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Algo huele a podrido en Versalles: por qué los nobles franceses eran tan guarros
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"No era raro que se mearan encima"

Algo huele a podrido en Versalles: por qué los nobles franceses eran tan guarros

Un nuevo libro rescata algunos de los pasajes más escatológicos de la historia y repasa los cambios en la higiene. Moral y capitalismo fueron claves para cambiar la sucia sociedad de Versalles por una industrial más limpia

Foto: 'Les Champs Elisées', del pintor francés Jean-Antoine Watteau. (EFE)
'Les Champs Elisées', del pintor francés Jean-Antoine Watteau. (EFE)

Al filósofo François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, no le gustaba mucho el entorno de Versalles. Tanto, que dejó para la posteridad una frase contundente al hablar de una habitación en la que se alojó, describiéndola como “el agujero de mierda con peor olor en todo Versalles”. Uno podría pensar que el filósofo era un poco delicado, pero no. El gigantesco palacio francés, icono del esplendor de la monarquía parisina, fue en esa misma época un estercolero en el que lo del glamour era algo relativo.

Así se cuenta en Esta historia apesta, un libro escrito por la historiadora y divulgadora murciana Alejandra Hernández y en el que recupera algunos de los episodios más escatológicos de la historia de la humanidad. Desde los baños de leche de burra de Cleopatra a la pocilga de Versalles, pasando por pelucas de reyes hechas con vellos púbicos de sus amantes o enjuagues de orina. Una ristra de extravagancias en las que se demuestra que los términos de ir limpios y aseados que conocemos hoy son mucho más modernos de lo que uno suele imaginar.

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"Tenemos una idea de un mundo muy limpio porque las imágenes que nos han quedado para la posteridad son los cuadros. Y estos tienen mucho Photoshop", explica Hernández en conversación con El Confidencial. De ahí viene, asegura, que pensemos que sectores como la aristocracia eran entornos totalmente pulcros y perfumados, cuando durante siglos fueron todo lo contrario. "En el libro, solo se recogen algunos episodios muy llamativos y que inmiscuyen a grandes personajes, pero la historia está llena de muestras de que la realidad estaba muy alejada de lo que tenemos en mente. Ni los reyes eran tan guapos ni los paisajes eran tan bonitos", detalla.

El caso de Versalles es quizás el más llamativo de los que enumera y el que mejor muestra las diferencias entre la imagen que quedó para la posteridad y la realidad del momento. El palacio era un espacio en el que vivían cerca de 2.000 personas y al que se acercaban durante las fiestas hasta 10.000. Unos números altísimos para la infraestructura con la que contaba. Más allá de enormes estancias, incluso escaseaba el agua potable y estaban mal diseñadas hasta las salidas de humos.

Foto: Oficiales y políticos se suben a los muebles para observar la firma del Tratado de Versalles tras la Primera Guerra Mundial el 28 de junio de 1919.

¿Cómo se gestionaba en un macrofestival del siglo XVIII el aseo para todos los visitantes? Era imposible. Las 300 letrinas con las que contaba se saturaban pronto, los criados no daban abasto y los invitados tampoco hacían mucho por mejorar la situación. "Hay visitantes que incluso dejaron por escrito el caso de los rastros que dejaban algunos invitados e invitadas. No era raro que se mearan encima. También hay que decir que no solo lo hacían por falta de letrinas, es que eran muy cómodos y no miraban mucho lo de irse a los jardines", cuenta la historiadora.

El texto de esta divulgadora, que compagina su trabajo en un instituto madrileño con sus contenidos en TikTok, es un golpe directo a la imagen de un pasado idealizado. Incluso rompe con la idea generalizada de que la Edad Media era una época oscura y más sucia que las posteriores. Todo lo contrario. "Se suele pensar en la Edad Media como si fuera una época oscura y llena de mierda. Pero en realidad se extendían conceptos como el baño a remojo que se perdieron con el paso a la Edad Moderna. Fue esa época siguiente la que acabó concentrando las peores escenas junto con la primera era industrial", detalla.

placeholder Alejandra Hernández, con su libro. (Imagen cedida)
Alejandra Hernández, con su libro. (Imagen cedida)

