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El país de las despedidas prohibidas: "Conseguí escapar de Corea del Norte por 23.000 euros"
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Una de las últimas desertoras

El país de las despedidas prohibidas: "Conseguí escapar de Corea del Norte por 23.000 euros"

No muchos consiguen cruzar la frontera de Corea del Norte, sin embargo, algunas personas "muy afortunadas" logran empezar una nueva vida lejos del régimen. Esta es la historia de Jo Eun-Sil: una de las últimas en conseguirlo

Foto: Un edificio en el lado chino de la frontera para que los turistas puedan ver Corea del Norte. (Reuters/Damir Sagolj)
Un edificio en el lado chino de la frontera para que los turistas puedan ver Corea del Norte. (Reuters/Damir Sagolj)
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Un día, Jo Eun-Sil dejó atrás las despedidas. No dijo adiós a sus compañeros de clase, ni siquiera a sus amigos y familiares. Apenas pudo abrazar a su madre que, entristecida, le pedía que se quedase en casa y no se marchara por miedo a que en el camino no encontrase la libertad, sino la muerte. Su padre fue quien le dio el último empujoncito a la idea que llevaba fraguando desde hace años. "Vete, hija, vete...", le repetía cada día antes de partir hacia lo que describe la joven norcoreana, de 26 años, como "un mundo totalmente diferente".

La razón por la que Jo Eun-Sil no se despidió de nadie no fue la falta de ganas. Se moría por hacerlo. "Guardo buen recuerdo de mis conocidos allí", asegura. El motivo era mucho más profundo de lo que cualquiera de las personas que quería podría llegar a sospechar: se iba a fugar de la prisión más grande del mundo. "No podía correr ningún riesgo".

El plan que había urdido, gracias a unos familiares que habían escapado años antes y que ahora residían en Corea del Sur, estaba a punto de comenzar. Cualquier paso en falso, palabra a la persona incorrecta, decisión mal tomada... podía tener consecuencias desastrosas para ella y sus allegados. Así que se preparó, cogió la única foto que guarda de su ciudad —que a día de hoy conserva— y se decidió a apostar toda su suerte a un rostro desconocido del que ni siquiera sabía el nombre. Nada.

"Lo más lejos que había llegado hasta ese día era la playa de la ciudad a la que me mudé [Chongjin, al norte del país, a tan solo 100 kilómetros de la frontera con China]. Allí pasábamos los pocos días de vacaciones que tenemos al año", explica Jo Eun-Sil en una extensa entrevista con El Confidencial, facilitada por Amnistía Internacional. "Yo nací en el condado de Pyongsan, pero al poco me fui allí. Chongjin, donde he vivido casi toda mi vida, es una ciudad portuaria bastante grande. La mayoría de la actividad comercial de la zona son barcos faeneros que pescan pulpo".

placeholder Kim Jong-un, en una visita a la ciudad portuaria de Chongjin. (Reuters)
Kim Jong-un, en una visita a la ciudad portuaria de Chongjin. (Reuters)

La joven sonríe de manera cortés, cruza sus manos encima de la mesa y se dispone a empezar. Su tono no se eleva ni media nota pese a la vertiginosa historia que guarda consigo. ¿Cómo una chica tan joven (23 años en ese momento), de baja estatura y rostro dócil, angelical y risueño, consiguió escapar del régimen más autoritario del mundo? "Soy una persona muy afortunada", clama. Esta es la única frase que repite entre todas las preguntas. Y no es para menos, la joven norcoreana fue una de las únicas 1.047 que escaparon en 2019 —de los 26 millones de habitantes—, justo antes de la crisis sanitaria del covid y de que el número de desertores cayese en picado.

Su nombre, Jo Eun-Sil, no existe. Es tan solo un pseudónimo. El real queda oculto por razones de seguridad: "Mi familia sigue en Corea del Norte. No quiero que corran ningún riesgo". Un mismo temor que persiste en las 34.021 personas que han conseguido escapar a Corea del Sur desde 1998. No sin razón, debido a que se han notificado numerosos casos de hostigamiento, persecuciones, amenazas o incluso el asesinato de desertores del régimen que gobierna el líder supremo de Corea del Norte, Kim Jong-un.

El plan de fuga

Toda idea surge de una chispa. En este caso, las llamas de la fuga empezaron a brotar cuando Jo Eun-Sil descubrió las series y películas de las televisiones surcoreana, china y rusa. A escondidas, nada más acabar el instituto, veía en su portátil —"un lujo que ha llegado recientemente a Corea del Norte y que no todas las familias tienen"— esas escenas y se preguntaba: "¿Existe esa vida?".

El control de la información es férreo en Pionyang, asegura Jo Eun-Sil, si un ciudadano consume o accede a algún material no autorizado por el régimen, los castigos que se emplean en estos casos son brutales. De hecho, en el estraperlo norcoreano, una de las cosas con las que más se trafica son las películas. "Algunos vecinos del barrio nos cambiábamos USB con películas", recuerda la joven. Un delito penado en el país y que, si te pillaban cometiendo, "había castigos para ti y tu familia".

