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La 'patata caliente' de Egipto no son las elecciones. Es Gaza y la presión israelí
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Crisis económica en un momento clave

La 'patata caliente' de Egipto no son las elecciones. Es Gaza y la presión israelí

Este 10 de diciembre, Egipto se presenta a las urnas con un único candidato viable, el actual presidente. La clave es el escenario de los comicios, en medio de la crisis con Israel

Foto: Partidarios de Abdelfatah Al Sisi, actual presidente egipcio. (EFE/Wael Hamzeh)
Partidarios de Abdelfatah Al Sisi, actual presidente egipcio. (EFE/Wael Hamzeh)

La noche llega a El Cairo. Las ruidosas y frenéticas avenidas del barrio de Zamalek contrastan con unas calles estrechas, donde las farolas, con suerte, iluminan el paso de los viandantes. En uno de esos rincones tenues y apagados, una lona blanca se derrama desde lo más alto del edificio y termina en el dintel de la puerta de entrada. Los colores rojo y negro dibujan un mapa de Palestina e Israel. A la izquierda, el nombre de una decena de empresas occidentales proisraelíes aparecen tachadas, también en rojo. En una sociedad sofocada por la atmósfera política, las protestas contra la violencia en la Franja de Gaza han tomado forma de boicot.

En Egipto, las tiranteces nacionales y las presiones de los líderes internacionales sobre su relación con el vecino Israel en el marco de la guerra en la Franja de Gaza, han animado a la población a tomar las calles, en un fenómeno extraño tras años de estricta represión. El boicot se ha alzado como la segunda alternativa después de que al menos 100 personas fueran arrestadas en manifestaciones propalestinas. A pesar de que la protesta sí estaba autorizada, algunos de los manifestantes caminaron hasta la plaza Tahrir, símbolo del levantamiento egipcio de 2011. Allí ya no hay espacio para los disidentes.

El país del norte de África celebra elecciones presidenciales a partir de este domingo 10 de diciembre y hasta el martes 12, día que se prevé que se cierren las urnas. Este año, Egipto llega a los comicios con un único contendiente serio y un ganador previsible: el actual presidente y exgeneral golpista, Abdelfatah Al Sisi. La patata caliente no está en las papeletas, sino en el escenario al que se enfrenta el país tras las urnas: la presión de la ofensiva israelí en Gaza y la debilidad económica del país que quiere ser un actor geopolítico regional.

Por lo pronto, la moneda egipcia ha perdido más de la mitad de su valor desde marzo de 2022. La inflación, que se acerca en torno al 40%, ha alcanzado el récord histórico en el país. La deuda externa, incluida la contraída con organismos internacionales como el FMI, se ha triplicado en los últimos años. Una posición de debilidad en medio de la tensión política de la cuestión de los más de 1 millón de refugiados palestinos empujados irremediablemente por las bombas israelíes hacia la frontera con Egipto.

placeholder McDonald's es una de las empresas afectadas por el boicot por el apoyo occidental a Israel. (Reuters/Mohamed Abd El Ghany)
McDonald's es una de las empresas afectadas por el boicot por el apoyo occidental a Israel. (Reuters/Mohamed Abd El Ghany)

Unidad árabe o seguridad nacional

"Somos igual de árabes que los palestinos. Debemos de defender a nuestros vecinos, están viviendo una pesadilla", apunta uno de los jóvenes que permanece de pie frente al edificio donde cuelga la pancarta. Awad (nombre ficticio para mantener su anonimato) insiste que lo que está ocurriendo en Gaza tras el contraataque del ejército de Israel es un "genocidio" y que en Egipto "ya no pueden ni manifestarse". Pese a que la calle mantiene su postura propalestina, Egipto es uno de los países árabes que antes estableció relaciones diplomáticas con el Estado de Israel, desde 1979.

A las manifestaciones por parte de la población civil se unen las presiones de los planes de Israel en Gaza, que ponen a su vecino en una situación aún más comprometida. Las primeras fases de la contraofensiva israelí obligaron a cientos de miles de palestinos a dejar sus hogares del norte de Gaza, desplazándose hacia el sur. Ahora, y tras lograr casi todo el control de Gaza norte, Israel ha avanzado hacia una nueva fase: arrinconar a los desplazados del sur, atacando aquellas zonas que había declarado "seguras" para los refugiados y presionando el paso fronterizo de Rafah, que comparte con Egipto.

Foto: Los gazatíes escapan de la ciudad de Gaza después del ultimátum de Israel. (EFE/Mohammed Saber)

Los egipcios de a pie defienden su larga historia de apoyo a la causa palestina. Pese a ser el primer país del mundo árabe en reconocer al Estado hebreo (un reconocimiento a cambio de la recuperación de la península del Sinaí y la ayuda económica de Estados Unidos), el líder egipcio Hosni Mubarak (1981-2011) permitía las protestas propalestinas para distraer la atención de las crisis internas en el país. Pero con el estallido de la revolución egipcia en 2011 y la posterior llegada del actual presidente, el exgeneral Abdelfatah Al Sisi al poder mediante una asonada militar en 2013, se prohibieron todas las manifestaciones públicas, como parte de su campaña para despolitizar a la sociedad. Que las recientes confrontaciones entre Hamás y el Estado de Israel hayan llenado de nuevo las calles de ciudades como El Cairo no es una buena noticia para Al Sisi, y mucho menos con unas elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina.

