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En qué se parece la Antártida a las abejas o por qué el líder de la ONU se hace fotos con pingüinos
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Visita de Guterres previa a la COP

En qué se parece la Antártida a las abejas o por qué el líder de la ONU se hace fotos con pingüinos

La Antártida es clave en el ecosistema mundial y es uno de los 'puntos de inflexión' climáticos. António Guterres la visita justo antes de la COP28 que se celebra la semana que viene en Dubái

Foto: El secretario general de la ONU, António Guterres, durante su visita a la Antártida este fin de semana. (Reuters)
El secretario general de la ONU, António Guterres, durante su visita a la Antártida este fin de semana. (Reuters)

Remontémonos unas décadas. Estamos en Londres. Decenas de científicos internacionales se reúnen para responder a una sesuda pregunta. ¿Cuál es la especie más importante del mundo? Se debate que si los hongos, que si alguna bacteria. La respuesta final: las abejas. Sin ellas, sin su trabajo de polinización y otros servicios ecosistémicos, la vida humana podría acabar en apenas cuatro años. Y no nos pasan nunca una factura por los servicios prestados.

Segundo escenario. Es viernes, 24 de noviembre de 2023. En unos días comenzará la COP28, cumbre internacional del clima, en Emiratos Árabes Unidos. Allí, se tomarán (o quizá no) decisiones que marcarán los objetivos climáticos de los líderes internacionales y, a largo plazo, el futuro del planeta. La negociación se decidirá en los salones y pasillos de la Expo City de Dubái, entre intereses económicos y geopolíticos, a veces por encima de los climáticos. Sin embargo, el secretario general de la ONU, António Guterres, visita la Antártida en un viaje de tres días mientras se hace unas fotografías con unos pingüinos.

De fondo, la superficie permanentemente bajo un manto de nieve y hielo del continente polar.

“¿Por qué nos tendría que importar la Antártida? Un territorio tan lejano de nosotros, casi mítico e inaccesible… ¿Cómo se lo explico, por ejemplo, a mi abuela, o a una mujer cualquiera de Zamora?”, elabora Sonia Castañeda, subdirectora de la Fundación Biodiversidad y participante del programa Homeward Bound, una expedición de casi un centenar de mujeres científicas a la Antártida. Un lugar que pocos tienen todavía oportunidad de visitar. “Al ser un lugar tan prístino, y tan frágil, aquí es donde se manifiesta rápidamente la salud del resto del planeta: identifica a dónde vamos. Todo lo que está pasando en el planeta lo encontramos aquí, y todo lo que está pasando aquí tiene un efecto en el resto del planeta”, sostiene.

La Antártida es precisamente donde más rápido está subiendo la temperatura. Si en 50 años en el mundo se calcula que subiría 1,5 °C de media, en la Antártida es de 3 a 5 °C. El doble de velocidad. Un reciente estudio, publicado el pasado octubre, concluía que el calentamiento ha aumentado hasta el punto de que es "inevitable" que se derrita la capa de hielo en la Antártida Occidental (10% del total). Otro estudio, también publicado el mes pasado, recogía que casi 50 plataformas de hielo antárticas han reducido al menos un 30% su tamaño desde 1997. En algunas zonas de Antártida se está viviendo una explosión de flores.

placeholder Unos pingüinos en las islas Shetland del sur, en Antártida. (Alicia Alamillos)
Unos pingüinos en las islas Shetland del sur, en Antártida. (Alicia Alamillos)

Genna Roland lleva 10 años viajando a la Antártida como parte del equipo expedicionario de los barcos de pasajeros que traen a unos pocos afortunados al océano antártico. En su cámara, tiene pruebas gráficas. "Diez años es todavía poco tiempo para tomar conclusiones de cambios en el clima", advierte, para añadir que, sin embargo, "aunque quizá todavía no es obvio a primera vista, comparando las fotos, se ven los cambios. Nunca veríamos aquí [estamos navegando más al sur de la punta noroccidental de la península Antártica] ballenas tan pronto en verano austral, porque las ballenas se alimentan más al norte y no bajan al sur hasta febrero y marzo. He visto que los glaciares son mucho más pequeños... Se puede ver una tendencia".

"Estamos viendo una aceleración que es devastadora. Debemos actuar ahora para controlar la crisis climática. Debemos proteger la Antártida para protegernos a nosotros mismos", ha declarado Guterres tras pisar suelo en la Isla Rey Jorge, en el archipiélago de las Islas Shetland del Sur.

Es sus declaraciones, dirigidas también a los líderes que se reunirán en Dubái para discutir posibles medidas para la reducción de emisiones responsables del calentamiento global, Guterres se centraba quizá en lo más espectacular: cómo el deshielo de la Antártida implicaría un aumento global del nivel del mar. “Se trata de uno de los mayores riesgos, pero también mayores incertidumbres del deshielo antártico. No sabemos cómo se comportarán los glaciares. ¿Subirá el nivel del mar un metro en los próximos 100 años? ¿Cuatro metros, cinco? Esto es vital, tenemos tantas grandes ciudades en las costas en riesgo...”, explica Sharon Robinson, profesora de Cambio Climático en la universidad de Wollongong (Australia) e investigadora antártica. También, una de las científicas a bordo de la expedición —casi paralela al viaje de Guterres— Homeward Bound, en la que también participa la española Acciona y que busca potenciar el liderazgo internacional de mujeres relacionadas con las disciplinas STEMM (acrónimo de ciencia, tecnología, ingeniería, matemáticas y medicina).

