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¿Los tomates españoles como cabeza de turco? Francia dispara a todos menos a quien toca
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"Sus productos orgánicos son una estafa"

¿Los tomates españoles como cabeza de turco? Francia dispara a todos menos a quien toca

El Elíseo responsabiliza al país vecino, a Mercosur o a las reglas europeas de la ira de sus agricultores, que le han declarado la guerra en las calles a golpe de tractor

Foto: Una bandera de Francia en un tractor de agricultores franceses. (EP/Lorena Sopêna)
Una bandera de Francia en un tractor de agricultores franceses. (EP/Lorena Sopêna)
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"Los bio españoles son falsos. Sus productos orgánicos son una gran estafa. Sus tomates son incomibles". Son las palabras recientes de Ségolène Royal, excandidata socialista al Elíseo y ministra de Medio Ambiente entre 2014 y 2017, que han generado mucha indignación en el país vecino. Poco después, el primer ministro galo, Gabriel Attal, acusaba a países como España e Italia de llevar a cabo una "competencia desleal". Las declaraciones, que han provocado una guerra soterrada a ambos lados de los Pirineos, se producen en un momento de volatilidad, de tensión y de horas bajas en las filas de Emmanuel Macron.

La tensión de las calles se ha trasladado ya a la política y a la diplomacia. Los tractores de miles de agricultores han rugido con fuerza durante esta semana en buena parte de la UE, desde Alemania hasta Rumanía, Francia o Bélgica. Especialmente duras están siendo las manifestaciones en el vecino galo. Por varias razones. Por un lado, por el ADN de protestas que carga el país de la Liberté, Égalité y Fraternité. También, por el peso y el poder del sector agrícola francés, el mayor beneficiario de la Política Agraria Común (PAC) con 9.000 millones de euros al año. Y, por otro lado, por el momento de impopularidad política que atraviesa el inquilino de El Elíseo.

Los chalecos amarillos, cuyo detonante fue la subida de los precios de los combustibles, todavía están en la retina de Macron. Supuso uno de sus momentos más complicados desde su llegada al poder en 2017. Terminó cediendo. Un lustro después, el campo ha vuelto a declarar la guerra con tractoradas masivas en respuesta a la inflación, al exceso de regulación y a la oposición a acuerdos con países o bloques terceros, como el de Mercosur.

"Nuestra agricultura es una fortaleza y también nuestro orgullo", afirmó Attal en un discurso ante la Asamblea Nacional pronunciado recientemente. Algunas de las cesiones que deslizó el recién estrenado primer ministro fue prometer que todos los pagos de la PAC estarán depositados para el 15 de marzo y una exención fiscal al combustible agrícola. Además, si España tuvo su excepción ibérica para contener los precios de la energía durante los momentos de mayor inflación a raíz de la guerra en Ucrania, ahora Attal pide una "excepción agrícola" —que no ha detallado— para defender a sus agricultores y ganaderos.

Foto: Una protesta de agricultores a las puertas del Ministerio de Agricultura. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Pero las medidas no aplacan, de momento, el descontento de las calles, por lo que representes y exmiembros del Gobierno francés han redirigido el foco de actuación, de dentro a afuera. Durante los últimos días se han redoblado las declaraciones que responsabilizan a elementos externos, ya sea España, la UE o Mercosur, de la delicada situación actual. Ante las acusaciones contra la calidad de los productos españoles o contra las reglas europeas, el Gobierno español ha devuelto el golpe con reacciones en cadena.

"Creo que no ha tenido la fortuna de probar el tomate español, le invito a que venga a España a que pruebe cualquiera de las variedades de tomate español y verá que es imbatible", contestó desde Bruselas Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, a las "críticas infundadas" de Royal. "El tomate español es imbatible" es la misma firma fórmula que el inquilino de La Moncloa utilizó en 2021 para defender el consumo de carne con su "chuletón al punto, para mí es imbatible".

"Hay comportamientos que no son tolerables (...) Hemos escuchado de parte de algunos de nuestros vecinos comentarios que considero impropios", coincidía poco antes Teresa Ribera, vicepresidenta a cargo de la Transición Ecológica. "Si nuestras frutas y hortalizas, todos los productos agroalimentarios están situados en primer lugar dentro de Europa y también en muchos países del mundo, es precisamente por el trabajo de nuestros agricultores y ganaderos e industria agroalimentaria por su calidad y competitividad, y no por ninguna otra razón", defendió Luis Planas, ministro de Agricultura, a su paso por el último Consejo de la UE.

¿Chivos expiatorios?

Las protestas llegan en un momento complicado para el ex banquero, que siente muy de cerca el aliento de la extrema derecha liderada por Marine Le Pen. Según todos los sondeos, su eurófobo Agrupamiento Nacional (RN, por sus siglas en inglés) ganará de forma holgada al movimiento macronista de Renacimiento.

El presidente de la república atraviesa un momento complicado en su segundo mandato. Acaba de remodelar su Gobierno, que estuvo muy cerca de caer tras las intensas negociaciones sobre la nueva ley migratoria, que endurece el derecho al asilo y favorece los retornos.

Tras esto, salió adelante por la mínima y con el aval de los diputados de la ultraderecha. Le Pen lo celebró como una gran victoria: había marcado la agenda en uno de los temas que más votos le proporciona: la inmigración. Pero en el otro lado, el ala más progresista del Ejecutivo encajó un duro golpe, en el Parlamento y en las calles.

