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¿Orinoterapia? ¿Yoga ocular? Esta científica avisa de cómo nos intentan timar con la vista
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Entrevista a Conchi Lillo

¿Orinoterapia? ¿Yoga ocular? Esta científica avisa de cómo nos intentan timar con la vista

La neurobióloga Conchi Lillo publica '¡Abre los ojos!', un repaso a todo lo que sabemos sobre el sentido de la visión y una advertencia contra las pseudoterapias

Foto: Conchi Lillo con el libro. (Cedida)
Conchi Lillo con el libro. (Cedida)
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El ojo es una estructura tan perfecta que hasta el mismísimo Charles Darwin confesó que su existencia le hacía dudar de la teoría de la evolución. Con esta significativa anécdota arranca el libro ¡Abre los ojos! (editado por Next Door Publishers, se publica esta semana), un fascinante recorrido por todo lo que sabemos de la visión de mano de la neurobióloga Conchi Lillo (Minas de Ríotinto, Huelva, 1973), profesora de la Universidad de Salamanca e investigadora del Instituto de Neurociencias de Castilla y León (INCYL) y del Instituto de Investigación Biomédica de Salamanca (IBSAL).

En pocas páginas, esta obra sorprende con un compendio de curiosidades en torno al mundo de la visión en el que paradójicamente no falta la música —versos de canciones míticas del rock que hablan de ojos y miradas— como hilo conductor. Cada página desvela curiosas hipótesis sobre por qué los piratas llevaban parche, por qué las mujeres distinguen más colores que los hombres o de dónde procede el estilo de algunos artistas. Conchi Lillo también nos descubre los millones de formas de visión que hay en el mundo animal, adaptadas a distintos entornos y necesidades, un catálogo increíble que quizás es la mejor prueba de la evolución, y de que, en realidad, nuestro sentido más preciado no es tan perfecto. De hecho, sufrimos un montón de problemas que, en el peor de los casos, nos llevan a la ceguera. ¿Qué nos espera en un mundo cada vez más visual y repleto de pantallas? En un futuro muy cercano, nuestros ojos tendrán mucho que ver no solo con la biología, sino también con la tecnología y con la ética.

Foto: Foto: iStock

El libro nos demuestra de un modo bastante interactivo —a través de gráficos para realizar nuestros propios experimentos— que, en realidad, no vemos solo con los ojos. “Nuestro cerebro es el que realmente interpreta lo que estamos viendo, ha adquirido la capacidad de rellenar lo que percibimos con información que ya tiene de antemano, aunque no nos damos cuenta”, explica Conchi Lillo a El Confidencial. Nuestra visión periférica, por ejemplo, deja bastante que desear, pero, además, “deberíamos estar viendo siempre dos agujeros porque cada uno de nuestros ojos tiene una zona en la que no recibe información visual”. Si no sucede esto, es porque movemos continuamente los ojos para captar más información y porque nuestra mente va cubriendo los huecos.

Sin embargo, el hecho de que nuestra visión funcione de esta manera deja algunos resquicios que explican las ilusiones ópticas. Es lo que han utilizado los pintores desde que se inventó la perspectiva y, por supuesto, la explicación para los espectáculos de magia. “Cada vez sabemos mejor cómo maneja nuestro cerebro la información visual, y eso supone que tenemos más recursos para hackearlo. Así podemos emular la visión 3D cuando en realidad no tenemos profundidad, y así despistan nuestra atención los magos para que no veamos el truco”, señala la experta. No obstante, son precisamente estos mecanismos los que han ayudado a los neurocientíficos a entender nuestro sistema visual y a admitir que, dentro de lo que cabe, “es una máquina bastante eficaz a la hora de percibir lo que nos rodea”, asegura.

placeholder Conchi Lillo en el laboratorio.
Conchi Lillo en el laboratorio.

Pseudociencias de la visión

Por eso, a la neurobióloga onubense le preocupan mucho más otro tipo de engaños relacionados con la visión. “El cerebro es tan complejo que a veces resulta difícil explicarlo de forma sencilla”, reconoce, “pero la simplificación nos lleva a decir cosas erróneas y de eso se aprovechan los de siempre, los que tienen soluciones para todo a través de las pseudociencias”, lamenta. El libro recoge propuestas tan disparatadas como la orinoterapia (sí, hay gente que se lava los ojos con orina esperando supuestos beneficios e ignorando que a través de este fluido expulsamos bacterias y virus). También está el yoga ocular, un entrenamiento de moda que se enseña en cursos y promete curar la miopía o la hipermetropía haciendo ejercicios con los ojos: es un timo que se aprovecha de la percepción de una mejoría transitoria mientras el cerebro se acomoda.

