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De platos glamurosos a los 'snacks' de hoy: cómo ha cambiado el menú de los aviones
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Medio siglo y muchos cambios

De platos glamurosos a los 'snacks' de hoy: cómo ha cambiado el menú de los aviones

Si hoy te entra hambre en pleno vuelo, con suerte podrás elegir algún plato precalentado, y tal vez puedas acompañarlo de una ensalada. Hace 50 años, aparecía un chef a cocinarte en directo

Foto: Imagen del interior de una cabina de primera clase con el servicio de comida a bordo (chef y azafata incluidos). (Wikimedia)
Imagen del interior de una cabina de primera clase con el servicio de comida a bordo (chef y azafata incluidos). (Wikimedia)

Horas perdidas en el asiento recio de un aeropuerto, los controles de seguridad, el cansancio acumulado por los preparativos, el siempre aleteo mental de que algo ahí arriba no vaya bien… Volar no es tan divertido como en las historias que una vez lo romantizaron, pero, pese a todos sus contras, nunca pierde la emoción de estar, simple y curiosamente, volando. Hay algo de ciencia ficción en ello, algo por encima del engorro y hasta del miedo. Nos gusta, aunque no nos guste. Al fin y al cabo, no tenemos alas.

Hoy en día, viajar en avión se ha convertido en una opción más o menos abierta a distintos tipos de bolsillos, aunque lo cierto es que la noción de clases sociales delimitan la forma misma de las aeronaves. En su tecnología todo ha ido avanzando, quién podría imaginar hace algunas décadas que atravesar el mundo, de un continente a otro, sería solo cuestión de unas pocas horas y, sin embargo, la vida a bordo parece haber ido a la inversa en un retroceso constante entre asientos cada vez más aglutinados y comidas que, bueno, simplemente desaparecen.

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Si hoy te entra el hambre en pleno vuelo, con suerte podrás elegir entre varias opciones de platos precalentados, tal vez puedas acompañarlo de una ensalada. Entre una cosa y otra tampoco podrás distinguir mucho. Si tu trayecto no es intercontinental, o si tu clase es esa a la que llaman turista, olvídate de lo que es un plato. Bienvenido a la era del snack a precio de oro: una bolsa de patatas, unas barritas de chocolate, si acaso un bocadillo. Nada te hace pensar que no podría haber opciones mejores, pero el caso es que las hubo, justo cuando atravesar el mundo en cuestión de horas aún era un disparate. Hablando de oro...

Las 'décadas de oro'

Las décadas de oro de la aviación en sentido turístico están lejos del presente, concretamente medio siglo atrás. Se consideran como tal a los años cincuenta y sesenta, aunque ya en los cuarenta el avión prometía comodidades hoy impensables a no ser que seas una superestrella y viajes en jet. Camas en literas, pasillos amplios, paredes decoradas con cuadros, salas de cóctel, mesas para todos, comidas preparadas en directo como si de un restaurante en tierra se tratase. ¿Qué ha pasado?

placeholder Anuncio de 1948 de Australian National Airways (ANA) con comida a bordo. (Wikimedia)
Anuncio de 1948 de Australian National Airways (ANA) con comida a bordo. (Wikimedia)

Teniendo en cuenta que lo de oro viene también porque un billete de avión costaba entonces como el oro, que diría el dicho, podrás empezar a vislumbrar la respuesta. Olvídate de clase económica, económica plus, clase ejecutiva y primera clase. En sus comienzos, solo había una clase, y era bastante lujosa.

De hecho, en los primeros aviones para turistas, lo de comer era impensable. No, ni siquiera una bolsa de patatas. Según explica Diana Hubbell en Atlas Obscura, los primeros alimentos que subieron a bordo de un avión fueron sándwiches, fruta y café (en realidad, a más de uno le sobraría con esto ahora). Sucedió concretamente en vuelos entre Londres y París.

Transatlánticos vs aviones

Fue la compañía aérea Handley Page Transport, fundada en 1919, la que en octubre del mismo año habilitó un servicio de comida pionero. Eso sí, los menús del aire no se cambiaban con frecuencia, ya solo podían beneficiarse de ellos unos pocos. Sin demanda no hay oferta.

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Foto: Wikimedia.

Entre sándwich y sándwich, el asunto se volvió monótono. Aún no se había encontrado la forma de calentar nada a tantos metros de altitud, así que tenían la excusa perfecta. Poco a poco, el futuro de los aviones se hacía más evidente, es decir, más accesible para otra gente que no fuera la élite. Llegó el momento de competir con los grandes transatlánticos.

Los vuelos eran casi interminables, porque las aeronaves no estaban aún preparadas para recorrer distancias como las de hoy a la velocidad y el tiempo de hoy. Así, a menudo tenían que hacer pequeños aterrizajes a lo largo de una ruta, en aeropuertos donde no había pasajeros para embarcar o desembarcar, y así los pasajeros podían comer algo mientras repostaban el avión.

