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"A follar, que el mundo se va a acabar": la vida sexual española en el tardofranquismo
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LUCES Y SOMBRAS DE LA APERTURA SEXUAL

"A follar, que el mundo se va a acabar": la vida sexual española en el tardofranquismo

Entre principios de los años 60 y el 82, los hábitos sexuales de los españoles cambiaron sensiblemente, y seguramente, a mejor. Bienvenidos a la época del desmelene

Foto: Enrique Tierno Galván y la vedette Susana Estrada.
Enrique Tierno Galván y la vedette Susana Estrada.

Ahora que el discurso predominante sobre la Transición se pone en duda y las voces que señalan que fue un proceso menos audaz de lo esperado ya no muestran tanta vergüenza, quizá sea necesario hacer lo propio con la evolución de la vida sexual de los españoles. Es evidente que entre 1966, cuando Manuel Fraga aprobó la Ley de Prensa e Imprenta, y 1982, con la llegada del PSOE al poder, las cosas cambiaron sensiblemente. Sin embargo, no fue una evolución homogénea ni exenta de resistencia, incluso entre los sectores más progresistas de la sociedad.

Para entender un poco mejor cómo se produjo dicha transformación, resulta de especial ayuda una investigación publicada por Kostis Kornetis, de la Universidad de Nueva York, en 'European Review of History', con el simpático título de “A follar, a follar, que el mundo se va a acabar: sexualidad, género y la izquierda española en el tardofranquismo y la Transición” (en inglés, “Let's get laid because it's the end of the world”). En él explica como la tímida apertura de finales de los años 60 fue apropiada por los “progres” y explotó después de la muerte de Franco para conseguir “un estatus hiperpolítico, incluso en el contexto de las demandas micronacionalistas en Cataluña y el País Vasco”. Pero no adelantemos acontecimientos.

Un universo de machos

La realidad española empezó a cambiar a finales de los años 50. En parte por las tímidas políticas de apertura, pero también por la masiva llegada de inmigrantes rurales a las ciudades, lo que “reforzó la percepción de que los jóvenes eran una categoría social separada”. Como señala en el artículo el profesor de políticas Juan Trías, las relaciones antes del matrimonio eran impensables: “Mis compañeras eran mujeres burguesas, en el sentido conservador, estudiantes de colegio de monjas. Nuestras relaciones eran muy distantes y ni se te pasaba por la cabeza tener relaciones sexuales con ellas”.

La educación sexual de la España de esos momentos estaba en las manos de prostitutas y sirvientas, en el caso de las clases altas. Como señala Alberto Reig Tapia, por aquel entonces estudiante de ciencias políticas, “a la generación inmediatamente anterior a la mía le encantaban los burdeles, por así decirlo, ya que la única posibilidad de expansión sexual era a través de las costureras, el servicio doméstico o la prostitución”. La mujer aún no había llegado a la universidad, y la que lo había hecho, pertenecía a sectores más tradicionales. Sin embargo, tímidamente empezaba a cambiar la mentalidad femenina, tanto a través de los consultorios amorosos o la difusión de libros como 'La secreta guerra de los sexos' de María Lafitte.

El turismo impulsado durante los años 60 fue otro importante punto de giro en las relaciones entre sexos. La sueca, explica Kornetis, se convirtió en una figura mítica vestida en bañador o bikini y que alentaba la ola de erotismo que nos invade” que tanto temía Franco. Junto a ellas, y vía Francia y Swingin' London, llegaba la cultura Ye-Yé, alentada por la televisión y la música, y cuyas seguidoras, como señalaba un artículo publicado en 'Madrid' en 1967, “no tienen novio, están enamoradas platónicamente de su cantante preferido, pero en su interior son completamente normales”. Los modelos cambiaban y la actitud hacia los desnudos era muy diferente. Eran los años de “con Fraga hasta la braga”.

Tenías que demostrar que eras libre, que si eras de verdad izquierdista te acostabas con hombres. Y nosotros estábamos encantados

Apenas medio siglo después, resultan casi enternecedores los sistemas de educación sexual de la época. Como explica Paco Fernández Buey, uno de los líderes estudiantiles de los 60, la guía más famosa era el 'Modern Sexual Techniques' de Robert Street, publicado en 1959 y que explicaba dónde se debía tocar a quién y para qué. Junto a él, la película 'Helga' de Erich F. Bender, estrenada en Barcelona en 1968 y que, aunque supuestamente tenía una función biomédica, era "consumida masivamente y maniáticamente como una forma de pseudo-porno".

Lo personal, lo político y lo sexual

Kornetis localiza en Barcelona el epicentro de la aún tímida revolución sexual vivida en España, gracias a la formación liberal de la región, su cercanía con Francia y la presencia de intelectuales en sus calles. La 'gauche divine' se hizo notar en la actitud de las universitarias, aunque aún hombres y mujeres vivían separados, unas en las residencias de monjas y los otros en colegios mayores. Por aquellos años empezaba también a leerse 'El segundo sexo' de Simone de Beauvoir, en su traducción argentina, claro está, puesto que había sido listado en el 'Index Librorum Prohibitorum'.

El estallido de las protestas estudiantiles no debe llevarnos a imaginar una juventud sexualmente liberada en la que hombres y mujeres combatían hombro con hombro. La investigación incide en el paternalismo de los izquierdistas. “Era natural que la novia de un comunista en prisión fuese virtuosa y fiel a la fuerza, incluso si su compañero no iba a salir de la cárcel en décadas”. Por ejemplo, Fernández Buey recuerda que impedía a su futura esposa que los acompañase en sus pegadas de cartel “porque tenía un riesgo y eso era cosa de hombres”.

