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Desodorantes del medievo: técnicas de higiene que (por suerte) quedaron en el pasado
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Desodorantes del medievo: técnicas de higiene que (por suerte) quedaron en el pasado

Cuando no había tantos productos comercializados en torno a la higiene, la gente utilizaba el ingenio y echaba mano de lo que podía. Poco a poco, la industria fue acercándose a esta tarea con ingredientes bastante peligrosos

Foto: Baño del siglo XIV dentro del histórico Palazzo del Podesta (Fuente: iStock)
Baño del siglo XIV dentro del histórico Palazzo del Podesta (Fuente: iStock)

Si algo ha podido trazar las formas en que la humanidad se ha observado a sí misma es la higiene. Unos cuantos gestos que se repiten a diario, casi como si vinieran incrustados en nuestro cerebro, recorren la historia social hasta sus comienzos, pero son tan mecánicos como mutantes: lavarse las manos es como un acto reflejo y ya lo era hace siglos, pero nada tiene que ver el lavado de manos de entonces al de ahora, por ejemplo.

De lo personal a lo político, el aseo, con sus rutinas, es en sí mismo una narrativa que funciona como espejo, ese al que nos miramos para concretar que estemos listos para asomar al mundo, que el proceso de preparación para ello haya merecido la pena: cómo oler, cómo colocar el pelo, cómo presentar las uñas, o los dientes, o cualquier parte, en realidad, de un cuerpo que se entiende al fin y al cabo como escaparate de nosotros mismos.

Foto: Fotografía de una chica enferma de tuberculosis, por Henry Peach Robinson. (Wikimedia)

En esa narrativa, algunos momentos de nuestra historia se presentan con epitafios bastante desfavorables a su imagen. Pensamos, así, en la Edad Media en términos de una suciedad que parecía impregnarlo todo entonces. Al siglo XIX, sin embargo, lo entendemos más bien desde la extrañeza de una pulcritud peligrosa, pero solo porque hoy tenemos constancia de ese peligro. Los mitos funcionan también a través del concepto de higiene. Quizás, de hecho, existan porque el propio concepto de la higiene cambia, y es lógico que lo haga. Más allá de ellos, y tampoco hay que irse muy lejos en el tiempo, algunas formas de conseguir esa sensación de limpieza propia que alguna vez tuvieron nuestros antepasados y antepasadas son, cuanto menos, curiosas.

Flores, flores… Que es lo único que tenemos

Hubo una vez en la que el desodorante no existía. Pero eso no quiere decir que la idea de controlar el olor corporal tampoco. Antes de que unos pocos productos se fabricaran y se estandarizaran para esta tarea, las personas echaban mano de lo que tenían. ¿Y qué hay a nuestro alrededor que huela bien de manera natural? Claro, las flores.

placeholder Anónimo. (Wikimedia)
Anónimo. (Wikimedia)

Llevar un ramito de flores encima, o un pequeño manojo hierbas te sacaba del paso. Lo cierto es que parece que tampoco lo hicieron tan mal si tenemos en cuenta que ahora cada vez más productos para el sudor tienden a reducir los ingredientes químicos de su composición en busca de "lo natural". En la mano, en el bolsillo, enganchados en la ropa con un alfiler… o simplemente atados a la muñeca, estos ramilletes eran un perfume agradable y gratis (no es poco), que al menos durante un rato enmascaraban olores.

Poco a poco, las mujeres con mucho dinero podían comprar perfume o colonia, sin embargo, era más barato comprar un poco de polvo perfumado, que también funcionaba para absorber la humedad. Para el caso de los hombres, el aroma más común era el ron de laurel, un olor único que la mayoría de la gente nunca ha llegado a disfrutar (aunque todavía lo hacen). El ron infundido con especias y perfumes fue inventado exactamente con el propósito de enmascarar el olor corporal de los marineros en el siglo XVI.

Mejunjes para los dientes

Se cree que la primera pasta de dientes fue creada por los antiguos egipcios entre el 3.000 y el 5.000 a.n.e. Ya por entonces tenían en cuenta la higiene bucal, pero claro, aquella pasta era literalmente una pasta hecha de polvo de pezuñas de buey, cáscaras de huevo y otros ingredientes mezclados con agua.

placeholder Tarros de las primeras pastas de dientes comercializadas. (Wikimedia)
Tarros de las primeras pastas de dientes comercializadas. (Wikimedia)

Las versiones griega y romana tampoco mejoraron mucho. Para la primera usaron conchas de ostra trituradas, y para la segunda se cree que usaron sesos de ratón en puré. Ya en la Edad Media, la pasta de dientes se hacía con hierbas y especias (para que luego digan), es decir, al menos empezó a ser un poco más apetecible, pero la pasta de dientes con menta fresca, tal como la conocemos, no apareció hasta mediados de la década de 1870.

