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El fin de la ilusión china en Alemania: ¿puede acabar el 'matrimonio' de Xi y Scholz?
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El fin de la ilusión china en Alemania: ¿puede acabar el 'matrimonio' de Xi y Scholz?

El gobierno alemán se ha despojado de la mayoría de sus ilusiones sobre la futura relación política y económica con China

Foto: El presidente de China, Xi Jinping (dcha.), recibe al canciller alemán, Olaf Scholz (izq.), en el Salón Este del Gran Salón del Pueblo de Pekín, China. (EFE / Kay Nietfeld)
El presidente de China, Xi Jinping (dcha.), recibe al canciller alemán, Olaf Scholz (izq.), en el Salón Este del Gran Salón del Pueblo de Pekín, China. (EFE / Kay Nietfeld)

La postura de Alemania ante China importa. No solo porque Alemania es la cuarta economía del mundo y ha sido un faro de estabilidad y un motor de crecimiento para Europa, sino también porque Alemania importa a China. El Gobierno chino ha subrayado constantemente su respeto por la industria alemana, ha alabado la disposición de Alemania a invertir en China y ha elogiado la apertura de Alemania a los negocios y su prudencia política a la hora de tratar con los dirigentes chinos. Al mismo tiempo, Alemania es única entre los Estados miembros de la UE por la profundidad de sus lazos económicos con China y la interrelación de sus principales industrias con el mercado chino.

Este papel excepcional ha hecho de Alemania un gran beneficiario del desarrollo económico de China. Pero también la ha hecho más vulnerable a la nueva realidad económica mundial, en la que la geopolítica ha vuelto con fuerza y los negocios ya no son solo negocios, sino que están plagados de tensiones políticas. La forma en que los líderes de Berlín naveguen por este nuevo entorno no solo definirá el futuro de la prosperidad alemana, sino también la capacidad de la Unión Europea para mantener su posición como potencia económica mundial y superpotencia reguladora.

Foto: Intervención de Zelenski durante la Conferencia de Seguridad celebrada en Múnich. (EFE/Anna Szilagyi)

A mediados de julio, el Canciller Olaf Scholz y su gobierno de coalición publicaron la primera estrategia integral de Alemania sobre China, un documento de posición de todo el gobierno sobre el estado de la relación alemana con su mayor socio comercial. El documento sienta las bases que guiarán las políticas de Berlín en los próximos meses, desde la mejora de la ciberseguridad y la protección de infraestructuras críticas hasta la política industrial y la creación de nuevas asociaciones globales. Con el tiempo, podría dar lugar a uno de los cambios más fundamentales en la política exterior y económica de Alemania de las últimas décadas: el adiós definitivo al "Wandel durch Handel" ("cambio a través del comercio").

De hecho, el propio documento es ya un primer indicador de este cambio. A diferencia de otras publicaciones de esta naturaleza, la estrategia pone a prueba los límites de la prosa diplomática al exponer un argumento sorprendentemente claro sobre el tipo de China al que se enfrenta Alemania: una que desafía fundamentalmente los intereses alemanes y con la que se ha vuelto mucho más difícil encontrar un terreno común: "China ha cambiado y, por tanto, debemos cambiar nuestro enfoque", afirma.

Los dirigentes chinos llevan años impulsando un mayor control del mercado. Esto ha contribuido en gran medida a que los alemanes se hayan hecho ilusiones sobre la gran oportunidad de negocio que representa realmente el mercado chino. Cada vez es más evidente que las expectativas del mercado de un crecimiento elevado y continuado, manteniendo grandes cuotas de mercado, que impulsaron gran parte del entusiasmo alemán por China, ya no progresarán en su dirección lineal anterior. El pastel chino no solo crecerá a un ritmo mucho más lento, sino que las empresas europeas capturarán una porción desproporcionadamente menor del mismo. Incluso en sectores que representan el mayor orgullo alemán, como la industria automovilística, los vehículos eléctricos chinos desafían ahora agresivamente el dominio teutón.

Alemania también es un caso de prueba. Los líderes de Berlín aspiran a reducir significativamente las dependencias de Alemania, mantener su competitividad industrial, lograr la neutralidad en materia de emisiones de carbono, mejorar la digitalización y adoptar una postura más clara frente a las acciones asertivas de China dentro y fuera del país. Y pretenden hacerlo manteniendo al mismo tiempo unas condiciones políticas estables y manteniendo lo que pregonan como una "relación constructiva" con Pekín que permita continuar sin trabas la mayor parte del comercio no controvertido y de baja tecnología y la interacción entre las personas. Si Alemania puede reducir riesgos de este modo, es probable que toda Europa pueda hacerlo. Pero si Alemania se ve sometida a las represalias chinas, otros países de Europa y de fuera de ella tomarán nota.

