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La piratería vasca o cómo llevar doble vida debajo de una txapela
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SEMBRANDO EL PÁNICO

La piratería vasca o cómo llevar doble vida debajo de una txapela

Pocos conocen a estos navegantes y corsarios temidos y sanguinarios que hacían temblar a los buques europeos y cuyas fechorías han aportado mucho a la historia marítima

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"Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida".

Pablo Neruda

Hoy me he levantado con un esguince en el cerebro. Atacado sorpresivamente por el flanco de forma inesperada y un poco preocupado por la buena reputación de este extraño e ignoto pueblo (desde mi punto de vista un lujo antropológico e histórico para España), siempre creí que los vascos eran unos tiarrones y tiarronas de armas tomar y que con un toquecillo de txistorra por aquí, unas judías de Tolosa por allá y unos chuletones que más bien parecen audaces golpes de mano en el intestino, regados con un txakoli de Getaria que te hace entrar en profundas meditaciones metafísicas, pues que más o menos tenían una vida idílica ahí metidos entre sus mágicos bosques a los cuales de vez en cuando algún cabreado "aizkolari" (señor que se dedica a cortar árboles por lo sano y los echa enteros en la chimenea domestica así como quien no quiere la cosa) hacía una calva en la foresta de proporciones descomunales en medio de un febril arrebato recolector para mantener el fuego invernal activo.

Pero no, accidentalmente me enteré de que tenían algunos oscuros secretillos que conviene airear, pues aun siendo gente de bien y muy apreciada por la comunidad peninsular, si te pones a rascar tienen por ahí escondidas algunas cosillas.

Foto: Estatua del emperador Constantino. (iStock)
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Vamos, que para redimirlos de su mística telúrica –más panteísta y pantagruélica que cristiana, todo sea dicho de paso–, pues tienen en conjunto una espiritualidad muy arraigada o asociada a lo terrenal (recuerden 'Amaya o los Vascos en el siglo VIII' de Navarro Villoslada), solo atando un quesillo de Idiazábal a una cuerda y tirando discretamente de ella te los llevas como el flautista de Hamelín donde quieras, eso sí, sin utilizar el imperativo porque de usarlo, se enrocan en un no radical e irreversible.

Nada inocentes

Con los vasquitos es mejor usar el condicional… Buenos son ellos y ellas. Vamos, que la etxecoandre si el Patxi llega tarde al "casherio" o con la verticalidad un poco disuelta por los efluvios del morapio, puede caerle la mano de Dios. Con las vasquitas hay que ser muy prudente porque como seas un desviacionista te hacen una pupita gorda y además te castigan "sin postre". Advertidos quedan los que visiten aquellos pagos.

Dicho esto, el día pasado tras haber llamado –como lo hago regularmente– a mi buen amigo Iñaki para ver cómo iban los fichajes del Athletic para la próxima temporada, me suelta en medio del parlamento que los vascos habían sido unos piratas hasta fechas no muy lejanas. Me quede un poco asombrado y me dije ¡hostias pues!, pinta no tienen de dedicarse a la afananza, pero bueno, le di cuerda a mi amigo arrantzale (pescador) y me contó una historieta truculenta que me dejó así como cavilando sobre la consistencia de los estereotipos y su arraigada tradición en el inconsciente colectivo.

Hacia el XVIII la piratería vasca ameriza en su particular Edad de Oro bajo la forma del corso, aunque hubo algunos con altura de miras

Estos vasquitos que parecen que no hacen nada y están a lo suyo, pescar y comer, coger setas y comer, subir complicados montes en cualquier latitud y comer, irse a la sidrería y comer, pelearse porque el Athletic le ha mangado un jugador a la Real y comer; siempre están tramando algo. No, no son tan inocentes como parecen.

Ya en el siglo XIV la estaban montando, según crónicas del florentino Giovanni Villani. Hay registros en la zona vasca de Lapurdi (en el área del sudoeste francés) una de las provincias geográfica y “étnicamente” vascas de un mapa utópico por un lado, y real y romántico en la medida en que muchos de sus habitantes lo integran dentro de su Euzkal Herriak soñada, pues ancestralmente los vasquitos de aquel in illo tempore milenario pululaban por aquellos bosques mágicos –de los cuales aún hoy existe una masa arbórea importante– ramoneando por aquí y por allá intentando darles un susto a las pacíficas setas.

Hacia el año 1300 y amainadas las durísimas mareas del Golfo de Vizcaya, los de la txapela ya estaban montando la marimorena por el golfo de Vizcaya y levantándoles a los conspicuos ingleses sus pertenencias ("quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón"). No hay que olvidar que los prolegómenos del siglo XIV coincidían con la Guerra de los 100 años y que los ingleses que estaban muy subidos, de vez en cuando eran cazados in fraganti por estos sujetos con boinas de Elosegui.

Bucaneros

Hay que decir que no todo el campo era orégano pues Antón de Garay y Pedro de Larraondo, que en los albores del siglo XV asaltaban mercantes con una habilidad pasmosa, fueron pillados con las manos en la masa sufriendo una rápida mutación en sus constantes vitales. El rey les dio el pasaporte por conducta inadecuada y generar alarma social.

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Ilustración: iStock.

