Los motivos de los 'chicos malos' del clima: ¿por qué algunos países torpedean la COP25?
En la 'zona azul' de la COP25, los equipos negociadores y enviados especiales de los países discuten hasta el punto y coma de una declaración final. Algunos lo hacen especialmente difícil
Este viernes comienza la recta final de las negociaciones de la COP25. En la 'zona azul' de la cumbre, los equipos negociadores y enviados especiales de los países discuten hasta el punto y coma de una declaración final, el "texto de decisión" que ponga el broche a esta cumbre global del clima y no deje con el sabor de boca de que no se ha conseguido nada antes de 2020. El primer borrador, que circula ya, será cambiado miles de veces hasta encontrar un texto que, si bien no guste a todos, todos puedan firmar. El consenso es difícil de encontrar en los puntos clave que prometía la COP25 más optimista: una hoja de ruta para lograr reducir a 1,5 grados la subida de la temperatura global, un calendario para la reducción de las emisiones de carbono, un compromiso en el 'fondo verde' para los países en desarrollo y apoyar su transición climática y, especialmente, la regulación de los conocidos como 'mercados de carbono'.
Cada palabra cuenta (incluso la introducción de la palabra 'ciencia' en el primer borrador ha sido celebrada en círculos ecologistas) y cada letra es un tira y afloja entre los países más comprometidos con la acción climática y los 'chicos malos' del clima, que torpedean o rebajan todas las expectativas, bloquean acuerdos o retrasan decisiones incluso sobre el calendario para empezar a debatir las nuevas reducciones de carbono. Porque aunque los Estados Unidos de Donald Trump se están retirando del Acuerdo de París, no son los únicos que preferirían hablar de otra cosa antes que de reducir sus emisiones en los pasillos de la COP25 en Madrid.
Hablamos de Arabia Saudí y los países del Golfo, pero también otros como Australia, Japón, China o Brasil, que están utilizando sus armas diplomáticas para dificultar un texto de acuerdo ambicioso que no encaje en sus intereses.
"¿Queremos ser recordados como la generación que enterró su cabeza en la arena?", preguntaba el secretario general de la ONU, António Guterres, a los líderes mundiales al comienzo de la cumbre. "No deberíamos aceptar ningún tipo de silencio en cuanto a los compromisos", afirmaba por su parte la ministra en funciones para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, quien ha añadido este jueves: "Hay muchas partes que dicen que tenemos que ir más deprisa, tener mas ambición y reforzar el papel de la ciencia, mientras que otros pretenden que nos quedemos en esa letra pequeña del paso a paso".
Pese a todo, la COP25 está siendo vista por la mayoría de los países como una cumbre de transición hacia la más clave COP26, en noviembre del año que viene en Glasgow, donde los países tendrán que actualizar y —previsiblemente— hacer más ambiciosos sus compromisos climáticos firmados en París. "[No esperamos la firma de un acuerdo nuevo] Lo que esperamos es que haya un compromiso claro de los países para hacer más, un texto que comprometa y asegure que los países van a revisar sus compromisos climáticos, que nos llevan a un aumento de la temperatura [global] de tres grados, y que los van a alinear con las recomendaciones de los científicos", señala a este diario la ecologista de Greenpeace Tatiana Nuño.
Y el lenguaje de ese 'texto de decisión' va a ser clave: a mitad de la cumbre, países como Arabia Saudí, Irán, Siria, Venezuela, India o China insistieron en que el texto final "se ajuste al lenguaje utilizado en el Acuerdo de París. No queremos cambiar el objetivo, ni cambios en una coma o palabra". Paralelamente, Brasil y Arabia Saudí se mostraron "preocupados" por el uso del término 'emergencia climática'.
Al Golfo no le gusta la referencia científica
Entre los países que cuestionan el papel de la ciencia a la hora de ilustrar las decisiones de los políticos están Arabia Saudí y los países del Golfo, con unas economías fuertemente dependientes del petróleo. En el caso de Arabia Saudí, no es la primera vez que se opone a añadir referencias a la ciencia y los científicos, especialmente sus recomendaciones, en textos de acuerdos climáticos.
