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“La normalidad nueva consiste en finiquitar con el capitalismo ultraliberal”
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Entrevista con Nicolás Sartorius

“La normalidad nueva consiste en finiquitar con el capitalismo ultraliberal”

En su nuevo libro, Sartorius aprovecha la situación creada por la pandemia para repasar las lacras de nuestro tiempo y apelar a que la normalidad que nos venga no sea la anterior, sino otra

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Nicolas Sartorius acaba de publicar el ensayo 'La nueva anormalidad' (Espasa), con un subtítulo también intencional: 'Por una normalidad nueva'. El abogado y periodista, un resistente en el antifranquismo, diputado por el PCE e IU durante tres legislaturas, referencia de la izquierda durante la Transición, pasó seis años en la cárcel, cofundó Comisiones Obreras, creó junto a otros intelectuales la Fundación Alternativas e impulsó la Asociación por una España Federal. Sartorius está presente en los medios y se ha convertido en un ensayista mordaz y agudo.

En su última obra, aprovecha la situación creada por la pandemia del coronavirus para repasar las lacras de nuestro tiempo, discrepar de la “normalidad” conformista y apelar a que la normalidad que nos venga no sea la anterior, sino otra diferente. En esta entrevista con El Confidencial, no se muerde la lengua y se muestra independiente en sus criterios, siempre comprometido con los planteamientos de la izquierda, más aún en una situación de crisis como la que nos atenaza.

PREGUNTA. En su ensayo parece denunciar que lo que nos viene después del covid-19 no es una “nueva normalidad”, sino una “nueva anormalidad”. ¿Podría explicar qué temores e incertidumbres alberga respecto de este concepto?

placeholder Portada del libro. (Espasa)
Portada del libro. (Espasa)

RESPUESTA. Veníamos de una situación anormal y lo que se vislumbraba con lo de “nueva normalidad” me sonaba a regresar a lo de antes, pero con las consecuencias del covid-19: una mayor desigualdad, destrozos económicos, erosión de la democracia social, dominio creciente del “capitalismo del control o de la vigilancia”, pulsiones iliberales. Lo que me preocupa es que volvamos a lo de siempre, que llamaban normal cuando era anormal, y que no seamos capaces de crear esa normalidad nueva, necesaria para evitar las derivas destructivas antisociales y antidemocráticas.

P. ¿Cuál sería esa “normalidad nueva”? ¿Por qué no le convence la “nueva normalidad”?

R. En el libro apuesto por una “normalidad nueva” y eso significa, en principio, superar/finiquitar la versión “ultraliberal” del capitalismo, que se impuso hace 40 años: Thatcher, Reagan etcétera. Es una experiencia que fracasó con la crisis del 2008 y que ha encontrado su expresión más acabada, como tragedia y como farsa, con Trump en EEUU y el Brexit de Johnson. Es una visión anglosajona de la globalización, no inclusiva, origen de muchos de nuestros males. Deberíamos sustituirla por una visión más europea, de democracias sociales, si los EEUU de Biden evolucionan en esa dirección.

El inicio de esa normalidad nueva depende de nosotros y es lo que expongo a lo largo del libro, hasta donde mi capacidad alcanza, evitando “arbitrismos”. Un buen comienzo es la derrota de Trump y la superación de la política de austeridad en la UE con los fondos europeos, que significan, por primera vez, la parcial mutualización de la factura de los destrozos del covid-19. Es una demostración de lo equivocadas que estaban las posiciones contra el euro de una parte de la derecha y de la izquierda. Pero aún queda mucho recorrido.

Foto: Imagen: EC.

P. ¿Reivindica la lucha contra la pandemia en una nueva visión del papel del Estado en la prestación de los servicios básicos?

R. Claro, durante la “era neoliberal” se ha denostado al Estado, se ha intentado “jibarizarlo” y reducir su papel al mínimo: recortes sociales, privatizaciones abusivas, evasiones y elusiones fiscales, desregulaciones, etcétera. Lo privado sinónimo de eficaz, lo público de ineficiente. Cuando Reagan dijo aquello de “bajemos el Gobierno de la espalda de la gente”, expresaba toda una visión de la sociedad y del Estado y, al llegar la pandemia, todos, sin excepción de ideologías o doctrinas económicas, corrieron a subirse a la espalda del Gobierno/Estado. Que pague los salarios, que ayude a las empresas, a los autónomos, a los agricultores, a todos, que exonere de impuestos, en fin: ¡viva el Estado! Eso sí, algunos sectores, al mismo tiempo y de manera incoherente, pregonan que se reduzcan los impuestos.