Plan israelí de reubicación palestina

Las manifestaciones de solidaridad no solo están relacionadas con el propio sentimiento árabe, sino también con cuestiones de seguridad nacional, que Al Sisi sí ha defendido en reiteradas ocasiones. Un gran parte de la población rechaza los planes de reubicación masiva de palestinos en Egipto, en la península del Sinaí.

Según Al Sisi (y corroborado en diversas declaraciones públicas de ministros israelíes, así como documentos oficiales) la actual guerra de Israel en Gaza no solo pretende acabar con Hamás, sino que sería también "un intento de empujar a los habitantes civiles [de Gaza] a migrar a Egipto". Este éxodo tendría como objetivo "eliminar la causa palestina, la causa más importante en nuestra región", según ha sostenido Al Sisi. El hecho de que Al Sisi haya hecho esos comentarios en numerosos foros junto a sus pares internacionales evidencia que hay presión internacional por parte de países occidentales para que Egipto acepte los refugiados.

placeholder Escenas de destrucción en Gaza, bajo bombardeos israelíes. (Reuters/Athit Perawongmetha)
Escenas de destrucción en Gaza, bajo bombardeos israelíes. (Reuters/Athit Perawongmetha)

La negativa de los países árabes en recibir a refugiados palestinos tiene profundas raíces históricas. Tras la guerra de 1948, cuando se creó el Estado judío, unos 700.000 palestinos fueron expulsados o huyeron del territorio que hoy es Israel. Desde entonces, Israel se ha negado a cualquier demanda palestina de derecho al retorno, argumentando que la vuelta de los ahora millones de descendientes de esos expulsados amenazaría la mayoría judía del país. Egipto y otros países árabes temen que, con la guerra de 2023, que no tiene un calendario ni un plan público para Gaza tras la ofensiva israelí, suceda lo mismo. Con este historial, los países árabes ya han adelantado que no van a confiar en las promesas israelíes.

"Ese plan lo único que va a conseguir es que Israel gane la partida y Palestina pierda su territorio", apunta el joven Awad.

A la pérdida de identidad se suman las líneas rojas relacionadas con la insurgencia terrorista en la región del Sinaí, donde Israel propone realojar a los refugiados palestinos. Desde que el ejército de Egipto derrocó en julio de 2013 al presidente Mohamed Morsi, afiliado a los Hermanos Musulmanes, el Sinaí se ha convertido en un foco de violencia preocupante para El Cairo. "Se nos escaparía de las manos", apuntó el propio presidente, Al Sisi durante una conferencia de prensa en la capital egipcia. "El Sinaí se convertiría en una base para operaciones terroristas contra Israel, y nosotros, en Egipto, asumiríamos la responsabilidad por ello", añadió el mariscal.

Inflación y deuda

Egipto llega a las urnas con números rojos en su economía y la mayor deuda con el Fondo Monetario Internacional. A pesar de las ayudas de la organización financiera, que prestó alrededor de 3.000 millones de dólares al país, Egipto no ha cumplido con su parte. Desde la llegada de Al Sisi, la deuda externa se ha triplicado, no se han reducido las subvenciones públicas y tampoco se han privatizado determinados sectores, que siguen en manos de las Fuerzas Armadas. En 2022, una de las agencias del brazo militar se quedó con los derechos para comercializar en más de una treintena de islas del río Nilo, así como en otros puntos del país como Alejandría. La inflación ha llegado a máximos históricos hasta casi el 40% para agosto de 2023, y los últimos datos oficiales del Banco Mundial calculan que la tasa de pobreza en 2019 ascendió hasta el 60%, frente al 30% que sugieren desde fuentes gubernamentales.

Durante un tiempo, Egipto dependió del dinero de inversionistas para tapar el agujero de deuda. Las tasas de interés, muy por encima de la inflación, lo convirtieron en uno de los destinos favoritos del mercado. Aun así, la estrategia financiera se desmoronó cuando en febrero de 2022 Rusia comenzó la invasión de Ucrania, lo cual disparó los precios de las materias primas. Egipto depende del trigo importado, que proporciona la mitad de la harina que se destina al programa de subsidios, que alimenta alrededor de 72 millones de egipcios al día. La harina es la piedra angular de la dieta y la economía egipcia.

Egipto se ha mantenido firme hasta el momento en su promesa de no ceder a Israel y abrir las compuertas a los refugiados palestinos que huyen de los bombardeos. Sin embargo, la presión es doble, interna y externa: con imágenes cada vez más terribles de las masacres en Gaza, la postura egipcia puede parecer insensible al drama humano. Con una economía de rodillas, el engranaje de presión de aliados occidentales, el principal Estados Unidos, está apretando sus tuercas.

La noche llega a El Cairo. Las ruidosas y frenéticas avenidas del barrio de Zamalek contrastan con unas calles estrechas, donde las farolas, con suerte, iluminan el paso de los viandantes. En uno de esos rincones tenues y apagados, una lona blanca se derrama desde lo más alto del edificio y termina en el dintel de la puerta de entrada. Los colores rojo y negro dibujan un mapa de Palestina e Israel. A la izquierda, el nombre de una decena de empresas occidentales proisraelíes aparecen tachadas, también en rojo. En una sociedad sofocada por la atmósfera política, las protestas contra la violencia en la Franja de Gaza han tomado forma de boicot.

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