Todo cambió con la guerra

A finales de la década de 1920, la estadounidense Western Air Express fue una de las primeras aerolíneas en servir comidas más elaboradas a bordo de vuelos entre Los Ángeles y San Francisco. Su carta ya ofrecía, además de sándwiches, pollo frito y pasteles. Las comidas se entendían también como una forma de distracción para el pasajero. Si en la actualidad unas cuantas turbulencias nos marean y alteran, imagínate entonces. Comer parecía normalizar la sensación de estar desplazándote a miles de metros sobre el suelo.

Los motivos para facilitar comida a bordo no eran pocos. Al mismo tiempo, las mejoras en las tecnologías de vuelo y las capacidades de las aeronaves plantearon un nuevo conjunto de problemas para el servicio de comidas. Volar a altitudes más altas significaba que unos huevos, por ejemplo, tardaban más en cocinarse y el pan se echaba a perder mucho más rápido. Había que solucionarlo.

Todo cambió con la Segunda Guerra Mundial. El conflicto se sostenía en la avaricia de los gobiernos por construirse por encima de otros, y para ello echaron mano de la tecnología. Entre todo lo que descubrieron con el objetivo de destruir, algunos inventos surgieron para lo contrario.

El éxito del 'glamour' a bordo

En 1944, el marino estadounidense William L. Maxson había creado el horno de convección, descubriendo rápido que si metía pequeñas bandejas en una caja aislada en la que corre aire caliente sobre ellas, se podían recalentar un montón de cosas a la vez. Vendió su idea a la marina mercante para que pudieran servir comidas calientes a las tropas a bordo de sus barcos. Para ello, ideó una bandeja a modo de plato, redonda y con compartimentos divididos, a la que llamó el "plato del cielo". Pero su idea no acabó de cuajar en el ejército.

Llegados los sesenta, el lujo ya estaba a bordo. Las aerolíneas se asociaron con restaurantes y el concepto de bistró se trasladó a los aviones

Donde sí le vieron provecho fue en la compañía Pan American World Airways. Y resulta que fue un éxito: permitía ofrecer desayunos, almuerzos y cenas con consomés, salsas francesas, suflés y, por supuesto, café recién hecho. Como estamos hablando de los años cincuenta, todo aparecía, por supuesto, presentado por azafatos con chaquetas de comedor y azafatas con trajes de Pertegaz. Hay que destacar que en esa época, a las aerolíneas todavía se les prohibía competir en precio, por lo que la única forma en que podían competir era en la calidad de sus servicios, una puerta totalmente abierta al derroche.

Llegados los sesenta, el lujo ya estaba a bordo. Como explica Patricia Green en Simple Flying, Pan American World Airways abrió el camino con su servicio de hidroaviones Clipper. "Un menú típico [en sus aviones] incluiría sopas en juliana, chuletas de cordero a la francesa, judías verdes, patatas con perejil y ensalada de escarola. En la década de 1960, la aerolínea se asoció con el restaurante francés Maxims. El concepto de bistró apareció así en su Boeing 377 Stratocruiser. Con él, el menú de primera clase incluía aperitivos y cócteles, filet mignon, pato asado y langosta. Todo con cubierto de plata, manteles blancos y, por supuesto, champán y vinos franceses".

El descenso del 'glamour' a bordo

British Airways y Air France se convirtieron de esta forma en auténticos restaurantes de alta cocina en las nubes. A ellas se unió en 1973 Union de Transports Aeriens, contratando al entonces famoso chef francés Raymond Oliver. Era la primera vez que se le pidió a un chef que mejorara las comidas de las aerolíneas.

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Foto: Wikimedia.

Pero de la misma forma, los tiempos estaban cambiando en otros sentidos: el turismo se estaba democratizando, la demanda hacía incrementar la oferta y, también, rebajarla. Las aerolíneas no tardaron en trasladar sus prioridades a los nuevos viajes en masa. Se suma que "algunas aerolíneas tuvieron problemas con alimentos contaminados e intoxicaciones alimentarias en pleno vuelo, algo que no ayudó a mejorar la reputación de las comidas a bordo", recuerda Green.

Desde The Guardian, apuntan al respecto que aquellas cocinas voladoras, "que alguna vez sirvieron lo mejor en un gran gesto de orgullo nacional, ahora son fábricas de alimentos indiferenciadas para las masas en tránsito". La forma de la comida ha cambiado también con los temores en torno al terrorismo después de los atentados del 11-S. Tras los mismos, se eliminaron de la circulación en las cabinas "todo lo que se parezca a los utensilios adecuados para comer, lo que significa que difícilmente se puede servir nada que no sea un bocado o un refrigerio empaquetado".

Horas perdidas en el asiento recio de un aeropuerto, los controles de seguridad, el cansancio acumulado por los preparativos, el siempre aleteo mental de que algo ahí arriba no vaya bien… Volar no es tan divertido como en las historias que una vez lo romantizaron, pero, pese a todos sus contras, nunca pierde la emoción de estar, simple y curiosamente, volando. Hay algo de ciencia ficción en ello, algo por encima del engorro y hasta del miedo. Nos gusta, aunque no nos guste. Al fin y al cabo, no tenemos alas.

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