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El mapa diplomático de Putin: de paria mundial al resurgir de los aliados silenciosos
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Rusia no está aislada

El mapa diplomático de Putin: de paria mundial al resurgir de los aliados silenciosos

Cuando el presidente de Rusia inició la "operación militar especial" hace dos años, se encontraba prácticamente solo. Hoy, las alianzas han cambiado

Foto: El presidente ruso Vladímir Putin durante una reunión en Kazán (Tatarstan). (Reuters/Sputnik Sergei Bobylev)
El presidente ruso Vladímir Putin durante una reunión en Kazán (Tatarstan). (Reuters/Sputnik Sergei Bobylev)
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Cuando hace exactamente dos años Rusia lanzó su sangriento ataque contra Ucrania, por un breve momento pareció que el sentir mayoritario del planeta era de rechazo a la invasión. La primera resolución de la ONU, exigiendo que Moscú detuviera su ofensiva y retirase las tropas, apenas seis días después del ataque, obtuvo el apoyo de 141 estados, la abstención de 35 y el rechazo de solo 5 (Siria, Corea del Norte, Bielorrusia, Eritrea y la propia Rusia). Pero hoy, a dos años vista, el panorama es muy diferente: muchos de los países que en un principio condenaron la invasión siguen haciendo negocios y manteniendo relaciones diplomáticas normales con Rusia, otros han cambiado su orientación en las Naciones Unidas o han adoptado un enfoque abiertamente prorruso, e incluso el bloque liderado por EEUU y la UE en respaldo de Kiev sufre de fisuras importantes.

El gobierno ruso presenta esta situación como una especie de despertar anticolonial, como la llegada final del largamente esperado momento multipolar. La realidad es algo más prosaica, donde muchos estados se limitan a evitar en lo posible el verse arrastrados al conflicto por ningún bando, a velar por sus propios intereses y, en algunos casos, a obtener beneficios. Pero hay algo innegable: pese a los esfuerzos de la diplomacia occidental en este tiempo, Rusia no está aislada y, a estas alturas, es inviable que algo así pueda llegar a ocurrir.

Un sur global escéptico ante el "orden mundial"

Quizá la región donde esta situación es más clara sea en Latinoamérica, donde existe un importante número de gobiernos claramente posicionados a favor de Moscú, como los de Venezuela, Cuba o Bolivia. A ello se suman otros que se perciben a sí mismos como neutrales y cuya política exterior se desarrolla en esa línea, como es el caso de la Colombia de Gustavo Petro o del Brasil de Lula da Silva (pese a las claras simpatías prorrusas del propio presidente).

Los medios y canales de Telegram rusos en castellano llevan a cabo una incesante labor de erosión de aquellos gobiernos que han mostrado su apoyo a Ucrania o han criticado la invasión rusa, como el de Javier Milei en Argentina o Gabriel Boric en Chile. Aún más evidente es en el caso de Ecuador, donde este ecosistema mediático trabaja sin parar para tumbar al ejecutivo de Daniel Noboa (y antes que él, el de Lenín Moreno), con la esperanza de asegurar el regreso al poder del movimiento correísta (por su líder, el expresidente Rafael Correa), cuya posición prorrusa es clara y notoria.

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin, y el líder norcoreano, Kim Jong-un. (Reuters/Archivo/Alexander Zemlianichenko)

Rusia también mantiene una importante operación de penetración en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en México, con el que mantiene unas excelentes relaciones y al que los medios rusos en castellano apoyan sin cortapisas. En último término, ni un solo país latinoamericano se ha sumado a las sanciones contra Rusia.

Lo mismo cabe decir de África, donde la oleada de golpes de Estado en el Sahel y la estrategia de relaciones diplomáticas y militares desplegada durante años han proporcionado a Rusia un importante número de aliados. Esto no es baladí, puesto que esto acaba traduciéndose en líderes políticos y jefes de estado reproduciendo los mensajes propagandísticos rusos —por ejemplo, culpando a Occidente de la crisis global del grano derivada de la invasión—, o en votos en las instituciones internacionales.

Uno de los ejemplos más evidentes es el de Sudáfrica, que el año pasado pidió al presidente ruso Vladímir Putin que no asistiese a la cumbre de los BRICS para no verse obligada a hacer frente a la imposible disyuntiva entre cumplir la orden de detención del Tribunal Penal Internacional, de cuyo tratado es signataria, o arruinar para siempre sus relaciones con Rusia y otras naciones del continente.