Por eso, defiendo el Estado social y democrático, salto civilizatorio respecto al Estado liberal del siglo XIX y mitad del XX, cuya base es un potente sistema tributario y garantía de una democracia de calidad. La tragedia es que la inmensa mayoría de los países no tienen estados sociales, empezando por EEUU, China, India, Brasil y otros. Solo países de la Unión Europea y alguno más cuentan con Estados del bienestar, con riesgo de perderlo si no lo anclamos a nivel de la Unión. De ahí la importancia de superar el pasado “austericida” con los recientes fondos aprobados en Europa. No me cansaré de repetir que la calidad de la democracia depende de la cohesión social y de la cohesión territorial, sin las cuales las instituciones pierden legitimidad.

Al llegar la pandemia todos, sin excepción de ideologías o doctrinas económicas, corrieron a subirse a la espalda del Gobierno/Estado

P. ¿Son los 'riders', los temporeros y los sintecho, los precarios, todos ellos visibilizados en la crisis sanitaria, los esclavos del siglo XXI?

R. La esclavitud tiene una larguísima historia, casi tan larga como la de la misma humanidad. Ha ido variando, en sus formas, a lo largo de los tiempos. Ahora se manifiesta a través de una serie de grupos humanos, algunos de los cuales describo en el libro: la “trata de blancas”, los 'riders', los temporeros, pero hay muchos más. Las masas de inmigrantes que se arrastran de un lugar a otro, en la miseria, sin derechos, es otra expresión de lo mismo. Aporto un dato de la OIT estremecedor: en África, el 85% es economía sumergida; el 65% en Asia; el 40% en América Latina, y el 20% en Europa. No es la esclavitud de los negros, que, por cierto, existió hasta finales del XIX y más allá, pero el fundamento es parecido: sometimiento total de la vida de unos a otros, por el poder de los menos y la necesidad de los más. Máxima expresión de la alienación o extrañamiento. Curiosamente, como explico en el libro, cuanto más necesarias resultan esas personas más invisibles son. Por eso dedico un capítulo al colonialismo, una de las historias mundiales de la infamia.

placeholder Nicolás Sartorius en un acto reciente en el Círculo de Bellas Artes. (EFE)
Nicolás Sartorius en un acto reciente en el Círculo de Bellas Artes. (EFE)

P. Somete a usted a crítica determinados aspectos de la propiedad, trata a fondo la evasión fiscal, las teorías que hablan de la insostenibilidad de las pensiones, el feminismo y otros asuntos sectoriales. ¿Cree que la crisis económica posterior a la sanitaria implicaría una alteración tal que volcaría el estatus de esas realidades en la actualidad?

R. Me temo que sí, si no lo impedimos. De momento, se está alterando contra el principio de igualdad. En mi concepción, la igualdad y la libertad son inseparables. No acepto la idea de la libertad para morirse de hambre, sino solo para poder vivir decentemente, y eso exige un grado considerable de igualdad. La riqueza —propiedad— se ha concentrado hasta un punto tan insostenible y anormal que erosiona la libertad y la democracia. Planteo que, de entrada, conviene la intervención colectiva, en alguna de sus formas, no necesariamente estatal, en tres supuestos: frente a los monopolios, ante lo demasiado grande para caer y en los bienes esenciales para la vida. Es tremendo pensar que empresas privadas puedan retrasar o no entregar las vacunas en algún momento o a determinados países. De otra parte, hay que acabar con la práctica de que cuando llegan las crisis se socializan las pérdidas y con la bonanza se privatizan las ganancias.

Algunas de estas cuestiones no tienen fácil solución a nivel nacional. Por eso defiendo en el libro la necesidad de la unión política de Europa y un nuevo internacionalismo multilateral, basado en la “regionalización”, como método que permita crear un futuro espacio capaz de abordar los problemas globales.

España es uno de los países avanzados de Europa que dedica una proporción menor del PIB a pensiones y es una afrenta decir que son insostenibles. España es el país, de los importantes de Europa, que tiene una presión fiscal menor, 10 puntos inferior a la de Francia, por ejemplo. Sostener que eso se debe a la economía sumergida es una solemne necedad, por cuanto la comparación se hace sobre cifras equivalentes de economía legal, pues la sumergida, obviamente, no entra en el cálculo. Supone una violación sistemática del derecho fundamental a la igualdad que la mujer gane menos que el hombre a trabajo igual.

Foto: Juan Francisco Fuentes. (Cedida)

P. Sostiene que los pobres mantienen a los ricos, pero ¿cómo lo solucionamos? ¿Es cuestión de que paguen más impuestos o de una concepción más integral de la solidaridad social?

