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El Duque de Lerma, el primer especulador inmobiliario
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Paquito 'el pieza'

El Duque de Lerma, el primer especulador inmobiliario

Fue el hombre más poderoso del reinado de Felipe III. Se hizo inmensamente rico a costa de saber manejar el tráfico de influencias, la corrupción y la venta de cargos públicos

Foto: El duque de Lerma, por Juan Pantoja de la Cruz
El duque de Lerma, por Juan Pantoja de la Cruz

El mundo se divide sobre todo, en indignos e indignados, y ya sabrá cada quien de qué lado quiere o puede estar.

Eduardo Galeano.

Felipe II era un personaje adusto y poco locuaz, tenaz en sus convicciones y poco dado al chisme, con aciertos y errores sí, pero un buen hombre a la postre. Además, nos dio un billete de lotería impagable cuando dejó este extraño mundo de desatinos con una frase lapidaria, “ahí os dejo este regalito”…

El españolito de a pie se quedaría atónito cuando de sopetón descubrió la verdadera dimensión del legado. Ni más ni menos que el famoso especulador inmobiliario y chorizo doctorado cum laude, su ilustrísima el Duque de Lerma, también llamado Francisco de Sandoval y Rojas; en casa, Paquito 'el pieza'. Ya apuntaba maneras.

A veces sucede que las costumbres se hacen leyes y que el que no corre, vuela. Hay elementos ante los que uno se queda asombrado y en los que la picaresca más avezada se quedaría ojiplática ante los malabares que hacen algunos políticos con nuestros votos cuando ya son solamente rehenes de sus ambiciones. No hay que olvidar, son gente de la función pública que no sujetos obligados en entidades privadas en donde la manga es más ancha.

placeholder Duque de Lerma por Peter Paul Rubens
Duque de Lerma por Peter Paul Rubens

Es verdad que los españoles de forma generalizada, somos muy dados a la crítica feroz y despiadada contra nuestras instituciones, la nación -en muchas ocasiones con un pesimismo incontenido-, el vecino de al lado, la bandera porque no flamea bien o, cualquier cosa que se mueva, más que todo para no perder la forma. Eso sí, siempre con una cañita en la mano que es más cómodo que ir a una “manifa “ y arriesgarse a que a uno le arreen una buena tunda.

Pero esas invectivas no son solo el resultado de la mediocridad de la clase política y de paso, de quienes les votamos con hastío impenitente cual masoquistas entregados sabiendo que la receta va a ser la decepción una vez más, sino también nos hace responsables a los que una vez tuvimos ilusión por la democracia como paradigma de los mejores propósitos y expectativas, democracia que ha ido perdiendo gas de a poco entre otras muchas cosas por el espejismo provocado por la supuesta honestidad de los padres de la patria, padres muy dados a componendas variopintas e imaginativas donde las haya, groseros privilegios y tarjetas Visa Oro bajo el brazo.

A la postre todo queda en familia, unos por “facerla”, otros por callarla y el resto porque solo valemos para criticar este orden de cosas delante de la “tele” o en la barra del bar parapetados tras una barricada de lingotazos.

No es que el fenómeno se de en España de forma exclusiva; en Europa hay una decena de países que es mejor no mencionar, en los cuales las corruptelas son el perejil de todas las salsas, el problema es que aquí los corruptos son un estamento tan inaccesible y blindado, que cuando cae alguno de la ciénaga a las aceras que pisan los mortales, esto es, en las fauces del populacho está ”aviao” para los restos, la tunda es antológica. Pero no nos vengamos “parriba” que mientras nosotros vamos a pie, ellos no van andando, van en Swissair.

Pero si hay un español que ha sacado la cabeza en la foto finish de la historia de la corrupción por derecho propio y ha dejado a Carl Lewis a la altura del betún, ese es sin duda el Gran Duque de Lerma, valido de Felipe III. Era un campeón. Tenía un escorzo haciendo el egipcio que no ha sido igualado por nadie en la historia y que para si hubiera querido el gran especialista en esta disciplina, el insigne renacentista Mantegna.