En el continente asiático, tan solo los dos principales aliados de Washington —Japón y Corea del Sur— han impuesto sanciones a Rusia y envían suministros para la defensa de Ucrania. En último término, lo que prima en gran parte del llamado "sur global" es un arraigado escepticismo acerca de una guerra en Europa en la que no tiene ningún interés en participar, pero que quiera o no le afecta.

Los diplomáticos europeos y estadounidenses se pasaron año y medio viajando por gran parte del planeta tratando de convencer a estos gobiernos de la importancia de mantener un cierto "orden basado en reglas" y de lo inaceptable de la agresión rusa, un esfuerzo que comenzaba a dar frutos tibiamente a principios del año pasado. Pero todo eso saltó por los aires tras los atentados del 7 de octubre de 2023 y la ofensiva sin cortapisas de Israel en Gaza y la destrucción masiva que ha generado, lo que ha terminado de convencer a muchos de la hipocresía occidental, la existencia de muertos de primera y segunda categoría dependiendo de su color de piel, y el argumento de que para las cancillerías occidentales el derecho internacional no es más que otro instrumento de sometimiento.

Extraños aliados

"Una de las tareas más importantes es crear un nuevo orden mundial. Los países occidentales liderados por Estados Unidos han intentado imponer su propia estructura, basada en su dominación". Estas frases, con las que muchos estarían de acuerdo, aparecen en un documento interno del Consejo de Seguridad Interno de Rusia, parte de un lote obtenido por un servicio de inteligencia occidental y filtrado al diario Washington Post. El documento, fechado el 3 de abril de 2023, refleja la planificación consciente del Kremlin por minar el actual sistema internacional y crear otro que otorgue a Rusia —y otras potencias— más margen de acción para imponerse en lo que considera su "esfera de influencia". Moscú ha empezado a referirse a sí mismo como "parte de la mayoría global".

Ese esfuerzo pasa, por ejemplo, por la ampliación del bloque de los BRICS, que hace pocos meses permitió la entrada a Irán, Arabia Saudí, Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y Etiopía (aunque otro de sus candidatos miembros, Argentina, rechazó entrar en el último minuto). Rusia no oculta que uno de sus objetivos clave con este bloque es establecer un sistema financiero alternativo que en último término incluya la creación de su propia divisa, que permita socavar el predominio del dólar y su papel como herramienta de presión global. Mientras tanto, el gobierno ruso busca promover el uso de las divisas nacionales en las transacciones bilaterales. Esto está funcionando relativamente bien con China, pero no tanto con otros socios comerciales, como la India, puesto que Rusia se niega a aceptar rupias por su volatilidad y el gobierno indio no quiere adquirir rublos que podrían devaluarse antes de poder ser utilizados en los pagos a Moscú. En todo caso, la tendencia a la desdolarización promovida desde arriba está ahí.

Pero el principal pilar de esta estrategia es la consolidación de alianzas profundas con otros estados, como la propia China, Irán y, cada vez más, Corea del Norte. Todos ellos están proporcionando armamento y material militar de diverso grado a Rusia para su guerra en Ucrania, y parecen haber decidido que una victoria rusa en ese país juega a su favor. Irán suministra misiles y drones, e incluso ha ayudado a establecer plantas de fabricación de aeronaves no tripuladas basadas en diseños iraníes dentro de Rusia. Pero el caso más llamativo es el del régimen de Kim Jong-un, que parece firmemente alineado con Putin a cambio de contrapartidas de lo más variopinto: por ejemplo, la televisión pública rusa ha empezado a promover las maravillas naturales del Corea del Norte, como un modo de incentivar el turismo ruso y ayudar a aliviar la maltrecha economía norcoreana.

Foto: Fotografía cedida por la Agencia de Noticias Central de Corea del Norte (KCNA) que muestra un misil mientras es lanzando durante un simulacro de ataque. (KCNA/Archivo))

Esta red de aliados, en cualquier caso, ha permitido a Rusia capear las sanciones occidentales, permitiéndole el acceso no solo a bienes restringidos y piezas de repuesto, sino también a elementos tecnológicos que hacen que la maquinaria militar rusa en Ucrania pueda seguir funcionando. Todo ello lo consigue a través de intermediarios, bien de países amigos (por ejemplo, mediante firmas con sede en Hong Kong) o de naciones limítrofes que se están enriqueciendo, fomentando la entrada a Rusia de productos de terceros países que después reexportan como propios. Es el caso de Turquía, Armenia o Kazajistán.

