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"Se está perdiendo la batalla por el relato de lo sucedido en Cataluña en 2017"
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David Jiménez, autor de '2017'

"Se está perdiendo la batalla por el relato de lo sucedido en Cataluña en 2017"

El historiador David Jiménez Torres publica '2017. La crisis que cambió España', un valioso ensayo sobre la manera en que la crisis catalana ha trastocado el futuro de todo el país

Foto: Imagen: Aida Prados/EC
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El historiador y profesor de la Universidad Complutense David Jiménez Torres (Madrid, 1986) acaba de publicar un ensayo brillante: '2017. La crisis que cambió España' (Deusto). En él, analiza los hechos que rodearon el referéndum de independencia ilegal que se celebró en Cataluña en octubre de ese año, pero también los acontecimientos y el clima intelectual y político que llevaron hasta él, y las consecuencias que tendrá en la España de las próximas décadas. Uno de sus argumentos es que, durante décadas, muchos españoles confiaron en que la Constitución de 1978 satisfaría las ambiciones de los nacionalistas o que, en todo caso, estos nunca se atreverían a romper el acuerdo constitucional y a provocar una crisis mayúscula en la convivencia. Pero sucedió. Y Jiménez sostiene que eso no solo suscitó el clima político en el que vivimos actualmente, sino que la crisis no ha terminado y marcará buena parte de la vida de su generación.

placeholder Portada del libro. (Deusto)
Portada del libro. (Deusto)

Pregunta. Arranca el libro de una manera osada. Comparando el trauma que a la larga significará lo sucedido en 2017 con lo que sucedió en 1898, el año en que España perdió lo poco que le quedaba de imperio.

Respuesta. Soy consciente de que la comparación puede llevar a equívocos y tener connotaciones indeseables. Evidentemente, no la utilizo con la connotación de pérdida de imperio, ni de derrota militar. Pero es el ejemplo que más hemos aceptado de un año que supone una quiebra tanto intelectual como política o institucional. Porque en realidad es una fecha ambigua, las consecuencias políticas del 98 fueron muy modestas, el sistema siguió dando trompicones durante mucho tiempo, e incluso hay argumentos poderosos para decir que en 1902, cuando Alfonso XIII accede al trono, el sistema está más consolidado que nunca. Pero ese año actúa como esa noción del psicoanálisis: lo reprimido. El trauma queda ahí y se sigue manifestando hasta que el sujeto tiene que enfrentarse a él. Es un año cuya onda expansiva se va a ir manifestando no solo en la propia estabilidad del sistema sino también en nuestra propia idea acerca del sistema.

P. Cree que 2017, al año del referéndum ilegal, la huida de Puigdemont y el 155 tendrán un efecto a largo plazo análogo. En parte, dice, porque ese año se rompe lo que usted llama "la Premisa": la idea de que, por mucho ruido que hicieran los nacionalistas catalanes y vascos, estos nunca iban a atreverse a desbordar el marco constitucional, y de que en el fondo este había satisfecho buena parte de sus exigencias, por mucho, insisto, en que dijeran que no era así.

R. La razón por la que me fijo en 2017 es que es el momento en el que se produce una crisis constitucional en España. Es un tiempo muy breve, entre septiembre y octubre, entre la aprobación de las leyes de Transición en el Parlament de Cataluña y el establecimiento del 155, que es el momento en el que se restablece el orden constitucional. Oficialmente, es una crisis muy breve. Pero luego está todo lo demás que reconocemos como extraordinariamente importante: en las mentalidades, en las actitudes, en los procesos. Y, en ese sentido, es una crisis mucho más larga. La podemos extender hasta la moción de censura del verano de 2018 o mucho más allá. Yo creo que sigue abierta. Solo que ahora con sordina y solapada con otra gran crisis, la de la pandemia. Pero si le preguntaras a alguien ahora cuál es el horizonte para el problema catalán, nadie te diría que está cerrado. Puigdemont sigue fugado de la justicia y en algún momento eso acabará en algo. El pretendiente carlista o intentará volver o los suyos le abandonarán. Hemos aceptado una excepcionalidad que en realidad es una muestra de que esto no está cerrado. Hay centenares de miles de catalanes que realmente creen que la legitimidad está en Waterloo y no en Sant Jaume.

Foto: El vicepresidente de la Generalitat, Pere Aragonés. (EFE) Opinión
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P. Pero el pacto del 78 sigue vivo. La Constitución tuvo una profunda crisis en ese breve periodo que menciona, pero mal que bien se volvió a establecer en Cataluña.

