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La reina de hierro se rinde y abdica
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José Antonio Zarzalejos

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La reina de hierro se rinde y abdica

La edad, la mala salud, el desgaste de 52 años de reinado y una familia problemática han aconsejado a Margarita II de Dinamarca abdicar para salvaguardar la monarquía

Foto: La reina Margarita de Dinamarca, durante una cena de gala ofrecida a los reyes Felipe (i) y Letizia el pasado noviembre. (EFE/Juanjo Martín)
La reina Margarita de Dinamarca, durante una cena de gala ofrecida a los reyes Felipe (i) y Letizia el pasado noviembre. (EFE/Juanjo Martín)
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Ha sido siempre una de las monarcas europeas más decididas y rotundas. Amparada en la Constitución de 1953, que le otorgaba grandes poderes formales, Margarita II de Dinamarca (Palacio de Amalienborg en Copenhague, 16 de abril de 1940) comunicó el pasado día 31, con motivo de su mensaje de fin de año, que se rendía, que abdicaba la corona en su hijo y heredero Federico. La hija de Federico IX, que accedió al trono tras su muerte en 1972, ha arrojado la toalla alegando su edad (83 años) y las secuelas de una operación de espalda que le han obligado a caminar despaciosamente, con un bastón, y sentarse en silla de ruedas. Aún en ese estado de salud, que no le ha privado en momento alguno de lucidez y responsabilidad, recibió a los Reyes de España en visita de Estado los pasados 6, 7 y 8 de noviembre.

Pocos días antes del encuentro de Felipe VI y la reina Letizia en Copenhague, el príncipe Federico, que será rey de Dinamarca el próximo día 14 de enero, sin ceremonia alguna de proclamación o coronación, protagonizó en Madrid su último episodio de frivolidad. Un vídeo acreditó que el heredero de la corona danesa salía de buena mañana, con una bolsa cruzada al hombro y con algún desconcierto, del domicilio en Madrid de Genoveva Casanova, exmujer de Cayetano Martínez de Irujo, hijo de la fallecida duquesa de Alba y hermano del actual titular del ducado. El silencio ante esta nueva aventura del príncipe Federico fue la única respuesta de la casa real danesa y de Mary Donaldson, con la que Federico se casó el 14 de mayo de 2004, y de cuyo matrimonio nacieron cuatro hijos. En aquella ceremonia nupcial en la capital de Dinamarca hicieron su aparición oficial fuera de España por primera vez el príncipe de Asturias —ahora el Rey— en compañía de su entonces prometida, Letizia Ortiz, que se unieron en matrimonio unos días después en Madrid, el 22 de mayo.

La difícil familia de la reina

No obstante, la reacción de la futura consorte del rey de Dinamarca, agraviada por una infidelidad más de su marido, ha sido un precipitante añadido de la renuncia de la reina Margarita, que ha tenido que luchar penosamente con todos los miembros de su familia. Su abdicación corta de raíz las dudas sobre la idoneidad del príncipe Federico, eleva el estatus de su esposa, a punto de hacer las maletas y regresar a Australia, y reorienta la vida de su hijo mayor, que a los 55 años ha sido muy popular, pero al que no se le conoce especial rigor en sus comportamientos.

Tampoco a su hermano menor, el príncipe Joaquín, a cuyos cuatro hijos —fruto de sus dos matrimonios— la reina Margarita II retiró en octubre de 2022 el título de príncipes de Dinamarca y el tratamiento de altezas reales, entre las sonoras quejas de su segundo hijo, que no supo entender que la reina trataba así de “racionalizar y optimizar” la familia real y ajustar la corona danesa a las demandas de su sociedad. No obstante, la reina compensó al príncipe Joaquín delegándole algunas funciones de relevancia representativa y, a los pocos meses, la polémica se acalló. La reina decidió, con buen criterio, que solo el hijo mayor de Federico —el primero en la línea de sucesión—, el príncipe Christian, será el que reciba una asignación pública cuando sea adulto y autónomo.

En 2017, la casa real danesa comunicó que el marido de la reina Margarita II, el conde Henri de Monpezat (1934-2018) sufría una grave demencia. Poco tiempo después, en febrero de 2018, falleció tras una vida de excentricidades a las que Margarita II se resistió con auténtica bravura. Negó varias veces y de modo expreso el título de rey consorte que exigía el conde galo, que pasaba más tiempo en sus posesiones francesas que en Copenhague. Ante las negativas de su mujer, anunció —y así se cumplió, sin que la reina objetase la decisión— que su cuerpo fuese incinerado y sus cenizas aventadas, pero que en ningún caso se enterrasen en una tumba con la madre de sus hijos, a la que no perdonó lo que él siempre tuvo como un menosprecio. Para Margarita II se trataba de una cuestión de principios: no había previsión ni constitucional ni uso dinástico de que el marido de la reina pudiese o debiese ostentar la condición de rey consorte, por otra parte, criterio habitual en varias monarquías europeas, entre ellas, la británica.