Poco a poco, el marxismo freudiano, Wilhelm Reich y Herbert Marcuse empezaron a leerse en España, ya que, al fin y al cabo, sus ideas no hacían ninguna referencia a Franco. Hasta el autor de 'Cultura y sociedad' parecía sorprenderse de que España fueses uno de los países donde más libros suyos se vendían. Obras de teatro como 'Marat/Sade' de Peter Weiss, estrenada en el otoño de 1968 en Madrid, o películas como 'El último tango en París' y su obligada peregrinación a Perpignan fomentaron la célebre preocupación que llevó a Franco a recordar que “no hay que confundir libertad con libertinaje”.

Pero si alguien llevó lejos la nueva libertad sexual, esa fue la contracultura, especialmente la catalana e ibicenca. En el reportaje, Alberto Fernández Liria, por aquel entonces estudiante de medicina y anarquista, recuerda una orgía celebrada el como “un Primero de Mayo sexual”. Carreras i Verdaguer explica que “atacábamos a todo”: “Era el momento de la ruptura del modelo de familia y, por ejemplo, no teníamos nuestro vocabulario. La gente decía 'mi pareja', pero bueno… El modelo estaba roto, incluso las comunas intentaban funcionar sin modelos y era el momento de 'a follar, a follar, que el mundo se va a acabar'”. No era una tendencia generalizada, sino más bien, una vanguardia sexual muy reducida.

Los militantes del PCE nos decían que éramos unas zorras, que nuestros objetivos no eran ni feministas ni políticos ni nada

¿Y la mujer, qué pintaba en todo esto? Pues poco o nada en relación al sexo, como explica José Álvarez Junco en el artículo: “En cierta forma, era un acto de militancia, porque creo que las mujeres lo hacían un poco por obligación. Tenías que demostrar que eras libre, que si eras de verdad izquierdista te acostabas con hombres. Y nosotros estábamos encantados, claro. Pero para las mujeres era una cuestión de obligación”. Merche Comalleba, una feminista convencida desde principios de los 70, va más allá y explica que el reparto de libros como 'La revolución sexual' de Wilhelm Reich provocaba que las llamasen “de puta para arriba”: “Los militantes del PCE nos decían que éramos unas zorras, unas rameras, que nuestros objetivos no eran ni feministas ni políticos ni nada”.

Una de las tristes paradojas de cierto comunismo, al igual que ha ocurrido con su trato hacia los homosexuales: como explica el artículo, “los comunistas eran devotos seguidores del matrimonio”. Había un gran puritanismo entre los maoístas y, en otros casos, el pasado católico de muchos militantes se dejaba notar. Aun así, Carrero Blanco se llevaba las manos a la cabeza, como puede leerse en un informe a Franco fechado en 1969: “La prensa explota la pornografía como un instrumento comercial. […] Las librerías están llenas de propaganda comunista y atea, los teatros programan trabajos que no pueden ver las familias decentes; los cines están plagados de pornografía. Para facilitar el turismo barato, el 'streap-tesse' [sic] se protege por los clubs 'play-boy' [sic]”.

Libertad, libertad, sin bragas libertad

Lo que en los años previos era una tímida revisión de las convenciones sexuales, en 1975, tras la muerte de Franco, pasó a convertirse en una reivindicación política, muchas veces ligada a las peculiaridades locales de cada región. “Cataluña, en concreto, lideró el camino con una campaña en favor de la descriminalización del adulterio femenino con 10.000 mujeres manifestándose con carteles con la frase 'Jo també sóc adultera'”, algo que tuvo su prolongación en las Jornades Catalanes de la Dona, donde acudieron 4.000 mujeres.

Primera escena de 'Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón'.

Estas habían sido muy activas en el PSUC, el Partido Comunista Catalán, y muchas de ellas alentaron a que tanto este como el PCE integrasen las reivindicaciones feministas entre sus luchas: “Muchas de ellas, considerando que el comunismo era una ideología revolucionaria, empujaron al PCE a reconocer la necesidad de extender las libertades civiles universales a las mujeres”. La ulterior apertura sexual española coincidió con la época del desencanto de 1977-78 en la que se comprobó que la Transición no iba a llegar tan lejos como muchos deseaban.

Son los años en los que Susana Estrada recogió, con los pechos descubiertos, el premio del diario 'Pueblo' de manos del alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván. Un hombre importante en la historia de la ciudad en general y en el de la Movida en particular. El último hito del estudio es este movimiento, que “no sólo era el producto directo del desencanto de una nueva generación de jóvenes con la política tradicional después de los 'pactos del silencio', sino que también son un testimonio de la existencia de nuevas subculturas en las que el sexo estaba separado de la política radical después de un extenso período de tiempo en el que parecían interconectados”. Así, la homosexualidad y el travestimo, en ocasiones olvidados o incluso perseguidos durante el período anterior, pasaron a formar parte de la cotidianidad española.

Ahora que el discurso predominante sobre la Transición se pone en duda y las voces que señalan que fue un proceso menos audaz de lo esperado ya no muestran tanta vergüenza, quizá sea necesario hacer lo propio con la evolución de la vida sexual de los españoles. Es evidente que entre 1966, cuando Manuel Fraga aprobó la Ley de Prensa e Imprenta, y 1982, con la llegada del PSOE al poder, las cosas cambiaron sensiblemente. Sin embargo, no fue una evolución homogénea ni exenta de resistencia, incluso entre los sectores más progresistas de la sociedad.

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