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Felipe III

La picaresca española tan pródigamente bendecida por nuestra literatura patria, ya peinaba canas cuando apareció el Duque de Lerma en el predio, pero este maestro de la levitación de lo público, sentó cátedra y lo convirtió en el deporte nacional por excelencia. Ello, no es óbice para afirmar que la honradez de la mayoría no tenga su espacio no, lo que pasa es que la impunidad es muy escandalosa.

El Duque de Lerma es rotundamente la encarnación de un hombre hecho a si mismo. Lerma, clarividente, intuyó que el acceso a Felipe II estaba bloqueado y tomó una decisión, adular al príncipe y más tarde rey, Felipe III. Pergeñó su estrategia de acercamiento de tal manera que desde lejos se le atisbaba como el favorito indiscutible con acceso al coronado. Un mes antes que muriera el “Rey Prudente”, Felipe II, ya era el jefe de cuadras del nuevo rey. Así, tras una larga lucha, conseguiría posicionarse como el number one.

Foto: Felipe II (Wikipedia)

Los antepasados del Duque de Lerma habían sufrido diversas confiscaciones en la época de Carlos I (V) y el Duque se propuso recuperar aquel patrimonio perdido. Con una sutil paciencia digna de encomio, lograría con el tiempo y una caña obtener el retorno y compensaciones añadidas por aquellas perdidas. Empezaba bien el tema.

El problema de Lerma, un personaje que tenía callos en el alma, surge cuando se tropieza con las arcas del estado llenas de telarañas y con los funcionarios a la quinta pregunta. El país estaba esquilmado por las guerras y las quiebras venían ellas solitas por efecto “Dominó”, vamos, que de aquella implosión descontrolada, no se salvaba ni el Tato. Pero cuidado, que el personaje se las trae. Lerma era el consejero áulico por excelencia del coronado pero invirtió los papeles y se dedicó a aconsejarse sobre todo a sí mismo. Creó en 20 años un conglomerado financiero tan alambicado que para sí quisieran los probos ejecutivos de la City. Su especialidad, la que mejor se le daba, afanar a lo grande, lo convirtió en el artífice de la verdadera Revolución Industrial y no la de los ingleses.

El imaginativo Duque estaba a las órdenes de un vago redomado. El retoño de Felipe II no era muy dado a la gobernanza y lo suyo era galopar por la ancha Castilla persiguiendo ora ciervos y jabalís, ora despistadas féminas que no podían evitar el acoso de este pichabrava.

Su ascendencia sobre Felipe III, ya desde su más tierna infancia, duraría más de 20 años, en ese tiempo llegaría a convertirse en un auténtico magnate sin cortarse a la hora de exhibir sus credenciales de doctorado chorizo de Cantimpalos, lo que acompañado de una desfachatez crónica y galopante le llevaría al pedestal Forbes siendo uno de los diez hombres más ricos de la Europa de la época.

Fíjense ustedes si era avieso el menda que llegó a hacer las paces con Francia, Inglaterra y Países Bajos para así embolsarse el vil metal y colocarlo a nombre interpuesto a su extensa red clientelar en la cual por cierto, estaba metida toda su familia hasta el segundo grado de parentesco. Tela…

Con el tiempo, la influencia del rey (entonces monarquía absoluta) llegaría a ser la de un mero decorado, suplantado por este voraz cocodrilo del Nilo.

Trataba los asuntos de Estado directamente con el monarca y ninguneaba a todo quisque, inspectores de la hacienda pública, filtros de la Corona, investigaciones propiciadas por la reina, etc. Su firma y rúbrica tenían el mismo valor que la de Felipe III.

Hasta tal punto llegaría la voracidad de este elemento de la naturaleza que, según qué historiadores, fue el artífice de esquilmar las arcas públicas con una obscenidad impertérrita. Cuando se adoptó la moneda de vellón a gran escala se descubrió que a esta se la limaba deliberadamente en cantidades industriales para quitarle la plata (iba fundida con una aleación de cobre) y especular luego con los restos.