R. Yo separo el pacto del 78 de lo que llamo la Premisa. Tienen un nacimiento contemporáneo. Son gemelos. El pacto del 78 me parece mucho más sólido que la Premisa, que en realidad siempre fue una creencia muy vaporosa y además un poco… [Jiménez hace una larga pausa, pensando] Era un gran acto de fe en que ellos nunca lo intentarán. La Premisa te dice: nunca tendrás que defender esta democracia porque la democracia por sí sola se va a volver inatacable y nunca la querrán atacar desde dentro, sobre todo después del 23 F, el último espasmo del antiguo régimen. Por eso creo que podemos reivindicar el legado del 78 entendiendo, al mismo tiempo, que la manera en que ha operado en la práctica en los ochenta, los noventa y los 2000 se ha basado en algunas premisas falsas.

P. La premisa de que el nacionalismo nunca traicionaría la democracia. La premisa de que tampoco teníamos que exagerar nuestra defensa de las instituciones porque estas se salvaguardaban a sí mismas.

R. No fuimos una democracia militante; no lo somos legalmente, pero tampoco lo hemos sido mucho activamente. Por ejemplo, ¿por qué Artur Mas piensa que puede echarle ese pulso al Estado? No es porque crea que tiene la fuerza como para forzarlo, sino porque conoce un historial previo de veces en las que el Gobierno central básicamente ha dejado actuar a los nacionalistas sobre distintas cuestiones vinculadas a la aplicación de las sentencias del Tribunal Supremo. Ese es un precedente fundamental. En el momento en que se permite que la Generalitat incumpla una serie de sentencias y desde el Gobierno central no se sea más contundente y se le diga: no, estas son reglas básicas, esto es lo común y tienes que aceptarlo, no vas a tener impunidad en tu territorio…

Leímos mal lo que era el nacionalismo. Pensamos que el nacionalismo era una herencia de un mundo anterior y que iba a superarse

P. ¿A qué atribuye el enorme éxito del nacionalismo en lugares como Cataluña o el País Vasco? A veces se cae en la tentación de pensar que son las subvenciones o el mero clientelismo. Pero sin duda hay razones más profundas.

Leímos mal lo que era el nacionalismo. Pensamos que el nacionalismo era una herencia de un mundo anterior y que de una manera inexorable iba a superarse, que era cuestión de tiempo. Por eso también había cierta permisividad hacia los excesos de Pujol y posteriormente de Esquerra, con la idea de que si sosteníamos el sistema y los desinflamábamos, esto se irá deshaciendo por sí solo. Pero en realidad el nacionalismo es una cosa más proteica. No es una fase de la historia que se vaya a superar. Sigue siendo uno de los grandes aglutinadores sociales. Una de las respuestas, pues, es que el nacionalismo en sí es muy fuerte, y en manos de políticos habilidosos es una herramienta extraordinaria. Y luego en el caso catalán creo que también está el desprestigio de la identificación con los símbolos nacionales españoles y una reivindicación alternativa del nacionalismo y la construcción nacional catalana como una modernidad, una señal de modernidad más aceptable, más presentable. Se veía que esa modernidad era una manera de legitimar un proyecto político, mientras que los símbolos nacionales españoles tenían la herencia de algo más vetusto.

Foto: Jordi Pujol en su domicilio de Barcelona en una imagen reciente. (EFE) Opinión

P. Incluso gente teóricamente no nacionalista como Pasqual Maragall parecía creer algo así, ¿verdad? Algo que en el plano político, de organización del Estado, pretendía, como dice citando a Rafa Latorre, que Cataluña fuera una nación en un país de regiones. Es decir, quizá no la independencia, pero sí un estatus privilegiado dentro de España. Eso es una forma de nacionalismo, quizá.

R. Somos una nación de ciudadanos libres e iguales. Es difícil encontrar a alguien que te diga que está en contra del principio de la igualdad ante la ley. Pero al mismo tiempo hacemos estos grandes gestos de reconocer peculiaridades históricas, que luego tienen que tener alguna traslación en algo real. Al nacionalismo nunca le interesa solo la etiqueta; a fin de cuentas, en la Constitución ya se reconocen las nacionalidades. No, no basta con un reconocimiento simbólico, sino que tiene que haber algo más. En la declaración que firmaron en 1998 CiU, PNV y BNG dejaron claro que como ellos se consideraban naciones tenían derecho a ejercer la autodeterminación en algún momento, avisaban de que rebasarían el marco autonómico.

Hasta cierto punto es normal que un nacionalista se comporte de esa manera. Lo que no se ha terminado de resolver es por el otro lado, fundamentalmente por el lado del PSOE. ¿Qué quiere decir la plurinacionalidad cuando la defienden Iceta y Sánchez? Si los escuchas, algunas veces parece solo una etiqueta. Les damos esta calderilla simbólica y así se quedan tranquilos. Es evidente que a ellos no les interesa solo eso. En otros momentos escuchas a Iceta o Sánchez y parece entenderse que también tiene que ver con algunos derechos mayores. Es una contradicción que no hemos resuelto: ¿hablamos de ciudadanos o de territorios? Si vamos hacia una España diferenciada hay que tener un debate sincero sobre si de verdad alguna gente por nacer en un sitio tiene más derechos que otros. Y buena suerte defendiendo esto. Pero al menos que lo planteen honestamente. Y si no estamos de acuerdo con eso, entonces los límites de lo que vamos a conceder como factores diferenciales hay que trazarlos.

