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España, la tumba de Francia
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El pez pequeño se come al grande

España, la tumba de Francia

Uno de los estrategas más famosos de todos los tiempos mordería el polvo ante un pueblo en decadencia, sin referencias políticas ni liderazgo y en una nación colapsada por las deudas

Foto: Ilustración antigua de Napoleón en 1814 (Fuente: iStock)
Ilustración antigua de Napoleón en 1814 (Fuente: iStock)

Cuidado a quien pisas para subir porque quizás te lo encuentres al bajar.

Marcela Jalife.

Mientras los buitres sobrevolaban con cadencia circular aquellos despojos, a cada giro que describían planeaban más bajo. Finalmente, cerca de dos docenas de ellos se aposentaron sobre los cadáveres de los fenecidos mientras picoteaban indecentemente, con impunidad, las vísceras de los fallecidos o futuros interfectos, pues había muchos moribundos indefensos ante la pérdida de sangre y de consciencia. Una columna francesa había sido masacrada en una emboscada en algún lugar remoto entre Navarra y La Rioja. Aquella desgraciada “troupé” iba cantando la Marsellesa con buen tono hasta que de unas inocentes balas de paja situadas a una distancia prudencial de la vera del camino, comenzaron a salir unos destellos de muerte que en un abrir y cerrar de ojos acabaron con el entero convoy de suministros que iba en dirección a Zaragoza. Fue visto y no visto. Ese día Francia sumaría al centenar de bajas de sus combatientes, otros dos centenares de viudas y huérfanos; así estaban las cosas.

Napoleón reconoció tardíamente que la invasión de España fue la causa del deterioro de su halo de invencibilidad

Muchos grupos armados o partidas por calificarlos de alguna manera, surgían de la nada en ataques relámpago de una contundencia inapelable mientras causaban verdaderos estragos al formidable invasor, que a traición había hollado el suelo patrio. Tras esta dura experiencia, los rusos, los alemanes y los ingleses, le perderían el respeto al pequeño corso de la mano en el píloro.

Napoleón, durante su exilio, reconoció tardíamente al coronel al mando de la guarnición de la isla de Santa Helena donde estaba confinado, que la invasión de España fue la causa del deterioro de su halo de invencibilidad.

Sujetos con espesas barbas y las caras embarradas, envueltos en sacos de arpillera adornados con briznas de hierba o ramaje

Espoz y Mina, el Cura Merino, Díaz Porlier, el Empecinado – que dirigía él solito un ejército de cerca de 15.000 milicianos -, eran los mimbres de una intolerable urticaria para los galos que en campo abierto eran invencibles, pero que en un país con la orografía del nuestro se encontraron con la sorpresa mayúscula de que sus bien entrenados ejércitos no servían más que para ocupar y expoliar las ciudades.

Sujetos con espesas barbas y las caras embarradas, envueltos en sacos de arpillera adornados con briznas de hierba o ramaje, abundante betún en la cara y armados hasta los dientes con un heterogéneo arsenal que parecía sacado de un museo, convertían a aquella horda de cabreados súbditos de un rey que no merecía tal título, en un temible equipo de sujetos muy adaptados a la frugalidad y a situaciones extremas. Aquellos románticos guerrilleros eran lo más parecido a los comandos de hoy. Años más tarde, entrado el siglo XX, los Boers de origen holandés, infligieron inspirados en los métodos de los guerrilleros españoles durísimas derrotas a los ingleses con sus famosos y volátiles grupos del Sistema Kommando.

El caso es que los desgastes producidos por las escaramuzas con los galos no permitían dar con la tecla al Alto Estado Mayor francés.

Estas milicias populares o partidas de apasionados patriotas cuyo ejército había sido barrido ante el ataque sorpresa francés, estaban supliendo con creces a los uniformados profesionales. Lo que es rigurosamente cierto, es que los resultados de sus actuaciones solían ser devastadores para sus adversarios. Era muy habitual confrontar compartiendo vinos con quesos y cecina, los “modelitos” más atrevidos y originales en lo relativo a camuflajes, que convertían a estos osados en formas humanas indetectables.

Foto: Isabel Barreto de Castro

En suma, conocían el terreno como la palma de su mano, se alimentaban de unos menús que hoy habría que tomárselos con una venda en los ojos y una pinza en la nariz, y sobrevivían a la intemperie con unos vivac insuperables confeccionados con ramaje y lechos de hojas. Eran realmente imbatibles e indetectables. Su habilidad para crear emboscadas en medio de la nada más silenciosa, rastrear los convoyes franceses y obtener información de los soldados galos que capturaban, era casi legendaria.

Las líneas de suministro eran su particular piñata

Las partidas por lo general, salvo la de El Empecinado, eran de gran movilidad y la casi totalidad eran jinetes de campo con caballos de tiro. Para nuestros vecinos franceses fue un desastre toparse con aquellos elementos de la naturaleza. La ayuda de los campesinos era determinante. Se podría decir que hubo momentos en los que estragaron a los ejércitos napoleónicos con su eficiencia en aquella guerra asimétrica.