Foto: Un manifestante sobre un tractor durante una protesta contra las políticas agrícolas europeas. (Reuters/Claudia Greco)

La primera etapa de Macron al frente de Francia tuvo un fuerte componente y protagonismo europeísta. Su obsesión era ser un actor global fuerte. Tanto a nivel nacional como comunitario. Durante estos años ha avalado ideas como la creación de un Ejército europeo. Y fue el mandatario occidental que más se reunió con Vladímir Putin, su homólogo ruso, los meses previos a la guerra. Su gran ambición este tiempo ha sido ganar peso geopolítico y liderar ese camino jupiteriano.

Pero con la casa encendida, sus aportaciones en el tablero de ajedrez internacional se han desinflado. Ha ido reduciendo su capacidad de influencia en la capital comunitaria y fuera de los consortes europeos. Buena cuenta de ello lo dan los bandazos y los equilibrios imposibles que ha intentado mantener en el conflicto de Oriente Próximo.

Ha llegado a tener una confrontación con Israel por denunciar que "muchas mujeres y niños están siendo asesinados en Gaza", ha pedido un alto al fuego con la boca pequeña y de forma menos vocal que España o Bélgica y recientemente ha congelado las ayudas a la Agencia de la ONU para los Refugiados (UNRWA, por sus siglas en inglés).

Equilibrio tentador y peligroso

Durante la campaña nacional de 2017 y la europea de 2019 se enfrentaron dos proyectos antagónicos: su federalismo europeo contra las ambiciones de Le Pen de sacar al país de la UE y abandonar el euro. Ese debate ha amainado. Las próximas elecciones al Parlamento Europeo, que se celebrarán entre el 6 y el 9 de junio, no estarán dominadas por los ejes tradicionales del bipartidismo. El cambio climático y la inmigración serán los grandes movilizadores de voto, según anticipa una encuesta del Consejo Europeo para las Relaciones Exteriores (ECFR, por sus siglas en inglés).

Con la ley migratoria, el gobierno de Macron ya ha vacilado. Ahora la conexión verde ha llegado en forma de las protestas masivas del mundo agrícola, que denuncia exceso de regulación y de burocracia y que exige control y coto al grano ucraniano y el fin de los acuerdos comerciales. Muchos de los participantes en las marchas han cargado también contra el Pacto Verde Europeo y la batería de medidas que tienen por objetivo hacer los terrenos, cultivos y granjas más sostenibles y ecológicos.

En ese equilibrio imposible y con los tambores sonando de cara a la campaña electoral europea, la derecha europea ha redirigido su estrategia para erigirse como el partido del campo, pidiendo menos regulación e intentando frenar la Ley de la Naturaleza Europea. Ahora, Macron mide hasta dónde llegar en cesiones al campo dirimiendo, por ejemplo, si enterrar o no el acuerdo de Mercosur. Por lo pronto, sus filas han criticado el acuerdo comercial, así como la regulación europea, una estrategia que amenaza con dar alas a las corrientes euroescépticas, algunas de ellas negacionistas del cambio climático.

Foto: Agricultores belgas protestan por las presiones sobre los precios, los impuestos y la normativa ecológica en Bruselas, Bélgica. (Reuters/Yves Herman)

La llave del Berlaymont

Pero no todo el contexto juega en contra de Macron. El presidente francés fue el padrino de Ursula von der Leyen. Fue quien puso sobre la mesa de los Veintisiete el nombre de la exministra de Defensa de Angela Merkel. La alemana no lo ha anunciado públicamente, pero es vox populi en Bruselas que busca la reelección. Y magia: la bendición de Macron sería sagrada. El galo ha pujado con fuerza para poner el foco de las protestas en lo alto de la agenda europea. El país vecino movió con intensidad sus hilos diplomáticos para que los 27 líderes debatieran sobre la situación en la cumbre extraordinaria celebrada el jueves en Bruselas. Y en pocos días no ha conseguido poco.

Von der Leyen anunció tras el encuentro que prepararía un plan para reducir la carga burocrática del sector. Un día antes, la Comisión Europea presentó una propuesta para flexibilizar la PAC y eliminar la obligación de dejar en barbecho parte de las tierras durante este año, como demandaba París.

Las políticas verdes están llamadas a jugar un papel de mucho peso en la campaña electoral de las europeas, en la elección de los top jobs que liderarán el gigante de las doce estrellas durante los próximos cinco años y en la composición del futuro Hemiciclo del Parlamento Europeo y las alianzas que se forjen. Su eterno dilema pasa por seguir la vía migratoria y ceder en medidas más alienadas con la derecha radical y que reducirían los objetivos climáticos a sabiendas de que la marca blanca difícilmente se impone a la original.

"Los bio españoles son falsos. Sus productos orgánicos son una gran estafa. Sus tomates son incomibles". Son las palabras recientes de Ségolène Royal, excandidata socialista al Elíseo y ministra de Medio Ambiente entre 2014 y 2017, que han generado mucha indignación en el país vecino. Poco después, el primer ministro galo, Gabriel Attal, acusaba a países como España e Italia de llevar a cabo una "competencia desleal". Las declaraciones, que han provocado una guerra soterrada a ambos lados de los Pirineos, se producen en un momento de volatilidad, de tensión y de horas bajas en las filas de Emmanuel Macron.

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