Detrás de los peinados imposibles

De aquellos años, también conocidos como la época victoriana, tampoco hace tanto, pero en términos de aseo el siglo XX y su aceleración de la industria nos sitúa lejos. Si de media hoy nos lavamos el pelo al menos un par de veces a la semana, hace poco más de un siglo lo hacían mucho menos. Y si hablamos del pelo hablamos, inevitablemente, de la construcción sistémica de la imagen femenina.

El pelo era uno de los símbolos de la feminidad, cuanto más largo, mejor. Para que aguantara, las mujeres la lavaban solo de tanto en tanto

Los peinados de las mujeres eran entonces elaborados. Por supuesto, esos rodetes y esos volúmenes tenían truco: con un hábito de lavado solo semanal o, incluso, mensualmente. El pelo era uno de los símbolos de la feminidad escrita por los hombres, el encanto suprema. Por lo tanto, cuanto más largo, mejor. Pero en el día a día, cualquiera aguanta tanta melena, es por eso que ideaban todo tipo de recogidos que permitieran mantenerlo saludable o, bueno, eso creían.

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Foto: Wikimedia.

Algunos libros sobre higiene y belleza de finales del siglo XIX sugerían que las personas con cabello graso debían lavarse el cabello cada dos semanas más o menos y las personas con cabello normal una vez al mes. Además, el champú tampoco era todavía común, así que la gente usaba jabón para todo. Otra fórmula era amoníaco primero y aceites después. Nada bueno podría salir de ahí…

Décadas más tarde, ya en los años 20, los peinados de moda tampoco permitieron a las mujeres pensar en un cuidado más acertado del cuero cabelludo: llegaron las tenacillas, pero no las que existen hoy, sino varillas redondas de hierro con mangos de madera que calentaban directamente sobre brasas antes de liar el pelo en ellas. Ya te puedes imaginar.

Depilación con rayos X

Pero el de la cabeza no era el único pelo a tener en cuenta. El vello corporal, en general, parecía complicar la salud pública a principios del siglo XX. Eliminarlo ayudaba a evitar infectarse de piojos y otros parásitos, especialmente para aquellos que vivían en lugares cerrados y que tenían acceso limitado a un baño diario. Por ello, "afeitarse bien" se entendió como principio de higiene básica.

Cuando fabricaron las primeras maquinillas, las comercializaron vinculándolas con un aumento en el atractivo, la masculinidad o la feminidad

No obstante, las preocupaciones sobre la apariencia personal también jugaban un papel fundamental para que esta práctica se normalizara. Las mismas preocupaciones que se han utilizado con frecuencia a lo largo de la historia para crear y reforzar la identidad y las normas de género. Cuando empezaron a fabricar las primeras maquinillas, las empresas las comercializaron vinculando el uso del producto con un aumento en el atractivo, la masculinidad o la feminidad.

¿Y si una maquinilla no era suficiente? Ya estaban los rayos X para eliminar el vello corporal del todo. El único problema de este tratamiento de depilación era que muchos pacientes acababan con cáncer.

El betún, puro veneno

Aunque no esté directamente relacionado con la higiene del cuerpo, el betún no podía quedarse fuera de esta lista. A principios del siglo XX, la mayoría de los betunes para zapatos se fabricaban con un ingrediente llamado nitrobenceno. Aquello permitía que los zapatos fueran más brillantes, señal de limpieza, pero resulta que también podía hacer que te desmayaras si inhalabas sus toxinas.

Por si los desmayos frecuentes no fueran suficientemente peligrosos, también se mezclaba nitrobenceno con alcohol: la muerte asegurada. Incluso el betún para zapatos moderno que usamos hoy puede ser mortal si se ingiere en grandes cantidades.

Si algo ha podido trazar las formas en que la humanidad se ha observado a sí misma es la higiene. Unos cuantos gestos que se repiten a diario, casi como si vinieran incrustados en nuestro cerebro, recorren la historia social hasta sus comienzos, pero son tan mecánicos como mutantes: lavarse las manos es como un acto reflejo y ya lo era hace siglos, pero nada tiene que ver el lavado de manos de entonces al de ahora, por ejemplo.

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