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El discreto encanto de un señor de Asturias
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El discreto encanto de un señor de Asturias

El destino ha hecho que Isidoro Álvarez fallezca días después que Emilio Botín. Ambos se han ido a los 79 años, presidiendo El Corte Inglés y Banco Santander.

Foto: Isidoro Álvarez, tras la Junta de Accionistas de 2012 (Efe)
Isidoro Álvarez, tras la Junta de Accionistas de 2012 (Efe)

El destino ha hecho que Isidoro Álvarez fallezca sólo unos días después que Emilio Botín. Casi paisanos, ambos se han ido a los 79 años de edad, cuando todavía ocupaban, al pie del cañón hasta el último día, las presidencias de gigantes empresariales patrios como El Corte Inglés y Banco Santander. Dos símbolos del desarrollo y del progreso económico de España durante los últimos 50 años han desaparecido de repente, aunque con todo atado y bien atado para que su ingente poder, más aún que el dinero, recaiga sobre los herederos que fueron aleccionando durante sus últimos años.

Hace sólo dos semanas, el domingo 31 de agosto, un desmejorado Isidoro Álvarez compareció en la cita anual con las familias accionistas de El Corte Inglés. Fiel al sempiterno ceremonial, el empresario posó ante las cámaras un par de segundos con su habitual uniforme de traje oscuro, camisa blanca y corbata negra. Siempre igual. Año tras año. Esta vez, a pesar de la falta de novedades, el patrón del gigante de la distribución española convirtió su gesto doliente en el principal objeto de comentario entre los presentes. Su voz ronca y cavernosa era cada vez más tenue y susurrante.

Natural del pueblecito asturiano de Borondes (1935), Isidoro Álvarez llegó a las calles de Madrid a los 18 años para cursar sus estudios universitarios de Económicas. Su periplo vital fue menos agitado y aventurero que el de sus antepasados, emigrantes de finales de siglo XIX y principios del XX que buscaron fortuna en La Habana como tantos otros miles de españoles. Aquel exitosos viaje de ida y vuelta de los primos César Rodríguez y Pepín Fernández, a los que luego siguió Ramón Areces (sobrino del primero), sirvió a su regreso para forjar las bases de los futuros almacenes El Corte Inglés.

Con su título de licenciado bajo el brazo, con premio extraordinario de carrera incluido, el bueno de Isidoro Álvarez debutó como meritorio en el negocio familiar a sus 23 años. Igual que su tío Ramón Areces aprendió de forma natural, tras el mostrador de la tienda cubana El Encanto, el joven economista hizo carrera interna hasta ir adquiriendo puestos de responsabilidad: directivo, consejero, vicepresidente, consejero delegado… hasta que en 1989, tras la muerte de su tío, asumió el puesto de presidente de El Corte Inglés, cargo que ha ocupado durante los últimos 25 años.

Supo continuar la filosofía del gran almacén como un fenómeno social y económico de éxito

Heredero del emporio comercial levantado por Ramón Areces, el golpe de efecto que catapultó a Isidoro Álvarez al frente de El Corte Inglés fue la compra/rescate a mediados de los años 90 de la competidora Galerías Preciados que fundó Pepín Fernández. Aquella operación, de 30.000 millones de pesetas de la época, sirvió para consolidar al emergente gigante de la distribución, que supo hacer de su filosofía de gran bazar un fenómeno socioeconómico de éxito entre las generaciones de españoles que se iniciaban poco a poco al gran consumo. España tenía su particular campeón nacional.

El éxito de El Corte Inglés como referente empresarial convirtió a Isidoro Álvarez en uno de los personajes más poderosos e influyentes surgidos durante el último medio siglo en España, con un pie en los tiempos del desarrollismo y otro en la modernidad de la democracia. Las dimensiones del negocio que dirigía, con casi 100.000 empleados y una facturación millonaria récord año tras año hasta la llegada de la crisis, hicieron del empresario asturiano una especie de ministro sin cartera, tan influyente como el primer banquero del país o el regente de turno del Palco del Bernabéu.

El discreto empresario asturiano disfrutaba de los placeres que brinda el anonimato. Como buen referente de la élite patria, prefería permanecer en la sombra y dar poco que hablar, aunque para ello tuviera que tirar de chequera y tomarse la molestia para que un libro sobre la historia de la compañía, como ocurrió con el trabajo del periodista Javier Cuartas, no saliera a la luz. Bien es cierto que episodios como ese fueron excepcionales a lo largo de su vida, pues lo normal fue que gracias a la condición de El Corte Inglés como primer anunciante del país nada de eso fuera necesario.

Acomodado en su mansión de Puerta de Hierro, el gran Isidoro Álvarez vivía ajeno al colorín del madrileño. Prefería actos sociales a puerta cerrada, lejos de ojos indiscretos, como las cenas reservadas donde los influyentes llevan a su mesa a los políticos de turno o las cacerías matinales de los domingos en cualquier finca toledana. Sólo entonces era cuando podía conocerse más de cerca al poderoso gestor de El Corte Inglés, volcado en hacer de la empresa fundada por sus mayores una especie de gran familia piramidal donde el patriarca velaba por el buen funcionamiento de todo y de todos.

Como en los negocios, Isidoro Álvarez dedicó el mismo empeño en mantener bajo un segundo plano su vida familiar. Poco o nada se sabe de su mujer, Maria Jose Guil, viuda de su primer matrimonio y con dos hijas (Marta y Cristina) que el empresario adoptó como suyas, convirtiéndose así en herederas de pleno derecho, ni de su sobrino Dimas Gimeno, al que se supone su sucesor. Su figura lo abarcaba todo. El era El Corte Inglés, aunque en el fondo sólo fuera como guardián de las esencias que César Rodríguez, Pepín Fernández y Ramón Areces se trajeron de Cuba para triunfar en España.

El destino ha hecho que Isidoro Álvarez fallezca sólo unos días después que Emilio Botín. Casi paisanos, ambos se han ido a los 79 años de edad, cuando todavía ocupaban, al pie del cañón hasta el último día, las presidencias de gigantes empresariales patrios como El Corte Inglés y Banco Santander. Dos símbolos del desarrollo y del progreso económico de España durante los últimos 50 años han desaparecido de repente, aunque con todo atado y bien atado para que su ingente poder, más aún que el dinero, recaiga sobre los herederos que fueron aleccionando durante sus últimos años.

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