Ya fuera por la rebeldía de la juventud o la inocencia de un nuevo horizonte, Jo Eun-Sil lo tenía claro: "Me gustaría vivir de otra manera. Cambiar la vida que tengo y prosperar". Fue entonces cuando un pariente que actualmente reside en Seúl le dio la llave para escapar.

"Me gustaría vivir de otra manera. Cambiar y prosperar con una mejor calidad de vida"

"Mi familiar —con el que conseguía hablar muy pocos días al año a través de la red de telefonía china que roza en algunos puntos de la frontera, a pesar de los inhibidores— me dijo que había una manera de escapar de Corea del Norte, la misma que había utilizado él años antes. Gracias a mediadores que operan en China, se podía salir del país de una manera relativamente segura", dice Jo Eun-Sil.

Pese a que ninguna manera de escapar del país te garantiza por completo tu integridad y existen muchos funcionarios norcoreanos que fingen ayudar a los desertores a escapar para después atraparlos, la joven confió en sus parientes y aceptó su propuesta de fuga. Había muchos riesgos, era innegable, pero si sus familiares lo consiguieron años antes, ¿por qué no iba a poder hacerlo ella?

placeholder Frontera entre China y Corea del Norte. (EFE)
Frontera entre China y Corea del Norte. (EFE)

"Una vez decidida a fugarme, tuve la inmensa suerte de dar con mediadores que trabajan —siempre pagándoles, claro— de manera honesta. A las 12.00 de la noche conseguí cruzar la frontera. Estaba fuera", revela Jo Eun-Sil. ¿Cuánto le costó? "Conseguí escapar de Corea del Norte por 23.000 euros [al cambio de won surcoreano]". La cifra parece escandalosa. El experto y la intérprete de Amnistía Internacional, que acompañan a la joven coreana durante la entrevista, exclaman al unísono un "Ohhhhhh" y se hace el silencio. ¿Cuánto cuesta ahora? "Desde el covid se ha complicado mucho [debido al cierre completo del país] la salida de Corea. Ahora cuesta aproximadamente 44.000 euros".

"Escapé de Corea del Norte por 23.000 euros"

En este punto, cabe preguntarse si es asumible esta cifra para un ciudadano de la alta sociedad norcoreana: ni de lejos. "En mi país no existen los sueldos, mi madre es doctora en medicina oriental y mi padre militar retirado debido a una enfermedad, pero nunca han recibido un pago. El dinero que conseguíamos era a través de vender algunas cosas. Nunca por el trabajo", resume. "Fue mi familiar en Corea del Sur quien pagó al mediador". Aun así, mediante las pequeñas ventas que hacían, nunca habrían podido costearse el viaje de huida. De hecho, casi ningún residente en el país puede reunir esa cantidad de dinero.

El cine, como cualquier arte, despertó en Jo Eun-Sil un sentimiento que jamás habría encontrado entre las fronteras de Corea del Norte. En su cabeza, asumir cualquier riesgo era peor que dejar escapar la oportunidad de conocer un mundo que, según percibía en las series, era lo que ella deseaba. Un mundo, radicalmente opuesto al suyo, en el que hubiese libertad.

La ruta hacia la libertad

"Lo que más me sorprendió cuando llegué a China fueron las carreteras", resalta Jo Eun-Sil. "Era una cosa fuera de sí, estaba viendo lo mismo que años antes a través de la pantalla". Hasta ese pequeño detalle le sorprendió: una simple carretera comarcal en algún punto —sin especificar por motivos de seguridad— en el río Tumen, que separa Corea del Norte de China, le parecía sorprendente.

Entonces, una punzada le recorrió el cuerpo a la joven: "Se me cruzaron varios sentimientos". Por un lado, tenía la vida que había soñado. Al otro, "Mi familia", señala Jo Eun-Sil. Sobre su país, "No lo echo tanto en falta. Siento muchísima pena por el pueblo norcoreano, porque vive alejado de la realidad. No hay ninguna libertad". Respecto a las razones políticas, prefiere no entrar en detalle.

placeholder Vista general del río Tumen, en el que confluyen las fronteras de China, Rusia y Corea del Norte. (EFE/Yonhap)
Vista general del río Tumen, en el que confluyen las fronteras de China, Rusia y Corea del Norte. (EFE/Yonhap)

Allí, en la extensa franja que separa la geografía de los países, se topaba con un obstáculo inmenso. Una línea imaginaria en la que se encerraba todo su mundo. Los mediadores que le trasladaron hasta la frontera sabían bien lo que hacían. La franja entre China y Corea del Norte se extiende a través de 1.420 kilómetros, una distancia inabarcable incluso para Kim Jong-un y sus funcionarios, que tanto empeño ponen en vigilarla.

"Los 'mediadores' sobornan a los guardias para que hagan la vista gorda. Fue gracias a esto que conseguimos cruzar sin peligro"

Justo a la hora indicada y en el lugar preciso, "la cámara de vigilancia que estaba en el lugar no enfocó en la dirección correcta. No había guardias, cruzamos en coche hasta el otro lado". Más adelante, en la conversación, Jo Eun-Sil explica que esta falta de observadores no fue una casualidad. "Los mediadores sobornan a los guardias para que hagan la vista gorda. Fue gracias a esto que conseguimos cruzar sin peligro".