Los cambios en la retórica y la política alemanas actuales no están motivados por revolucionarios ansiosos que quieren reajustar el modelo industrial del país e infundir a las relaciones comerciales normas morales más elevadas; tampoco están impulsados por proteccionistas convencidos, amantes de las subvenciones, deslocalizadores y desacopladores. El Gobierno de Scholz ya expuso muy claramente sus motivaciones en su tratado de coalición: la estrategia para China es una continuidad lógica. Es la agenda defensiva de una potencia media europea orientada al statu quo que se enfrenta a un mundo cambiante a su alrededor, intentando adaptar a regañadientes su enfoque para salvaguardar sus intereses, así como lo que queda de su ventaja innovadora como líder mundial.

Eliminar riesgos, no desacoplar

El debate sobre los riesgos y beneficios de la desvinculación en Europa podría sugerir que son necesarios meros retoques del sistema actual. Pero los retos son mucho mayores. Berlín quiere limitar sus dependencias estratégicas asimétricas; el gobierno chino ha declarado como una de sus propias prioridades estratégicas aumentar las dependencias asimétricas del mercado chino y de los productos chinos. Así pues, el enfoque alemán de la reducción de riesgos entra en conflicto con el de China.

Se suponía que la reducción de riesgos tranquilizaría a las mentes; se suponía que serviría como el hermano pequeño, que sonaba menos siniestro, del monstruo de la disociación que ha asustado a las empresas alemanas desde que las voces estadounidenses lo introdujeron en la conversación global sobre China. Pero si Alemania —y la UE y otros Estados miembros— se toman en serio la desvinculación, el proceso tendrá consecuencias de largo alcance. No solo requerirá una transparencia mucho mayor en el sector empresarial (que no es nada proclive a exponer sus vulnerabilidades), sino también un amplio debate social sobre las prioridades políticas y el futuro deseable.

Foto: El presidente chino Xi Jinping en la sesión plenaria de la Cumbre 2023 de los BRICS en Johannesburgo. (Reuters/Gianluigi Guercia)

El Gobierno alemán tendrá que esforzarse por encontrar el equilibrio adecuado entre los muy diferentes conjuntos de riesgos que China plantea directa o indirectamente. Y, al reducir un conjunto de riesgos y dependencias, es probable que aumenten otros. Por ejemplo, el Gobierno tendrá que sopesar si los vehículos eléctricos chinos deben considerarse una amenaza para la competitividad alemana y desplegar medidas antisubvenciones, como ha sugerido la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, aunque eso lleve a Pekín a tomar represalias contra los productores alemanes en China. Y esto sin incluir la cuestión de si los vehículos eléctricos chinos constituyen un riesgo masivo de ciberseguridad y vigilancia.

Además, los responsables alemanes tendrán que plantearse si deben reducir su dependencia de los productos chinos de tecnología verde porque eso mejora la autonomía, es bueno para la industria alemana y evita la complicidad en las violaciones de los derechos humanos, aunque sea a costa de ralentizar temporalmente la transición verde. También necesitarán una narrativa decente para justificar la eliminación de los equipos de telecomunicaciones chinos recién instalados en las redes 5G para mejorar la seguridad de las infraestructuras críticas, mientras Alemania sigue sufriendo de forma generalizada problemas de conectividad de alta velocidad. La lista podría continuar.

Foto: El presidente de Estados Unidos, Joe Biden. (Reuters/Kevin Lamarque)

Ninguna de estas cuestiones es trivial ni necesariamente específica de Alemania: en toda Europa, los gobiernos se enfrentan a retos similares y ofrecen sus propias respuestas. Algunas son mucho más radicales que las alemanas, otras mucho menos. En este sentido, la estrategia alemana para China tiene razón al hacer hincapié en la resistencia y la fortaleza internas: solo si Berlín tiene éxito internamente a la hora de acertar en la transición ecológica, impulsar la digitalización y ofrecer condiciones atractivas para la innovación y la industria podrá mantener el rumbo como motor de crecimiento y proveedor de estabilidad de Europa.

Pero, al mismo tiempo, Alemania solo encontrará un apoyo serio a sus preferencias basadas en normas si tiene en cuenta los intereses de otros Estados miembros de la UE y construye una agenda más proactiva. Hasta ahora, el impulso europeo de la política alemana hacia China sigue estando poco desarrollado. Precisamente porque Alemania tiene mucho más que perder que muchos, los responsables políticos de toda la UE están esperando a que Berlín se sitúe a la vanguardia de una respuesta verdaderamente europea.

*Análisis publicado originalmente en inglés en el European Council on Foreign Relations por Janka Oertel y titulado 'The end of Germany’s China illusion'

La postura de Alemania ante China importa. No solo porque Alemania es la cuarta economía del mundo y ha sido un faro de estabilidad y un motor de crecimiento para Europa, sino también porque Alemania importa a China. El Gobierno chino ha subrayado constantemente su respeto por la industria alemana, ha alabado la disposición de Alemania a invertir en China y ha elogiado la apertura de Alemania a los negocios y su prudencia política a la hora de tratar con los dirigentes chinos. Al mismo tiempo, Alemania es única entre los Estados miembros de la UE por la profundidad de sus lazos económicos con China y la interrelación de sus principales industrias con el mercado chino.

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