Pero, en realidad, el problema de la Antártida va mucho más allá.

Abejita trabajadora

¿Se acuerdan de las abejas? Esa especie bandera que, de alguna manera, dan rostro a una realidad multifacética y más compleja. Una especie que, como podría ser el lince ibérico en España, tienen importancia no solo en sí misma, sino por todo el ecosistema que hay en torno. "Antártida es un territorio bandera, un símbolo", apunta Castañeda. Una bandera que, como las abejas, tampoco nos está pasando factura en euros de lo que hace por el mundo.

"Algunos llaman a la Antártida el aire acondicionado de la Tierra", bromea Arlie McCarthy, ecologista marina e investigadora antártica. Aunque se parece más bien a una bomba como el corazón, que envía sangre oxigenada al resto del cuerpo. En invierno, las bajas temperaturas crean capas de hielo marino. Como el agua salada tarda más en congelarse, esas placas de hielo son de agua dulce, dejando la sal atrás, en el océano líquido. En verano, ese hielo se derrite, cambiando la densidad del agua y bombeando las corrientes oceánicas.

placeholder Un iceberg a la deriva en el océano Antártico. (Alicia Alamillos)
Un iceberg a la deriva en el océano Antártico. (Alicia Alamillos)

Esa cinta transportadora que envía corrientes frías desde las profundidades del océano hacia el hemisferio norte e impulsa la corriente del Golfo, de agua cálida, y hace que todos los océanos del mundo funcionen como reguladores del clima. "Con este bombeo estacional [que genera corrientes en el resto del mundo] se mantiene la temperatura de los océanos y los climas del mundo", continúa.

Corrientes y carbono

Paralelamente, el hielo marino otorga a la Antártida la particularidad de ser uno de los océanos más ricos en nutrientes para la biodiversidad. En esa agua salada que rodea las placas de hielo dulce, se multiplican las microalgas y plancton, que a su vez alimentan a las ballenas o colonias de pingüinos que pululan por la Antártida. En esta agua rica y fría se produce “una cantidad masiva de fotosíntesis y captura de carbono [uno de los gases responsables del calentamiento global] que se extrae de la atmósfera y que se secuestra en el océano”, asevera Robinson.

“Así que, de hecho, la Antártida nos está ayudando a equilibrar. No puede hacer lo suficiente, porque estamos emitiendo demasiado carbono a la atmósfera, pero ayuda a reducirlo”.

Así que, al final, la Antártida nos podría pasar la factura a prácticamente la totalidad del planeta y el alcance de la desaparición de su rol está lejos de estar totalmente determinado. "La vida en la tierra es una red maravillosa y misteriosa, totalmente interrelacionada. Si tú quitas una pieza, causa un efecto dominó que no sabes la repercusión que puede tener", advierte Castañeda.

A bordo de la expedición Homeward Bound, un proyecto que también busca potenciar el liderazgo de mujeres con contexto científico, hay mucho de ansiedad climática. Una sensación de urgencia. De tomar a la gente, los líderes internacionales por la solapa y gritarles "haced algo". Entre las científicas en el barco —algunas por primera vez en el continente meridional—, la visita de Guterres y esa foto con pingüinos es una oportunidad de, con la Antártida como bandera, hacer algo más.

"Yo estuve en la COP15 de Copenhague, en la que todo el mundo esperaba que alcanzaríamos un nuevo protocolo tras Kyoto, que expiraba. Y fue un enorme fracaso. Tuvimos que esperar seis, siete años más antes de París. Yo estaba allí y viví el fracaso de esa COP y decidí entonces trabajar en el cambio climático, para mover el mundo en la dirección correcta", sostiene Linda Romanovska experta en financiación sostenible y parte de la expedición. Ha tomado el guante de la visita de Guterres a la Antártida para unirse a ese mensaje de presión. "La urgencia es real. Este año hemos recibido tantas malas noticias en términos de datos de cambio climático, desde el hielo marítimo... Estamos rompiendo todos los récords. Estamos cerca de los límites que nos habíamos impuesto y hemos infraestimado la velocidad del cambio climático". Ximena Aguilar Vega, glacióloga mexicana, comparte una carta abierta con más de 400 signatarios pidiendo que la COP28 considere el aumento de 1,5 °C no como el límite "inferior" (el superior está en "muy por debajo de 2 °C"), sino el máximo únicamente.

Con la COP28 como inicio, pero mirando más allá. "Si conseguimos salvar la Antártida, dará confianza en el ser humano como especie".

Remontémonos unas décadas. Estamos en Londres. Decenas de científicos internacionales se reúnen para responder a una sesuda pregunta. ¿Cuál es la especie más importante del mundo? Se debate que si los hongos, que si alguna bacteria. La respuesta final: las abejas. Sin ellas, sin su trabajo de polinización y otros servicios ecosistémicos, la vida humana podría acabar en apenas cuatro años. Y no nos pasan nunca una factura por los servicios prestados.

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