Es más fácil explicar el 1 de octubre que el 8 de octubre. Era muy improbable que se produjera la manifestación constitucionalista del 8 de octubre

P. Uno de los aspectos relevantes de su libro es el énfasis que pone en la articulación de la sociedad civil no independentista a partir del referéndum.

R. Es más fácil explicar el 1 de octubre que el 8 de octubre de 2017. Era extraordinariamente improbable que se produjera la gran manifestación constitucionalista del 8 de octubre y luego la del 25. Hay que explicar de dónde sale esta gente y por eso me esfuerzo en el libro para intentar trazarlo. Existían esas asociaciones muy voluntariosas, con mucha entrega y mucha energía, y a mí me parecen extraordinariamente valientes y valiosas, pero su efecto real durante los ochenta y los noventa es mínimo. Cuando Ciudadanos entra con tres diputados en el Parlamento autonómico se considera un gran logro simbólico. Tenían una absoluta falta de medios. Cero cobertura mediática, cero conexiones con el mundo empresarial, con las fuerzas vivas catalanas y españolas. Creo que es importante explicar la cultura política de esos sectores, esa sensación de agravio también frente a los gobiernos centrales. Eso ayuda a explicar por qué en un momento en el que el Gobierno de Rajoy está absolutamente congelado, paralizado por la inacción y por su propia incapacidad tras el 1 de octubre, ese sector de la sociedad civil es capaz de organizarse sin un gran empuje político, incluso al margen de los deseos de algunos partidos.

P. En 2017 también se produce un despertar de mucha gente que se había integrado sin problemas en Cataluña, incluso había asumido parte de las reivindicaciones del nacionalismo, pero se dio cuenta de que el independentismo le estaba diciendo de manera más o menos tácita que todo el que no fuera independentista no formaba parte del verdadero pueblo de Cataluña.

Con quienes se habían integrado en Cataluña, habían aprendido catalán, hubo una cierta permisividad: podéis ser felices, casaros, ganar dinero, os felicitaremos por integraros y hablar catalán. Pero en el contrato había una letra pequeña que decía: llegado el momento tendréis que obedecer lo que digan aquí los jefes. Y cuando los independentistas tocan el silbato y hay gente que no obedece se genera una enorme tensión dentro de la sociedad. En parte porque los indpendentistas se dan cuenta de que esa gente existe, pero también existe la sensación de una traición mutua.

Foto: La candidata a la presidencia de la Generalita por JxCAT, Laura Borràs (i), durante el acto de presentación del lema de campaña de su formación. (EFE) Opinión
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P. Usted dice que el constitucionalismo ganó la guerra pero perdió la paz. Es decir, el Estado impuso la ley sin demasiados problemas, pero cree que eso es una victoria comparativamente pequeña.

R. En el pasaje del libro en el que afirmo eso dejo claro que las metáforas bélicas no son adecuadas. Pero sí creo que el Estado, el Leviatán, sale reforzado de 2017. Sin embargo, ahora mismo hay mucha más animadversión dentro del bloque constitucionalista que puso pie en pared entonces y que empujó la respuesta del Leviatán. Y se está perdiendo lo que hoy de manera cursi llamaríamos la batalla por el relato de 2017. El discurso transversal en Cataluña es que quizá lo de 2017 fue un poco excesivo, pero que lo realmente condenable fue la represión posterior. No, es que en la catarsis de 2017 se demostró la absoluta bancarrota de los partidos nacionalistas y fue el final cataclísmico de su hoja de ruta.

El historiador y profesor de la Universidad Complutense David Jiménez Torres (Madrid, 1986) acaba de publicar un ensayo brillante: '2017. La crisis que cambió España' (Deusto). En él, analiza los hechos que rodearon el referéndum de independencia ilegal que se celebró en Cataluña en octubre de ese año, pero también los acontecimientos y el clima intelectual y político que llevaron hasta él, y las consecuencias que tendrá en la España de las próximas décadas. Uno de sus argumentos es que, durante décadas, muchos españoles confiaron en que la Constitución de 1978 satisfaría las ambiciones de los nacionalistas o que, en todo caso, estos nunca se atreverían a romper el acuerdo constitucional y a provocar una crisis mayúscula en la convivencia. Pero sucedió. Y Jiménez sostiene que eso no solo suscitó el clima político en el que vivimos actualmente, sino que la crisis no ha terminado y marcará buena parte de la vida de su generación.

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