Sin embargo, Conchi Lillo está en guerra especialmente contra un producto muy propio de nuestra época que refleja tanto nuestra preocupación como nuestra ignorancia: los filtros de luz azul para ordenadores, móviles y tabletas. “Antes era la máquina de vapor la que iba a traer muerte y destrucción al mundo; ahora son las pantallas. Siempre tenemos que buscar algún culpable de nuestros males”, comenta. El caso es que “cada vez que sale algún dispositivo tratamos de demonizarlo”, y muchos hacen negocio a través de medias verdades. En el caso de estos protectores, sencillamente, nos venden algo que no necesitamos. “Las pantallas están perfectamente adaptadas y protegen nuestra salud visual, no hay que comprar dispositivos extra, porque no nos hacen daño. Lo que producen es cansancio visual, pero eso no lo va a solucionar un filtro, sino nuestros hábitos”, explica. El problema es que “siempre es más sencillo comprar algo y seguir pegados a las pantallas, pensando que ya hemos hecho algo por nuestra salud”.

placeholder Portada del libro.
Portada del libro.

No obstante, el gran mito con respecto a las pantallas es su supuesta relación con la miopía. Una vez más, es una cuestión de medias verdades. “Durante mucho tiempo se vio una correlación entre la miopía y pasar mucho tiempo ante una pantalla, pero también leyendo libros o haciendo tareas que requieren un esfuerzo visual importante, como coser o montar relojes”, explica la neurobióloga del INCYL. Sin embargo, “ahora ya sabemos que estas tareas de precisión visual son, en realidad, culpables indirectos, porque nos han mantenido alejados de la luz natural, que realmente es el elemento que nos protege” de este problema de la vista. Es decir, que la falta de luz natural es la verdadera clave de la miopía, aunque influyen otros factores, como la predisposición genética.

De la ceguera a las lentillas inteligentes

En el laboratorio, Conchi Lillo centra su trabajo en el estudio de enfermedades como la retinosis pigmentaria o la degeneración macular asociada a la edad (conocida por las siglas DMAE), la principal causa de ceguera en personas mayores en el mundo occidental, y ve el futuro con relativo optimismo. “Con la ceguera pasa como con el cáncer, en realidad son muchas enfermedades distintas, y algunos tipos van a tener solución a corto plazo, pero con respecto a otros nos queda mucho por entender, estudiar y trabajar”, afirma.

Uno de los mayores avances parece estar en la amaurosis congénita de Leber, una enfermedad rara. “Está causada por mutaciones en 10 tipos distintos de genes y ya se ha tratado con bastante éxito para uno de ellos gracias al primer medicamento basado en terapia génica que ha sido aprobado, tanto por la Agencia Europea de Medicamentos como por EEUU”, comenta. La idea es insertar un gen para corregir el defecto que origina la patología, y parece una solución prometedora para este tipo de problemas congénitos.

Foto: Con la DMAE, pasear puede resultar mucho más difícil. (iStock)

También hay esperanzas puestas en la edición genética con las herramientas CRISPR, en retinas artificiales o en la optogenética, aunque cada una de estas soluciones se enfrenta a diferentes dificultades. Por ejemplo, la optogenética ya se ha empleado en pacientes con retinosis pigmentaria: “Consiste en introducir un gen que genera una proteína fotosensible en células de la retina, es decir, que se intenta transformar las células en fotorreceptores artificiales. El problema es que después requiere un entrenamiento muy específico para cada paciente, porque esas personas tienen que aprender a ver con un tipo de células distintas que antes no estaban utilizando, así que se enfrentan a un proceso largo y tedioso”, explica.

Otra opción son las soluciones tecnológicas. “Hay varias empresas que tiene prototipos avanzados de lentillas inteligentes”, apunta la experta, que aún nos pueden parecer de ciencia ficción. Como en las películas, permitirían acceder a muchas aplicaciones que hoy en día tenemos en las pantallas de los móviles, pero integradas ya en nuestra visión normal: verían datos flotando en el aire, haríamos fotos y controlaríamos numerosas funciones con el movimiento de los ojos. Lo curioso es que, antes de lanzarse al mercado del ocio, las compañías están apostando primero por los pacientes con deficiencias visuales.

“La idea es que en un futuro utilice todo el mundo las lentillas digitales conectadas al móvil por bluetooth, pero se han dado cuenta de que primero les conviene ofrecer un producto para las personas con problemas de visión, porque, al fin y al cabo, van a tener que pasar por una evaluación farmacéutica que ofrezca garantías de calidad”, señala. Sin duda, este producto también se enfrentará a problemas éticos y legales: de alguna manera, deberíamos saber si la persona que nos mira, además, nos está haciendo una foto. El sentido de la visión es tan valioso y nos hace tan humanos que queremos capturar las imágenes para siempre.

El ojo es una estructura tan perfecta que hasta el mismísimo Charles Darwin confesó que su existencia le hacía dudar de la teoría de la evolución. Con esta significativa anécdota arranca el libro ¡Abre los ojos! (editado por Next Door Publishers, se publica esta semana), un fascinante recorrido por todo lo que sabemos de la visión de mano de la neurobióloga Conchi Lillo (Minas de Ríotinto, Huelva, 1973), profesora de la Universidad de Salamanca e investigadora del Instituto de Neurociencias de Castilla y León (INCYL) y del Instituto de Investigación Biomédica de Salamanca (IBSAL).

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