Los poderes de la reina

Al final, todos estos episodios familiares han derrumbado el firme propósito de Margarita II de Dinamarca de mantenerse en el trono hasta el final de sus días. Ha reinado, no obstante, más de medio siglo (desde 1972) y lo ha hecho en un país próspero de apenas seis millones de habitantes. Es uno de los tres Estados democráticos escandinavos —con Noruega y Suecia— que cuentan con una muy antigua monarquía, absoluta hasta 1849 y desde entonces constitucional gracias a una avanzada Constitución inspirada en la noruega, y desde 1953 con otra que estableció la actual monarquía parlamentaria. No obstante, en Dinamarca los usos constitucionales que han acotado el papel del monarca se han impuesto a un texto constitucional que entrega al jefe del Estado importantes y no ejercidas facultades políticas.

Foto: Margarita de Dinamarca. (Getty/Hulton Archive)

Como explica Göran Rollnert Liern, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Valencia, “un lector extranjero de las constituciones noruega y danesa que no tuviera más conocimiento del funcionamiento de su sistema político llegaría erróneamente a la conclusión de que el rey continúa desempeñando sus funciones constitucionales formales como titular ejecutivo” (La jefatura de Estado parlamentario en el siglo XXI). Pero, efectivamente, no es así.

Dinamarca es un país plenamente democrático, aferrado a su monarquía, que ha sabido adaptarse gracias al entendimiento constitucional adecuado de la reina Margarita II, pero que le ha ofrecido un enorme margen de maniobra en el ejercicio de sus funciones. La reina —veremos cómo queda la monarquía tras su abdicación—, y siguiendo el relato del profesor Rollnert Liern, ha ejercido su magistratura de forma muy activa, más que su padre, en particular en lo que se refiere a la presidencia del Consejo de Estado, en cuyas reuniones participa con “comentarios y opiniones”. La monarca no ha entendido la neutralidad de la jefatura del Estado como inacción y por eso se ha considerado una reina “políticamente incorrecta”. Se ha pronunciado sobre la igualdad de derechos de las mujeres, sobre la propia regulación de la corona, sobre la tolerancia ante la inmigración, sobre las políticas agrícolas de la Unión Europea y sobre el cambio climático, siendo estas últimas especialmente polémicas.

La monarca no ha entendido la neutralidad de la jefatura del Estado como inacción y por eso se ha considerado una reina "políticamente incorrecta"

En 2009, fue la reina la que secundó decididamente la decisión del Gobierno y el Parlamento de someter a referéndum la Ley de Sucesión al Trono para suprimir la prevalencia del varón sobre la mujer. Por fin, la reina ha intervenido incisivamente en las rondas negociadoras para la formación del Gobierno, dada la fragmentación política de la Cámara legislativa del país, en la actualidad gobernado por una coalición de tres partidos, el socialdemócrata y dos de centro, bajo la presidencia desde 2019 de Mette Frederiksen, líder también del partido socialdemócrata. Los laberínticos movimientos de la política danesa quedaron reflejados con enorme éxito de audiencia en la serie Borgen, denominación coloquial del palacio de Christiansborg, sede de los poderes estatales y del primer ministro.

El fin de los reinados vitalicios

Con la abdicación de Margarita II, las monarquías europeas entran en una fase generacional, política y constitucional que abrieron, en realidad, las abdicaciones de Juan Carlos I en España (14 de junio de 2014) y el fallecimiento de la reina Isabel de Inglaterra (8 de septiembre de 2022). El decano de los monarcas europeos es Harald V de Noruega, que cumplirá en febrero 87 años y que continúa en el trono pese a que la salud no le acompaña y ha debido apoyarse en la regencia de su hijo, Haakon Magnus. El próximo día 14, Federico de Dinamarca formará parte de la nueva hornada de reyes parlamentarios de Holanda, Bélgica y España. Por otra parte, parece obvio que los reinados vitalicios no son compatibles con la racionalidad y funcionalidad que exigen los Estados de derecho y que las abdicaciones por edad se terminarán imponiendo en todas las dinastías reinantes.

Margarita II, una reina de hierro, fuerte, decidida y resuelta, que se ha enfrentado a su propia familia, ha tenido la intuición de echarse a un lado antes de que los acontecimientos la superasen. Ha sido una monarca digna, íntegra y democrática en un país en el que, al contrario de lo que escribió Shakespeare en La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca, nada huele a podrido. Causa alerta, sin embargo, que las familias reales no se mantengan en el rigor de la ejemplaridad que es la que dota, como ocurre en España con Felipe VI, de legitimidad de ejercicio a las monarquías parlamentarias.

Ha sido siempre una de las monarcas europeas más decididas y rotundas. Amparada en la Constitución de 1953, que le otorgaba grandes poderes formales, Margarita II de Dinamarca (Palacio de Amalienborg en Copenhague, 16 de abril de 1940) comunicó el pasado día 31, con motivo de su mensaje de fin de año, que se rendía, que abdicaba la corona en su hijo y heredero Federico. La hija de Federico IX, que accedió al trono tras su muerte en 1972, ha arrojado la toalla alegando su edad (83 años) y las secuelas de una operación de espalda que le han obligado a caminar despaciosamente, con un bastón, y sentarse en silla de ruedas. Aún en ese estado de salud, que no le ha privado en momento alguno de lucidez y responsabilidad, recibió a los Reyes de España en visita de Estado los pasados 6, 7 y 8 de noviembre.

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