En el Acuerdo de París en 2015 se recogía la petición al Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU que elaborara un informe en el que explicaran la oja de ruta necesaria para no superar la subida de temperatura global en 1,5 grados. El IPCC hizo ese informe, pero la siguiente COP, celebrada en Polonia, cuando se quiso introducir en el texto de decisión la frase "seguir las recomendaciones científicas y siempre actuar en base a lo que dice la ciencia", Arabia Saudí (entre otros), se opuso radicalmente a que se añadiera una referencia a las recomendaciones elaboradas por los científicos del IPCC. No se logró añadir.
Y mientras su delegación discutía en Madrid los compromisos climáticos, en los que, según los portales de monitoreo, Arabia Saudí se coloca como "muy insuficiente", el país presentaba en bolsa la petrolera nacional Aramco, una de las mayores del mundo. No fue el único acto paralelo en el tiempo a la cumbre que hizo levantar algunas cejas. Los presidentes de China y Rusia han firmado estos días un acuerdo de venta de gas de 38.000 millones de metros cúbicos de Moscú a Pekín para 2025.
El chantaje de Brasil
Más allá de las políticas del Gobierno de Jair Bolsonaro, que potencia las explotaciones madereras, agrícolas y ganaderas de la selva del Amazonas, así como sus rifirrafes verbales con la joven activista Greta Thumberg, hay bastante más. Los esfuerzos negociadores de Brasil en esta cumbre se centran en el polémico artículo 6 del Acuerdo de París, el que regularía los llamados 'mercados de carbono'.
Estos mercados de carbono permitirían a los países con un balance negativo de emisiones de carbono "comerciar" con esos créditos que no restá utilizando con otros países que emiten por encima de sus objetivos climáticos. Brasil, así como China e India, quieren poder intercambiar sus excedentes de créditos no utilizados anteriormente, pero para ello tienen que conseguir que se acuerden esos "créditos" de manera retroactiva y no a partir de los próximos años.
Punto clave para Brasil es también la negociación sobre el doble conteo de esos créditos: una vez porque no lo has emitido y otra por, por ejemplo, sus bastas reservas de árboles que reducen la huella de carbono en el Amazonas. Es, al final, una cuestión de dinero y negocio en ese mercado de créditos de carbono.
Para Brasil, el artículo 6 es, de hecho, un elemento de bloqueo que puede utilizar frente al avance en otros frentes en el tira y afloja de las negociaciones de la cumbre. Una suerte de chantaje del que ya se han quejado eurodiputados europeos como el verde Bas Eickhout. "Se debe evitar el doble conteo y tener reglas decentes. Si no, se socavarán [los principios] del Acuerdo de París. Y desafortunadamente, hay algunos jugadores a quienes les gustaría hacerlo [socavar París]. Australia, Arabia Saudí y Brasil claramente no están luchando por la integridad ambiental en las reglas", señaló en una entrevista en Euractiv.
Por otro lado, Brasil también ha presionado, junto con India, China y Sudáfrica, para avanzar en mecanismos de financiación para ayudar a los países más vulnerables ante la emergencia climática y para compensar a los países en desarrollo que puedan ver mermados sus avances. Para estos países, los compromisos de reducción de emisiones de los países desarrollados no deben implementarse de la misma manera en los países en desarrollo o, en caso de hacerse, deben ir acompañados de apoyo económico. "Es una condición previa para cualquier discusión sobre el aumento de los compromisos actuales", han señalado en un comunicado China, Brasil, Sudáfrica e India.
Japón tiene "estrés postraumático"
Tras el desastre de Fukushima en 2011, Japón ha retrasado sus planes en cuanto a la energía nuclear y se ha volcado en cambio en el carbón, dificultando así que pueda cumplir con los NDC (compromisos nacionales) señalados en el Acuerdo de París y que técnicamente debería ampliar antes de 2020. Desde 2012, Japón ha levantado 12 nuevas plantas de carbón y tiene otras tantas en proceso de construcción. Además, sigue siendo uno de los países que más fondos invierten en la construcción de centrales de producción eléctrica a base de carbón en el extranjero.
