La carne de pollo y los problemas que puede causar a tu salud
Si bien para una parte de la humanidad es indispensable contar con proteína barata para alimentarse, podemos arrepentirnos del modo en el que la estamos obteniendo
En los años 30 un estadounidense solo comía pollo en ocasiones especiales. Era una comida de temporada, no necesariamente muy sabrosa y, por lo general, cara, por lo que se veía muy poco sobre las mesas de la clase media. La industria avícola, enfocada en los huevos y no en la carne, no era ni mucho menos el gigante actual. Entonces, ¿qué ha pasado para que hoy sea un elemento básico de la dieta? El detonante, según la periodista Maryn McKenna, fue el uso de antibióticos, cuyo auge ya preocupa a ambos lados del charco.
En 1948 Thomas Jukes estaba experimentando con la adición de vitaminas y otros suplementos a las aves de corral. El científico británico trabajaba para una empresa que también sintetizaba antibióticos, por lo que decidió agregar una pequeña cantidad del medicamento (que por aquel entonces comenzaba a revolucionar los tratamientos en humanos) a varios de sus pollos. Los resultados fueron asombrosos: crecieron 2,5 veces más rápido que de normal. Las noticias se propagaron con rapidez y, solo unos años después, los granjeros estadounidenses ya alimentaban a sus animales con el milagroso fármaco.
Ahora el pollo es un bloque sólido de proteína: se mueve lentamente y crece muy rápido gracias a las dosis de antibióticos
Desde entonces la industria se ha valido de su idilio con los antibióticos (que también se utilizan para prevenir enfermedades y evitar que la carne se eche a perder pronto) para hacerse cada vez más próspera y grande (como sus pollos). Si uno visita una granja media estadounidense, como hizo McKenna y relata en su libro '
En efecto, estos medicamentos han transformado la industria alimentaria global. Se calcula que se utilizan más de 60.000 toneladas de antibióticos en animales en todo el mundo. Y España, aunque no llegue a los niveles de desprotección de EEUU gracias a la legislación europea, tiene el dudoso honor de ser el país de la UE donde más se usan: alrededor del 84% está destinado a la industria ganadera. Todo esto no sería un problema si no fuera porque, como advierte McKenna en su libro, a mayor uso de estos medicamentos, mayores probabilidades de desarrollar bacterias resistentes.
Son el principal enemigo a batir. Y no solo lo dice McKenna, sino también las principales organizaciones sanitarias. La OMS señala que, si no se reduce este uso abusivo, pronto entraremos en una época postantibióticos en la que las enfermedades ya erradicadas podrían volver. La UE ya habla de epidemia y advierte que si bien hoy provoca 700.000 víctimas anuales a nivel mundial (25.000 de ellas en Europa, 23.000 en EEUU y más de 60.000 en bebés de la India), el aumento de la resistencia causará cerca de 10 millones de muertes cada año a partir de 2050, superando así al cáncer.
Destino: granja avícola
En nuestro país, la OCU se ha sumado a la campaña de la BEUC (la asociación europea de organizaciones de consumidores) para exigir un uso más responsable de estos medicamentos en animales. Sin embargo, estas y otras muchas medidas destinadas a frenar la expansión de las bacterias resistentes se están encontrando con obstáculos, ya que la realidad no siempre es blanca o negra. Para que entendamos la magnitud de lo que tenemos entre manos, McKenna lo compara con el cambio climático y los conflictos de intereses que se crean a su alrededor. Si bien para una parte de la humanidad es indispensable contar con proteína barata para alimentarse, podemos arrepentirnos en el largo plazo del modo en el que la estamos obteniendo.
¿Qué supondría renunciar a estos medicamentos? “Tenemos la idea de que un animal libre de antibióticos tiene que ser un animal feliz pastando por colinas verdes. Ese no es necesariamente el caso. Hay productores muy grandes que crían aves en cantidades enormes, decenas de miles a la vez, y que no solo les han cambiado la dieta, sino que están permitiendo que hagan ejercicio y tengan acceso a la luz natural”, responde McKenna en un cuestionario de 'The Guardian'.
Existen, por tanto, pruebas vivientes de que se puede seguir produciendo a escala industrial aun habiendo renunciado a los antibióticos. En este caso, la periodista mira a Europa. En concreto, pone de ejemplo a los Países Bajos, donde los granjeros se comprometieron a no usar antibióticos y, al parecer, no les va mal. También se ha recibido con esperanza el reciente anuncio de McDonald's con el que declaraba que a partir de 2018 comenzará a reducir a escala mundial el uso de antibióticos en sus productos de pollo. “Todos estos logros señalan la dirección en la que debe ir la cría de aves, vacas, cerdos y pescados: hacia una forma de producción en la cual los antibióticos se utilicen tan poco como sea posible. Que, en definitiva, se utilicen solo para curar a los enfermos, no para engordarlos o cuidarlos preventivamente”, afirma McKenna, quien, por cierto, no es vegetariana.
En los años 30 un estadounidense solo comía pollo en ocasiones especiales. Era una comida de temporada, no necesariamente muy sabrosa y, por lo general, cara, por lo que se veía muy poco sobre las mesas de la clase media. La industria avícola, enfocada en los huevos y no en la carne, no era ni mucho menos el gigante actual. Entonces, ¿qué ha pasado para que hoy sea un elemento básico de la dieta? El detonante, según la periodista Maryn McKenna, fue el uso de antibióticos, cuyo auge ya preocupa a ambos lados del charco.
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