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Auge y caída de los Benjumea
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fundadores y propietarios de abengoa

Auge y caída de los Benjumea

La empresa de ingeniería controlada por la familia Benjumea atraviesa momentos delicados por las dudas existentes sobre la realidad de sus cuentas oficiales

Foto: Vista aérea de la Plataforma Solar de Abengoa en Sanlúcar La Mayor, Sevilla. (EFE)
Vista aérea de la Plataforma Solar de Abengoa en Sanlúcar La Mayor, Sevilla. (EFE)

El escritor Antonio Burgos dijo de él que era el ‘venerable entre los venerables’. Pero, en realidad, era simplemente el jefe. Ser venerable, como lo define el diccionario de la Real Academia, es el primer paso camino de la santidad, y aunque Javier Benjumea Puigcerver (1915-2001) era casi de misa diaria, nunca congregó fieles a su alrededor. Seguramente, porque no los necesitaba.

El fundador de Abengoa tenía, sobre todo, empleados. Pero no era un capataz al uso ni le gustaba dejar bien claro quién mandaba en la empresa (eso era obvio). De hecho, su presencia mediática fue insignificante. Se cuenta que pese a ser de largo el mayor empresario de Andalucía, sólo existía una única fotografía suya a disposición de los periódicos sevillanos, pero nunca nadie se atrevió a publicar otra distinta. Así es como se construyó una leyenda en torno a su persona a la misma velocidad que crecía el imperio Abengoa, hoy en el punto de mira de los inversores.

Esa imagen discreta chocaba con la Sevilla de la época, donde las clases adineradas hacían una ostentación impúdica de la riqueza. La sobriedad de Benjumea probablemente tuviera que ver con su afición a la ingeniera y a los tajos. Pudo haberse dedicado a vivir de sus latifundios, que era la salida natural de los rentistas de las postguerra española. En su lugar, creó en 1941 con 180.000 pesetas de la época una sociedad de nombre Abengoa junto al ingeniero Abaurre, con quien había compartido pupitre en ICAI, el centro de los jesuitas que alumbró las primeras generaciones de ingenieros en escuelas privadas.

Lo notable no fue que se hiciera ingeniero (en su familia es casi una tradición), sino que montara una empresa -la primera sede fue un chalé del barrio sevillano de Heliópolis- cuando lo habitual era ingresar en el servicio público y desde allí hacer negocios bajo la impunidad del Estado.

No era, desde luego, el mejor momento para crear empresas. Entre otras cosas porque el capitalismo español se fracturó durante muchos años en una especie de división regional del trabajo que explica que algunos territorios se especializaran en la producción de determinados bienes y servicios. Dicho de manera simplista, Cataluña fabricaba paños; el País Vasco, hierros, y Asturias se especializó en sacar de sus entrañas minerales, por lo que fundar una empresa de ingeniería en la Sevilla de los primeros años 40 era casi una temeridad y en cualquier caso una rara avis.

No tan rara, sin embargo, si se tiene en cuenta el contexto familiar de los Benjumea, acostumbrados a salir y a entrar por eso que se llama hoy con fina ironía y con algo de mala leche ‘puertas giratorias’.

Un puesto clave

Un hermano del patriarca de los Benjumea, el conde de Guadalhorce, fue ministro de Obras Públicas durante la Dictadura de Primo de Rivera, y otro, el conde de Benjumea, fue ministro de Franco y hasta gobernador del Banco de España en los tiempos de la autarquía. Sin perder de vista su puesto como primer director del Instituto de Crédito para la Reconstrucción Nacional, un puesto clave para el nacimiento de cualquier empresa (fue el antecedente del Banco de Crédito a la Construcción).

El primer Benjumea, Diego, había marcado el camino. Durante la Restauración su despacho de abogados fue uno de los más influyentes, y gracias a eso amasó una formidable fortuna que le permitió convertirse en un gran latifundista y ganadero de postín. Era la España clientelar y del caciquismo que denunciaba Joaquín Costa.

El fundador de Abengoa, por lo tanto, tenía en quien fijarse a la hora de hacer negocios. Y fruto de eso diseñó una compañía siempre con buenos contactos. En sus consejos de administración (o en sus aledaños a modo de agenda) nunca han faltado políticos o ex políticos, empezando por el rey Juan Carlos, gran amigo del padre de los hermanos Benjumea, y a quien hizo en 1994 primer marqués de Puebla de Cazalla.

La agenda de los Benjumea, sin embargo, no tiene nada que ver con la ideología pese a las estrechas relaciones que han tenido con los jesuitas. Al contrario. El fundador de Abengoa encontró en Felipe González su mejor aliado -y no sólo en el terreno de las relaciones personales- desde que lo conoció cuando todavía algunos le llamaban Isidoro. También en Manuel Chaves, gran amigo de la familia. Y, como González, volcado en la creación de una gran compañía industrial andaluza con presencia exterior, la vieja asignatura pendiente de una región acostumbrada a ser suministradora de bienes básicos de escaso valor añadido.

En la nómina de consejeros de la empresa aparecen ahora (antes ha habido otros como Carlos Sebastián, hermano del exministro de Industria, el expresidente de INI Javier Salas, o el exjefe de la Casa Real Alberto Aza, además del primo del rey, Carlos de Borbón Dos Sicilias) José Borrell, José B. Terceiro o Ricardo Martínez Rico. Además del expresidente peruano Alan García, Ricardo Hausmann, ex ministro venezolano en los tiempos de Carlos Andrés Pérez o Bill Richardson, secretario de Energía con Clinton.

Esa estrecha relación entre economía y política -articulada a través de la banca y la industria- no es nueva. Forma parte del ADN del capitalismo patrio desde tiempos inmemoriales.

El ex ministro Clavero Arévalo –también gran amigo de la familia- reconocía hace algún tiempo la participación “decisiva” del jefe de los Benjumea en la nacionalización de los yacimientos mineros de Rio Tinto (Huelva), y, precisamente, uno de sus hermanos, el conde de Benjumea, compatibilizó su cargo de gobernador del Banco de España con la presidente de la compañía, que pasó a ser propiedad de un pool de bancos.

Su sobrino Javier -el fundador de Abengoa- le sucedería con el tiempo tras producirse sonoras fusiones como la que tuvo lugar con Unión Española de Explosivos que dieron lugar a aquel conglomerado industrial llamado ERT, que, como se sabe, acabó en fiasco y con un coste elevadísimo para el erario público después de quebrar.

¿Y por qué lo hizo? Entre otras razones porque el vicepresidente Fuentes Quintana (en plena política de ajustes) liquidó las fuentes privilegiadas de financiación. Como casi siempre, negocios a medio camino entre lo público y lo privado.

El escritor Antonio Burgos dijo de él que era el ‘venerable entre los venerables’. Pero, en realidad, era simplemente el jefe. Ser venerable, como lo define el diccionario de la Real Academia, es el primer paso camino de la santidad, y aunque Javier Benjumea Puigcerver (1915-2001) era casi de misa diaria, nunca congregó fieles a su alrededor. Seguramente, porque no los necesitaba.

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