Pero ellos no quieren solo ser los 'chicos malos' de la cumbre. En una rueda de prensa durante la cumbre el pasado miércoles, el ministro japonés de Medio Ambiente, Shinjirō Koizumi, admitió sus políticas relativas al cabón, pero pidió que los "esfuerzos de Japón hacia la decarbonización" sean también apreciados. Sin embargo, no se espera que Japón cambie sus NDC por unos más ambiciosos. Las proyecciones actuales señalan que el carbón podría seguir suministrando hasta un tercio de la electricidad en el país en 2030 si no se da un mayor impulso a las energías renovables, y no pretende alcanzar el objetivo de 'emisiones cero' durante la segunda mitad del siglo.
Una Australia de carbón
Australia es uno de los países que, según organizaciones ecologistas, tiene los medios y la economía suficientemente desarrollada para avanzar hacia una mayor transformación energética y ser más ambicioso con sus objetivos climáticos. Sin embargo, su nombre se repite una y otra vez en los 'briefings' de la cumbre como uno de los principales opositores a la mayoría de los avances.
Australia sigue invirtiendo —y generosamente— en la industria del carbón, y ya ha dicho públicamente que no va a ampliar sus ambiciones de reducción de emisiones de carbono. En las reuniones de la COP25, Australia es también uno de los más arduos defensores de medidas de 'créditos arrastre' propias del Protocolo de Kyoto (superados y sustituidos por el Acuerdo de París), que le permitirían cumplir con sus objetivos de reducción de emisiones. Usando los parámetros de Kyoto, como pretende Australia, solo tendría que reducir apenas un 16% sus emisiones para 2030. Y le conviene que el objetivo sea tan bajo.
Australia está entre los grandes productores y extractores de carbón, petróleo y gas (industrias que por sí solas ya superan el objetivo de solo aumentar la temperatura global 1,5 grados), que además están retrasando las negociaciones y los acuerdos en cuanto a los mercados de carbono, según declaraciones de Eickhout.
Ni siquiera el calendario
Pero es que los países participantes en la cumbre del clima ni siquiera están logrando ponerse de acuerdo en el calendario. ¿Cuándo deberían —según se acordó en París— revisarse sus objetivos nacionales y proponer los nuevos, obligatoriamente más ambiciososo? Algunos apuestan por que tenga que hacerse en 2020, mientras que otros —Australia y Japón, entre otros— apuntan a 2023. India, por ejemplo, ha señalado anteriormente que no actualizará su plan climático hasta 2023 o hasta que reciba apoyo financiero.
La presión del último minuto suele desbloquear negociaciones que llevaban días atascadas, y tampoco es raro que el texto final se prorrogue unas horas o hasta un día, como ya sucedió en cumbres como la de París. Sin embargo, en esta ocasión, y con la cumbre de Glasgow en el horizonte, es posible que los países terminen incluso evitando la publicación de un documento con nuevas medidas. Solo si la Unión Europea decide forzar la máquina tras presentar su 'pacto verde' esta semana, se podría empujar a estos 'rebeldes del clima' a comprometerse un poco más. Eso si la UE puede superar sus propios 'enanos' contrarios al pacto ecológico: Polonia, Hungría y República Checa, que hasta el momento se han opuesto al objetivo de emisiones netas nulas para 2050.
Este viernes comienza la recta final de las negociaciones de la COP25. En la 'zona azul' de la cumbre, los equipos negociadores y enviados especiales de los países discuten hasta el punto y coma de una declaración final, el "texto de decisión" que ponga el broche a esta cumbre global del clima y no deje con el sabor de boca de que no se ha conseguido nada antes de 2020. El primer borrador, que circula ya, será cambiado miles de veces hasta encontrar un texto que, si bien no guste a todos, todos puedan firmar. El consenso es difícil de encontrar en los puntos clave que prometía la COP25 más optimista: una hoja de ruta para lograr reducir a 1,5 grados la subida de la temperatura global, un calendario para la reducción de las emisiones de carbono, un compromiso en el 'fondo verde' para los países en desarrollo y apoyar su transición climática y, especialmente, la regulación de los conocidos como 'mercados de carbono'.
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