Cuando Occidente mira hacia otro lado

A ello contribuye en buena medida el que, en muchas ocasiones, los estados occidentales prefieren ignorar las restricciones para no perjudicar sus propios intereses. A modo de ejemplo, las exportaciones de coches de gama alta desde Alemania a Kazajistán se han disparado en el último año, y nadie tiene dudas de que el destino final de estos vehículos es Rusia. Del mismo modo, Armenia se ha convertido en un gigantesco reexportador de productos de la UE a otros países de la región, todos ellos suministradores de Rusia. Y muchas voces proucranianas critican que familiares e individuos cercanos a altos cargos del régimen de Putin puedan seguir disfrutando de un lujoso estilo de vida en muchas capitales europeas.

Igualmente, varios países de la UE siguen adquiriendo hidrocarburos rusos en grandes cantidades, incluyendo a España, que en 2023 compró gas ruso por valores récord superiores a los 3.000 millones de euros. Una gran parte de los petroleros de la 'flota fantasma' rusa que mantiene a flote las exportaciones de crudo de Rusia son de propiedad griega. Y en estos momentos la mayoría de las pólizas de los cargamentos de petróleo ruso son expedidas por aseguradoras británicas con sede en Londres, según datos públicos analizados por el Centro para la Investigación sobre Energía y Aire Limpio (CREA).

Pero en último término, lo que más daño ha hecho a la posición occidental respecto a Ucrania es el papel adoptado ante la guerra en Gaza. Los titubeos europeos —cuando no el abierto apoyo a la ofensiva israelí, como en el caso de Alemania y EEUU— han generado un enorme malestar en Oriente Medio, que está siendo aprovechado por Rusia para incrementar su influencia en la región. Moscú, por ejemplo, acogerá el próximo lunes una reunión de las diferentes facciones palestinas, incluyendo a Hamás, para forjar un posible "gobierno de unidad" que pueda hacerse cargo de Gaza tras una futura retirada israelí.

Foto: Un petrolero de crudo navega en Estambul. (Reuters/Yoruk Isik)

Las aperturas rusas a Hamás y otros grupos cercanos a su aliado Irán, como los huthíes de Yemen, y la defensa pública por parte del Kremlin de la necesidad de crear un estado palestino como solución al conflicto, han destruido la relación amistosa que Rusia mantenía con Israel, pero han servido para afianzar su peso en el mundo árabe, en lo que parece una decisión estratégica totalmente consciente por parte de los líderes rusos. A esto se suma la amistad cada vez más estrecha con Arabia Saudí, que llevó a la decisión conjunta de recortar la producción de la OPEP+ en un intento de elevar los precios del crudo, y que ha producido imágenes altamente simbólicas como la recepción por todo lo alto que se le dispensó a Putin en Riad el pasado diciembre.

Visto en conjunto, a Rusia no le faltan ni amigos ni socios comerciales. El despliegue de todo un abanico de tácticas para evadir las sanciones, sumado a la abundancia de intermediarios dispuestos a extraer beneficios de estos nuevos esquemas, han permitido que las estanterías de las tiendas de la Federación Rusa sigan estando razonablemente abastecidas, y que su maquinaria de guerra pueda seguir funcionando en Ucrania. Desde cualquier métrica, la invasión supone un desastre a largo plazo para Rusia, pero será algo que afectará sobre todo a las generaciones futuras, y que mientras tanto ya está produciendo un efecto tangible: la fragmentación del sistema internacional y la emergencia de un nuevo modelo sin contrapesos a las leyes del más fuerte. Y a juzgar por sus propias palabras a lo largo de los años, así es justo como lo quiere Putin.

Cuando hace exactamente dos años Rusia lanzó su sangriento ataque contra Ucrania, por un breve momento pareció que el sentir mayoritario del planeta era de rechazo a la invasión. La primera resolución de la ONU, exigiendo que Moscú detuviera su ofensiva y retirase las tropas, apenas seis días después del ataque, obtuvo el apoyo de 141 estados, la abstención de 35 y el rechazo de solo 5 (Siria, Corea del Norte, Bielorrusia, Eritrea y la propia Rusia). Pero hoy, a dos años vista, el panorama es muy diferente: muchos de los países que en un principio condenaron la invasión siguen haciendo negocios y manteniendo relaciones diplomáticas normales con Rusia, otros han cambiado su orientación en las Naciones Unidas o han adoptado un enfoque abiertamente prorruso, e incluso el bloque liderado por EEUU y la UE en respaldo de Kiev sufre de fisuras importantes.

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