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El cambio de tono que nadie vio venir. ¿Por qué viaja Xi Jinping a Estados Unidos?
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Una reunión esperada

El cambio de tono que nadie vio venir. ¿Por qué viaja Xi Jinping a Estados Unidos?

El cambio de rumbo forma parte de los preparativos de Pekín para el viaje de Xi a San Francisco este miércoles, su primera visita a Estados Unidos en más de seis años

Foto: El presidente estadounidense, Joe Biden, sale de la Casa Blanca en Washington para reunirse con Xi Jinping. (EFE/Chris Kleponis)
El presidente estadounidense, Joe Biden, sale de la Casa Blanca en Washington para reunirse con Xi Jinping. (EFE/Chris Kleponis)
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Si la política fuera una ciencia y pudiéramos medir en números los movimientos internacionales, la cumbre de los presidentes de China y Estados Unidos, que se celebra hoy en San Francisco, se expresaría con una cifra concreta: 700.000 millones. El valor, en dólares, del comercio bilateral entre ambos países. Una de las mayores relaciones económicas de la historia. Un volumen de negocio tan enorme que puede forzar a sentarse juntos a dos emperadores adversarios, Xi Jinping y Joe Biden, incentivados también por la necesidad de planchar numerosas arrugas geopolíticas. El palabro oficial que planea sobre la cumbre es de-risking, que es básicamente reducir los riesgos.

Entre los objetivos del encuentro, que se celebra en el seno del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), están reanudar las comunicaciones militares entre ambos gobiernos, abortadas por China como reacción a la visita oficial de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a Taiwán, en 2022; cerrar un acuerdo que limite el uso de la inteligencia artificial en los sistemas de armas nucleares, como publicó The South China Morning Post, y revisar otras áreas de interés común, como las políticas climáticas o la lucha contra el tráfico de fentanilo, el opiáceo en parte responsable de las muertes por sobredosis en EEUU.

Otra parte importante del viaje, es posible incluso que la parte clave, es que el presidente chino clausurará su visita cenando con la flor y nata de los empresarios norteamericanos. Según The Wall Street Journal, esta fue la condición expresa que puso el Gobierno chino a Estados Unidos para organizar el viaje de Xi. El gesto que puso fin a semanas de complicadas negociaciones, ciberataques, ninguneos y otros golpes de mano entre ambas administraciones, deseosas de proyectar fuerza.

Una manera de entender la reportada fijación de Xi con hacerse la foto rodeado de los grandes magnates estadounidenses es que la economía china necesita gestos así: señales de apertura en un momento de pesimismo y deterioro. Las draconianas políticas de covid cero, el enfriamiento de la demanda global, la espiral de sanciones y aranceles y otras causas han hecho que la economía china deje de crecer a los niveles de antaño. Su paro juvenil alcanza, según estimaciones, un 46,5%; la inversión extranjera directa entró en déficit por primera vez desde que se lleva el registro, y los bancos estatales están reduciendo los préstamos inmobiliarios.

En este contexto, Beijing está suavizando las reglas para que las instituciones extranjeras puedan invertir en valores financieros chinos y convertir divisas. En la calle, según una reciente encuesta de Morning Consult, también habría una mayor receptividad. El sondeo refleja que el porcentaje de chinos que ve a Estados Unidos como "un enemigo" ha bajado por debajo del 50%. Una proporción muy alejada de aquellos meses de primavera de 2020 en que la animadversión superaba el 80%. Ahora mismo, el 75% de los encuestados quiere que se resuelvan las tensiones con Washington y que se normalicen, de nuevo, las relaciones.

La interdependencia entre ambos países es una consecuencia del giro geopolítico impulsado por la Administración Nixon hace 50 años: la idea de amigarse con la China maoísta para separarla de la URSS y así debilitar el peso internacional del comunismo. Esta apertura acabó formando un matrimonio de conveniencia: China se convertiría en la fábrica y Estados Unidos, en el mercado de consumo.

Una relación de ganadores que sigue en pie. En China hay ahora mismo registradas casi 9.000 compañías estadounidenses. Gigantes como Qualcomm reciben la mitad de sus ingresos en el mercado chino; solo Apple gana más de 40.000 millones de dólares anuales en sus operaciones allí; Coca-Cola tiene 45 factorías en China, Walmart 400 tiendas y McDonald’s más de 2.500 sucursales. En total, tres de cada 10 empleados de corporaciones estadounidenses en el extranjero están en China.