Margarita de Austria

Pero Margarita de Austria empezaba a sospechar de este fichaje y con sus confesor, Jerónimo de Florencia le pusieron un poco de queso para cebarlo.

En aquel tiempo la inflación era galopante deviniendo en suspensión de pagos hacia 1607. El enorme costo de las guerras y la espectacular afluencia de oro y piedras preciosas proveniente de allende el Atlántico, que luego eran reelaborados en Amberes, crearían sumando, una inflación galopante a la cual no pudo hacer frente la Hacienda Pública. Nada nuevo bajo el sol. El demencial empecinamiento de nuestros reyes en mantener hasta cinco frentes de guerra, ya había supuesto tres quiebras a Felipe II y una adicional a su hijo. Curiosamente, era Lerma el propietario del estado pues su fortuna alcanzaba magnitudes siderales, sin embargo, permitió la quiebra de la nación, así, sin más. Era un jeta de manual y se aprovechaba de que el rey estaba a por uvas. Dios los cría y ellos se juntan.

Estaba claro que la devolución de dicha deuda era misión imposible y ello conllevaba a enormes servidumbres a la nación que solían desembocar en insoportables hipotecas políticas y económicas y no por este orden.

placeholder Margatirta. Bernard van Orley
Margatirta. Bernard van Orley

Pero el pelotazo maestro fue aquel en el cual en un descarado ejercicio de brillante maestría en el oficio de mangante certificado, trasladó la Corte a Valladolid, y cinco años y algunos meses después otra vez a Madrid. Mientras tanto había vendido o alquilado las viviendas a precios astronómicos especulando con los precios en ambas ciudades y se había labrado una reputación que a Margarita de Austria le obligaría a intervenir poniéndole las pilas a su etéreo maridito.

Descubierto con las manos en la masa por la reina tras una elaborada y compleja investigación, súbitamente le entró una inusitada y fervorosa vocación religiosa que le llevaría a la más absoluta inmunidad (los tonsurados, y más si llevan el capelo cardenalicio, ayer como hoy, eran una institución de intocables) no sin antes sufrir un radical desplazamiento de sus atributos que se le instalaron en la zona de la gola. Este depredador no podía tragar a la reina y viceversa.

Lo que colmó la paciencia de Margarita de Austria fue el pelotazo urbanístico que dio en la zona madrileña del Prado hoy llamada también Recoletos. Fue ahí donde la tolerancia de La Corona tocó a su fin. Entre su confesor y ella le echaron el guante y le cantaron las verdades del barquero. En el otoño del año de 1618, el rey le llamó a capítulo y le comunicó claramente que había perdido su confianza en él.

Foto: Fuente: iStock

Había una coplilla que corría por las corralas de boca en boca y que decía >>para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se vistió de colorado<<, así rezaba el pareado. Este engolado gañán se salvó por los pelos, pues tras la ejecución de su mano derecha y amigo del alma, Rodrigo Calderón, al que por cierto dio la espalda en todo momento hasta su ejecución en la Plaza Mayor de Madrid, no cejó en su arte de levitar todo lo que pillaba por delante. Sustituido en el cargo de valido por su propio hijo, el duque de Uceda, y tras ser despojado de una buena parte de su escandaloso patrimonio otro fichaje llamado el Conde Duque de Olivares, le despojaría de todos sus bienes y rentas . ¿Justicia poética? Tal vez.

La fortuna más grande del Imperio Español había caído en desgracia y enfermo, solitario, siempre arrogante y huraño, expresó cuando se acercaba al túnel del vacío, su arrepentimiento. Dejaría su cuerpo un día de primavera de 1625.

Se murió muy tarde para desgracia del pueblo español.

El mundo se divide sobre todo, en indignos e indignados, y ya sabrá cada quien de qué lado quiere o puede estar.

Eduardo Galeano
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