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Antoni Tàpies y su fondo de armario
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LA INTIMIDAD DEL ARTISTA CATALÁN EN 140 OBRAS SINGULARES

Antoni Tàpies y su fondo de armario

Imagínense que el gran artista catalán Antoni Tàpies, fallecido hace poco más de un año, les hubiese abierto las puertas de su estudio en Campins, en

Foto: Antoni Tàpies y su fondo de armario
Antoni Tàpies y su fondo de armario

Imagínense que el gran artista catalán Antoni Tàpies, fallecido hace poco más de un año, les hubiese abierto las puertas de su estudio en Campins, en la frontera con el Parque Natural del Montseny, a 50 minutos de la fundación que lleva su nombre en el corazón de Barcelona. Allí, en los meses en que se dedicaba intensamente a su obra, se habrían encontrado con un enorme espacio ocupado, en su parte central, por una superficie, siempre en posición horizontal, en febril desarrollo: casi como un altar. Alrededor, contra las paredes, habrían visto las obras terminadas de distintas épocas que, como espectadores perplejos, se agolpaban en un orden entre personal y azaroso.

Y habrían asistido al espectáculo de cruces, letras, garabatos o grumos de materia –el inolvidable vocabulario de este artista clave del informalismo europeo- recreando un silencio a cuyo son (valga el oxímoron) danzaba Tàpies, en torno a su nueva creación. Además, habrían podido curiosear entre esas obras reservadas y apartadas deliberadamente del mundanal ruido por el artista. De vuelta a Barcelona –ya puestos a fabular– podrían seguir husmeando en la colección privada de la familia y los fondos de la fundación. Por si esto fuera poco, aún tendrían carta blanca para hacer su lectura personal del artista a partir de esta preselección íntima.

Pues bien, todo esto, el sueño de cualquier amante del arte que se precie, es lo que ha hecho Vicente Todolí, exdirector de la Tate Modern de Londres, a quien «se le han abierto todos los cajones», como explica Laurence Rassel, directora de la Fundación Tàpies, con el fin de comisariar la exposición Tàpies. Desde el interior, para la que ha seleccionado, con complicidad lúdica, más de un centenar de obras que abarcan desde 1945 hasta 2011, y que permanecerá abierta al público hasta el 3 de noviembre en dos sedes, la propia Fundación Tàpies y el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC).

Íntimo y personal

En los tiempos que corren, una inauguración de esta envergadura, capaz de  movilizar a dos importantes instituciones de la ciudad condal, ya de por sí se percibe como una fiesta. Pero, ayer por la mañana, en la Fundación Tàpies, se traslucían ciertas dosis de emoción añadida. El concepto de esta muestra retrospectiva surgió en vida del artista y con ella se habría conmemorado su nonagésimo aniversario, pero ahora, con Tàpies ya ausente, las cerca de 140 obras seleccionadas, casi todas monumentales, se alzan como una presencia física del cofundador de la revista Dau al Set.

«Es, tal vez, la exposición más especial que se ha hecho de Tàpies», dice Xavier Antich, presidente del Patronato de la Fundación. «La anterior retrospectiva en el MACBA había servido para situarlo en la historia, definir unas líneas de estudio claras, pero ahora, en ésta, se ha intentado ofrecer algo totalmente nuevo, más personal e íntimo», y recalca la total implicación de la familia del artista en el proyecto.

De la muestra resulta llamativa su doble localización, un peculiar itinerario por la ciudad. Si, como dijo el filósofo Ferrater Mora, la contemplación no es inactividad sino ejercicio, esta exposición lo ejemplifica en todos los sentidos. «Pedimos un pequeño esfuerzo al espectador, que retenga en su memoria las impresiones obtenidas en una de las sedes, para completarlas con las de la otra», explica Todolí. En el edificio de la calle Aragó se reúnen las composiciones más ensimismadas en los materiales pobres y los objetos. Todo lo marginal, en manos de Tàpies, adquiere un aura esencialista y mística.

Dos sedes, un pintor

En el MNAC, donde dialoga con una de sus fuentes de inspiración -el románico catalán- se encuentran las obras más gestuales y matéricas. «Casi la totalidad de lo expuesto es inédito, o muy poco visto. Ha sido una manera especial de conversar con la obra del artista, tomando como punto de partida la amplia selección de material que el propio Tàpies había hecho para él mismo y su fundación, creando un mundo autorreferencial», comenta Todolí, para quien el gran reto fue acercarse a estos espacios (taller, casa, fundación) con una mirada virgen.

Así, al disponer de dos sedes, la retrospectiva, en lugar de seguir una organización cronológica, se articula según dos visiones paralelas y, en ambas, se despliega un festín sensorial de gran impacto, «como una montaña que te cae encima», en palabras del comisario de la exposición. Cada estudio de un artista es un microcosmos que se rige por unas leyes propias. Puede ser un mero almacén, como el de Max Bill, o un espacio de fecundas referencias, un laboratorio, un terreno «de cultivo», según Todolí.

Quizá ésta sea la muestra idónea para desarmar a más de un detractor de Tàpies y de seducir a los indiferentes. «No hay un rasgo común en el conjunto, pero sí una radicalidad en el ánimo de ensanchar el universo tapiesiano». Huyendo de fáciles complacencias, Tàpies. Desde el interior destapa la personalidad de un creador en perpetua experimentación, colmada de matices, abierta a los pequeños descubrimientos. A veces, incluso, inabarcable.

«No es que la fundación se haya quedado pequeña, es la obra la que se ha expandido», comentó Laurence Rassel junto a su socio en esta liza, Pepe Serra, director del MNAC, que quiso poner el acento en esta manera de trabajar codo con codo, más allá de las titularidades. El proyecto, según comentan, es probable que viaje a América. «En estos momentos difíciles se consigue que todo se vaya haciendo, aunque requiere más tiempo», se lamenta Laurence Rassel.

¿Qué Tàpies emerge de esta retrospectiva? «El de una estrella de muchas puntas», afirma, rotundo, el comisario. «No hemos pretendido que sea una exposición sencilla, como el viaje por una autopista, sino todo lo contrario. Hay muchas curvas, callejones sin salida, caminos de tierra incómodos. Por eso, no hay obras presentadas como mejores o peores: todas tienen la misma importancia, como actores en una obra coral».

Imagínense que el gran artista catalán Antoni Tàpies, fallecido hace poco más de un año, les hubiese abierto las puertas de su estudio en Campins, en la frontera con el Parque Natural del Montseny, a 50 minutos de la fundación que lleva su nombre en el corazón de Barcelona. Allí, en los meses en que se dedicaba intensamente a su obra, se habrían encontrado con un enorme espacio ocupado, en su parte central, por una superficie, siempre en posición horizontal, en febril desarrollo: casi como un altar. Alrededor, contra las paredes, habrían visto las obras terminadas de distintas épocas que, como espectadores perplejos, se agolpaban en un orden entre personal y azaroso.