Del lado estadounidense, también hay conciencia de lo que está en juego. "Tenemos una relación comercial de 700.000 millones de dólares. La vasta mayoría de los cuales, el 99%, no tiene nada que ver con los controles a las exportaciones", declaró en la CNN la secretaria de Comercio norteamericana, Gina Raimondo. China y EEUU representan juntos el 40% de la producción global de bienes y servicios, y los aliados de Washington, por ejemplo en la Unión Europea, llevan tiempo apremiando a los estadounidenses a que amainen un poco las cosas con los chinos.

Porque las arrugas geopolíticas son gruesas: Biden y Xi se verán las caras después de seis años de fricciones. El punto de salida fueron los aranceles aplicados por la Administración Trump, en 2018, a 50.000 millones de dólares en importaciones de acero y aluminio chinos. Una medida justificada como reacción a las prácticas comerciales chinas y que desató, desde entonces, una espiral de tarifas y sanciones económicas que han enrarecido la relación entre ambos países, y también con las empresas. Las corporaciones americanas que operan en China han denunciado en los últimos años un clima crecientemente hostil hacia sus operaciones.

Más allá de lo económico, China rivaliza con la proyección americana en los organismos internacionales y en varias regiones del mundo. Beijing invierte en África más del doble que los estadounidenses, por ejemplo, y también ha superado a Washington en las inversiones en América Latina. Una región considerada tradicionalmente como el sagrado patio trasero de Estados Unidos. Pero las tensiones se perciben sobre todo en el área geográfica inmediata de China, que EEUU domina desde la Segunda Guerra Mundial: el Indo-Pacífico.

Foto: Un asistente a la sesión general anual de la Aipac. (EFE/Erik S. Lesser)

El pasado agosto, Washington aprobó una venta de armas de 500 millones de dólares a Taiwán, considerado por China parte de su territorio. El interés norteamericano por la isla, que técnicamente no ha reconocido como país independiente para no antagonizar con Beijing, coincide con un claro aumento de la actividad militar china en los alrededores, con aviones de combate y barcos de guerra que amagan con cercar a los taiwaneses. Washington también apoya a los vecinos de China, como Filipinas, en sus continuos roces por el control del mar del Sur de China. Una de las acciones más dolorosas para los chinos es el bloqueo de componentes de alta tecnología impuesto por los estadounidenses.

La Casa Blanca ha reconocido que esta "competencia" con China ha de gestionarse más de cerca para evitar conflictos, de ahí la voluntad, de ambos presidentes, de sentarse a hablar. "Estamos deseando que llegue esta productiva reunión", declaró el consejero de Seguridad Nacional de Joe Biden, Jake Sullivan. "El presidente Biden tiene una larga historia con el presidente Xi y sus conversaciones son directas y francas, y el presidente Biden cree que no hay sustituto posible para una reunión entre líderes, una diplomacia cara a cara, para gestionar esta compleja relación".

Durante la cena posterior con los líderes empresariales estadounidenses, que abonarán 2.000 dólares cada uno por asistir, Xi dará un discurso. Es la primera vez que visita Estados Unidos desde que cenó con el entonces presidente, Donald Trump, en Mar-a-Lago en 2017. Será su noveno viaje en total. El quinto desde que es presidente de China. Todo para desarriesgar la dinámica bilateral más determinante del mundo.

Si la política fuera una ciencia y pudiéramos medir en números los movimientos internacionales, la cumbre de los presidentes de China y Estados Unidos, que se celebra hoy en San Francisco, se expresaría con una cifra concreta: 700.000 millones. El valor, en dólares, del comercio bilateral entre ambos países. Una de las mayores relaciones económicas de la historia. Un volumen de negocio tan enorme que puede forzar a sentarse juntos a dos emperadores adversarios, Xi Jinping y Joe Biden, incentivados también por la necesidad de planchar numerosas arrugas geopolíticas. El palabro oficial que planea sobre la cumbre es de-risking, que es básicamente reducir los riesgos.

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