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‘Protespaña’, la tierra de las pancartas
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‘Protespaña’, la tierra de las pancartas

Cuando la política se hace en la calle, la política calla. En la vía pública se aprende a participar políticamente de la comunidad y este libro hace un recorrido por las manifestaciones del último siglo

Foto: Cientos de ultraderechistas durante la manifestación convocada por Falange Española y el Nudo Patriota Español en Defensa de la Unidad de España, en 2012. (EFE)
Cientos de ultraderechistas durante la manifestación convocada por Falange Española y el Nudo Patriota Español en Defensa de la Unidad de España, en 2012. (EFE)

Cuando la política se hace en la calle, la política calla. Cuando la calle se hace de pancartas, los gobiernos tiemblan. Es ahí, en la vía pública, donde se aprende a participar políticamente de la comunidad, donde se dan lecciones de democracia, “es una expresión de la soberanía popular equiparable al voto”. Rafael Cruz es profesor de historia de los movimientos sociales en la Universidad Complutense de Madrid y desde hace 25 años se dedica al estudiar cómo protestamos en España: “La democracia no se puede entender sin que haya protesta y manifestaciones”.

Ese entrecomillado podría resumir su recorrido escrito de 113 años de historia española por las reivindicaciones ciudadanas, en las que los fogonazos de democracia del último siglo se han jugado en la calle y las plazas, contra la presión y la represión. Protestar en España. 1900-2013 (Alianza Editorial) descubre cómo las primeras protestas del siglo XX se mostraron con “la violencia y la severidad”, propia del siglo XIX y de una cultura sin libertades, para llegar a una cultura de la reivindicación “más social y flexible”.

Antes eran manifestaciones “muy aburridas y silenciosas”, ahora son “festivas, llamando la atención a través de la música, el ruido y los colores”. La calle es el foro de protesta cívica y democrática, donde los invisibles salen a la luz a reclamar sus derechos. Así es esta breve historia de la resistencia al control gubernamental: de la solemnidad a la festividad. Por eso, “la protesta ha sido una forma genuina de participación política”.

La música es la hermana gemela de la protesta. Al menos en España, donde los conciertos tuvieron que convertirse en mítines ante la falta de libertades durante la dictadura franquista. “Eso se ha heredado y se ha mantenido”. Los eslóganes han adoptado fórmulas musicales.

Gracias al salvoconducto constitucional de 1983, los españoles pueden hacer del centro de las ciudades el corazón de la democracia. Gracias a la ley, desde hace más de tres décadas, “el ciudadano tiene derecho a manifestarse por encima de cualquier criterio gubernamental”. “En este siglo todos los gobiernos, todos, han tratado de controlar y limitar las manifestaciones extraordinariamente, porque se levantan contra sus políticas”, cuenta a El Confidencial. La represión no tiene ideología. Ya saben, “la calle es mía”.

'En este siglo todos los gobiernos, todos, han tratado de controlar y limitar las manifestaciones, porque se levantan contra sus políticas'

Tal y como se multiplicaban las muestras de descontento, la represión y el control policial en España evolucionaba: “A principios del siglo XX, la policía tenía la misión de eliminar la protesta, como fuera, aunque hubiera muertos y heridos. Se ha avanzado a un control policial incruento, para no producir víctimas. Aunque siempre hay excepciones. Esto se debe a que ha cambiado la noción de orden público: la prohibición pasó a convertirse en un derecho y la policía se ha tenido que adaptar”.

Cruz subraya que “el comportamiento de la policía es responsable de la reacción de la protesta”, pero responde a otras motivaciones. Básicamente, es el coste político el que condicionó el control policial y “cuanto mayor era el riesgo de perder apoyos políticos y dividir a los aliados, la policía utilizaba sus armas con más cuidado”. El historiador aporta un dato clave en la ampliación de los márgenes de la soberanía española, al indicar cómo el control policial violento de las primeras décadas del siglo XX “contribuyó al retraso de la consolidación del repertorio cosmopolita”

Los tiempos de la política no son los tiempos de la vida, ni de la calle: la austeridad ejecutada por el actual Gobierno sobre la sociedad ha multiplicado las reclamaciones. El historiador toma las cifras del Ministerio del Interior que datan en casi 50.000 manifestaciones al año. “Es una cifra extraordinaria”, cuenta. En 2011, fueron 24.000 y en los primeros años de la Transición democrática, hablamos de unas 3.000. “Vivimos años muy protestones, pero no hay ningún grupo que patrocine las protestas. Es una respuesta a las llamadas reformas”.

Entonces, ¿protestar –en todas sus formas, la recogida de firmas, las ocupaciones, el minuto de silencio o el mitin- sirve para algo? “Ha sido el cauce básico para la conquista de derechos y en general la vía preferente para la consecución del cambio social. La protesta es acción política, indispensable para intervenir en asuntos públicos y en las relaciones sociales”, dice Cruz. ¿Y el escrache? “Es muy duro considerar un escrache una forma de terrorismo, porque no deja de ser una concentración ante un domicilio. Muchos jueces lo han señalado ya como legal. Pero asfixiar la protesta es propio de todos los gobiernos”, detalla. Ahora se trata de castigar económicamente las protestas con la Ley de Seguridad Ciudadana. Álvarez del Manzano trató de crear un manifestódromo…

'Es muy duro considerar un escrache una forma de terrorismo, porque no deja de ser una concentración ante un domicilio'

Para el profesor, este siglo de protestas –interrumpido por la dictadura- ha demostrado que cuanto más practiquemos la protesta, menos arriesgaremos en lo fundamental, el Estado de Derecho. “Ha quedado claro que la protesta no es sinónimo de revolución, como se pensaba hasta no hace mucho. Es sinónimo de conflicto y de negociación. Todos los agentes políticos deben tolerarlo y asumirlo, aunque no les guste”.

Como les tocó hacer hace cuatro años, a raíz del 15 M. Tal y como se puede leer en este libro de historia, la primera década del siglo XXI ha sido muy importante para la protesta porque han aparecido formas de protestar que no existían con anterioridad. Movimientos como el Nunca Mais o contra los atentados de los trenes de Atocha rompieron con la ley del silencio.

“Todo eso hizo que los jóvenes aprendieran a participar en las protestas y el 15 M es el colofón. Acamparon en las plazas principales y eso nunca había pasado en la historia. Eran muy jóvenes, pero aprendieron de los 10 años anteriores. Innovaron de forma improvisada, ningún grupo planificó la ocupación y durante la acampada practicaron una democracia que trataron de llevar a las instituciones”, explica a este periódico Rafael Cruz. La calle volvió a ser de los ciudadanos y a la democracia se le dio un respiro.

Cuando la política se hace en la calle, la política calla. Cuando la calle se hace de pancartas, los gobiernos tiemblan. Es ahí, en la vía pública, donde se aprende a participar políticamente de la comunidad, donde se dan lecciones de democracia, “es una expresión de la soberanía popular equiparable al voto”. Rafael Cruz es profesor de historia de los movimientos sociales en la Universidad Complutense de Madrid y desde hace 25 años se dedica al estudiar cómo protestamos en España: “La democracia no se puede entender sin que haya protesta y manifestaciones”.

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