Otro de los detalles que menciona Jo Eun-Sil sobre su fuga es la marca del vehículo que, aunque reconoce no ser una gran conocedora del mundo del motor, asegura que era un Mercedes. "No sé si era esa marca o no, pero en Corea a todos los autos lujosos les llamábamos así", apunta para después añadir que los vehículos de alta gama "pasan más desapercibidos que otros modelos a través de la frontera". Es decir, gracias a las conexiones de los mediadores chinos, el coche, el lugar, los sobornos y, lo más importante, la valentía de Jo Eun-Sil; la joven consiguió escapar, para no volver nunca más.

Una nueva vida

Una vez que estuvo a salvo, en la casa del mediador que le había ayudado a cruzar la frontera, Jo Eun-Sil durmió en un lugar que era "exactamente lo que había soñado". Todo lo que dejó atrás no se parecía ni un ápice a la "lujosa" casa que tenía aquel hombre con el que "nunca más volvió a hablar", tras terminar el proceso de huida.

Sin embargo, su odisea acababa de empezar. Se encontraba en un país totalmente desconocido junto a un hombre del que no sabía nada y, lo más importante, sin pasaporte. Claro, ¿para qué necesitaría pasaporte un ciudadano norcoreano? "Los mediadores se encargaron de todo. A través de China, Laos, Tailandia..., llegue a Corea del Sur, donde me iba a encontrar con mis familiares", explica la joven. "En cualquier momento entre todos esos países, el Gobierno norcoreano podía interrumpir mi viaje, pero no fue así". "Soy muy afortunada".

"En cualquier momento entre todos esos países, el Gobierno norcoreano podía interrumpir mi viaje, pero no fue así"

¿Intentaron atraparla? "En mi país hay elecciones constantemente. Votar es obligatorio, por lo que cuando me marché, los funcionarios se dieron cuenta de mi ausencia. Desde la central, se enteraron de que ya no vivía allí, entonces empezaron a investigarme. Intuyo que se dieron cuenta de que tenía parientes que se habían escapado antes a Corea del Sur. Sin embargo, como no soy revolucionaria ni mantengo un perfil alto, mi caso está tenue y no hace saltar las alarmas", analiza su situación. "Gracias a dios, a mis padres no les ha pasado nada por mi desaparición".

Jo Eun-Sil explica algunos detalles más de su viaje: "Los ciudadanos norcoreanos somos —a ojos de las autoridades portuarias— ciudadanos de Corea del Sur, por lo que mi solicitud de visado no se complicó más de lo necesario. Eso sí, pasé por numerosos controles y me estuvieron investigando por si era una criminal. Una vez pasado ese trámite, una organización gubernamental de Corea del Sur se encargó de mí".

placeholder Una vista general muestra un cielo despejado sobre la ciudad de Seúl. (EFE/Yonhap)
Una vista general muestra un cielo despejado sobre la ciudad de Seúl. (EFE/Yonhap)

Cuando la joven se reencontró con su familia, aparte de actualizar el estado de otros parientes, intercambiaron algunas imágenes sobre Corea del Norte. "Ahora esto funciona así", les decía Jo Eun-Sil, a lo que respondían sorprendidos: "Antes de que marchásemos, no había nada de eso, cómo ha cambiado todo", explica sin entrar en más detalles.

Jo Eun-Sil se atreve a soñar sobre su futuro. "Ahora, en mi nueva vida, me gustaría ser una persona estándar. Ir a mis clases de contabilidad y comercio internacional, terminar mis estudios y trabajar en este campo, casarme, vivir de la manera más sencilla...". Pero, entre todas esas ideas, está su pasado en Corea del Norte, donde todavía está su familia. El último lazo que le queda con el país.

"Lo último que les dije a mis padres: 'Ya no lloro tanto como antes"

Una vez al año, Jo Eun-Sil puede volver a hablar con sus padres durante unos minutos. En la frontera, esta vez desde el lado chino, marca su número que recibe una ligera señal del exterior. En la última llamada a sus padres, este mismo año, la joven coreana estaba más triste de lo normal, relata. "Mi padre estaba enfermo, antes de que marchara su salud era delicada, pero desde el covid ha ido a peor y la Sanidad allí es muy complicada".

Faltan alrededor de 365 días para volver a saber cómo está. Ni una foto ni un mensaje ni una despedida. "Lo último que les dije a mis padres: 'Ya no lloro tanto como antes".

Un día, Jo Eun-Sil dejó atrás las despedidas. No dijo adiós a sus compañeros de clase, ni siquiera a sus amigos y familiares. Apenas pudo abrazar a su madre que, entristecida, le pedía que se quedase en casa y no se marchara por miedo a que en el camino no encontrase la libertad, sino la muerte. Su padre fue quien le dio el último empujoncito a la idea que llevaba fraguando desde hace años. "Vete, hija, vete...", le repetía cada día antes de partir hacia lo que describe la joven norcoreana, de 26 años, como "un mundo totalmente diferente".

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