Entre los siglos XVII y XVIII los vascos serían los mayores accionistas en lo que respecta al corso, el señorío de Vizcaya contaba a la sazón con más de 75 buques corsarios tipo goleta, agilísimas en el mar y de maniobra ultrarrápida en los cambios de rumbo, que creaban calamidades sin cuento a cualquier avispado que intentara navegar en las procelosas aguas de la costa vasca. Sin ir más lejos, se sabe que el pirata Martín de Irízar, contemporáneo de Carlos V, se había hecho famoso por haberle echado el guante al famoso bucanero galo Jean Fleury. Hacia 1521, cerca de las Azores, apresó a tres embarcaciones que venían de América con el tesoro azteca de Moctezuma, tesoro enviado por Cortés durante la conquista de México.

Unos 58.000 lingotes de oro redondearon su abultada fortuna que se incrementaría meses después con la captura de otro navío procedente de Santo Domingo, que llevaba a bordo 20.000 pesos de oro, perlas y gran cantidad de azúcar natural. Pero tanto va el cántaro a la fuente que en 1527 el ya capitán de la armada Martín Pérez de Irízar (pues no quedaba más remedio que hacerse con sus “servicios” o padecerlos), en las cercanías de Cádiz le agarró por sorpresa cuando el perillán galo intentaba conocer nuevos mares para despojar a sus víctimas de sus posesiones.

El famoso piloto Íñigo de Artieta navegaría en 1492 al frente de la Armada de Vizcaya procurando grandes beneficios a los Reyes Católicos

Llevado a la Casa de Contratación en Sevilla, confesó haber hundido más de 150 naves diversas, torturado, violado, y echado por la borda a docenas de inocentes, cosa esta muy mal vista entre las gentes de mar. Preso y con la cara lívida por la que sabía que le iba a caer, informado Carlos V de la captura del elemento, envió un mensajero con orden explícita de ejecutar al pirata donde se le encontrara. Hallóle el mensajero del emperador en Colmenar de Arenas (Toledo), y de forma sencilla y expeditiva, subido a un simple taburete y con la preceptiva patadita correspondiente, sería ahorcado el feliz infeliz que tanto daño habría causado.

Pero estos elementos adictos a la gastronomía más seductora y "rica – rica" que en mi opinión ha dado este país, además de hacer merluza al pil-pil, kokotxas, porrusalda, marmitako y otras provocaciones por el estilo, a la hora del recreo se dedicaban a añadir algunos ingredientes que strictu sensu no estaban en el recetario canónico.

Comportamientos censurables

Francisco de Illareta, Domingo de Albistur, el pasaitarra Miguel de Iturain, Juan de Erauso, Pedro de Mondragón, Antón de Garay y algunos hermanitos de la familia Lizarza eran unos piezas de cuidado. Algo más tarde, hacia el XVIII, la piratería vasca ameriza en su particular Edad de Oro bajo la forma del corso. En Rentería, Lezo y el puerto natural de Pasajes, Vicente Antonio de Icuza y su compinche de correrías Joaquín Mendizábal lo petaron con la patente de corso en 1765, pues tanto el señorío de Vizcaya como el conjunto del reino lo estaban pasando bastante mal con tanta guerra por aquí y por allá y como la cosa estaba fea había que hacer horas extras a destajo.

Mas en medio de estos comportamientos censurables hubo piratas vascos con altura de miras. Por ejemplo. El famoso piloto Íñigo de Artieta navegaría en 1492 al frente de la Armada de Vizcaya al servicio de los Reyes Católicos procurando grandes beneficios a sus majestades y de paso pingües ingresos en sus arcas pues en lo tocante a currar, lo que se dice currar, era un hacha.

Entre los siglos XVII y XVIII los vascos serían los mayores accionistas en lo que respecta al corso: el señorío de Vizcaya contaba con más de 75 buques

Otro perillán de altura era Louis Harismendy, de los Arizmendi de Baztán, que hartos de ordeñar vacas y sembrar patatas, se localizaron en la otra parte de la "muga" (frontera política y administrativa) y abrieron una sucursal en Bidart (muy legal toda ella) un poquillo más al norte de San Juan de Luz, ya en la zona francesa, cotizando entre los paisanos y correligionarios de este antiguo arte entre los cuales repartían generosos dividendos. Este marino de oficio a tiempo parcial participaría en la célebre expedición pirata a Groenlandia en la que con cuatro agilísimas fragatas y una tripulación marinera a tope, desvalijaron a varias embarcaciones holandesas que se las prometían felices asaltando a los desprevenidos mercantes que pululaban por la zona. Por supuesto, los dejaron en tierra con sus correspondientes pistolones y comida para una semana en un área donde había centenares de osos boreales; por cierto, carnívoros.

Decía Italo Calvino que "el infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos". Entre el maleducado pirata francés Jean Fleury, que se dedicaba a tirar a sus víctimas por la borda solo por mera diversión, la inhumana peste que era el criminal Drake, el asesino confeso Henry Morgan que confesó haber matado con sus propias manos a más de cien apresados españoles, el que suscribe se queda con estos excelentes marinos que eran los vascos a pesar de la mala praxis de su oficio de aligerar el tonelaje de las embarcaciones y los bolsillos de sus víctimas. Por lo menos, cuando las apresaban, las dejaban en tierra (Baroja dixit) eso sí, con una buena dotación de patxarán, la bebida espirituosa más antigua conocida en el País Vasco. Un pequeño consuelo.

"Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida".

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