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La complicada (pero muy lógica) razón por la que nos resulta tan difícil adelgazar
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UNA HERENCIA INCÓMODA

La complicada (pero muy lógica) razón por la que nos resulta tan difícil adelgazar

La cruda realidad es que nuestro cuerpo hará todo lo posible para que no perdamos peso, pues le interesa estar gordo, y es algo que defenderá a capa y espada

Foto: No eres un perdedor, eres humano. (iStock)
No eres un perdedor, eres humano. (iStock)

De un tiempo a esta parte ser gordo se ha convertido en una vergüenza. Nos guste o no, el discurso se ha instalado en el imaginario colectivo: las personas con sobrepeso, y no digamos obesidad, son pobres diablos que se pasan el día sentados en un sofá, vagos que trabajan menos que el resto y, encima, salen caros a la seguridad social. Hoy en día la imagen absoluta del fracaso no es un adicto a las drogas, es un gordo en paro.

Todos pensamos que adelgazar es sólo una cuestión de fuerza de voluntad, pues basta hacer ejercicio y comer menos para lograrlo. Y, desde luego, creemos que es mucho más sencillo que, por ejemplo, dejar de fumar. Pero la realidad es que es igual o más difícil.

Como explica Matthew Haines, profesor de Salud y Bienestar de la Universidad de Huddersfield, en un artículo publicado en 'The Conversation', perder peso es extremadamente complejo, pues es algo que va en contra de nuestros genes y nuestro instinto. Es, en definitiva, un acto contra natura. “Estamos diseñados para buscar comida”, asevera. “Nuestro impulso para lograrlo es esencial para nuestra supervivencia y contamos con un sistema complejo para que así sea”.

Tras perder peso, las hormonas que controlan nuestro apetito tienden a disparar nuestra hambre, lo que hace muy difícil mantener las dietas

La existencia de este sistema es conocido desde hace décadas. En 1950 se publicaron los resultados del seminal Minnesota Starvation Experiment, una de las más importantes investigaciones realizadas sobre los efectos del hambre y la inanición en los seres humanos, y sus conclusiones fueron claras: tras un periodo de restricción energética tendemos a comer más de la cuenta hasta que recuperamos (e incluso excedemos) los niveles de grasa con los que contábamos originalmente.

Esta idea fue reforzada en 2011 por un revelador estudio publicado en 'The New England Journal of Medicine' en el que se comprobó que, tras perder peso, las hormonas que controlan nuestro apetito tienden a disparar el hambre, lo que hace muy difícil mantenerse después de haber hecho dieta y muy sencillo volver a engordar. Pero, como ha constatado un nuevo estudio, no es este el único mecanismo que nos empuja a comer sin mesura.

¿Nos interesa ser gordos?

Un grupo de investigadores de la Universidad de Cambridge ha identificado un gen responsable de que nuestro cuerpo almacene grasa en cuanto ha cumplido con sus necesidades energéticas. “Nuestro descubrimiento podría ayudar a explicar por qué a las personas con sobrepeso les cuesta tanto perder peso”, explica el coautor del estudio, el doctor Andre Whittle, en la nota de presentación del mismo. “Su grasa almacenada está luchando activamente contra sus esfuerzos para perder peso”.

El gen en cuestión es responsable de producir la proteína sLR11, que cuando es liberada suspende por completo el proceso de quema de grasas. Los investigadores comprobaron en un estudio con ratones que, al suprimir la proteína, los roedores eran más resistentes a la ganancia de peso, pues quemaban calorías más rápido.

Podemos pensar que ha pasado mucho tiempo desde que el hombre dejó de cazar y recolectar, pero en términos evolutivos es un periodo insignificante

Al examinar la presencia de la proteína en los humanos, los investigadores comprobaron que las personas más gordas son las que tienen niveles más elevados de ésta –algo que, sospechan, podría apuntar que la proteína es producida por las células que forman el tejido adiposo–, por lo que son propensos a engordar más y más.

La función de la proteína, explican los autores del estudio, reside en ralentizar la quema de grasas tras grandes comidas o bajada de las temperaturas, para que el sistema de almacenamiento de energía del cuerpo mantenga por más tiempo las reservas de grasa.

Evolución, a la fuerza

Puede ser sorprendente escuchar que el exceso de grasas es algo defendido con uñas y dientes por nuestro cuerpo, pero en realidad, como explica Haines, es un fenómeno fácilmente comprensible: “Nuestra fisiología se ha formado durante milenios mediante un proceso evolutivo que ha permitido que nos adaptemos a un estilo de vida cazador-recolector, que requiere altos niveles de actividad física y prevé periodos de hambruna y ayuno”.

Gracias a un metabolismo pensado para ahorrar, el hombre fue capaz de almacenar el exceso de energía en forma de grasa, lo que le permitió sobrevivir a las hambrunas y el ayuno durante la mayor parte de su historia. Pero, como explica Hainaes, “esa adaptación antaño ventajosa, está causando ahora unos niveles de obesidad sin precedentes en todas las poblaciones que llevan un modo de vida caracterizado por bajos niveles de actividad física y abundancia de comida”.

Una importante parte de nuestra biología se ha quedado anticuada, un fenómeno que se conoce como “retraso genómico”, y que es la base de la obesidad

Podemos pensar que ha pasado mucho tiempo desde que el hombre dejó de cazar y recolectar, pero en términos evolutivos es un periodo insignificante, más aún si tenemos en cuenta que no hemos sido verdaderamente sedentarios hasta hace sólo unos siglos.

Como explicó a El Confidencial el paleontólogo Jordi Agustí llevamos un tipo de vida que no es aquella para la que nos adaptamos originalmente. En definitiva, una importante parte de nuestra biología se ha quedado anticuada, un fenómeno que se conoce como “retraso genómico”, y que está en la base misma de problemas como el alzhéimer, la diabetes y, claro está, la obesidad.

“Evolucionamos como depredadores y por ello, al igual que el resto de animales cazadores, tenemos niveles altos de azúcar en sangre, que para nuestro tipo de vida actual no necesitamos”, apuntó Agustí. “Nuestra evolución social y cultural ha sido exponencial y los cambios evolutivos requieren decenas o centenares de miles de años. Desde el Neolítico vamos a una velocidad gigantesca. Nuestros genes no han tenido tiempo de adaptarse”.

Dado que nuestro cuerpo hará todo lo posible para que no adelgacemos, para perder peso tendremos que recurrir a nuestro intelecto y a nuestra (por lo general débil) fuerza de voluntad. A no ser que, como están intentando los investigadores de Cambridge, encontremos una forma de modificar nuestra biología para que perder peso sea mucho más sencillo: por ejemplo, fabricando una pastilla que inhiba el funcionamiento de la proteína que nos empuja a almacenar grasa 'ad infinitum'.

De un tiempo a esta parte ser gordo se ha convertido en una vergüenza. Nos guste o no, el discurso se ha instalado en el imaginario colectivo: las personas con sobrepeso, y no digamos obesidad, son pobres diablos que se pasan el día sentados en un sofá, vagos que trabajan menos que el resto y, encima, salen caros a la seguridad social. Hoy en día la imagen absoluta del fracaso no es un adicto a las drogas, es un gordo en paro.

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