Las líneas de suministro eran su particular piñata. Golpear y largarse en un abrir y cerrar de ojos eran la especialidad de la casa. Los golpes de mano eran constantes y una sangría imparable para las huestes de Dupont, Murat y compañía. La moral de los vecinitos pirenaicos estaba en caída libre.

El hecho de pelear con sus hermanos de sangre, familiares o amigos del mismo pueblo, los lazos de fraternidad o hermandad que los unían ante un adversario colosal, la permanente presencia de la muerte, la conexión entre los líderes y sus subordinados, creaban unas células de combate con un alto poder de infiltración tras las líneas enemigas generando ataques sorpresa de una efectividad sorprendente. Esta era la historia de la guerrilla española durante la Guerra de la Independencia.

placeholder La resistencia española al ejercito de Napoleón en la obra de Goya (Fuente: iStock)
La resistencia española al ejercito de Napoleón en la obra de Goya (Fuente: iStock)

Es por estas formas de actuar desconocidas en la historia militar más reciente, que dicha guerrilla pudo derrotar a la Francia Imperial y dar al traste con las aspiraciones de “grandeur” y con una Europa “bleu”.

Uno de los estrategas más famosos de todos los tiempos, mordería el polvo ante un pueblo en decadencia, sin referencias políticas ni liderazgo, en una nación colapsada por las deudas contraídas, con sus mejores marinos en la antesala de la eternidad, sin barcos, sin mandos (Carlos IV y el lumbreras de su hijo Fernando VII estaban secuestrados en Bayona por el corso). En resumidas cuentas, aquellos mal instruidos combatientes alentados por un incuestionable fervor patriótico afrontaron un reto estrictamente heroico.

Pero de entre aquellas gentes que se habían echado al monte, los hubo también que amparados por la impunidad, cometieron verdaderas atrocidades. Bien es cierto que el ejército francés se entregó a la barbarie contra la población civil hasta que algunos generales galos levantaron la voz impidiendo las matanzas que iban generando un odio in crescendo cada vez más incontenible. Cuando la oficialidad francesa quiso tomar el control de los excesos de sus soldados, la contestación del pueblo sublevado ya era un clamor.

Foto: El capitán Juan Salafranca y Barrios

La guerrilla en su afán de venganza contra los afrancesados se dedicó a hostigar a estos hasta hacerles la vida imposible generando un rechazo por parte de muchos sectores, fueran estos burgueses o campesinado, ya que ellos, eran tan españoles como sus verdugos. El concepto de una unidad europea sin Gran Bretaña, era para Napoleón como un mantra que rozaba con la mística. Otra cosa bien distinta era la forma en que lo aplicaba y de ahí, de la contestación con la que se topó, devino la debacle posterior. Una idea que podría haber amalgamado una Europa unida a base de razones más que aceptables, derivó en conflictos y divisiones cuyo eco reverberaría durante siglos y se traduciría en innumerables guerras con mortandades inasumibles.

Lo que nunca llegarían a comprender los invasores, es la violencia que desató el pueblo español sobre las tropas galas. No entendían el comportamiento de los que iban a ser liberados de la tiranía de sus reyes por el ejército heredero de la Revolución Francesa. De lo que se olvidaban nuestros hoy socios en el ilusionante proyecto y reto tantas veces retrasado que es Europa, es que por ejemplo, el carnicero Murat, permitía todo tipo de desmanes a sus tropas a pesar de las advertencias de José Bonaparte (mal llamado Pepe Botella) al respecto. La represión francesa sobre la población civil enconó a los españoles tras los episodios de crueldad desarrollados por un ejército que en teoría iba de paso a Portugal a combatir a los ingleses. Las carnicerías del 2 y el 3 de Mayo de 1808, los fusilamientos in situ de los alcaldes de las pedanías por donde pasaba la tropa franca, los raptos de jovencitas, la requisa de condumio y bebidas espirituosas a los agricultores que habían sudado la gota gorda durante un año entero para poder comer durante otro año, los abusos de todo tipo sobre un pueblo que nunca se imaginó aquella avalancha de muerte; acabaron en un baño de sangre de proporciones descomunales.

Quizás pudo hacerse de otra manera… El pasado ya es memoria. De aquella pesadilla podemos sacar conclusiones. Hoy Europa parece (a pesar del boicot de agentes externos), que está más cerca y probablemente, más sólida que nunca.

P.D. Desde este lugar tan extraño, un aliento a nuestro compañero Carlos Matallanas en su viaje postrero. “Bon voyage courageux”. In memoriam.

Cuidado a quien pisas para subir porque quizás te lo encuentres al bajar.

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