R. No hay soluciones fáciles a problemas complejos. Expongo en el libro varias líneas de actuación. Primero, introducir en los tratados comerciales con los países pobres cláusulas de cohesión social similares a las que se aplicaron en Europa con los países más atrasados. Luego, hay que terminar de una vez con los paraísos fiscales, que son nuestros infiernos, cuyo caudal en términos de evasión fiscal permitiría la financiación de varios planes Marshall. Desde luego, con los impuestos, pues con una presión tributaria inferior al 40% del PIB y más de un 20% de economía ilegal no hay Estados sociales y democráticos sólidos. En el libro digo que estoy más por las oportunidades de la igualdad que por la igualdad de oportunidades. Igualmente, no estoy en contra de la propiedad privada, pero sí de la privatización de toda la propiedad. Serían necesarios dos grandes acuerdos globales, uno para reponer el medio ambiente destruido y otro para proteger a los humanos, depredados por el actual sistema. Algún día tendremos que sacar las consecuencias concretas de que los atentados contra la naturaleza son violaciones de los derechos humanos.

El día que nuestra Constitución sea solo de algunos partidos se habrá liquidado el sentido de la Transición y se la pondrá en serio peligro

P. “Hay amores que matan”… a la Constitución, escribe usted. Y ¿los desamores no lo hacen? ¿Cuál es la actitud cívica ante la Constitución y los poderes del Estado?

R. Claro que también los desamores matan, pero eso es más obvio. En un capítulo explico que convertir la Constitución en bandera partidaria es un grave error, porque las constituciones no deben de tener partidarios, sino cumplidores. Pongo el ejemplo del periodo de la Restauración de 1874, cuando había partidos llamados “dinásticos”, defensores de la Constitución y la Monarquía, y los demás se suponía que no lo eran. Los “dinásticos” acabaron siendo solo los de las derechas y a los pocos años la monarquía y la Constitución se fueron por el sumidero, pasando por la dictadura de Primo de Rivera. No conozco ningún país europeo donde se proponga esta división tan absurda. El día que nuestra Constitución sea solo de algunos partidos se habrá liquidado el sentido de la Transición y se la pondrá en serio peligro. Por eso dedico una reflexión a la necesidad de romper los “bloques”, que solo conducen al bloqueo y a la crispación. Las conquistas duraderas exigen un cierto grado de consenso, de lo contrario suelen ser efímeras.

La actitud cívica se práctica de muchas maneras, entre otras pagando impuestos, participando en la vida pública para mejorar las cosas, respetando las leyes, movilizándose pacíficamente cuando es necesario o no poniéndose la vacuna antes de tiempo. Hay una lúcida frase de Trotsky, cuando una persona le espetó que no le interesaba la política y le respondió, “pero a la política sí le interesa usted”. Así que es mejor interesarse para que otros no la practiquen en contra tuya. El civismo es una actitud no solo política sino también moral, como defensor y servidor honesto de la “res pública”.

P. Se atisba en su ensayo una reivindicación de la Transición, pero una comprensión muy holgada hacia las nuevas expresiones de la izquierda. ¿Cómo valora a Unidas Podemos en largo año de Gobierno?

R. Es verdad que reivindico la Transición, no como un cuento de hadas, porque hubo muchas luchas y algunos muertos y asesinatos como los de los abogados de Atocha, pero fue un claro éxito. Respecto al Gobierno actual, habría preferido un acuerdo de legislatura, al estilo portugués, más que un Gobierno de coalición. Pienso que la posición de Podemos en las políticas de protección social está siendo correcta y positiva, también en la defensa de algunos derechos civiles. En ciertos asuntos estratégicos no comparto su posición, que me parece errónea. Por ejemplo, en la defensa del derecho de autodeterminación que, en las condiciones actuales de globalización y en la UE, es reaccionaria; en la cuestión de la república, que solo sirve para dividir a los progresistas, es inviable y, además, puede ser un obstáculo para otras reformas que sí podrían ser alcanzables. La reciente comparación entre el exilio republicano y el prófugo Puigdemont es muy desafortunada y podría denotar un serio error de concepción. En España ni hay exiliados, ni presos políticos, en todo caso, políticos presos. Porque si los hubiera querría decir que España no es una democracia y entonces no se debería estar en el Gobierno. Espero que esa no sea la posición de Podemos.

No comparto con Podemos la defensa de la autodeterminación, que es reaccionaria, y la cuestión de la república solo sirve para dividir

P. Su papel en la Transición fue relevante en el PCE. Dígame, ¿monarquía o república? ¿Autonomía o federalismo? ¿Nación o nacionalidades y regiones o plurinacionalidad confederal? ¿Reforma constitucional o proceso constituyente?