Sin ir más lejos, Hernández también habla del caso español. Un país imperial que no paraba de crecer y ganar territorio, pero con un Estado en bancarrota. Sus ciudadanos empobrecidos se apelotonaban en ciudades atestadas, con poca o ninguna organización urbana y pocas posibilidades de llevar a cabo políticas públicas. "Por ejemplo, la gente no podía cambiarse de ropa una vez al día, que es una medida básica de higiene para evitar enfermedades y mejorar el ambiente. Se vivió un éxodo urbano masivo y al vivir en ciudades tenían mucho menos acceso al agua".

Esto no solo se quedaba en los bajos estamentos, ni siquiera entre la nobleza o la burguesía, con muchas más posibilidades, se mantuvo un gran amor por el aseo. "En el libro hablamos del verde isabelino, un color cuyo nombre viene de tres personajes de la aristocracia que pasaron a la historia por compartir nombre y falta de lavado. Esa supuesta falta de aseo fue lo que acercó sus colores a ese verde. Se trata de Isabel I de Inglaterra, Isabel Clara Eugenia e Isabel II".

Más limpios para producir más

¿Cuándo y cómo cambió esto? Con la Revolución Industrial y los movimientos higienistas del siglo XIX. Según explica Hernández, fue en esa época marcada por la Ilustración cuando la gente volvió a pensar en que quizá sería bueno lavarse y que el poder público debía incentivarlo. "El origen está en Inglaterra, como el de otros muchos movimientos surgidos con la Revolución Industrial. Y aunque acabó teniendo un trasfondo bueno para la población, también tuvo una lectura más perversa. En pleno boom del capitalismo industrial, muchos estamentos apoyaron estas decisiones al llegar a la conclusión de que si se mejoraba la salud pública y la higiene, los obreros faltarían menos al trabajo".

Higienistas como Edwin Chadwick unieron fuerzas con las fuerzas del capital y con el sistema establecido y se pusieron manos a la obra. Se incentivó el lavado, se pidió más control en lo que se comía y se bebía e incluso impulsaron medidas para controlar el sexo y evitar al máximo las enfermedades venéreas. Había que centrarse en producir, y en algo también importante, en una salud que evitaría más movimientos revolucionarios. "Piensa que hablamos de la época de las revoluciones liberales y el inicio de los movimientos obreros. Estos higienistas no eran tontos y vieron rápido que si mejoraban las condiciones del pueblo, este tendría menos ganas de rebelarse", cuenta Hernández.

Foto: Detalle de portada de 'Odorama' (Taurus), de Federico Kukso.

A España, como todo lo que explotaba en esa época, llegó tarde. Y lo hizo tras la vuelta de un rey que no quedó demasiado bien para la historia, Fernando VII. Con su regreso, llegaron a España las ideas higienistas y figuras como el humanista Pedro Felipe Monlau o el exalcalde de Madrid Francisco Méndez Álvaro. Copiando los modelos franceses e ingleses, impulsaron medidas que unían salud con urbanismo y moral. "Hasta el siglo XIX, éramos una sociedad bastante guarra. Y costó corregirlo en un país mucho menos industrializado que los de su entorno y con un desarrollo mucho más lento. Pero se fue haciendo".

Para conseguirlo, tiraron de un clásico, la Iglesia. "Si te das cuenta, muchos conceptos como el decoro, que ha llegado a nuestros días, vienen de esa unión entre la moral y lo puramente sanitario. El decoro es ir bien vestido, pero también ir aseado y limpio. Está claro que aprovecharon también la moral cristiana para conseguir que sus ideas calasen en la sociedad", termina Hernández.

Al filósofo François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, no le gustaba mucho el entorno de Versalles. Tanto, que dejó para la posteridad una frase contundente al hablar de una habitación en la que se alojó, describiéndola como “el agujero de mierda con peor olor en todo Versalles”. Uno podría pensar que el filósofo era un poco delicado, pero no. El gigantesco palacio francés, icono del esplendor de la monarquía parisina, fue en esa misma época un estercolero en el que lo del glamour era algo relativo.

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