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"¡Esto es imposible!". El día en que descubrimos el 'pastel' en el caso Rociito
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"¡Esto es imposible!". El día en que descubrimos el 'pastel' en el caso Rociito

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Foto: Imagen: Laura Martín | EC Diseño.
Imagen: Laura Martín | EC Diseño.

Eran las 11 de la noche de un sábado. Mi colega de Vanitatis me cogió el teléfono. Bajé la radio del coche.

—¿Qué piensas de todo esto? —le pregunté.

—No sé qué decir —respondió él, mientras se oía una ligera carcajada producto del desconcierto a través del manos libres.

—¡Esto es imposible! ¡Nos la están metiendo doblada! ¿Y si los documentos están manipulados o, peor, son falsos? —sentencié yo.

El tiempo, como de costumbre, me acabaría quitando la razón. Aquella reacción fue producto probablemente del paradigma del autoengaño, lo que el psicólogo estadounidense Leon Festinger denominó disonancia cognitiva (1957). La idea de una mujer que abandona a sus hijos por voluntad propia estaba tan interiorizada dentro de mí, de casi todos, que escupí las pruebas que negaban la mayor, las puse en barbecho y me rebelé contra su autoridad, aun siendo documentos oficiales de varios juzgados de Madrid. Hablamos, claro, de Rocío Carrasco Mohedano, nombre completo que figuraba con solemnidad en aquellos papeles que acabábamos de escrutar. Rociito para los anales del imaginario colectivo.

“¿Cómo?”, “¿en serio?”. Mi compañero y yo éramos aquel día, mientras íbamos pasando los folios de cada demanda, querella o sentencia, dos ositos de peluche armados con piruletas en el Far West del 'show business', incapaces de comprender hasta dónde pueden llegar algunas personas, algunos medios de comunicación. ¿Recuerdan el final de ‘Fargo’, de los Coen? Cuando la 'sheriff' rural y embarazada interpretada por Frances McDormand dice algo así como: “¿Y todo esto por un poco de dinero?”. Pues nosotros éramos un poco esa señora. Una aldeana perdida en un universo paralelo nevado de embustes y maldad.

Desayuno, merienda, cena

Nos dimos hasta la hora de la comida para dejar aquello zanjado y dar la bienvenida tardía al fin de semana. Ambos, mi colega y yo, hicimos planes para aquella tarde, pero se nos haría de noche auscultando al enfermo. Recuerdo muy bien que era sábado porque —salpiquemos esto de rosa 'cuore' y rojo sangre al mismo tiempo—, la bronca con mi pareja cuando aparecí 12 horas después de haber salido a por tabaco fue épica. Cosas del periodismo.

Así arrancó la investigación. Nos fuimos haciendo con papeles y, varios meses después, teníamos la suficiente documentación para tapizar (agárrense que viene hipérbole) la Capilla Sixtina. Otra hipérbole más: ¿era posible que un divorcio contencioso de dos famosos hubiese generado la misma instrucción que el caso Gürtel? Lo era.

Es difícil hablar con los protagonistas de la crónica social, porque suelen cobrar 30.000 euros por 30 minutos de taquígrafo

Y allí estábamos, convertidos para la ocasión en un Truman Capote y una Harper Lee de saldo que habían descubierto un asesinato (metafórico en este caso, eso sí) en un lugar recóndito de la España más profunda. Lo intentamos, pero ningún implicado quiso conversar con nosotros para reconstruir la historia de manera testifical. Es difícil hablar con los protagonistas de la crónica social, porque están acostumbrados a cobrar 30.000 euros por 30 minutos de taquígrafo, así que nuestro ‘A sangre fría’ inicial, repleto de detalles e incluso motivaciones psicológicas, acabó reducido a un especial puramente jurídico de siete capítulos que se publicó en febrero de 2020 bajo el título ‘Flores-Carrasco Confidencial’, y en el que solo abordamos los aspectos juzgados y sentenciados en firme en esta historia, dejando fuera la parte pendiente de pasar por tribunales, de la que Rocío Carrasco sí ha dado cuenta en la docuserie que ha protagonizado en Telecinco bajo el título 'Rocío, contar la verdad para seguir viva'.

A pesar de que ciertos medios silenciaron nuestra exclusiva, quizá porque no les convenía dar pábulo a las bajezas de ciertos personajes a los que tenían en nómina en aquel momento, la repercusión de lo publicado fue bastante grande. ¿Qué ha pasado un año después? No creo que haga demasiada falta explicarlo. Paradojas de la vida, la misma mujer que había sido azotada verbalmente durante 20 años consecutivos en los medios ha sujetado a lo largo de estos últimos tres meses la balanza de la justicia poética, pero sobre todo la balanza de pagos del grupo de comunicación que previamente la puso en la diana social.

Foto: Imagen: Irene de Pablo / El Confidencial Diseño.

Lo que me fascinó verdaderamente de esta historia, hasta el punto de obsesionarme con ella durante varias semanas, es que pivota sobre un prisma de 360 grados, yendo mucho más allá de la crónica rosa. Encierra un debate social necesario sobre el maltrato psicológico, tan desconocido para casi todos. Hay en esta historia, además, una reflexión cultural sobre el patriarcado y un boceto a carboncillo sobre los excesos de ciertos medios de comunicación entregados, en ocasiones, a la verdad acuñada sobre el metal que entra en las máquinas de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. Por último, también ha quedado retratada la clase política, a la que le bastaron 20 minutos de 'speech' del primer episodio para lanzarse a las redes sociales con la intención de sacar la mejor tajada electoralista del melón que acababa de abrir la buena de Rociito ante tres millones de españoles.

Si, como dijo el filósofo Gustavo Bueno, cada pueblo tiene la televisión que se merece, cabría entender los elementos endógenos, pero sobre todo exógenos, a la docuserie de Rocío Carrasco como una especie de ‘España, contar la verdad para seguir viva. Porque, qué duda cabe, lo que ha ido pasando estos meses ha ido conformando un retrato en sepia de lo que fuimos, pero sobre todo de lo que somos a día de hoy.

Eran las 11 de la noche de un sábado. Mi colega de Vanitatis me cogió el teléfono. Bajé la radio del coche.

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