R. La disyuntiva monarquía/república me resulta, en la práctica, un falso dilema. Mi respuesta a la pregunta es, por lo tanto, más democracia, política, social y económica. Y eso se puede conseguir con monarquías o con repúblicas. Dicho lo cual, sostengo en el libro que hay que terminar con la interpretación de la inviolabilidad del Rey/jefe del Estado también en los delitos del Código Penal. Es predicable en los actos propios de sus funciones constitucionales, refrendados por el Gobierno, pero no en los delitos privados, pues es un dislate que desprestigia a la Constitución, a una democracia moderna y a la propia institución. Si la interpretación consiste en que el jefe del Estado es impune y puede cometer todo tipo de delitos, sin consecuencias penales, habrá que modificar la Constitución. Creo que con el texto legal vigente cabe otra interpretación más “laica” y acorde con las mentalidades actuales, en especial de la juventud, pero, obviamente, no soy yo quien lo interpreta.

Soy partidario de un federalismo cooperativo, solidario y con lealtad institucional que fortalezca al Estado. Reforma del Senado, clarificación de competencias y sistema de financiación justo y solidario. Nada partidario de la plurinacionalidad confederal y no creo que se deba entrar, en este momento, en estas cuestiones nominalistas si pretendemos avanzar. Personalmente, no veo diferencias reseñables entre nacionalidad —“condición y carácter peculiar de los pueblos e individuos de una nación”— y nación. Siempre he defendido el carácter de naciones culturales de algunos territorios de España. Soy partidario de reformas de la Constitución en el tema territorial, ampliación de derechos sociales, civiles, medioambientales y algunos otros temas puntuales. Nada de proceso constituyente.

Foto: Esteban Hernández. (Salomé Sagüillo)

P. Por último, tras su observación de todos estos meses reflejada en el libro, ¿ha estado nuestro sistema y la clase dirigente a la altura de las circunstancias?

R. En realidad, son las circunstancias las que han estado a excesiva altura y no es sencillo hacer frente a tantos retos a la vez. Nuestro sistema venía muy quebrantado de la crisis anterior, debido a las nefastas políticas practicadas en España y en la Unión Europea. Me detengo en el libro sobre algunas que nos afectan: escasa industria, mínima inversión en ciencia, recortes en gasto social, cuasi delictivas en sanidad pública; insuficiente ayuda a las familias, despilfarros y corruptelas, etcétera. Sostengo que hemos hecho, en estos años de democracia, tres grandes mutaciones políticas que han cambiado la historia de España: construir la democracia, levantar un Estado de bienestar mejorable pero real e integrarnos plenamente en Europa. Sin embargo, nos falta una cuarta, pues nuestro capitalismo es francamente deficiente al ser campeones en desempleo, economía sumergida, contratos temporales y menor presión fiscal. Con estos mimbres no es fácil triunfar. Se ha hecho bien, en esta ocasión, lo de proteger al personal sufridor y en lo demás lo que se ha podido. Y cuando se hace lo que se puede y no lo que se quiere el resultado suele ser siempre mediano. En la clase dirigente hay de todo, como en la viña del Señor, pero se ha echado en falta más colaboración, cooperación y previsión en la gestión del covid-19, teniendo en cuenta lo dramática de la situación.

Ahora hay una buena ocasión para superar deficiencias y descoordinaciones. Me refiero a la aplicación de los fondos europeos. Tenemos que darle una vuelta a nuestro tejido productivo. Avanzar en ciencia, en una moderna industria, en productividad, en digitalización, en sostenibilidad. Hay que superar los “monocultivos” varios y los sectores con escaso valor añadido, que son el origen de salarios escasos, contratos inciertos, baja productividad y exportación de talentos. En una palabra, superar el amplio sector cutre del capitalismo patrio, que supone una rémora para el avance social y la calidad de la democracia.

Nicolas Sartorius acaba de publicar el ensayo 'La nueva anormalidad' (Espasa), con un subtítulo también intencional: 'Por una normalidad nueva'. El abogado y periodista, un resistente en el antifranquismo, diputado por el PCE e IU durante tres legislaturas, referencia de la izquierda durante la Transición, pasó seis años en la cárcel, cofundó Comisiones Obreras, creó junto a otros intelectuales la Fundación Alternativas e impulsó la Asociación por una España Federal. Sartorius está presente en los medios y se ha convertido en un ensayista mordaz y agudo.