl y en algún destello tan vigorizante como Mónica Naranjo, todos ellos artistas que cuentan con más credenciales cool. Pausini pasa con fluidez de los ritmos “disco” al medio tiempo electrónico, del estribillo soft-metal a las turbobaladas marca de la casa. Tras el empacho de hipsterismo del cambio de siglo, vivimos una revalorización de los cantantes sentimentales de siempre.

Netflix resucita la figura de Luis Miguel, Operación Triunfo sirve de trampolín a Manuel Carrasco y ningún adolescente siente vergüenza por cantar pasado de copas las letras de despecho de Morat. Todos ellos pertenecen, en distintos grados, a la misma lógica musical que Pausini. Por mucho cinismo que derrochen los modernos, por mucho que la izquierda trate de menospreciar el amor romántico, las viejas estructuras sentimentales siguen más vivas que nunca. Por algo será.

Enorme, fue un concierto enorme. Todo encajó en las dos horas y media de concierto en que Laura Pausini estuvo sobre el escenario del Palacio de los Deportes (WiZink Center). Despliega un repertorio deslumbrante, derrocha carisma y conserva en plena forma su voz de cinco estrellas. Con esos ingredientes, poco podía fallar. Lo único que no acaba de estar a la altura es la escenografía, con efectos y visuales de primer nivel, pero lastrados por una estética demasiado cercana a las galas televisivas de los años noventa. Dicho esto, ¿quién necesita pantallas LED cuando se tienen algunas de las mejores canciones de nuestro tiempo?

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